Intenté tenderle la botella.
Ella dio otro paso de rechazo hacia el monitor.
—Estás borracho.
—Bingo —dije—. «Muy borracho, en verdad», como diría Audrey Hepburn. Desayuno con diamantes. Una película con final feliz.
—¿Por qué has venido aquí? ¿Qué quieres?
Di un sorbo a la botella, recordé que estaba vacía, y la miré con expresión desolada.
—He venido a decirte que las películas no son la vida real. Sólo porque quieras algo no significa que lo consigas. He venido a decirte que te vayas a casa antes de que hagan un remake contigo. Audrey debería volver a su casa en Tulip, Texas. He venido a decirte que vuelvas a Carbal. —Esperé, tambaleándome, a que pillara la referencia.
— Andy Hardy ha bebido demasiado —dijo ella—. Él es quien necesita irse a casa.
La pantalla se fundió en negro unos cuantos fotogramas, y entonces me encontré sentado escaleras abajo, con Alis inclinándose sobre mí.
—¿Te encuentras bien? —dijo, y las lágrimas titilaban corno estrellas en sus ojos.
—Estoy bien. «El alcohol es el gran niveladoooor», como diría Jimmy Stewart. Hay que darle un poco a estos escalones.
—Creo que no deberías coger los deslizadores en tu estado —dijo ella.
—Todos estamos en los deslizadores. Es lo único que nos queda.
—Tom —dijo ella, y hubo otro fundido en negro, y Fred y Ginger aparecieron en ambas paredes, sorbiendo martinis junto a la piscina.
—Eso tendrá que desaparecer —dije—. Tengo que enviar el mensaje: «Nos preocupa.» Jimmy Stewart tiene que estar sobrio. ¿Qué importa que sea la única manera de acumular el valor necesario para decirle a ella lo que siente? Verás, sabe que ella es demasiado buena para él. Sabe que no puede tenerla. Tiene que emborracharse. Es la única manera de poder decirle que la quiere.
Tendí la mano hacia su pelo.
—¿Cómo lo haces? —le pregunté—. ¿Cómo consigues ese contraluz?
—Tom —murmuró ella.
Dejé caer la mano.
—No importa. Lo estropearán en el remake. De todos modos, no es real.
Agité la mano ante la pantalla en un gesto grandilocuente, como Gloria Swanson en El crepúsculo de los dioses. Todo es ilusión. Maquillaje y pelucas y falsos decorados. Incluso Tara. Sólo un frontal falso. FX y foleys.
—Creo que será mejor que te sientes —aconsejó Alis, agarrándome la mano.
La rechacé.
—Incluso Fred. No es de verdad. Todos esos pasos de claque fueron doblados después, y no son estrellas de verdad. En el suelo. Todo se hace con espejos.
Me lancé hacia la pared.
—Sólo que no es ni siquiera un espejo. Puedes atravesarlo con la mano.
Después de eso, las cosas pasaron a montaje. Recuerdo que intenté bajarme en Forrest Lawn para ver dónde estaba enterrada Holly Golightly, y Alis me tiró del brazo y lloró con grandes lágrimas gelatinosas como las del programa de Vincent. Y algo sobre el cartel de la estación tocando el Beguine, y luego volvimos a mi habitación, que parecía extraña, las pantallas estaban en el lado opuesto, y todas mostraban a Fred llevando a Eleanor a la piscina, y yo dije:
—¿Sabes por qué el musical la espichó? Falta de bebida. Excepto Judy Garland.
—¿Va ciego? —dijo Alis, y entonces se contestó a sí misma—: No, está borracho.
—No quiero que penséis que tengo un problema con la bebida. Puedo dejarlo cuando quiera. Sólo que no quiero —cité.
Esperé, sonriendo como un bobalicón, a que las dos pillaran la referencia, pero no lo hicieron.
— Con faldas y alo loco, Marilyn Monroe —dije, y empecé a llorar densas lágrimas de aceite—. Pobre Marilyn.
Y entonces me llevé a Alis a la cama y me la estaba ñaqueando y miraba su cara para verla cuando destellara, pero el destello no vino, y la habitación se desenfocó por los bordes, y bombeé más fuerte, más rápido, apretándola contra la cama para que no pudiera escaparse, pero ella se había ido ya y traté de seguirla y tropecé contra las pantallas, Fred y Eleanor se despedían en el aeropuerto, y alcé la mano y las atravesé, y perdí el equilibrio. Pero cuando caí no fue en brazos de Alis o contra las pantallas. Fue en las regiones de materia negativa de los deslizadores.
LEWIS STONE [Severo]: Espero que hayas aprendido la lección, Andrew. Beber no resuelve los problemas. Sólo los empeora.
MICKEY ROONEY [Sumiso]: Ahora lo sé, papá. Y he aprendido algo más también. He aprendido que debo preocuparme de mis propios problemas y no meterme en los asuntos de los demás.
LEWIS STONE [Dubitativo]: Eso espero, Andrew. Desde luego, eso espero.
En Historias de Filadelfia, el hecho de que Katharine Hepburn se emborrache lo resuelve todo: su remilgado prometido rompe el compromiso, Jimmy Stewart deja la prensa del corazón y empieza la novela seria que su fiel enamorada siempre supo que llevaba dentro, mamá y papá se reconcilian, y Katharine Hepburn por fin admite que ha estado enamorada de Cary Grant desde el principio. Final feliz para todos.
Pero las películas, como tan estúpidamente había intentado decirle a Alis, no son la Vida Real. Y lo único que había conseguido al emborracharme fue despertarme en la habitación de Heada con una resaca de dos días y seis semanas de suspensión de los deslizadores.
No es que fuera a ir a ninguna parte. Andy Hardy aprende la lección, se olvida de las chicas, y se dedica a la seria tarea de Preocuparse de Sus Propios Problemas, un trabajo que se volvía más sencillo por el hecho de que Heada no quería decirme dónde estaba Alis porque no me hablaba.
Y por el hecho de que Heada (o Alis) habían tirado todo el licor por el desagüe, como Katharine Hepburn en La reina de África, y Mayer había puesto en suspenso mi cuenta antes que entregara la docena de la semana anterior. La docena de la anterior consistía en Historias de Filadelfia, que sólo llevaba por la mitad. Así que era ai-bó, ai-bó a casa a trabajar y encontrar doce películas blancas que pudiera presentar como ya corregidas. Para ello, nada mejor que la Disney.
Sólo que Blancanieves tenía una casita campestre llena de jarras de cerveza y un sótano repleto de botas de vino y pociones mortales. La Bella Durmiente no era mejor: tenía un camarero real que se emborrachaba literalmente hasta caer bajo la mesa, y Pinocho no sólo bebía cerveza, sino que fumaba puros que la Liga Antitabaco había pasado por alto por algún extraño motivo. Incluso Dumbo se emborrachaba.
Pero corregir la animación era relativamente fácil, y todo lo que Alicia en el país de las maravillas tenía eran unos cuantos anillos de humo, así que conseguí terminar la docena y reponer mi stock de pociones letales para al menos no tener que ver Fantasía sobrio. Menos mal. La secuencia de la Pastoral en Fantasía estaba tan llena de vino que tardé cinco días en limpiarla, después de lo cual volví a Historias de Filadelfia y contemplé a Jimmy Stewart, tratando de pensar en algún modo de salvarlo. Luego me rendí y esperé a que me levantaran la suspensión de los deslizadores.
En cuanto hubo acabado, fui a Burbank a pedirle disculpas a Alis, pero debió de pasar más tiempo del que creía, porque había una clase de GO ocupando las sillas sin amontonar, y cuando pregunté a uno de los hackólitos dónde estaban Michael Caine y la clase de historia cinematográfica, me respondió:
—Eso fue el semestre pasado.
Conseguí chooch y fui a la siguiente fiesta y le pedí a Heada el horario de clases de Alis.
—Ya no le doy al chooch —dijo Heada. Llevaba un jersey estrecho, una falda y gafas con montura negra. Cómo casarse con un millonario —. ¿Por qué no la dejas en paz? No le está haciendo daño a nadie.
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