—No sé —respondió Orr.
Cuando Haber habló de usar, de emplear sus poderes mentales, por un momento él había pensado que el médico se refería a su poder para cambiar la realidad mediante los sueños; pero, seguramente, de haber querido significar eso, lo habría dicho con mayor claridad. Sabiendo que Orr necesitaba confirmación en modo desesperado, no se la habría rehusado así, sin ninguna causa.
El corazón de Orr se encogió. El uso de píldoras sedantes y estimulantes lo había puesto en un estado de desequilibrio emocional; él lo sabía y por ello trataba de combatir y controlar sus sentimientos. Sin embargo, su decepción escapaba a todo control posible. Ahora comprendía que se había permitido albergar una pequeña esperanza. Se había sentido seguro, ayer, de que el médico tenía conciencia del cambio de la montaña a un caballo. No le había sorprendido ni alarmado que Haber tratara de ocultar, en el primer momento del shock, su reconocimiento del cambio; sin duda, no se habría sentido capaz de admitirlo ni siquiera a sí mismo. Le había llevado bastante tiempo a Orr mismo enfrentar el hecho de que podía hacer algo imposible. Sin embargo, se había permitido esperar que Haber, al conocer el sueño y al estar presente en el momento en que se producía, pudiera ver el cambio, pudiera recordarlo y confirmarlo.
No había caso; ninguna salida posible. Orr estaba donde había estado por meses, solo, sabiendo que era un insano y sabiendo que no era un insano, simultánea e intensamente. Era suficiente para volverlo loco.
—¿Sería posible —dijo tímidamente— que me dé una sugerencia posthipnótica para que no tenga sueños efectivos? Como puede sugerir que los tenga… De esa manera podría dejar las drogas, al menos por un tiempo.
Haber se ubicó detrás de su escritorio, encorvado como un oso.
—Dudo mucho que sirva, aun para una sola noche —dijo en tono calmo; luego, repentinamente excitado—: ¿No es esa la misma dirección inútil que ha estado tratando de seguir, George? Drogas o hipnosis, sigue siendo supresión. No puede escapar de su propia mente; lo ve, pero no está dispuesto a encararlo aún. Mire esto: dos veces ha soñado aquí, en ese diván. ¿Fue tan terrible? ¿Hizo algún daño?
Orr sacudió la cabeza, demasiado deprimido para contestar.
Haber siguió hablando, y Orr trató de prestarle atención. Hablaba ahora de las ensoñaciones, sobre su relación con los ciclos de una hora y media de la noche, sobre sus utilidades y su valor. Le preguntó a Orr si tenía preferencia por algún tipo de ensoñación.
—Por ejemplo, con frecuencia tengo ensoñaciones del tipo heroico. Yo soy el héroe: estoy salvando a una muchacha, o a un compañero astronauta, o a todo el maldito planeta. Sueños mesiánicos, sueños de benefactor. ¡Haber salva al mundo! Son muy divertidos, mientras los mantengo en el lugar que les corresponde. Todos necesitamos ese estallido del yo que derivamos de las ensoñaciones, pero cuando empezamos a confiar en ellas, entonces nuestros parámetros de la realidad se están aflojando… Está, también, el tipo de ensoñación de la isla del Mar del Sur; muchos ejecutivos las prefieren. Y el tipo del noble mártir que sufre, y las diversas fantasías románticas de la adolescencia, y la ensoñación sadomasoquista, etcétera. La mayoría de las personas conocen casi todos los tipos. Casi todos hemos estado en la arena, al menos una vez, enfrentando a los leones, o hemos arrojado una bomba para destruir a nuestros enemigos, o rescatamos a la virgen neumática de la nave que se hunde, o escribimos la Décima Sinfonía de Beethoven por él. ¿Qué estilo prefiere usted?
—Oh… la huida —dijo Orr; debía hacer un esfuerzo y contestarle a este hombre, que estaba tratando de ayudarlo—. Irme, escapar.
—¿Huir del trabajo, del yugo diario?
Haber parecía negarse a creer que él estuviera contento con su trabajo. Sin duda Haber tenía grandes ambiciones y le resultaba difícil creer que algún hombre pudiera no tenerlas.
—Bueno, más de la ciudad, de las multitudes. Demasiada gente en todas partes. Los titulares. Todo.
—¿Los Mares del Sur? —preguntó Haber con su sonrisa de oso.
—No, aquí. No soy muy imaginativo. En mis ensoñaciones deseo tener una cabaña en algún lugar fuera de las ciudades, tal vez en la Cadena de la Costa, donde todavía queda algo de los antiguos bosques.
—¿Consideró alguna vez la posibilidad de comprarse una?
—El terreno cuesta unos treinta y ocho mil dólares el acre en las zonas más económicas, al sur de Oregon. Sube hasta cuatrocientos mil por un lote con una vista de la playa.
Haber silbó.
—Veo que lo ha considerado… y volvió a sus ensoñaciones. ¡Por suerte son gratis, eh! Bien, ¿está dispuesto a hacer otro intento? Nos queda casi media hora.
—¿Me permitiría…?
—¿Qué, George?
—¿Guardarme mi sueño?
Haber inició una de sus elaboradas negativas.
—Como usted sabe, lo que se experimenta durante la hipnosis, incluidas todas las directivas impartidas, normalmente está bloqueado al recuerdo del despertar por un mecanismo similar al que bloquea el recuerdo del 99 por ciento de nuestros sueños. Bajar esa barrera sería darle a usted demasiadas órdenes conflictivas referentes a lo que es un asunto muy delicado, el contenido de un sueño que aún no ha soñado. Puedo ordenarle que recuerde el sueño, pero no quiero que su recuerdo de mis sugerencias se mezcle con el recuerdo del sueño que realmente sueña. Deseo mantenerlos separados, para obtener un informe claro de lo que soñó, no de lo que usted cree que debió haber soñado. ¿Correcto? Puede confiar en mí, lo sabe. Estoy en esto para ayudarlo. No le pediré demasiado; lo impulsaré, pero no demasiado duro ni demasiado rápido. ¡No le provocaré ninguna pesadilla, créame! Quiero estudiar bien este asunto y entenderlo, tanto como usted. Usted es un sujeto inteligente que colabora, y un hombre valiente, ya que ha soportado tanta ansiedad solo y por tanto tiempo. Solucionaremos esto, George, créame.
Orr no le creía del todo, pero era imposible contradecir a semejante predicador, y además, deseaba poder creerle.
No dijo nada; se acostó en el diván y se sometió a la presión de la gran mano en su garganta.
—¡Muy bien! ¿Qué soñó, George? Veámoslo, recién salido del horno.
Orr se sintió molesto y aturdido.
—Algo sobre los Mares de Sur… cocos… No puedo recordar —se rascó la cabeza, se tocó la piel de la garganta e inspiró profundamente; deseaba un poco de agua fría—. Luego… soñé que usted caminaba con John Kennedy, el presidente, por Alder Street, creo. Me parece que yo los seguía. y creo que llevaba algo para alguno de ustedes. Kennedy iba con un paraguas abierto —lo veía de perfil, como en la antigua moneda de cincuenta centavos— y usted dijo “Ya no lo necesitará más, señor Presidente” y se lo sacó de las manos. Pareció enojarse, y dijo algo que no pude entender. Pero había dejado de llover, el Sol había salido, así que él dijo: “Supongo que tiene razón, ahora”… Ha dejado de llover.
—¿Cómo lo sabe?
Orr suspiró.
—Lo verá cuando salga. ¿Hemos terminado por hoy?
—Estoy dispuesto a seguir. Bill está en el gobierno, usted sabe.
—Estoy muy cansado.
—Bien, entonces, por hoy hemos concluido. Escuche, ¿qué le parece si hacemos nuestras sesiones de noche? Dormirá normalmente, y sólo usaré hipnosis para sugerirle el contenido del sueño. Así tendría todo el día para trabajar; yo suelo trabajar por la noche, casi siempre; ¡una de las cosas que los investigadores del sueño rara vez hacemos es dormir! Así adelantaríamos mucho, y usted se ahorraría tener que usar drogas para suprimir los sueños. ¿Quiere intentarlo? ¿Que tal el viernes a la noche?
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