Y también pasaba algo raro con sus ojos. Muy raro. Podía ver, pero todo era difuso e indiferenciado, con los contornos pobremente definidos y con todos los colores convertidos en sombras pastel.
Peron giró la cabeza hacia la izquierda. Junto a la mesa en la que se encontraba había una mujer de mediana edad que le miraba con el ceño fruncido, en obvia desaprobación. Su cara tenía una piel suave, casi de bebé, y llevaba una capucha azul firmemente sujeta a su cabeza.
—De acuerdo —dijo. No parecía estar hablándole a Peron—. El control motor parece correcto. Orden: Tres centímetros cúbicos de historex en el muslo.
Era la voz que había oído en primer lugar, y una vez más sonó ronca y extrañamente mecánica. No vio ni oyó nada, pero después de unos segundos sintió un pinchazo en el muslo. Entonces el dolor que notaba en todos los músculos empezó a menguar. La mujer miró su expresión y asintió.
—Excelente. Orden: Comprobad los monitores, y si son satisfactorios, retirad las sondas. Con cuidado.
Peron miró las sondas que se introducían en su cuerpo y se aseguró de que no apartaba los ojos de ellas. Una vez más ni vio ni sintió nada, pero después de un instante las sondas desaparecieron, y también el tubo que había en su nariz. Emitió un suspiro largo y temblequeante. El fuego en sus pulmones continuaba aún.
La mujer parecía todavía molesta.
—Se siente extraño e incómodo. Lo sé. El espacio-L tiene al principio ese efecto en todo el mundo. No dura mucho. Agradezca que está vivo cuando debería estar muerto.
¡Vivo! Vivo. Peron recordó de repente los últimos minutos en Remolino. Se estaba muriendo allí, resignado a lo inevitable, seguro de su final. ¡Y aquí estaba! ¡Vivo! Todo el dolor desapareció en un momento, anulado por la certeza de la vida. Quiso hablar, emitir un gran grito de alegría ante el simple hecho de que existía, pero una vez más no consiguió hacer surgir las palabras.
—No lo intente —dijo la mujer—. Todavía no. Tendrá que aprender a hablar, y eso lleva un rato. Y no se frote los ojos; funcionan normalmente, pero las cosas parecen diferentes aquí. Hay cosas que hacer antes de que esté preparado para hablar. Ese loco de Wilmer nos ha creado un buen problema, pero supongo que no podemos hacer otra cosa. No podemos matarle ahora. Orden: Dadle algo de beber. El agua servirá, pero comprobad los balances de iones y el azúcar de la sangre, y haced las adiciones necesarias si le hace falta algo.
La mujer le tendió la mano, y de repente en ella apareció un recipiente con un líquido de color amarillo pajizo.
—Quiero que intente cogerlo. ¿Puede hacerlo? Luego bébaselo todo y trate de hablar conmigo.
Peron alzó el brazo y una vez más sintió que las leyes de la física habían cambiado. Tuvo que controlar deliberadamente su mano para que se moviera en la dirección que quería. Tomó con cuidado el recipiente, se lo llevó a los labios y bebió. Fue como un bálsamo que suavizó su garganta y le hizo ver por primera vez lo desesperadamente sediento que estaba. Lo bebió todo.
—Bien. Orden: Retiradlo.
El recipiente desapareció. La mujer parecía un poco menos irritada.
—¿Puede hablar? Intente decir alguna palabra.
Peron tragó saliva, dio una orden a sus cuerdas vocales y fue recompensado con un gruñido y una tos seca. Lo intentó de nuevo.
—Ssséé… S-ssí —su voz le sonaba extraña.
—Excelente. Dele tiempo. Y escúcheme. Tiene que saber unas cuantas cosas, y no ganamos nada con esperar. ¿Sabe quiénes son los Inmortales?
—Vissi-vizzit-n Pen-ctés. No ssé si hum-nos o no. Beben… viven eeter-namente.
—Ojalá fuera verdad. —La mujer le dirigió una sonrisa amarga—. Soy una Inmortal. Y ahora también lo es usted. Pero no vivimos eternamente. Viviremos unos mil setecientos años según nuestras mejores estimaciones… si es que no nos matan antes. Eso es algo que tiene que aprender. Se le puede matar con tanta facilidad como antes. Vivir en el espacio-L no le protegerá. ¿Comprende?
—Commm-prendo. —Peron sentía como si le hubieran estirado la piel de la cara y por eso no podía mostrar la emoción que sentía. Si era un Inmortal, ¿qué les había ocurrido a los otros? ¿Sobreviviría a Elissa mil seiscientos años? Ninguna buena noticia podía hacer que aceptara aquel pensamiento. Alzó la cabeza, una vez más, aquella extraña sensación, y miró directamente a la mujer—. ¿Qué s-cedió a lostros en Rem-linó?
—No estoy en posición de decírselo. Lo que sí le digo es que lo que Wilmer hizo por usted ha creado más problemas de los que pensaba. Antes de que se nos permita decirle más, tenemos que conseguir la aprobación del Mando del Sector, y eso significa que tenemos por delante un largo viaje. Ya llevamos casi cinco horas de viaje, y nos faltan unos dos días para llegar. Hasta entonces, tendrá que ser paciente. Mi paciente, en realidad. —Le dirigió su primera sonrisa real—. Puede empezar descansando un poco. En unos minutos sentirá la reacción del historex y le voy a dar otro sedante. Orden: Cinco centímetros cúbicos de asfanol.
Siguió sin apreciar nada visible, pero otra vez notó dolor en el muslo. Peron no estaba dispuesto a irse a dormir… había cien preguntas por contestar, y no estaba seguro de por dónde empezar.
—¿Vamos a regresar a la Nave?
La mujer pareció primero molesta, luego divertida.
—No. No puedo decirle mucho, pero sí eso. Vamos a hacer un viaje más largo. El Mando del Sector está fuera del sistema Cass… casi a un año-luz de distancia de Cassay y Pentecostés.
—Y estaremos allí en dos días. ¡Así que efectivamente viajan más rápido que la luz!
Ahora ella parecía muy incómoda.
—No puedo decirle nada. Soy un médico, no un… maldito administrador. —En su tono había irritación hacia algo o hacia alguien, y Peron archivó el dato para futuras referencias—. Pero no viajamos más rápido que la luz. En el espacio-L, la luz viaja casi dos mil años-luz de distancia normal en uno de nuestros años. Viajamos sólo a una fracción de la velocidad de la luz.
Peron quedó abrumado por el pensamiento. ¿Podía estar diciéndole la verdad? Si así era, el Sol y la Tierra estaban sólo a un par de meses de distancia. Y si ya llevaban cinco horas de viaje, debían haberse adentrado ya profundamente en el espacio interestelar. Empezó a sentirse cansado pero, de repente, tuvo el terrible deseo de volver a ver a Cassay. ¿Cómo sería el panorama a esta tremenda velocidad?
—¿Qué le pasa? —preguntó la mujer. Viendo su expresión.
—¿Podemos mirar… las estrellas?
Ella sacudió la cabeza.
—A veces yo misma tengo ese deseo. Cuando se despierte, eche un vistazo a la habitación contigua. Hay un ventanal. Descubrirá que las cosas son bastante diferentes en el espacio-L. Pero ahora tengo que irme. Mi nombre, por cierto, es Ferranti. Doctora Olivia Ferranti. Nos veremos regularmente hasta que estemos seguros de que su condición vuelve a ser estable. Volveré mañana. Sea paciente. Orden: Llevadme a mi apartamento.
—Pero…
Peron no se molestó en terminar la frase. La mujer se había desvanecido instantáneamente. Treinta segundos después, las drogas se apoderaron de él y se quedó dormido.
La habitación en la que había recuperado el conocimiento por primera vez carecía de ropas, comida y bebida. Había un terminal cerca de la mesa, que claramente debía de comunicar con otras partes de la nave, pero cuando despertó de nuevo, Peron resistió su primer deseo de llamar y pedir algo de comer. Se sentía hambriento y extrañamente desorientado todavía, pero había otras prioridades que atender antes.
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