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Larry Niven: Los árboles integrales

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Larry Niven Los árboles integrales

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Durante largo tiempo el Estado empleó naves espaciales, cuya velocidad era menor que la de la luz, para preparar los sistemas para su colonización por el hombre. Normalmente las máquinas sembradoras viajaban en circuitos que duraban siglos y que tenían su punto de partida y de llegada en la Tierra. Normalmente las tripulaciones estaban compuestas por ciudadanos y convictos corpiscilos. Normalmente, el último control de la misión era ejercido por un cyborg informante, un verdadero déspota del Estado microcósmico que era la nave. Pero la normalidad se alteró levemente cuando penetró en el sistema de la doble estrella T 3 y le Voy’s Star. Allí se había formado una inmensa capa gaseosa en forma de anillo alrededor de una estrella neutrón y el amplio espacio que quedaba libre en el interior podía ser un lugar habitable por el hombre. A pesar de que había muy poca tierra, el Anillo de Humo había desarrollado una amplia variedad de formas de vida, la mayoría de las cuales eran comestibles y todas ellas podían volar. El Anillo de Humo se presentó como un paraíso para la mermada tripulación de y por tanto, volaron hacia él, desprendiéndose del cyborg.

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¿Cómo se sentía? Su embarazo era parte de su pasado. El pasado estaba muerto para algunos, pero para aquellos ciudadanos era una lápida mortuoria, de cientos de miles de klomters y las tormentas de Gold entre ellos y sus hogares. Minya tendría un hijo. Tenía que abandonar aquella esperanza… pero, ¿cómo se sentía Gavving?

—Nadie ha hablado de Sharls Davis Kendy —dijo Merril.

—¿Por qué íbamos a hacerlo? —se sorprendió Debby—. Nunca se ha preocupado por nosotros ni nunca volverá a hacerlo.

—Bueno, es importante haber podido ver al Controlador, ¿no? Algo para contarles a nuestros hijos. Alguien tan viejo tiene que haber aprendido un montón de cosas.

—Si no hubiese estado atado. O loco.

—Conocía bien los hechos —dijo el Grad—. Creímos en su palabra, ¿verdad? Quizá, como yo, sólo tenía cintas grabadas. Un Científico enano, aguantando en el mac, como casi nos pasa a nosotros. Además, ni siquiera era astuto. Se tragó la historia de Mark…

—¡Vamos, yo fui brillante! —bramó el hombre de plata.

—Contaste una buena historia. Mark, ¿por qué no me llevaste la contraria?

Hubo unas cuantas respiraciones antes de que el enano contestase.

—Tú comprendes que no pueda soportar una sangrienta revolución copsik.

—De acuerdo. ¿Por qué?

—Porque esto no forma parte de los asuntos de Kendy. Sea quien sea. Sea lo que sea.

—Ya… Tenía alguna maquinaria interesante. Quizá él mismo esté atado a la Disciplina. Me hubiera gustado ver la Disciplina.

Lawri ni siquiera intentó bombear. Flexionó los dedos, preguntándose si se habrían vuelto locos. Había podido oler el hedor del miedo en sí misma. Aquello al menos había desaparecido.

—No quiero negocios con Sharls Davis Kendy —dijo Lawri— ni aunque me diera la Disciplina. Peligroso, arrogante alimentador de árboles. Quería matar a Mark como tú podías matar un pavo, porque ya era hora de hacerlo. Muy conveniente. ¡Y empezó a darnos órdenes como si fuéramos copsiks!

Todos se rieron de aquello. Incluso Mark.

Al finalizar las tres horas sus antebrazos eran destilante dolor. En el indicador interior azul se leía: H 2O: 260.

—¿Es suficiente? —preguntó el Grad a Lawri.

—Para lo que pensamos hacer…

—Queremos saber si podremos volver a casa —dijo Debby.

El Grad resopló, pero ellos esperaban la respuesta de Lawri.

Respondió con cierta mala gana.

—Nunca volveré a encontrar el Árbol de Londres. Los Estados de Carther son todavía más pequeños, y los dos están al otro lado de Gold. Tendremos que acelerar hacia el oeste, caer en el Anillo de Humo y dejar que Gold nos impulse a su alrededor. ¿Queréis ir a Gold nuevamente?

Lawri sonrió al ver las reacciones.

—Yo tampoco. Estoy cansada. Iremos a otro árbol y sujetaremos el mac. Podremos construir otra bomba antes de que necesitemos más agua de la que tenemos.

—Bueno, nosotros preferiríamos una jungla —dijo Usa.

Una de las mujeres se erizó.

—¡Nosotros somos nueve y vosotros tres! Si…

—Basta, Merril —dijo Clave—. Usa, ¿estás segura? Podéis mover una jungla, y eso es bueno, ¿verdad?

Cautamente, Usa asintió.

—Esa es una de las cosas que nos gusta de la vida en la jungla —dijo Anthon.

—Pero sólo podéis hacerlo cada veinte años aproximadamente. Amarraremos el carguero… el mac en el centro de un árbol integral y lo moveremos a dónde y cuándo queramos.

—¿Por qué no hacerlo con una jungla?

—¿Dónde montaríais el mac?

Anthon lo pensó.

—¿El embudo? No, podría expulsar súbitamente vapor viviente… —sonrió de golpe —. Sois más que nosotros de todas formas. Seguro, vamos a un árbol.

Había una arboleda de ocho pequeños árboles, de treinta a cincuenta kilómetros de largo. Sin preguntar, el Grad eligió el más grande. Encendió los motores delanteros apuntando hacia la zona oeste de la mata interior. Había mucha espesura. Una corriente descendía con rapidez a lo largo del tronco y penetraba por la boca del árbol. El Grad buscó con la vista las formas redondeadas de deformadas chozas, y no las encontró. El follaje de alrededor de la boca del árbol nunca había sido cortado: no había senderos para las ceremonias de enterramiento o para tirar la basura. No se veía vida terrestre, ni siquiera como maleza.

Resultaba desalentador.

—Parece que somos los primeros en llegar —dijo animadamente el Grad—. Lawri, ¿has pensado en algún método para aterrizar esta cosa? —Tienes el timón.

El Grad pensó en ello detalladamente. —Me temo que lo mejor que podemos hacer es atarlo al tronco y bajar. — ¿Trepar?

—Lo hemos hecho antes. Clave puede conduciros a todos vosotros mientras, Gavving y yo esperamos. Tenemos el mac para las operaciones de rescate. Cuando hayáis bajado, Gavving y yo podremos seguiros. Ya hemos trepado antes.

—Basta —dijo Clave—. Esto ya está durando demasiada comida de árbol. Grad, deja de decir tonterías y aterriza en la boca del árbol.

—¡Podemos prender fuego!

—¡Entonces probaremos con otro árbol!

Lawri casi había enloquecido al oír la sugerencia de aterrizar en la boca del Árbol de Londres. En aquellos momentos se frotó los ojos. Cansada…

Todos estaban cansados. Habían recibido demasiadas impresiones y sorpresas. Clave tenía razón, la espera sería un tormento, y allí había árboles de sobra.

No había sitio para aterrizar en aquella espesura. Todo lo que se veía era verde; allí no había sequía. ¿Cómo iba a arder?

Por Gold.

Se dirigió hacia la boca del árbol y arremetió con el mac contra el follaje con la suficiente fuerza para llegar hasta el tronco. Sacudidos aún por el impacto, se abrieron paso a través de las puertas, y azotaron con los ponchos las brasas hasta que las apagaron.

Luego, finalmente, tuvieron tiempo para mirar a su alrededor.

Minya jadeaba, sonriendo, con el negro cabello revuelto y mojado, arrastrando el ennegrecido poncho. Agitándolo con ambas manos, gritó:

—¡Plantas cóptero!

Gavving rió.

—No sabía que te gustaran las plantas cóptero.

—No me gustan. Pero en el Árbol de Londres arrancaban de la maleza las plantas cóptero y las flores y todo lo que no podía ser usado para algo. —Golpeó en una, dos, tres plantas maduras y sus vainas zumbaron hacia arriba. Súbitamente, Minya le miró a los ojos, muy cerca—. Lo hemos conseguido. Justo como lo habíamos planeado, hemos encontrado un árbol vacío y ahora es nuestro.

—Seis de nosotros. Seis que no pertenecen a la Mata de Quinn… lo siento.

—Doce de nosotros. Y más que vendrán.

Minya había luchado contra el fuego con una gracia predadora, sin que el aumento de volumen de sus caderas le supusiera un estorbo. Mío, pensó Gavving. Sea parecido a mí o a algún cazador de copsiks… ¡o a Harp, o a Merril Mío; nuestro. Se lo diría a Minya en el momento oportuno. La cosa era demasiado seria para tratarla entonces.

—De acuerdo. Todo lo que ves es nuestro. ¿Cómo vamos a llamarlo?

—Lo que más me gusta… Puedo decir ciudadano y que todos lo entiendan. Ya no soy Copsik, ni miembro de un triuno. ¿Árbol de los Ciudadanos?

El follaje sabía como el de la Mata de Quinn en la niñez del Grad, antes de la sequía. Se quedó tumbado de espaldas en el follaje virgen comiéndolo contemplativamente.

Empezó a ser consciente de que Lawri le observaba desde las profundas sombras. Parecía fría, o inquieta, aferrándose los codos, inclinándose como si se enfrentara al viento.

—¿No puedes relajarte? —espetó el Grad—. Come un poco de follaje.

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