Larry Niven - Los árboles integrales

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Durante largo tiempo el Estado empleó naves espaciales, cuya velocidad era menor que la de la luz, para preparar los sistemas para su colonización por el hombre. Normalmente las máquinas sembradoras viajaban en circuitos que duraban siglos y que tenían su punto de partida y de llegada en la Tierra. Normalmente las tripulaciones estaban compuestas por ciudadanos y convictos corpiscilos. Normalmente, el último control de la misión era ejercido por un cyborg informante, un verdadero déspota del Estado microcósmico que era la nave. Pero la normalidad se alteró levemente cuando
penetró en el sistema de la doble estrella T 3 y le Voy’s Star. Allí se había formado una inmensa capa gaseosa en forma de anillo alrededor de una estrella neutrón y el amplio espacio que quedaba libre en el interior podía ser un lugar habitable por el hombre. A pesar de que había muy poca tierra, el Anillo de Humo había desarrollado una amplia variedad de formas de vida, la mayoría de las cuales eran comestibles y todas ellas podían volar. El Anillo de Humo se presentó como un paraíso para la mermada tripulación de
y por tanto, volaron hacia él, desprendiéndose del cyborg.

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Estaba yendo a la deriva.

Los extremos del árbol estaban muy lejos y todavía separándose: la Mata de Dalton-Quinn derivaba hacia afuera y hacia el oeste, la Mata Oscura hacia dentro y hacia el este. El rastro de humo que las unió empezaba a desdibujarse, salvo por oscuras corrientes que no eran más que indecisas nubes de insectos.

Algo surgió del estanque, y el estanque se onduló y convulsionó. La criatura era grande incluso a aquella distancia. Era difícil distinguir su forma, pero parecía algo así como una boca con aletas. Minya la observó a disgusto. No parecía dirigirse hacia ellos. Aleteaba hacia la pista de humo.

Un perdido grupo de ciudadanos flotando sobre la Mano del Controlador. Todos no podían agarrarse a ella. No había sitio, y el hongo no podía acogerlos a todos a la vez. Usaban púas y ronzales y parecían sentir cierta desgana por acercarse demasiado a Minya.

El más viejo, Alfin, colgaba del tallo. Había perdido su expresión aterrorizada, pero no hablaba, ni se movía.

El Grad estaba observando a Minya. Le dijo:

—Miin Ya. ¿Es así?

—Casi. Minya.

—Ah. Minya… si alcanzamos tu extremo del árbol, ¿nos ayudarás para que nos unamos a tu tribu?

Todos los ojos estaban puestos en ella. Los del más viejo parecían desesperados. Bueno, al fin había llegado el momento. Minya habló.

—Tenemos sequía. Demasiadas bocas para alimentar.

—Es probable —dijo el Grad—, que tu sequía se acabe ahora. Allí hay agua.

—¿Tú eres el aprendiz del Científico de la Tribu de Quinn?

—Así es.

—Lo acepto porque lo dices. ¿Desde cuándo nueva agua hace crecer nueva comida? En ningún…

—Ahora habrá pájaros devoradores en el viento…

—¡Yo no quiero volver! —Bien, lo había dicho.

—¿Has cometido algún crimen? —preguntó Clave.

—Estaba pensando cometer un crimen. Lo había cometido. ¡Por favor!

—Dejémoslo. Pero si nos pasamos aquí toda la vida, ésta no va a ser muy larga. Cualquier familia triuna que pase puede pensar que somos un apetitoso bocado de champiñón. O aquella boca voladora que salió del estanque hace un minuto…

—¿No podemos buscar otro árbol, uno en el que no haya nadie? Sé que ahora no podemos ir a ninguna parte, pero si podemos intentar ir a la Mata de Dalton-Quinn, ¿porque no intentar ir a otro árbol? No los convencería Pero quizá lograra distraer su atención. De todas formas, siempre será mejor que lo que estamos haciendo ahora. Podemos comernos la Mano, pero, en ese caso, no podríamos agarrarnos a ella. Necesitamos un sitio donde amarrarnos.

Minya señaló.

—Aquello.

Aquello era una desgarrada plancha de corteza, de diez metros de largo y la mitad de ancho, a su altura y a unos cien metros de distancia. La mayor parte de su velocidad de giro se había perdido con la fricción del aire. Clave (¿el Presidente?) dijo:

—La he estado observando todo el día. No está lo suficientemente cerca. ¡Comida de árbol, si pudiéramos movernos, iríamos a por el estanque!

—Quizá —dijo el Grad— el árbol haya dejado un vacío parcial. Eso podría arrastrarnos. Podemos esperarlo.

—Podemos hacer más que eso. Podemos acercarnos más a la corteza. —Minya buscó sus armas.

Una mano se aferró a su muñeca, los dedos la rodeaban casi dos veces.

—¿Qué piensas que estás haciendo? Largos, fuertes dedos que no sentían escrúpulos por tocar a otro ciudadano. Había hombres como Clave en la Mata de Dalton-Quinn. Ellos habían empujado a Minya al Pelotón de Triuno… Minya sacudió la cabeza, violentamente. Estaba prisionera y había llegado hasta allí como una asesina. Habló lenta, cuidadosamente.

—Pienso que puedo clavar una flecha enlazada en aquel pedazo de madera.

Clave dudó, luego la soltó.

—Adelante, inténtalo.

Minya utilizó el arco metálico de Sal. La flecha se fue ralentizando mientras volaba, y luego empezó a desviarse. Lo intentó nuevamente. Dos flechas colgaron a los extremos de flácidas cuerdas. Hubo murmullos de disgustos cuando Gavving empezó a enrollar los cabos.

—Me gustaría intentarlo —dijo Clave tomando el arco. Cuando disparó, la cuerda le rozó el antebrazo y maldijo. La flecha se detuvo enseguida.

Minya nunca se ponía nerviosa. Tomaba decisiones rápidamente, importantes o no: aquello también la había ayudado a meterse en el Pelotón de Triuno.

—Mantén el brazo izquierdo recto y rígido —dijo— Tira tan fuerte como puedas. Retuerce la cuerda un poco a la derecha y así no te darás en el brazo. Mira a lo largo de la flecha. Ahora, no te muevas.

Levantó el bucle de cuerda y lo arrojó tan fuerte como pudo en dirección a la plancha de corteza. La flecha no tendría que arrastrar ya tanto peso.

—Cuando estés dispuesto.

La flecha avanzó a toda velocidad. Se clavó en una esquina de la corteza y allí se quedó. Clave empezó a hacer presión sobre la cuerda, lenta. Se acercaba lentamente. La flecha se soltó.

Clave repitió el ejercicio sin dar signos de impaciencia. La corteza estaba ya unos cuantos metros más cerca. La alcanzó nuevamente y tiró de la cuerda como si estuviera luchando con algún gran pájaro devorador.

La corteza se acercaba a ellos. Clave clavó otra flecha profundamente en la madera. Cruzaron por la cuerda. Minya notó el suspiro de Alfin al encontrarse de nuevo a salvo atado a la madera.

Y también se dio cuenta de lo que hacía Clave.

—Bien hecho, Minya. —Pero se quedó con el arco.

—Usaremos el otro lado de la corteza como aseo —les instruyó Clave—. De momento, la corteza es todo lo que tenemos, así que no es cosa de tenerla sucia. Cuando deis de comer al árbol, el fertilizante que se vaya hacia afuera.

—Flotará alrededor de nosotros —dijo Alfin, sus primeras palabras en horas. Debía haber visto cómo le miraban—. Sí, tengo una idea mejor. Ir al borde cuando se tengan ganas de alimentar el árbol. El giro hará que se aleje de nosotros. ¿No es así, Grad?

—Sí. Bien pensado.

Minya masticaba hongo-abanico. Era fibroso y casi sin sabor, pero la refrescaba, y aquello era suficiente. Miró largamente hacia el estanque, que no se había aproximado. Tan cerca, tan lejos…

Se habían comido la carne ahumada hasta los huesos, para evitar que se estropease. Quizá había sido un error. Tenían la tripa llena, incluso muy llena, pero aquello les había dejado sedientos. Podían llegar a morirse de sed.

Salvo por ese problema, las cosas iban bien.

El chico de cabellos dorados, Gavving: ella había hecho una buena elección. Puede que él pensase que le debía la vida. Quizá fuera cierto. Por inofensivo que pareciera, Minya le había visto matar dos veces. Era mejor como aliado que como enemigo.

No podía juzgar a Alfin. Si le daba miedo caer, no tardaría en estar muerto.

Merril era otra cosa. Sin piernas, ¡pero capaz de usar los puños como otra mujer los pies! Después de todo lo que había vivido, tendría que ser fuerte. Más aún: debido a su incapacidad, ella no tenía amigos. Debería pensarlo. Minya intentaría hacerse amiga de Merril.

El Grad era un soñador. No había dado señales de saber si Minya estaba viva o muerta.

Clave era el macho dominante. Quizá aún la consideraba como una enemiga. Pero ella les había llevado hasta la balsa y había dejado que Clave se quedara con la gloria. No importaba. Si Clave pensaba que le era necesaria, mejor para ella.

¿Pero qué otra cosa podía querer que hiciera? Jayan y Jinny: ambas actuaban como si Clave les perteneciera, o viceversa. Dos mujeres compartiendo al mismo hombre no era algo inaudito. Parecían aceptar las decisiones de Clave. ¿Pero aceptarían un posible terceto? Si le era posible, lo mejor era mantenerse alejada de Clave.

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