Robert Silverberg - Regreso a Belzagor

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Regreso a Belzagor: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando los humanos abandonan el planeta Belzagor, siguiendo la política de descolonización consistente en dar independencia a todos los alienígenas con cultura propia, el administrador imperial Gundersen retorna para emprender un viaje etnológico-sentimental-místico-iniciático… donde hallará o no hallará lo que esperaba, pero en todo caso no retornará el mismo que se puso en camino… como tampoco el lector volverá a ser el mismo después del viaje maravilloso que esta novela propone.

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AI parecer, los nildores le hicieron poco caso mientras se acercaba. Gundersen reparó en que, en realidad, todos los miembros del campamento le observaban con atención, pero fingían indiferencia mientras parecían atareados. Se desconcertó al ver una docena de refugios de monte a la orilla de uno de los arroyos. Los nildores no utilizaban cobijos de ningún tipo pues por el tórrido clima eran innecesarios y, además, eran incapaces de construir nada ya que carecían de órganos de manipulación salvo los tres «dedos» situados en la punta de sus trompas. Estudió azorado los toscos colgadizos y un momento después comprendió que había visto antes estructuras de ese tipo: se trataba de las chozas de los sulidores. El acertijo se hizo más difícil. Gundersen ignoraba la existencia de una relación tan íntima entre los nildores y los bípedos carnívoros de la región de las brumas. En ese momento vio a los sulidores, alrededor de veinte, sentados con las piernas cruzadas en el interior de las chozas. ¿Esclavos? ¿Cautivos? ¿Amigos de la tribu? Ninguna de esas hipótesis tenía sentido.

—Éste es nuestro nacido muchas veces —dijo Srin'gahar y señaló con un movimiento de la trompa a un venerable nildor cubierto de cicatrices que se encontraba en medio de un grupo, junto a la orilla del lago. Gundersen sintió una oleada de respeto, inspirado no sólo por la edad de ese ser sino por la certeza de que esa bestia anciana, gris azulada por los años, debió de participar varias veces en los ritos inimaginables de la ceremonia de renacimiento. El nacido muchas veces había viajado más allá de la barrera espiritual que contenía a los hombres. Cualquiera que fuese el nirvana que la ceremonia de renacimiento ofrecía, ese ser lo había conocido y Gundersen no, y esa distinción crucial de la experiencia hizo que al terráqueo le abandonara el valor a medida que se acercaba al jefe del rebaño.

Un círculo de cortesanos rodeaba al anciano. Éstos también tenían la piel gris y arrugada: un consejo de ancianos. Los nildores más jóvenes, los de la generación de Srin'gahar, guardaban una respetuosa distancia. No había un solo nildor inmaduro en el campamento. Ningún terráqueo había visto a un joven nildor. A Gundersen le habían contado que los nildores siempre nacían en la región de las brumas, en la patria natal de los sulidores, y al parecer permanecían firmemente recluidos allí hasta alcanzar el equivalente nildor de la adolescencia, momento en que emigraban a las selvas de los trópicos. También se había enterado de que todos los nildores abrigaban la esperanza de retornar a la región de las brumas cuando les llegara el momento de morir. Pero ignoraba si esas afirmaciones eran ciertas. Nadie lo sabía.

El círculo se abrió y Gundersen se encontró frente al nacido muchas veces. El protocolo exigía que Gundersen fuese el primero en hablar, pero vaciló, mareado quizá por la tensión o por los vapores del agua, y transcurrieron unos instantes eternos hasta que logró reunir fuerzas. Por último dijo:

—Soy Edmund Gundersen del primer nacimiento y te deseo la alegría de muchos renacimientos, oh, sabio entre los sabios.

Sin ninguna prisa, el nildor ladeó su enorme cabeza, absorbió un trago de agua del lago y se la introdujo en la boca. Luego rugió:

—Te conocemos, Edmundgundersen, de días pasados. Te ocupabas de la gran casa de la Compañía en Punta de Fuego, en el Mar de Polvo.

La memoria del nildor le sorprendió y acongojó. Si le recordaba tan bien, ¿qué posibilidades tenía de ganar el favor de esas personas? No le debían ninguna amabilidad.

—Sí, estuve allí hace mucho tiempo —respondió tensamente.

—No tanto. Diez giros no es mucho tiempo. —Los ojos de gruesos párpados del nildor se cerraron y pareció que el nacido muchas veces se había dormido. Poco después agregó, con los ojos aún cerrados—: Soy Vol'himyor, del séptimo nacimiento. ¿Entrarás en el agua conmigo? En este nacimiento actual, me canso rápidamente en tierra.

Sin esperar, Vol'himyor entró en el lago, nadó lentamente hasta unos cuarenta metros de la orilla y permaneció flotando allí, hundido hasta los hombros. Un malidar que había ramoneado las malezas de esa zona del lago se sumergió con un burbujeante murmullo de descontento y volvió a aparecer más lejos. Gundersen comprendió que no le quedaba más alternativa que seguir al nacido muchas veces. Se quitó la ropa y avanzó.

El agua tibia comenzó a cubrirlo. No muy lejos, la trama esponjosa de tallos fibrosos dejó paso a un fango suave y tibio bajo los pies desnudos de Gundersen. Ocasionalmente, sintió en las plantas de los pies los movimientos de ciertos pequeños seres con muchas patas. Las raíces de las plantas acuáticas se agitaban como un látigo alrededor de sus piernas y las burbujas negras cargadas de alcohol que subían desde lo más profundo y estallaban en la superficie estuvieron a punto de ahogarlo con su liberación de vapor. Empujó las plantas, se abrió paso a la fuerza entre ellas con suma dificultad y sintió un gran alivio cuando sus pies no tocaron más el fango. Chapoteó rápidamente hacia Vol'himyor. Gracias al malidar, en ese punto la superficie del lago era diáfana. Sin embargo, en las oscuras profundidades de las aguas se movían otros animales desconocidos y casi incesantemente algo resbaladizo y rápido se escurría por el cuerpo de Gundersen. Se obligó a ignorar esas cosas.

Vol'himyor, que todavía parecía dormido, murmuró:

—Has estado fuera de este mundo durante muchos giros, ¿no?

—Después de que la Compañía cedió sus derechos aquí, regresé a mi planeta —contestó Gundersen.

Gundersen se dio cuenta de que había cometido un error incluso antes de que el nildor abriera los párpados y le mirara fríamente con sus ojos redondos y amarillos.

—Aquí tu Compañía nunca tuvo derechos que ceder —dijo el nildor con su acostumbrado tono llano y neutral—. ¿No es así?

—Así es —reconoció Gundersen. Buscó una corrección airosa y finalmente agregó—: Después de que la Compañía renunció a la posesión de este planeta, regresé a mi propio mundo.

—Esas palabras son más veraces. ¿Por qué has vuelto?

—Porque amo este lugar y deseo volver a verlo.

—¿Es posible que un terráqueo sienta amor por Belzagor?

—Sí, es posible que un terráqueo lo sienta.

—Un terráqueo puede quedar atrapado por Belzagor —dijo Vol'himyor con más lentitud que de costumbre—. Un terráqueo puede descubrir que su alma ha sido cogida por las fuerzas de este planeta y que la retiene en la esclavitud. Pero dudo de que un terráqueo pueda sentir amor por este planeta, tal como yo comprendo vuestro concepto del amor.

—Te concedo la razón, nacido muchas veces. Mi alma ha quedado atrapada por Belzagor. No podía dejar de regresar.

—Eres rápido para dar la razón.

—No deseo ofender.

—Intento loable. ¿Y qué harás aquí, en este mundo que se ha apoderado de tu alma?

—Viajar a muchos sitios de tu mundo —replicó Gundersen—. Tengo especial interés en visitar la región de las brumas.

—¿Por qué?

—Es el lugar que me atrapa más profundamente.

—No has dado una respuesta informativa —puntualizó el nildor.

—No puedo ofrecer otra.

—¿Qué te ha atrapado allí?

—La belleza de las montañas que se elevan desde las brumas. El resplandor de los rayos del sol en un día despejado, frío y brillante. El esplendor de las lunas contra un campo de nieve trémula.

—Eres muy poético —opinó Vol'himyor.

Gundersen no supo si le alababa o se burlaba de él.

—Según las leyes actuales, debo tener el permiso de un nacido muchas veces para entrar en la región de las brumas. He venido a solicitarte ese permiso.

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