George Martin - Los viajes de Tuf

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Los viajes de Tuf: краткое содержание, описание и аннотация

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Haviland Tuf es un ser curioso: un mercader independiente de gran tamaño, obeso, calvo y con la piel blanca como el hueso. Es vegetariano, bebe montones de cerveza, come demasiado y le encantan los gatos. Y además es completa y absolutamente honesto. Tuf logra poseer una enorme nave espacial, el Arca, la única superviviente del antiguo Cuerpo de Ingeniería Ecológica de la Vieja Tierra. Al Arca es un artilugio desaparecido hace más de mil años, pero que revive gracias a Tuf y a sus gatos. A lo largo de los siete relatos que forman este libro, Tuf consigue la nave, la repara y resuelve un sinfín de problemas espaciales con la ayuda de la ingeniería ecológica, una profesión que él recupera y a la que añade la impronta de su personalidad, astucia e ironía.

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—Nueve no me parece un compromiso demasiado equitativo entre diez y dos —dijo ella secamente.

—Soy mejor como ingeniero ecológico que como matemático —dijo Tuf—. ¿Quizás ocho?

—Cuatro y ni uno más. Cregor me matará por esto. Tuf clavó en ella sus ojos impasibles y no dijo nada. Su rostro seguía frío, inmóvil e inexpresivo.

—Cuatro y medio —dijo ella vacilando bajo el peso de su mirada. Sentía también los ojos de Dax clavados en ella y de pronto se preguntó si ese maldito gato no estaría leyéndole la mente—. ¡Maldita sea! —dijo, señalándole con el dedo—, ese pequeño bastardo negro, sabe hasta donde estoy autorizada para llegar, ¿no?

—Una idea muy interesante —dijo Tuf—. Siete millones podrían parecerme una suma aceptable. Me encuentro bastante generoso hoy.

—Cinco y medio —escupió ella. ¿De qué servia continuar así?

Dax empezó a ronronear estruendosamente. —Lo cual deja una limpia y manejable cantidad de once millones de unidades base a pagar dentro de cinco años —dijo Tuf—. Aceptado, Maestre de Puerto Mune, con una condición más.

—¿De qué se trata? —le preguntó ella con cierta suspicacia.

—Le presentaré mi solución a usted y al Primer Consejero Cregor Blaxon en una conferencia pública que debe ser presenciada igualmente por cámaras de todas las redes existentes en S’uthlam, y difundida en directo a todo el planeta.

Tolly Mune se rió.

—¡Imposible! —dijo—. Creg nunca estará de acuerdo, ya puede ir olvidando esa idea.

Haviland Tuf permaneció sentado, acariciando a Dax, sin decir palabra.

—Tuf, no comprende las dificultades. La situación es… ¡maldita sea!, la situación es explosiva. Tiene que ceder en eso.

Tuf siguió en silencio. —¡Infiernos y maldición! —exclamó ella—. Le haré una propuesta: escriba lo que pretende decir en la conferencia y deje que le echemos un vistazo. Si no dice nada que pueda causar problemas, supongo que será posible aceptarlo.

—Prefiero que mis palabras en ese momento resulten espontáneas —dijo Tuf.

—Podríamos grabar la conferencia y emitirla luego, después de haberla pulido un poco si hiciera falta —replicó ella.

Haviland Tuf siguió callado. Dax la contemplaba sin pestañear.

Tolly Mune clavó durante unos segundos la mirada en aquellos ojos dorados que parecían saberlo todo y acabó lanzando un suspiro.

—De acuerdo, ha ganado —dijo—. Cregor se pondrá furioso, pero yo soy una maldita heroína y Haviland Tuf un conquistador que ha regresado al escenario de sus victorias. Así que supongo que podré hacerle tragar la idea. Pero, Tuf, ¿por qué?

—Un capricho —dijo Haviland Tuf—, algo que suele ocurrirme con gran frecuencia. Quizá deseo saborear unos instantes bajo los focos de la publicidad y gozar de mi papel como salvador o quizá deseo meramente demostrarle a todos los s’uthlameses que no llevo bigote.

—Creeré antes en ogros y duendes que en ese montón de mentiras —dijo Tolly Mune—. Tuf, ya sabe que hay muchas razones por las cuales debe mantenerse en secreto el tamaño de nuestra población y la gravedad de la crisis alimenticia, ¿no? Razones políticas y… ¿no estará pensando en abrir la caja de esos secretos y dejar suelta alguna alimaña en particular, verdad?

—Una idea de lo más interesante —dijo Tuf, pestañeando, con su rostro desprovisto de toda expresión.

Dax ronroneó.

—Aunque no estoy acostumbrado a dirigirme al público ni al cruel brillo de la publicidad —empezó diciendo Haviland Tuf—, he sentido, pese a todo, la necesidad y la responsabilidad de aparecer ante ustedes y explicarles ciertas cosas.

Se encontraba ante una pantalla de cuatro metros cuadrados situada en el salón de convenciones más grande de toda la Casa de la Araña. La capacidad de la estancia era de mil asientos y se encontraba llena hasta rebosar. Había, para empezar, veinte filas de reporteros que habían aprovechado todo el espacio disponible y en la frente de cada uno de los cuales funcionaba una mini cámara que registraba toda la escena. En la parte trasera se encontraban los curiosos: hiladores e hilanderas de todas las edades y profesiones, desde los cibertecs y los burócratas hasta los especialistas en erotismo y los poetas, así como gusanos de tierra acomodados que habían utilizado el ascensor para no perderse el espectáculo y moscas de los más lejanos sistemas estelares que se encontraban en esos momentos por casualidad presentes en la telaraña. En la plataforma, y además de Tuf, se encontraban la Maestre de Puerto Mune y el Primer Consejero Cregor Blaxon. La sonrisa de Blaxon parecía algo forzada. Quizás estuviera recordando cómo las cámaras de los reporteros habían grabado el largo e incómodo momento durante el cual Tuf estuvo contemplando fijamente, sin hacer ni un solo movimiento, la mano extendida que Blaxon le había ofrecido. También Tolly Mune parecía algo nerviosa.

Haviland Tuf, sin embargo, tenía un aspecto impresionante. Superaba en estatura a cualquier hombre o mujer de la estancia. Vestía su gabán de vinilo gris, que casi rozaba el suelo, y se cubría la cabeza con su gorra verde del CIE en la que brillaba la insignia dorada del cuerpo.

—Primero —dijo—, permítaseme recalcar que no llevo bigote. —La afirmación provocó una carcajada general.

También deseo recalcar que su estimada Maestre de Puerto y yo jamás hemos mantenido relaciones íntimas, pese a todo lo que puedan afirmar sus vídeos, aunque no tengo ni la menor razón para dudar que es una hábil practicante de las artes eróticas, cuyos favores serían tenidos en alto aprecio por cualquiera capaz de entregarse a dicho tipo de diversión —la horda de reporteros, como una bestia de cien cabezas, se volvió para clavar sus ojos cámara en Tolly Mune. La Maestre de Puerto, estaba medio encogida en su asiento y se frotaba las sienes con una mano. El suspiro que lanzó pudo ser oído en la cuarta fila de asientos—. Dichos datos son de naturaleza relativamente poco grave —prosiguió Tuf—, y se los ofrezco únicamente en interés de la veracidad. La razón principal de que haya insistido en esta reunión, sin embargo, es profesional más que personal. No tengo ni la menor duda de que todos los espectadores de esta emisión conocen el fenómeno que su Consejo llamó el Florecimiento de Tuf. Cregor Blaxon sonrió y asintió con la cabeza. —Me veo obligado a pensar, sin embargo, que no son conscientes de la inminencia de lo que, con cierta osadía, llamaré el Marchitamiento de S’uthlam. Al oír dichas palabras la sonrisa del Primer Consejero se marchitó inmediatamente y la Maestre de Puerto Tolly Mune no pudo reprimir una mueca. Los reporteros giraron nuevamente en masa para enfocar a Tuf. —Son ustedes realmente afortunados. Soy un hombre que sabe hacer honor a sus deudas y obligaciones y por ello mi oportuno regreso a S’uthlam me ha permitido intervenir una vez más en su ayuda. Sus líderes no han sido francos al respecto y no les han dicho toda la verdad. De no ser por la ayuda que voy a prestarles, su mundo se enfrentaría al hambre masiva en el breve plazo de dieciocho años. A ello siguió un instante de silencio asombrado y luego, en el interior de la estancia, estalló el desorden. Finalmente, se consiguió restaurar el orden echando por la fuerza a varias personas, pero Tuf pareció no enterarse de ello. —En mi última visita puse en marcha un programa de ingeniería ecológica que produjo espectaculares aumentos en sus provisiones alimenticias, utilizando para ello medios relativamente convencionales, como la introducción de nuevas especies de plantas y animales diseñadas para maximizar su productividad agrícola sin alterar seriamente su ecología. Es indudable que todavía es posible hacer algún esfuerzo en tal dirección, pero me temo que ya se ha rebasado, con mucho, el punto en que los beneficios obtenidos no serían suficientes y en que dicho tipo de planes resultarían de escasa utilidad para S’uthlam. Por lo tanto, esta vez, he aceptado como fundamental la necesidad de hacer alteraciones radicales tanto en su ecosistema como en su cadena alimenticia. Puede que algunos de ustedes encuentren mis sugerencias desagradables, pero les aseguro que las demás opciones a las que se enfrentan (entre las cuales podría citar el hambre, las plagas o la guerra) serían más desagradables. Por supuesto, la elección sigue siendo suya y ni en sueños se me ocurriría la posibilidad de arrogarme tal decisión.

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