—Me temo que no he logrado comprenderla —dijo Haviland Tuf.
Tolly Mune suspiró. —Yo tampoco lo entiendo, Tuf, yo tampoco… No discuta conmigo y prepárese para la salida.
—¿Debo suponer acaso que su Gran Consejo encontró mi humilde oferta satisfactoria en cuanto solución a su crisis, por lo cual he resultado vencedor de nuestra pequeña apuesta?
Tolly Mune lanzó un gemido desesperado. —Sí. Ya que le hace tanta ilusión oírlo se lo diré: nos ha entregado unas especies soberbias, el omnigrano les volvió locos, la levadura fue un auténtico golpe de genio… Ha ganado, es usted soberbio, es maravilloso. Ahora, salga pitando de ahí, Tuf, antes de que alguien tenga la idea de hacerle una pregunta sin importancia a la vieja y achacosa Maestre de Puerto y descubran que me he largado de su reunión.
—Debo decir que tal apresuramiento no me gusta demasiado —replicó Haviland Tuf, cruzando las manos con toda la calma sobre su vientre y contemplándola fijamente.
—Tuf —dijo Tolly Mune, prácticamente rechinando los dientes—!Ha ganado su condenada apuesta, pero perderá su nave si no despierta de una vez y aprende rápidamente este nuevo baile. ¡En marcha! ¿Quiere que se lo deletree, maldición? Le han traicionado, Tuf. Violencia. Perfidia. En este mismo instante el Gran Consejo de S’uthlam está discutiendo los últimos detalles de cómo apoderarse de su persona y del Arca, así como del tipo de perfume más adecuado para hacer que ese feo asunto no huela tan mal. ¿Me ha entendido ahora? Apenas hayan terminado de hablar y no creo que tarden mucho, empezarán a dar órdenes y entonces la gente de seguridad caerá sobre usted con sus trineos de vacío y sus pistolas neurónicas. La Flota Defensiva Planetaria tiene ahora mismo, dentro de la telaraña, cuatro navíos del tipo protector y dos acorazados y si les dan la alerta puede que ni siquiera tenga usted tiempo de empezar a moverse. No quiero ninguna condenada batalla espacial haciendo pedazos mi Puerto y matando a los míos…
—Una repugnancia de lo más comprensible —dijo Tuf—. Ahora mismo iniciaré los preparativos para la programación de la salida. Sin embargo, aún nos queda por resolver una pequeña dificultad.
—¿Cuál? —dijo ella, con los nervios de punta. —Desorden sigue hallándose bajo su custodia. No puedo abandonar S’uthlam hasta que no me haya sido devuelta sana y salva.
—¡Olvide a ese condenado animal! —Entre mis abundantes dones no se halla el de la memoria selectiva —dijo Tuf—. He cumplido mi parte de nuestro acuerdo. Debe entregarme a Desorden o habrá infringido nuestro contrato. —No puedo —le replicó Tolly Mune irritada—. Todas las moscas, gusanos e hiladores de la estación saben que esa maldita bestia es nuestra rehén. Si tomo un tren con Desorden bajo el brazo, se darán cuenta de ello y alguien empezará a preguntar por ahí. Si espera el tiempo necesario para que le devuelva esa gata lo pondrá en peligro todo.
—Pese a ello —dijo Haviland Tuf—,debo insistir. —¡Maldito sea! —gritó la Maestre de Puerto, desconectando la pantalla con un furioso golpe.
Nada más llegar al gran atrio del hotel el encargado la recibió con una brillante sonrisa.
—¡Maestre de Puerto! —le dijo con expresión de felicidad—. Qué alegría verla… Ya sabrá que la están buscando. Si quiere recibir la llamada en mi oficina particular…
—Lo siento —dijo ella—, tengo asuntos muy urgentes que atender. La recibiré en mi habitación. —Pasó junto a él casi corriendo y fue hacia los ascensores.
En el exterior de la habitación se encontraban los centinelas que ella misma había colocado ahí.
—Maestre de Puerto Mune —dijo el de la izquierda—. Nos dijeron que si aparecía por aquí, debía llamar inmediatamente a la oficina de seguridad.
—Claro, claro —replicó ella—. Bajen ahora mismo al atrio y no pierdan ni un segundo.
—¿Hay algún problema? —Uno bastante gordo. Se están peleando. No creo que el personal del hotel sea capaz de controlar las cosas por sí solo.
—Nos ocuparemos de ellos, Mamá —dijeron, echando a correr.
Tolly Mune entró en la habitación sintiendo el alivio que representaba su gravedad reducida a un cuarto comparada con la gravedad completa de los pasillos y del atrio. Más allá de las tres capas de plastiacero transparente de la ventana, se distinguía el enorme globo de S’uthlam, la superficie rocosa de la Casa de la Araña y el resplandor de la telaraña. Incluso podía ver la brillante línea del Arca, iluminada por la luz amarilla de S’ulstar.
Desorden estaba dormida sobre la almohada flotante que había ante la ventana, pero nada más entrar la gata despertó y, de un salto, estuvo en el suelo, ronroneando estruendosamente y corriendo hacia ella.
—Yo también me alegro de verte —dijo Tolly Mune, cogiendo al animal—, pero debo sacarte de aquí sin perder ni un segundo. —Miró a su alrededor buscando algo que fuera lo bastante grande como para ocultar a su rehén.
La unidad de comunicaciones empezó a zumbar pero no le hizo el menor caso y siguió buscando.
—¡Maldición! —dijo, furiosa. Tenía que esconder a esa condenada gata pero, ¿cómo? Intentó envolverla en una toalla, pero a Desorden la idea no pareció gustarle en lo más mínimo.
La pantalla se iluminó, sin duda obedeciendo a un código de alta seguridad, y Tolly Mune se encontró contemplando la cabeza del jefe de seguridad del Puerto.
—Maestre de Puerto Mune —le dijo, todavía con cierta deferencia. Tolly se preguntó cuánto tiempo iba a durar ese trato una vez hubiera entendido la situación—. Al fin la encuentro. El Primer Consejero parece creer que tiene usted algún tipo de dificultades. ¿Algún problema?
—En absoluto —dijo ella—. ¿Hay alguna otra razón para molestarme, Danja?
El jefe de seguridad pareció encogerse visiblemente. —Mis disculpas, Mamá. Las órdenes… Nos dieron instrucciones de localizarla sin perder ni un instante e informar de su paradero.
—Pues cúmplalas —dijo ella. Danja volvió a disculparse y la pantalla se oscureció. Estaba claro que nadie le había informado todavía sobre lo que ocurría en el Arca. Bueno, al menos eso le daba un poco más de tiempo. Tolly Mune registró metódicamente una vez más la habitación, tardando sus buenos diez minutos para ponerla patas arriba intentando encontrar algo que pudiera servirle para esconder a Desorden y finalmente decidió que era una causa perdida. Tendría que salir con ella de la habitación, dirigirse a los muelles y requisar un trineo de vacío, dermotrajes y un receptáculo para la gata. Fue hacia la puerta, la abrió, salió al pasillo…
…y vió a los guardias corriendo hacia ella. Retrocedió de un salto y volvió a meterse en la habitación. Desorden emitió un maullido de protesta. Tolly Mune le echó todos los cerrojos a la puerta y conectó el escudo de intimidad, aunque ello no pareció intimidar a los guardias, que empezaron a golpear la puerta.
—Maestre de Puerto Mune —dijo uno de ellos al otro lado de la puerta—, no había ninguna pelea. Abra, por favor, tenemos que hablar.
—Largo —replicó ella secamente—. Es una orden. —Lo siento, Mamá —dijo el guardia—, quieren que llevemos a esa bestia abajo. Dicen que son instrucciones directas del consejo.
La unidad de comunicaciones comenzó a zumbar y unos segundos después la pantalla se iluminó. Esta vez era la consejera de seguridad interna en persona.
—Tolly Mune —le dijo—, se la busca para someterla a interrogatorio. Ríndase de inmediato.
—Aquí me tiene —le respondió Tolly Mune con idéntica sequedad a la empleada por ella—. Hágame sus malditas preguntas. —Los guardias seguían golpeando la puerta.
—Explique las razones de que haya vuelto ahí —dijo la consejera.
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