George Martin - Los viajes de Tuf

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Haviland Tuf es un ser curioso: un mercader independiente de gran tamaño, obeso, calvo y con la piel blanca como el hueso. Es vegetariano, bebe montones de cerveza, come demasiado y le encantan los gatos. Y además es completa y absolutamente honesto. Tuf logra poseer una enorme nave espacial, el Arca, la única superviviente del antiguo Cuerpo de Ingeniería Ecológica de la Vieja Tierra. Al Arca es un artilugio desaparecido hace más de mil años, pero que revive gracias a Tuf y a sus gatos. A lo largo de los siete relatos que forman este libro, Tuf consigue la nave, la repara y resuelve un sinfín de problemas espaciales con la ayuda de la ingeniería ecológica, una profesión que él recupera y a la que añade la impronta de su personalidad, astucia e ironía.

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Dio la vuelta a una pila de equipo y se dio cuenta de que la tenía acorralada. Pero, ¿qué era? Celise Waan avanzó un par de pasos sosteniendo en alto su arma.

Era un gato. Un gato que la contemplaba fijamente, agitando la cola a un lado ya otro. Aunque como gato resultaba algo extraño, desde luego: era muy pequeño, casi parecía un cachorro. Tenía el cuerpo de un blanco muy pálido con brillantes rayas escarlatas, la cabeza resultaba de un tamaño algo superior al normal y en ella ardían dos asombrosos ojos carmesíes.

Otro gato, pensó Celise Waan. justo lo que necesitaba: otro gato.

El gato dio un bufido. Celise Waan retrocedió, levemente sobresaltada. Los gatos de Tuf se le habían enfrentado de vez en cuando, especialmente esa desagradable criatura blanquinegra. Pero no así. Ese bufido había resultado más parecido a un siseo, casi propio de un reptil. No estaba muy segura del porqué, pero le había dado miedo. y su lengua… parecía tener una lengua muy larga y bastante peculiar. El gato lanzó otro bufido. —Ven, gatito —le dijo ella—. Ven aquí, gatito. El animal la contempló sin moverse y sin pestañear, impávido. Luego arqueó el cuerpo hacia atrás y le escupió. El escupitajo dio de lleno en el centro de su visor. Era una espesa materia verdosa que le impidió ver durante unos segundos hasta que se limpió el visor con el dorso de la mano.

Celise Waan decidió que ya había tenido suficiente gatos que soportar.

—Gatito bonito, ven hasta aquí —dijo—. Tengo un regalo para ti.

El gato lazó otro bufido y arqueó el lomo preparándose para escupir de nuevo.

Celise Waan, con un gruñido, le hizo volar en mil fragmentos.

El cañón de plasma le ajustaría perfectamente las cuentas a Kaj Nevis. De eso Jefri Lion no tenía la menor duda. La resistencia del metal con que estaba hecho el traje alienígena era un factor conocido, claro, pero si era comparable a la de los trajes acorazados que llevaban las tropas de asalto del Imperio Federal durante la Guerra de los Mil Años, quizá pudiera repeler el disparo de un láser, soportar pequeñas explosiones o resistir sin problemas un ataque sónico, pero un cañón de plasma era capaz de fundir cinco metros del más sólido acero de un solo disparo. Una buena bola de plasma era capaz de convertir al instante cualquier tipo de armadura personal en metal fundido y Nevis habría quedado incinerado antes de tener tiempo suficiente como para entender qué le había pasado.

La dificultad radicaba en el tamaño del cañón. Era grande y difícil de llevar y la versión teóricamente portátil, con su pequeña pila energética, precisaba casi un minuto entero después de cada disparo para generar otra bola de plasma en su cámara de fuerza. Jefri Lion era consciente de que si su primer disparo fallaba era muy improbable que tuviera tiempo de hacer un segundo intento. Peor aún, incluso con su trípode, el cañón de plasma resultaba difícil de manejar y él llevaba muchos años sin haber pisado un campo de batalla e incluso durante su servicio activo el punto fuerte de Lion había radicado en su mente y en su sentido táctico, no en sus reflejos. Después de haber pasado tantas décadas en el Centro ShanDellor no tenía mucha confianza en la coordinación que pudiera haber en un momento dado entre sus ojos y sus manos.

Así pues, Jefri Lion preparó un plan. Por suerte, los cañones de plasma habían sido empleados con frecuencia para perímetros automatizados y éste poseía la secuencia de fuego automático y la minimente de los modelos habituales. Jefri Lion dispuso el trípode en el centro de un pasillo bastante ancho, aproximadamente a unos veinte metros de una encrucijada. Lo programó con un campo de tiro muy angosto y luego calibró el cubo de fijación de blancos con toda la precisión que pudo conseguir. Después, puso en marcha la secuencia de fuego automático y retrocedió unos pasos con satisfacción. En el interior de la pila vio cómo empezaba a formarse la bola de plasma, haciéndose cada vez más y más brillante. Un minuto después se encendió la luz que indicaba que el cañón estaba listo para disparar. Una vez dispuesta, la minimente del arma era mucho más veloz y poseía una precisión infinitamente superior a la que Lion podía esperar si utilizaba el arma en posición manual. El blanco programado era el centro de la intersección de pasillos que tenía delante, pero sólo dispararía contra objetos cuyas dimensiones excedieran los límites preprogramados.

Por lo tanto, Jefri Lion podía meterse en pleno centro del campo de tiro del arma sin ningún temor, pero Kaj Nevis, dentro de su colosal traje de combate, se iba a encontrar con una sorpresa muy caliente. Ahora lo único que debía hacer era llevar a Nevis a las posición adecuada.

La idea era digna de un genio táctico como el de Napoleón, de Chin Wu o incluso de Stephan Cobalt Northstar. Jefri Lion estaba infinitamente complacido de sí mismo.

Mientras Lion había estado esperando el cañón de plasma el ruido de las pisadas se había ido haciendo más fuerte, pero en el último minuto, aproximadamente, se habían ido debilitando de nuevo. Estaba claro que Nevis había cambiado de rumbo y que no iba a presentarse en la posición adecuada por voluntad propia. Muy bien, pensó Jefri Lion: él se encargaría de llevarle hasta allí.

En la gran pantalla de forma curva, el Arca iba girando sobre sí misma en una sección tridimensional.

Rica Danwstar, que había abandonado el trono del capitán por una posición no tan cómoda pero más eficiente en una de las estaciones del puente, estudió atentamente la imagen y los datos que iban apareciendo bajo ella con cierto disgusto en la expresión. Al parecer, tenía más compañía de la que había creído.

El sistema representaba a las formas de vida dentro de la nave como puntos de un brillante color rojo. Había seis puntos. Uno de ellos se encontraba en el puente y dado que Rica se encontraba obviamente sola, era ella. Pero, ¿cinco más? Aunque Anittas siguiera con vida, sólo habrían debido verse en la imagen otros dos puntos. La imagen no tenía sentido.

Quizá el Arca no fuera realmente un pecio abandonado, después de todo. Quizá todavía hubiera alguien a bordo. A no ser por el hecho de que el sistema afirmaba representar al personal autorizado del Arca como puntos verdes, de los cuales no se veía ninguno en la pantalla.

¿Más ladrones de cadáveres? No parecía muy probable. El único significado posible de lo que veía era que Tuf, Lion y Waan habían logrado abordar la nave, después de todo, aunque no supiera cómo. Además, según los sistemas de la nave había algo vivo en la cubierta de aterrizaje.

Muy bien, eso sí encajaba. Seis puntos rojos querían decir ella, Nevis y Anittas (¿cómo había logrado sobrevivir a las malditas plagas? Los sistemas insistían en que la imagen mostraba sólo organismos vivos) más Tuf, Waan y Lion. Uno de ellos seguía a bordo de la Cornucopia en tanto que los demás…

Era fácil localizar a Kaj Nevis. Los sistemas mostraban también a las fuentes de energía como pequeñas estrellas amarillentas y sólo uno de los puntos rojos estaba rodeado por un halo de tales estrellas. Tenía que ser Nevis dentro de su traje de combate.

Pero, ¿qué era ese segundo punto amarillo de mucho mayor tamaño que ardía en uno de los pasillos vacíos de la cubierta seis? Debía de tratarse de una fuente energética condenadamente fuerte pero, ¿qué era? Rica no lo entendía. junto a ella había visto antes otro punto rojo, pero se había alejado y ahora daba la impresión de estar siguiendo a Nevis, del cual estaba cada vez más cerca.

Mientras tanto, también había puntos negros: las bioarmas del Arca. El gran eje central que atravesaba de un extremo a otro el cilindro asimétrico de la nave estaba prácticamente atestado de puntos negros, pero al menos estos permanecían inmóviles. Otros puntos negros, que debían ser los animales liberados de las cubas, avanzaban por los corredores. Sólo que… había más de cinco. Había, por ejemplo, todo un grupo de puntos negros, quizá treinta o más organismos individuales, fluyendo como un borrón de tinta a través de la pantalla, emitiendo de vez en cuando prolongaciones fugaces. Una de esas prolongaciones se había acercado a un punto rojo y se había apagado de golpe.

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