Avanzó en la dirección por la que había parecido ver huir al animal, moviéndose lentamente para no tropezar, mientras intentaba oír algo. Le pareció percibir un leve sonido de garras como si el animal estuviera cerca de ella, pero resultaba imposible estar segura.
El visor se estaba poniendo cada vez en peor estado y en esos momentos mirar a través de él era ya como hacerlo por un cristal esmerilado. Todo había cobrado un color blanquecino y sólo veía vagas siluetas. No puedo seguir así, pensó Celise Waan, no puedo seguir así ni un instante más. ¿Cómo podía cazar a esa repulsiva criatura felina si estaba medio ciega? Y, lo que era aún peor, ¿cómo saber adónde se dirigía? No había forma de evitarlo, tendría que quitarse ese maldito casco.
Pero entonces recordó a Tuf y sus lúgubres advertencias sobre la posibilidad de que la atmósfera de la nave estuviera contaminada. ¡Claro que Tuf era un hombre ridículo y un estúpido! ¿Acaso había visto alguna prueba de esa contaminación? No, ninguna en absoluto. Había sacado de Cornucopia a ese enorme gato gris y, desde luego, el animal no había parecido sufrir lo más mínimo con la experiencia. La última vez que lo había visto, Tuf lo llevaba en brazos. Naturalmente, había estado discurseando pomposamente sobre períodos de incubación, pero lo más probable era que sólo estuviera intentando asustarla. Por el modo en que obraba con ella parecía gozar cada vez que ofendía su delicada sensibilidad, como por ejemplo al gastarle aquella broma repugnante con la comida para gatos. Sin duda le parecería perversamente divertido el que hubiera logrado asustarla lo suficiente como para hacerla permanecer durante semanas en ese traje incómodo y apestoso que, además, le venía estrecho.
De pronto se le ocurrió que muy probablemente esas criaturas parecidas a gatos que la estaban atormentando eran obra de Tuf y esa sola idea hizo enfurecer enormemente a Celise Waan. ¡Ese hombre era un bárbaro!
Ya casi no podía ver nada. El centro del visor se había vuelto completamente opaco.
Tan decidida como irritada, Celise Waan quitó los sellos protectores del casco y lo arrojó tan lejos como pudo.
Aspiró hondo. El aire de la nave era ligeramente frío y había en él una cierta sequedad no del todo agradable, pero al menos no estaba tan rancio como el reciclado por su traje. ¡Vaya, si era bueno! Celise Waan sonrió. En el aire no había nada pernicioso. Ya tenía ganas de encontrar a Tuf y ajustarle las cuentas como se merecía, aunque sólo fuera de palabra.
Entonces miró hacia abajo y se quedó atónita. Su guante, el dorso de la mano izquierda, la mano que había usado para limpiarse el escupitajo del gato. En el tejido de color dorado había ahora un gran agujero e incluso el entramado metálico que había bajo la superficie parecía, bueno, ¡corroído!
¡Ese gato, ese condenado gato! Si ese escupitajo hubiera llegado a darle en la piel habría… habría… De pronto recordó que ahora ya no llevaba casco. En el otro extremo del pasillo hubo un movimiento fugaz y otro animal parecido a un gato emergió de una puerta abierta.
Celise Waan lanzó un chillido, blandió su pistola y disparó tres veces en rápida sucesión. Pero el animal era demasiado veloz para ella y en una fracción de segundo había vuelto a esfumarse.
No estaría a salvo hasta que esa pestilente criatura hubiera sido liquidada, pensó. Si dejaba que huyera podía saltar sobre ella en cualquier momento cuando estuviera desprevenida, tal y como le gustaba tanto hacerlo a ese molesto cachorro blanco y negro de Tuf. Celise Waan puso un nuevo cargador de dardos explosivos en su pistola y avanzó cautelosamente en persecución del animal.
El corazón de Jefri Lion latía como no lo había hecho durante años. Le dolían las piernas y su respiración se había convertido en un ronco jadeo. Su organismo rebosaba de adrenalina. Intentó correr aún más rápido. Ya sólo faltaba un poco, este pasillo, dar la vuelta a la esquina y luego quizá veinte metros hasta la próxima intersección.
El suelo temblaba cada vez que Kaj Nevis plantaba en él uno de los pesados discos metálicos que le servían de pies y en una o dos ocasiones Jefri Lion estuvo a punto de tropezar, pero el peligro parecía aumentar todavía más la emoción que sentía. Estaba corriendo como si aún fuera joven y ni tan siquiera las zancadas de Nevis, monstruosamente aumentadas por el traje, eran capaces de alcanzarle, por el momento. Aunque sabía que su perseguidor acabaría atrapándole si la persecución se prolongaba demasiado.
Mientras corría cogió una granada luminosa de su bandolera y cuando oyó una de las malditas pinzas de Kaj Nevis chasquear a un metro escaso de su espalda Jefri Lion le quitó el seguro y la arrojó por encima del hombro, apretando aún más el paso y dando la vuelta, por fin, a la última esquina.
Al doblarla se volvió ¡justo a tiempo para ver cómo una silenciosa flor de cegadora luz blanco azulada se abría en el corredor que había dejado apenas hacía un segundo. Sólo la luz reflejada por los muros bastó para dejar deslumbrado a Jefri Lion durante unos instantes. Retrocedió cautelosamente, observando la intersección de pasillos. La granada tendría que haberle quemado las retinas a Nevis y la radiación bastaba para matarle en unos segundos.
La única señal que había de Nevis era una enorme sombra, de una negrura absoluta, que se proyectaba más allá de la intersección de los corredores.
Jefri Lion se batió en retirada, jadeando. y Kaj Nevis, andando muy despacio, apareció en la esquina. Su visor estaba tan oscurecido que parecía casi negro pero, mientras Lion le observaba, el brillo rojo volvió a encenderse lentamente hasta alcanzar su intensidad habitual.
—¡MALDITO SEAS TÜ y TODOS TUS JUGUETES ESTÚPIDOS! —retumbó la voz de Nevis.
Bueno, pensó Jefri Lion, no importaba. El cañón de plasma se encargaría de él, no cabía duda de eso, y ahora sólo estaba a unos diez metros de la zona de fuego.
—¿Abandonas, Nevis? —le desafió, avanzando sin prisas hacia la zona de fuego—. ¿Quizás el viejo soldado ha resultado demasiado rápido para ti?
Pero Kaj Nevis no se movió. Por un momento Jefri Lion se quedó perplejo. ¿Le habría logrado alcanzar la radiación, después de todo, a pesar de su traje? No, era imposible. Pero Nevis no podía abandonar ahora la cacería, no cuando Lion le había logrado llevar con tanto trabajo hasta la zona de fuego y su sorpresa en forma bola de plasma. Nevis se rió. Estaba mirando por encima de la cabeza de Lion. Jefri Lion alzó los ojos justo a tiempo de ver cómo algo abandonaba su escondite en el techo y se lanzaba aleteando sobre él. La criatura era negra como la pez y se impulsaba con unas oscuras y enormes alas de murciélago. Tuvo una fugaz visión de unos ojos rasgados de color amarillo en los cuales ardían dos angostas pupilas rojizas. Luego la oscuridad le envolvió como una capa y una carne, húmeda y rugosa como el cuero, tapó su boca ahogando su grito de sorpresa y pavor.
Rica Danwstar pensó que, de momento, todo era muy interesante.
Una vez se había logrado dominar el sistema y comprenderlos mandos, se podía descubrir un montón de cosas. Por ejemplo, se podía descubrir la masa aproximada y la configuración corporal de todas esas lucecitas que se movían en la pantalla. El ordenador era incluso capaz de preparar una simulación tridimensional siempre que se le pidiera educadamente, cosa que Rica hizo.
Ahora todo estaba empezando a encajar. Así que, después de todo, Anittas había desaparecido de la escena. El sexto intruso, el de Cornucopia, era solamente uno de los gatos de Tuf.
Kaj Nevis y su supertraje andaban persiguiendo a Jefri Lion por la nave. Pero uno de los puntos negros, un drácula encapuchado, acababa de caer sobre Lion.
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