George Martin - Los viajes de Tuf

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Los viajes de Tuf: краткое содержание, описание и аннотация

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Haviland Tuf es un ser curioso: un mercader independiente de gran tamaño, obeso, calvo y con la piel blanca como el hueso. Es vegetariano, bebe montones de cerveza, come demasiado y le encantan los gatos. Y además es completa y absolutamente honesto. Tuf logra poseer una enorme nave espacial, el Arca, la única superviviente del antiguo Cuerpo de Ingeniería Ecológica de la Vieja Tierra. Al Arca es un artilugio desaparecido hace más de mil años, pero que revive gracias a Tuf y a sus gatos. A lo largo de los siete relatos que forman este libro, Tuf consigue la nave, la repara y resuelve un sinfín de problemas espaciales con la ayuda de la ingeniería ecológica, una profesión que él recupera y a la que añade la impronta de su personalidad, astucia e ironía.

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O los ocupantes se habían marchado la noche anterior o el Arca había mantenido toda esta parte de la nave cerrada, inaccesible y en perfecto estado, hasta que su presencia la había activado de algún modo desconocido.

La sección siguiente no había sido tan afortunada. Aquí las habitaciones estaban llenas de polvo y escombros. En una de ellas encontró un esqueleto de mujer, acostado todavía en un lecho que hacía siglos se había convertido en una desnuda armazón metálica. Rica pensó que un poco de aire podía provocar grandes diferencias.

Los pasillos acababan desembocando en otros pasillos bastante más amplios. Rica examinó brevemente las salas de almacenaje, algunas llenas de equipo y otras en las que sólo había cajas vacías. Vio también laboratorios de un blanco impoluto, en una sucesión aparentemente interminable, a ambos lados de un pasillo tan grande como los bulevares de Shandicity. El pasillo acabó conduciéndola a un cruce con otro aún mayor. Rica vaciló durante unos segundos y sacó su arma. Por aquí se debe llegar a la sala de control, pensó. Al menos, se debe llegar a algún sitio importante. Una vez en el pasillo de mayor anchura vio algo en un rincón, unas siluetas borrosas que estaban medio ocultas en pequeñas hornacinas de la pared. Rica avanzó hacia ellas cautelosamente.

Cuando estuvo más cerca se rió y guardó el arma. Las siluetas eran solamente una hilera de vehículos no muy grandes, cada uno de los cuales tenía dos asientos y tres grandes ruedas tipo balón. Las hornacinas de los muros parecían ser los lugares donde se efectuaba la recarga.

Rica sacó uno de los vehículos y se instaló de un ágil salto en el asiento, conectando el interruptor. Por los indicadores parecía que el vehículo estaba cargado al máximo; incluso tenía un faro y éste resultaba una bendición capaz de hacer retroceder las tinieblas delante de ella. Sonriendo, Rica enfiló el gran corredor. No iba muy de prisa, desde luego, pero… ¡qué diablos!, al menos, iba por fin a un sitio concreto.

Jefri Lion les condujo hasta el arsenal y allí Haviland Tuf mató a Champiñón. Lion blandía una linterna y su haz luminoso iba de un lado a otro por las paredes, revelando los montones de fusiles láser, lanzagranadas, pistolas ultrasónicas y granadas de luz, mientras Lion lanzaba exclamaciones de nerviosismo y emoción a cada nuevo descubrimiento. Celise Waan se estaba quejando de que no se encontraba familiarizada con las armas y que no se creía capaz de matar a nadie. Después de todo, era una científica y no un soldado y todo esto le parecía francamente digno de bárbaros.

Haviland Tuf sostenía a Champiñón en su brazos. Cuando Tuf salió nuevamente de la Cornucopia y le cogió, el enorme gato había ronroneado estruendosamente pero ahora estaba muy callado, sólo de vez en cuando emitía un ruidito lamentable, mezcla de maullido y jadeo ahogado. Cuando Tuf intentó acariciarlo se le quedaron entre los dedos mechones del suave pelaje grisáceo. Champiñón lanzó un gemido. Tuf vio que algo le estaba creciendo dentro de la boca. Era una telaraña formada por finos cabellos negros que brotaban de una masa oscura y aspecto de hongo. Champiñón lanzó un nuevo gemido, esta vez más fuerte, y se debatió entre los brazos de Tuf, arañando inútilmente con sus garras la tela metalizada del traje. Sus grandes ojos amarillos estaban velados por una película acuosa.

Los otros dos no se habían dado cuenta, tenían la cabeza muy ocupada con asuntos mucho más importantes que el gato junto al que Tul había viajado durante toda su vida. Jefri Lion y Celise Waan estaban discutiendo. Tuf apretó el cuerpo de Champiñón, inmovilizándolo pese a sus esfuerzos por liberarse. Le acarició por última vez y le habló con voz suave y tranquila… Luego, con un gesto rápido y seguro, le rompió el cuello.

—Nevis ya ha intentado matarnos —estaba diciéndole Jefri Lion a Celise Waan—. No me importa lo mucho que pienses quejarte, pero debes cumplir con la parte de trabajo que te corresponde. No puedes esperar que Tuf y yo llevemos todo el peso de nuestra defensa. —Tras el espeso plástico de su visor, Lion la miró, frunciendo el ceño—. Ojalá supiera algo más sobre ese traje de combate que lleva Nevis —dijo Lion—. Tuf, ¿un láser puede penetrar esa armadura Unqi? ¿O resultaría más efectivo algún tipo de proyectil explosivo? Yo diría que un láser… ¿Tuf? —Se dio la vuelta y con el movimiento, el haz luminoso de la linterna hizo oscilar violentamente miles de sombras en las paredes—. ¿Dónde estás, Tuf?

Pero Haviland Tuf se había ido.

La puerta que daba a la sala del ordenador se negaba a ceder. Kaj Nevis le dio una patada y el metal se abolló por el centro mientras que la parte superior quedaba separada del marco. Nevis la pateó una y otra vez, estrellando su enorme pie acorazado con una fuerza increíble contra el metal de la puerta que, comparativamente, era más delgada. Luego—;… apartó a un lado los destrozados fragmentos de la puerta y entró en la sala, llevando el cuerpo de Anittas en sus brazos inferiores.

—¡ME GUSTA ESTE MALDITO TRAJE! —dijo. Anittas lanzó un gemido.

La subestación vibraba con un leve zumbido subsónico, como un siseo de inquietud animal. Luces de colores se encendían y apagaban en los controles como enjambres de luciérnagas.

—En el circuito —dijo Anittas, moviendo débilmente la mano, en lo que tanto podía ser una señal como un espasmo—. Llévame al circuito —repitió. Las partes de su cuerpo que seguían siendo orgánicas tenían un aspecto horrible. Su piel estaba cubierta por un sudor negruzco y de cada poro rezumaban gotitas de líquido negro como el ébano. De la nariz le chorreaba un continuo flujo de mucosidad y su único oído orgánico sangraba abundantemente. No podía mantenerse en pie ni caminar y también parecía estar perdiendo la capacidad de hablar. El apagado resplandor rojo del casco teñía su piel con una tonalidad carmesí que empeoraba todavía más su aspecto general—. De prisa —le dijo a Nevis—. El circuito, por favor, llévame hasta el circuito…

—¡CALLA O TE DEJARÉ CAER AHORA MISMO! —le respondió Nevis. Anittas se estremeció como si la voz amplificada del traje fuera una agresión física. Nevis examinó la sala hasta encontrar la consola de conexión y fue hasta ella dejando al cibertec en una silla de plástico blanco que parecía fundirse con la consola y el suelo metálico. Anittas gritó— ¡CÁLLATE! —repitió Nevis. Cogió torpemente el brazo del cibertec, casi arrancándoselo del hombro. Resultaba bastante difícil calibrar adecuadamente su fuerza dentro del maldito traje y manipular objetos pequeños era aún más difícil, pero no pensaba quitárselo. Le gustaba el traje, sí, le gustaba mucho. Anittas gritó de nuevo pero Nevis no le hizo caso. Finalmente logró hacer que los dedos metálicos del cibertec quedaran extendidos y los metió dentro del circuito—. ¡yA ESTÁ! —dijo, retrocediendo un par de pasos.

Anittas se derrumbó hacia adelante y su cabeza se estrelló contra la consola de metal y plástico. Tenía la boca abierta en —un rictus de agonía y por ella empezó a brotar sangre mezclada con un fluido muy espeso que se parecía bastante al aceite. Nevis le contempló con el ceño fruncido. ¿Habría llegado demasiado tarde a la sala del ordenador? ¿Se habría muerto ya el maldito cibertec, dejándole abandonado cuando más falta le hacía?

Entonces las luces empezaron a encenderse por hileras y el zumbido se hizo aún más fuerte. Luego las luces empezaron a encenderse y apagarse cada vez más de prisa. Anittas estaba dentro del circuito.

Rica Danwstar avanzaba por el gran pasillo y, pese a las circunstancias, en esos instantes estaba casi alegre. De pronto la oscuridad que había ante ella se convirtió en luz. Los paneles del techo fueron saliendo uno por uno de su largo sueño y, a lo largo de kilómetros y kilómetros de nave, el negro de la noche cedió ante un día tan brillante que durante un instante tuvo que cerrar los ojos.

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