“Yo sí —pensó Richard—. Es un código. Ha descubierto algo.”
—A veces la llevan a hacerle pruebas a las dos, y puede que piense que si estuviera en otro sitio que no sea su habitación la prueba será mejor. Es una niña muy inteligente.
“Sí que lo es”, pensó Richard.
—¿Y dónde se supone que tengo que estar a las dos y diez?
—Usted no. Ésa es la cuestión. Dondequiera que este usted, el busca sonará y le dirá dónde está ella. Por desgracia, tengo que reunirme con mi abogado a la una y media, así que no estaré allí, pero Maisie probablemente podrá responder cualquier pregunta que tenga.
“Esperemos que sea así —pensó el, viendo cómo la señora Nellis se encaminaba al ascensor—. Maisie debe de haber encontrado a alguien más que vio a Joanna en el ascensor o en uno de los pasillos.” O, si había suerte, en la habitación con Carl Aspinall. La señora Nellis entró en el ascensor. Richard esperó a que la puerta se cerrara y luego se encaminó a la UCI cardíaca.
—Me preocupaba que no fuera capaz de descifrarlo —dijo Maisie en cuanto entró en la habitación—. Creí que tal vez debería haber dicho a las dos y veinte, cuando se hundieron, en vez de cuando enviaron el último mensaje.
—¿Que has averiguado?
—Eugene ha hablado con el celador que vio a Joanna ese día. En la dos-este. Dice que la vio hablar con el señor Mandrake.
Mandrake. Entonces la había visto de verdad, no había inventado el incidente para su egoísta responso. Debió de emboscarla cuando subía a ver a la doctora Jamison.
—¿Bien? —exigió Maisie.
Richard sacudió la cabeza.
—Joanna tal vez se topara con Mandrake, pero no le habría dicho nada. ¿Oyó el celador lo que dijo Mandrake? Maisie negó con la cabeza.
—Le pregunté a Eugene. Dijo que estaba demasiado lejos, pero que el señor Mandrake habló un buen rato, y ella también. Dijo que ella se estaba riendo.
—¿Que se estaba riendo? ¿Con Mandrake?
—Lo se —dijo Maisie, haciendo una mueca—. Tampoco me parece muy gracioso. Pero es lo que dice Eugene que dijo su amigo.
Era una historia de tercera mano, no, de cuarta, de alguien que estaba demasiado lejos para oír lo que decían, y la posibilidad de que Joanna le hubiera revelado a Mandrake algo trascendente era nula, pero Richard le había prometido a Joanna que seguiría intentándolo.
Y no se podía llegar mucho más lejos.
—Estaba esperando que me llamara —dijo Mandrake cuando Richard le telefoneó desde el mostrador de la UCI cardíaca—. La señora Davenport me ha dicho que habló con usted de los mensajes que ha estado recibiendo.
“No puedo, hacer esto —pensó Richard, y estuvo a punto de colgar el teléfono—. Es traicionar a Joanna. A ella no le importaría —pensó de repente—. Lo único que le importaba era llevarme el mensaje.”
—Quiero verlo —dijo—. ¿Está en su despacho?
—Sí, pero me temo que tengo vanas citas esta tarde, y mi editor… —Hubo una pausa, presumiblemente mientras comprobaba su agenda—. ¿Le vendría bien a las dos…? No, tengo una reunión… y mi publicista viene a las tres. ¿Le viene bien a la una?
—A la una —dijo Richard, y colgó, pensando que con suerte en la próxima hora y media encontraría la respuesta y no tendría que hablar con él.
Revisó de nuevo las transcripciones de Joanna, haciendo una lista de todo lo que contenían: la piscina, Scotland Road, la sala de correo, la llave… la llave. ¿Qué era la llave? Cohetes, gimnasio, bicicletas mecánicas, sala de comunicaciones, sacas de correo… Buscaba elementos comunes en su ECM y la de Amelia Tanaka. Las dos habían mencionado puertas y frascos, un frasco de productos químicos en el caso de Amelia y de tinta en el de Joanna, pero no había habido ninguno en su caso. ¿Una llave? El tuvo que girar la llave para abrir la puerta del pasillo, el señor Briarley había ido a la sala de correo para tomar la llave del armario que contenía los cohetes, el marinero que había manejado la lámpara Morse había dicho algo sobre una llave, y Amelia, al hablar del catalizador, había dicho: “Tenía que encontrar la llave.”
“Eso es demasiado forzado”, pensó, y Joseph Leibrecht no había dicho nada de ninguna llave. Y llave no era una de las palabras subrayadas en las transcripciones.
Muy bien, pues, ¿cuáles eran esas palabras? ¿Agua? No había habido agua en su ECM ni en las de Amelia, ni niebla tampoco. Tiempo, pensó, recordando el reloj de la pared del pasillo de la White Star. A Amelia le preocupaba terminar su examen a tiempo, y Joseph Leibrecht había mencionado que oyó sonar la campana de una iglesia y supo que eran las seis. Y el Titanic trataba de ganar tiempo.
Y hablando de tiempo, ¿qué hora era? La una menos diez. Tiempo suficiente para ir a preguntarle a Vielle que otras palabras había subrayado Joanna en las transcripciones y luego pasarse por el despacho de Mandrake.
Bajó a la tercera. El pasillo tenía un gran tablón, “Cerrado por reparaciones”. Debían de haberse quedado sin cinta amarilla. Tendría que bajar al sótano y salir. Empezó a recorrer el pasillo. El busca de su bolsillo sonó, un timbrazo apremiante y agudo. “La señal de Maisie”, pensó, sacándoselo del bolsillo. Pulsó el botón rojo: “Seis-oeste”, leyó, y debajo, la hora, las 12.58.
Seis-oeste. ¿Qué estaba haciendo allí? Luego se fijó en la hora, las 12.58.
—dijo a las dos y diez.
Echó a correr hasta la tercera, cruzó el pasillo, subió las escaleras de servicio.
Consiguió llegar a la sexta planta en tres minutos y diecinueve segundos y se desplomó, sin aliento, contra el puesto de enfermeras.
—Rápido. Maisie Nellis. ¿Dónde está?
—Allí abajo, segunda puerta —dijo la sorprendida enfermera, y a él no se le ocurrió, mientras corría por el pasillo, que la enfermera no habría estado tan tranquila en una emergencia, que no había ninguna alarma de código sonando.
Entró en la sala, donde Maisie yacía tan tranquila en una camilla, mirando su busca.
—¿Ha hablado ya con el señor Mandrake? —dijo ansiosamente.
—¿Cómo… quieres… que hable? —dijo él, entre jadeos—. Me has… llamado. ¿Para qué?
Y se desplomó en una silla junto a la pared.
—El simulacro.
—Se suponía que el simulacro iba a ser a las dos y diez, no a la una y cincuenta y ocho.
—Lo de las dos y diez era un código. Me han traído aquí a hacerme unas pruebas, y he pensado que sería buena idea hacer lo del busca en un sitio donde no supiera dónde estaba, para ver si funcionaba o no.
—Bueno, pues funcionó, así que ningún simulacro más. Sólo quiero que me llames en una emergencia real. ¿Comprendido?
—¿Pero no deberíamos practicar unas cuantas veces? —dijo ella, mirando reacia el busca—. ¿Para que pueda llegar más rápido?
“Ya he sido lo bastante rápido —pensó él—. He llegado en menos de cuatro minutos, desde una punta del hospital hasta casi la otra. A tiempo.” Y no tenía ningún medio para salvarla.
—No. Llámame si entras en parada, y sólo si entras en parada.
—¿Y si veo que voy a entrar en parada y luego resulta que no?
—Entonces será mejor que no resulte, que sólo querías hablarme del incendio del circo de Hartford. Y lo digo en serio.
—Vale —dijo ella, reacia.
—Muy bien. —Richard miró su reloj. La una y diez—. Llego tarde a mi cita con Mandrake. Y no digas “no puede irse todavía”.
—No iba a hacerlo —dijo ella, indignada—. Iba a desearle buena suerte.
Iba a hacerle falta más que suerte, se dijo Richard mirando a Mandrake sentado tras una enorme mesa pulida.
—Le esperaba a la una —dijo Mandrake, mirando su reloj—. Ahora me temo que tengo… Sonó el teléfono.
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