“Eso es —pensó—. Por eso Maisie se lo ha dicho. Para que viniera aquí. Para que insistiera en que fuera a verla. Ha descubierto donde estuvo Joanna y ésta es su forma de decírmelo. ¿Pero por qué no ha telefoneado? ¿O hecho que me llamaran al busca?”
—Tendré que hablar con Maisie antes de tomar ninguna decisión referida al proyecto —dijo.
—Por supuesto. Lo notificaré a la UCI cardíacos. Maisie no tiene teléfono en su habitación, pero le diré a la enfermera del sector que le deje hablar con ella.
“Maisie no tiene teléfono —pensó él, y no podía hacer que nadie transmitiera un mensaje suyo—. Ésta es su forma de comunicármelo.”
—… y si tiene problemas para que le dejen pasar, dígale a los de la UCI que me llamen —dijo ella—. Me encargaré de que lo pongan en la lista de visitantes aprobados, y después de ver a mi abogado, hablare con Archivos sobre el proceso de solicitud. Y le dejo para que trabaje en su proyecto. ¡Se que sus logros van a producirse pronto! —dijo, sonriendo alegremente, y se marchó.
Richard espero a oír sonar el ascensor, y entonces agarró su bata y su placa de identificación, una carpeta de aspecto oficial por si las moscas, y abrió la puerta. Kit estaba allí, con la mano a punto de llamar.
—Vamos —dijo él— Maisie ha descubierto dónde estuvo Joanna. La condujo hasta la séptima y luego cruzaron un pasillo, pensando: tantas estas horas haciendo mapitas han dado su fruto. Puedo llegar a cualquier parte del hospital en cinco minutos.”
—¿Te ha llamado? —preguntó Kit, trotando para mantener su ritmo.
—En cierto modo —contesto él, abriendo la puerta al fondo del pasillo. ¿Qué estas haciendo aquí, Kit? ¿Has descubierto algo?
— No estoy segura, pero si tienes razón sobre Maisie, no importará. De todas formas, puede esperar.
El la condujo hasta la sexta y luego recorrieron el pasillo de la UCI cardíaca, donde una voluntaria guardaba la puerta. Richard le tendió la carpeta a Kit y pasaron de largo y atravesaron las puertas dobles. La enfermera miró brevemente su identificación y sonrió. Richard condujo a Kit hasta la habitación de Maisie. La enfermera que había ante la puerta se levantó.
—¿Puedo ayudarles? —preguntó, moviéndose para bloquear la puerta.
—Soy el doctor Wright. He venido a ver a Maisie Nellis.
—Oh, sí, la señora Nellis dijo que vendría —dijo la enfermera, y les franqueó el paso. Maisie estaba tumbada, viendo la tele. El doctor Wright ha venido a verte —informó la enfermera, rodeando la cama para comprobar los goteros. Pulsó un botón.
—Hola —dijo Maisie, sin interés, y siguió mirando la tele.
“¿Y si estoy equivocado y no intentaba enviar un mensaje? —pensó Richard, observándola—. ¿Y si me lo he inventado todo?
La enfermera enderezó el tubo de la intravenosa, pulsó de nuevo el botón y salió, cerrando la puerta tras ella.
—Ya era hora —dijo Maisie, sentándose en la cama—. ¿Por qué ha tardado tanto?
Más cerca, mi Dios, de Ti.
Ultimas palabras del presidente WILLIAM McKINLEY, asesinado de un disparo.
Joanna contempló el pelo rubio del operador del telégrafo, su rostro joven y despejado, el rostro que reía feliz desde la foto de la biblioteca del señor Briarley.
—Eres el prometido de Kit —dijo.
—¿Conoce a Kit? —dijo él, quitándose los auriculares—. No está aquí, ¿verdad? —Dio un salto y agarró a Joanna por los hombros—. Dígame que no está aquí.
—No —respondió Joanna rápidamente—. Está bien, está… Pero él ya había vuelto a sentarse, y seguía transmitiendo.
—Tengo que enviarle un mensaje —dijo, tecleando el código—. Tengo que decirle que lo siento, fue culpa mía, no miré por dónde iba.
—Ni yo tampoco —dijo Joanna.
—Tengo que decirle que la quiero —dijo Kevin, el índice tecleando incansable el código—. No se lo dije. Ni siquiera le dije adiós. —Tomo los auriculares y se los llevó al oído—. No hay respuesta. Está demasiado lejos.
—No, no lo está —dijo Joanna, arrodillándose junto a él, la mano en su brazo—. El mensaje llego, ella sabe que la amabas. Entiende que no pudieras decirle adiós.
—¿Y estará bien? —preguntó él ansiosamente—. La dejé sola.
—No esta sola. Tiene a Vielle, y a Richard.
—¿Richard? —Una expresión de dolor cruzó su rostro y fue sustituida por algo triste—. Temía que estuviera sola. Temía que estuviera demasiado lejos para que llegara el mensaje. —Dejó los auriculares sobre la mesa.
— No lo estaba —dijo Joanna, todavía arrodillada junto a el— No lo está. Y tengo que enviar un mensaje. Es importante. Por favor. El asintió, puso el dedo sobre la tecla.
— ¿Qué quiere decir?
“Adiós —pensó Joanna— Lo siento. Os quiero.” Miró la chispa. Undulaba, titilaba.
— Dile a Richard que la ECM es una señal de socorro del cerebro a todos los sistemas del cuerpo. Dile que…
Alguien la hizo ponerse brutalmente en pie.
— Los botes hinchables no estaban allí —gruñó Greg, agarrándola por los hombros— ¿Dónde están? —La sacudió— ¿Dónde están?
— No lo entiende —dijo Joanna, mirando frenéticamente a Kevin— Tengo que enviar un…
Pero Greg la había soltado y había agarrado el brazo de Kevin.
— ¡Es un telégrafo inalámbrico! —dijo— ¡Está enviando un SOS! Hay barcos que van a venir a salvarnos, ¿verdad? ¿Verdad? Kevin sacudió la cabeza.
— El Carpathia viene de camino. Pero está a cincuenta y ocho millas de aquí. No llegará a tiempo. Está demasiado lejos para que llegue. Joanna tomó aire.
— ¿Qué quiere decir con que está demasiado lejos? —dijo Greg, y Joanna comprendió por fin lo que había oído en su voz en Urgencias. Había creído que era desesperación, pero no lo era. Era incredulidad, furia— ¿Cincuenta y ocho? —dijo, sacudiendo a Kevin para que se volviera a mirarlo— Tiene que haber algo más cerca. ¿A quién más está transmitiendo?
—El Virginia, el Olympic, el Mount Temple…, pero ninguno está lo bastante cerca para ayudar. El Olympic está a más de quinientas millas de distancia.
— Entonces envíe el SOS a alguien más —dijo Greg, y empujó a Kevin a la silla— Envíelo a alguien que esté más cerca. ¿Y ese barco, el de la luz que vio todo el mundo?
— No responde.
— Tiene que responder —dijo Greg, y forzó la mano de Kevin contra la tecla— Transmita. SOS. SOS.
Kevin miró a Joanna y luego se inclinó hacia delante y empezó a tecleare! mensaje. Punto-punto-punto. Raya-raya-raya. Sobre su cabeza, la chispa azul saltó, fluctuó, desapareció, volvió a arquearse.
“Se está apagando”, pensó Joanna, y se interpuso entre ellos.
— ¡No! Es demasiado tarde para enviar un SOS. Dile a Richard que es un SOS, dile que las ECM de la señora Troudtheim son la clave.
—¡Siga enviando el SOS! —gritó Greg, agarrando a Joanna por la muñeca—. Usted muéstreme dónde están los chalecos salvavidas.
—Tienes que hacer que el mensaje le llegue a Richard —le dijo ella a Kevin—. dile que es un código, que los neurotransmisores…
Pero Greg ya la había sacado de la sala de comunicaciones a la cubierta.
—¿Dónde están los salvavidas? ¡Tenemos que permanecer a flote hasta que llegue el barco! ¿Dónde los guardan?
—No lo sé —dijo Joanna, indefensa, mirando hacia la puerta de la sala de comunicaciones. De ella irradiaba luz, dorada, pacífica, y en la luz estaba sentado Kevin, su cabeza dorada inclinada sobre la clave del telégrafo sin hilos, la chispa sobre su cabeza como un halo. “Por favor”, rezó Joanna. “Que logre comunicar.”
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