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Robert Sawyer: Vuelta atrás

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Sawyer: Vuelta atrás» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 2008, ISBN: 978-84-666-3781-7, издательство: Ediciones B, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Robert Sawyer Vuelta atrás

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La doctora Sarah Halifax logró descifrar y contestar el primer mensaje enviado por extraterrestres. Al cabo de treinta y ocho años, cuando ella es ya casi nonagenaria, llega la respuesta. Sólo Sarah es capaz de descifrarla, si vive el tiempo suficiente… Sarah y su esposo Don son sometidos a un costoso tratamiento de rejuvenecimiento (vuelta atrás). Don recupera la fortaleza física de sus veinticinco años, pero Sarah… Sawyer ofrece de nuevo una interesantísima exploración ética y moral, esta vez a escala humana y también cósmica, sobre la vida y el papel de la tecnología en el desarrollo futuro del ser humano.

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—A mí también me enterrarán aquí —dijo Don—. La información sobre mí se añadirá al otro lado.

La mitad de Sarah decía:

SARAH DONNA ENRIGHT HALIFAX
AMADA ESPOSA Y MADRE
29 DE MAYO DE 1960 — 20 DE NOVIEMBRE DE 2048
HABLÓ CON LAS ESTRELLAS

Don miró el espacio en blanco donde se escribirían algún día sus propios datos. El año de la muerte probablemente empezaría con un dos y un uno: mil novecientos sesenta y dos, mil ciento y algo. Su pobre y querida Sarah probablemente yacería aquí sola durante casi un siglo.

Sintió una opresión en el pecho. No había llorado mucho en el funeral. La tensión de saludar a tanta gente, las prisas yendo de un lado a otro… lo había soportado todo casi en estado de conmoción, supuso, ayudado por Emily.

Pero ya no había prisas. Estaba solo con Gunter, agotado emocional y físicamente.

Miró de nuevo la lápida, las letras borrosas.

«Amada esposa.»

«Amada madre.»

Las lágrimas empezaron a acudir en tropel, arrasaron sus mejillas demasiado lisas y, después de intentar valientemente contenerlas durante medio minuto, Don se derrumbó contra Gunter. Y, ya fuera por algo que había visto en la televisión, o porque surgiera de él espontáneamente, sintió en el centro de la espalda la mano del robot palmeándolo amablemente, tranquilizándolo con un abrazo.

43

Don recordaba haberse preguntado si el tiempo pasaría lento o rápido para él ahora que volvía a ser joven. Una posibilidad era que los años pasaran despacio, como lo habían hecho en su juventud real, cuando cada uno parecía tardar una eternidad en cumplir su ciclo.

Pero no fue eso lo que sucedió. Antes de que se diera cuenta había pasado más de un año entero: el calendario indicaba que era ya 2050 y él tenía veintisiete años y también ochenta y nueve.

Pero, aunque su paso le hubiera parecido rápido, ese año había cambiado las cosas, aunque él mismo se encontraba a veces con la mirada perdida, pensando en Sarah y…

Y…

No. Sólo en Sarah y nada más que en Sarah. Sabía que era la única que debía ocupar sus pensamientos, aunque…

Aunque sin duda Lenore sabía que Sarah había muerto. Durante las primeras semanas después de su fallecimiento, Don había supuesto que tendría noticias suyas. En otras épocas ella hubiese podido mandarle un telegrama de pésame o una tarjeta, nada que invitara al diálogo, nada que requiriera una respuesta por su parte. Pero en los tiempos que corrían las únicas opciones de Lenore eran llamar por teléfono, lo cual sin duda daría pie a una conversación, o enviar un correo electrónico, que Don se habría visto obligado a responder por educación.

Pero cuando pasó el primer mes y luego el siguiente, se dio cuenta de que ella no iba a ponerse en contacto con él, cosa que, supuso, era lo mejor, porque ¿qué podría haber dicho? ¿Que lamentaba que Sarah hubiera muerto? Y sin embargo, ¿no habría sido demasiado horrible reconocer entre líneas la imposibilidad de descartar la idea de que lamentaba que Sarah no hubiera muerto antes? ¿Descartar toda lectura de que la existencia de Sarah era al fin y al cabo lo que había mantenido a Lenore y Don separados?

Cada pocas semanas, él buscaba en la web referencias a Sarah. Había tantas cosas sobre ella, aunque la mayoría fueran antiguas, que parecía que, de un modo extraño, siguiera viva.

Sin embargo, nunca buscaba su propio nombre en Google. Como había dicho Randy Trenholm, había montones de discusiones sobre las peculiares circunstancias de su vuelta atrás y descubrió que leerlas le asqueaba. Pero de vez en cuando introducía el nombre de Lenore, para ver qué encontraba. Había terminado ya su máster y, como había dicho que esperaba conseguir, se había mudado a Christchurch a realizar allí su doctorado.

Él leyó todo lo que le aportaron sus búsquedas: referencias a ella en la web de la Universidad de Canterbury, citas a un trabajo de investigación que había hecho siendo estudiante, sus ocasionales participaciones en los grupos de noticias políticas, un vídeo suyo en una mesa redonda de un congreso en Tokio. Veía aquel clip una y otra vez.

Nunca superaría la pérdida de Sarah; lo sabía. Pero tenía que continuar con su vida y pronto esa vida cambiaría completa y radicalmente, de maneras que ni siquiera podía imaginar. McGavin decía que el vientre estaría listo en cuestión de semanas. Naturalmente, la gestación tardaría algún tiempo: siete meses, según el mensaje que habían enviado los dracos.

Lenore llevaba ya casi año y medio fuera de su vida. Era demasiado esperar que todavía estuviera libre de compromisos. Y, aunque lo estuviera, tal vez todo aquel «episodio» (ésa sería la palabra que emplearía) fuera algo que querría dejar atrás, de todas formas: la época en la que se había enamorado de un hombre que creía su contemporáneo, sólo para descubrir, para su horror y su sorpresa, que era (de nuevo aquel odiado término) un octogenario.

Y sin embargo…

Y sin embargo, finalmente, ella parecía haber asimilado más o menos la realidad de lo que Don era, aceptado sus dos edades, su juvenil exterior y su no tan juvenil interior. Sería un auténtico milagro encontrar a alguien más que pudiera aceptar eso, y aunque aquélla era la época de los milagros y las maravillas, él no creía en aquella clase de prodigios.

Naturalmente, pensó, un hombre sensato se pondría en contacto con Lenore, por teléfono o por correo electrónico. Un hombre sensato no volaría medio mundo con la débil esperanza de ser recibido con los brazos abiertos. Pero él no era un hombre sensato: era extraordinariamente tonto. Las dos mujeres que había amado se lo habían dicho.

Y por eso…

Y por eso allí estaba, en un vuelo a Nueva Zelanda. Mientras ocupaba su asiento en el avión, se dio cuenta de que tenía una verdadera ventaja sobre los alienígenas de Sigma Draconis. Los dracos sólo podían emitir sus mensajes en la oscuridad; a menos que obtuvieran una respuesta no sabían si su señal había sido recibida y tenían que esperar años. Él al menos vería la cara de Lenore. Eso era todo lo que necesitaba ver: el mensaje que contuviera cuando ella lo mirara por primera vez sería desprotegido y sincero, una señal sin cifrar. Y sin embargo, qué no hubiese dado por conocer la respuesta de antemano…

Por el cielo que nos cubre,
por el Dios que ambos adoramos…
Dile a este doliente desventurado si,
en el lejano Edén,
podrá abrazar a la santa doncella
a quien los ángeles llamaron Lenore.

Don había acabado en un asiento de ventanilla. Lo que tal vez resultaba una ventaja en un vuelo doméstico, en uno intercontinental implicaba, si uno quería levantarse con frecuencia para estirar las piernas, molestar. En su caso no a uno, sino a otros dos pasajeros, uno de los cuales, el del asiento central, era un hombre de al menos setenta y cinco años. Don recordaba demasiado bien lo que suponía ponerse en pie a esa edad, sobre todo en un espacio pequeño e incómodo, y por eso soportó estar allí atrapado, mirando las interminables vistas de cimas de nubes y la sucesión de programas en el monitor de la parte trasera del asiento que tenía delante alternativamente.

Después de cuatro horas de vuelo, el anciano que estaba sentado a su lado inició una conversación.

Buenoía —dijo, y al cabo de un momento Don descifró el acento australiano: «Buenos días»—. Me llamo Roger.

Don supuso que regresaba a casa: ese vuelo continuaba hasta Melbourne después de hacer escala en Auckland, donde él mismo haría transbordo hasta Christchurch.

—¿Qué estaba haciendo en Toronto? —le preguntó Don, después de confirmar el pedigrí de Roger en la conversación.

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