Robert Sawyer - Vuelta atrás

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La doctora Sarah Halifax logró descifrar y contestar el primer mensaje enviado por extraterrestres. Al cabo de treinta y ocho años, cuando ella es ya casi nonagenaria, llega la respuesta. Sólo Sarah es capaz de descifrarla, si vive el tiempo suficiente… Sarah y su esposo Don son sometidos a un costoso tratamiento de rejuvenecimiento (vuelta atrás). Don recupera la fortaleza física de sus veinticinco años, pero Sarah…
Sawyer ofrece de nuevo una interesantísima exploración ética y moral, esta vez a escala humana y también cósmica, sobre la vida y el papel de la tecnología en el desarrollo futuro del ser humano.

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Sabía lo que tenía que hacer.

Y lo haría al día siguiente, aunque… No, daba igual. Nada de excusas. Lo haría al día siguiente.

El calendario no espera a nadie, y daba la casualidad de que aquel día, jueves, 15 de octubre, era su cumpleaños. No se lo había dicho a Lenore: no quería que gastara el poco dinero que tenía en un regalo para él, y desde luego, con lo que tenía planeado hacer, se alegraba doblemente de habérselo ocultado.

Y además, ¿qué importancia tenía cumplir ochenta y ocho años si tu cuerpo había sido rejuvenecido? Cuando eres un chaval, los cumpleaños son la caña. En la madurez se les da mucha menos importancia y sólo se celebra una fiesta cuando se comienza una nueva década y, tal vez, se les dedica un momento de íntima reflexión cuando el reloj personal de cada uno rebasa un número que termina en cinco. Pero después de cierta edad, todo cambia de nuevo. Hay que celebrar cada cumpleaños, pues cada cumpleaños es un logro… porque puede ser el último. A menos que tengas una vuelta atrás. Cumplía ochenta y ocho años. ¿Tenía que celebrarlo o que ignorarlo?

Y no es que cumplir otro año significara automáticamente que su edad biológica pasara a ser de veintiséis años en vez de los veinticinco iniciales. La cifra de veinticinco era una estimación, lo sabía. La vuelta atrás era un conjunto de ajustes biológicos, no una máquina del tiempo con indicadores digitales. Sin embargo, le gustaba pensar que tenía físicamente veintiséis años. Tener veinticinco le parecía ser obscenamente joven: había algo ridículamente despreocupado en esa edad. Pero tener veintiséis era acercarse a los treinta y empezar a ser respetable. Y aunque fuera sólo una estimación, estaba envejeciendo, como hacía todo el mundo, día a día, y esos días tenían que ser agrupados, ¿no?

Que fuera su cumpleaños era una coincidencia desafortunada, lo sabía, pues se acordaría del final de su relación con Lenore cada uno de los muchos cumpleaños que todavía tenía por delante.

Llegó al Duque de York a eso del mediodía y se encontró con Gabby.

—Hola, Don —dijo ella, sonriendo—. Gracias por ayudarnos en el banco de comida el fin de semana pasado.

—No hay de qué. Fue un placer.

—Lennie ha llegado ya. Está en el rinconcito.

Don asintió y se dirigió al pequeño cuarto. Lenore estaba leyendo su datacom, pero alzó la cabeza cuando él apareció y se puso inmediatamente en pie y abrió los brazos para besarlo.

—¡Feliz cumpleaños, cariño! —declaró.

—¿Cómo… cómo lo sabías?

Ella sonrió con picardía… pero, naturalmente, casi toda la información estaba en la red en aquellos días. En cuanto se sentaron, Lenore sacó un paquete envuelto en papel azul metálico.

—Feliz cumpleaños —repitió.

Don miró el paquete.

—¡No tendrías que haberlo hecho!

—¿Qué clase de novia sería si me olvidara de tu cumpleaños? Venga, ábrelo.

Él lo hizo. Dentro había una camiseta blanca, con el familiar círculo rojo tachado de prohibición y la palabra QWERTY* [6] El tipo de teclado más común, cuyo nombre está formado por los seis caracteres correspondientes a las seis primeras teclas alfabéticas. (N. del T.) escrita con seis fichas de Scrabble.

Don se quedó boquiabierto. Le había contado la primera vez que habían jugado al Scrabble que desaprobaba que qwerty estuviera en el Diccionario oficial de jugadores de Scrabble. Siempre la había visto escrita en mayúsculas y las palabras en mayúsculas no eran válidas en el Scrabble. Todos los diccionarios que había consultado coincidían en la grafía excepto uno: en una nota del Tercer nuevo diccionario internacional Webster decía que el término «a menudo no aparecía en mayúsculas». Pero ese mismo diccionario, demasiado liberal, decía que «toronto» podía escribirse con «T» minúscula cuando se usaba como adjetivo, y el Diccionario oficial de jugadores de Scrabble no lo había incluido, gracias a Dios. Como incontables partidas de los torneos se habían ganado usando la palabra qwerty, nadie quería aceptar que era trampa. Como con su campaña a favor de Gunter, Don había convencido a pocos.

—¡Gracias! —dijo—. Es fabuloso.

Lenore sonreía.

—Me alegro de que te guste.

—¿Gustarme? ¡Me encanta!

—Te quiero —dijo ella, pronunciando las palabras por primera vez, mientras deslizaba la mano sobre la mesa y tomaba la suya.

Las hojas de los árboles de la avenida Euclid habían cambiado de color. En una mezcla de anaranjado y amarillo y marrón el año envejecía: el invierno caería pronto sobre ellos. Don y Lenore paseaban de la mano. Ella charlaba animadamente, como de costumbre, pero él estaba demasiado preocupado para decir gran cosa, pues sabía que la acompañaba a su casa por última vez.

La brisa de la tarde empujaba por el asfalto resquebrajado las hojas secas mezcladas con basura. Pasaron ante casas de ventanas cerradas con tablones y ante un mendigo borracho acampado junto a una alcantarilla antes de llegar. Por el costado de la casa desvencijada bajaron al apartamento del sótano. Después de entrar y quitarse el abrigo, Lenore se puso a preparar café y Don echó un vistazo alrededor. No había muchos objetos personales de ella: sabía que los viejos muebles eran de la casa. Las pocas pertenencias que tenía probablemente cabían en un par de maletas. Sacudió la cabeza asombrado, recordando cuándo había sido su propia vida tan manejable, tan liviana.

—Toma —dijo Lenore, tendiéndole una taza humeante—. Esto te ayudará a entrar en calor.

—Gracias.

Ella se sentó en el brazo del sofá.

—Y sé de otra cosa que podría calentarte, chico del cumpleaños —dijo, con chiribitas en los ojos.

Pero él negó con la cabeza.

—¿Y si mejor jugamos al Scrabble?

—¿En serio? —preguntó Lenore.

Él asintió.

Ella lo miró como si fuera de otro planeta. Pero luego sonrió y se encogió de hombros.

—Claro, si te apetece.

Se tumbaron en la ajada alfombra y ella usó su datacom para proyectar un tablero holográfico de Scrabble entre ambos. Sacó una «E» y Don una «J», así que salió primero.

A veces, cuando juega al Scrabble, un jugador advierte que tiene algunas de las letras que hacen falta para formar una buena palabra y las aparta, esperando hacerse con las demás en turnos posteriores. Al principio del juego, Don se encontró con que tenía una «C» y una «T», con un valor de cuatro y cinco puntos respectivamente. Dejó pasar varias oportunidades de usarlas, pero al final consiguió la mayoría de las que quería, aunque como jugador serio odiaba malgastar una «S». Colocó las piezas a la izquierda de una «P» que Lenore había colocado antes.

CEL STIAL

—La que falta es una «E» —dijo Don, respondiendo a la expresión de asombro de ella—. «Celestial.»

Ella arrugó la nariz.

—No creo que sin la «E» venga en ningún diccionario.

Él asintió.

—Lo sé. Sólo quería, ya sabes, quería que… —Calló, lo intentó otra vez—: Durante el resto de mi vida, cada vez que oiga esa palabra, voy a pensar en ti. —Hizo una pausa—. Más que ninguna de las cosas que han hecho los doctores de Rejuvenex, más que cualquier aspecto de la vuelta atrás, has sido tú quien me ha hecho sentirme joven de nuevo, sentirme vivo.

Ella le ofreció aquella radiante sonrisa suya.

—Te quiero —dijo—, con todo mi corazón.

—Y yo también te quiero, Lenore —respondió él, reflejando el sentimiento de ella como pudo. Miró su hermoso rostro, sus pecas, los ojos verdes, el pelo anaranjado, consagrándolos a la memoria—. Y —añadió, absolutamente seguro de que era cierto—, siempre te querré.

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