Robert Reed - Médula

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Reed - Médula» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Город: Madrid, Год выпуска: 2007, ISBN: 2007, Издательство: La Factoría de Ideas, Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Médula: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Médula»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La Gran Nave lleva viajando por el espacio más tiempo del que su tripulación es capaz de recordar. Desde que, hace algunos milenios, entró en la Vía Láctea y fue colonizado por los humanos, este colosal vehículo del tamaño de un planeta ha vagado por la galaxia transportando a billones de hombres y miles de razas alienígenas que han conseguido la inmortalidad gracias a la alteración genética.Pero los pasajeros no viajan solos: en el interior de la nave duerme un secreto tan antiguo como el propio universo. Ahora está a punto de despertar…

Médula — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Médula», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Washen era veinte centímetros más baja, y más frágil, pero consiguió cojear hasta el cuerpo más cercano, se arrodilló y limpió la carnicería en que se había convertido su rostro. Vio que era el de Diu. Sus heridas eran incluso peores que las de ella. Se había encogido como una fruta vieja y le habían metido la cara en un escarpado puño de hierro. Pero sus rasgos estaban ya medio curados. Mezclado con su agonía había un desafío claro, y el capitán consiguió esbozar una sonrisa mutilada y guiñar un ojo, un ojo gris y superviviente que se clavó en Washen mientras la boca maltratada escupía dientes y ceceaba.

—Un aspecto maravilloso, señora. Como siempre…

Saluki estaba empalada en un palo de hiperfibra tostada.

Las piernas de Broq estaban separadas del cuerpo y el capitán, inmerso en una angustia entumecida, se había arrastrado hasta las piernas y se las había apretado contra las articulaciones equivocadas.

Pero eran los hermanos los que peor estaban. Sueño se había estrellado contra un desprendimiento de hierro y su hermana había impactado después contra él. Los huesos y la carne estaban mezclados. Lenta, muy lentamente, la carnicería se separaba y la curación apenas había comenzado.

Washen volvió a colocar las piernas de Broq. Luego, con la ayuda de Diu, sacó con suavidad a Saluki del palo y la colocó a la sombra del mismo para que se curase. Mientras Diu vigilaba a los hermanos, Washen registró entre los restos en busca de cualquier cosa que pudiese ser útil. Había conservas y uniformes de campaña, pero las máquinas no querían funcionar. Intentó convencerlas para que despertaran, pero ninguna estaba lo bastante bien para declarar siquiera «estoy rota».

Si por algo tenían suerte era porque la corteza parecía estable de momento. No podían permitirse hacer nada salvo curarse y descansar, mientras comían el triple de sus raciones. Más tarde, Saluki incluso se las arregló para encontrar dos refugios instantáneos y las mochilas de supervivencia, además de dos petacas de diamante llenas de champán. Tan caliente como el suelo a esas alturas, pero delicioso.

Sentados a la sombra de un refugio instantáneo, los seis capitanes acabaron con la petaca.

Fingieron que era de noche, se acurrucaron y discutieron lo que iban a hacer al día siguiente. Se indicaron las opciones y se sopesaron, y luego se desechó la mayoría.

Esperar y vigilar: esa fue la decisión colectiva que tomaron.

—Le daremos a Miocene tres días para encontrarnos —dijo Washen. Luego se sorprendió intentando acceder al reloj implantado que llevaba, por pura costumbre. Pero todos y cada uno de sus implantes, cada minúsculo nexo, había quedado frito por el mismo fuego eléctrico que los había arrancado del cielo.

En un mundo sin noche, ¿cuánto tiempo eran tres días?

Lo calcularon lo mejor que pudieron y luego esperaron un día más, por si acaso. Pero no había ni rastro de Miocene ni de ningún otro capitán. No sabían lo que había inutilizado su coche, pero debía de haber dejado sin energía todos los demás. Al ver que no tenían más alternativa, Washen miró a cada uno de sus compañeros, sonrió como si se avergonzara y admitió ante ellos:

—Si queremos volver a casa, da la sensación de que vamos a tener que caminar.

12

Haz algo nuevo y nada más, y haz esa única cosa sin cesar (sobre todo si es dolorosa, conlleva peligro y nadie la ha planeado), y entonces tu memoria comienza a gastarte una de sus bromas más antiguas e imprevistas.

Washen ya no recordaba haber estado en ningún otro sitio.

Se encontraba de pie, en la base de una alta montaña recién nacida o en lo más profundo de una selva de vientre negro y sin caminos, y era como si todo lo que recordaba de su antigua vida no fuese más que un sueño sofisticado e imposible, más olvidado que recordado y como si esos recuerdos, en el fondo, fuesen de lo más ridículos.

Esta marcha era letal. Cubrir cualquier distancia era un trabajo lento y traicionero, incluso cuando los capitanes aprendieron trucos grandes y pequeños para mantenerse en marcha en lo que rezaban para que fuese la dirección correcta.

Médula los despreciaba. Quería verlos muertos, y no le importaba la forma de asesinarlos. Y el odio era obvio para todos. Washen sentía ese humor cada momento del día y sin embargo se negaba a admitirlo, por lo menos delante de los demás. Salvo por las maldiciones, que no contaban.

—¡Puta montaña, puto viento, putos hierbajos comedores de puta mierda!

Todos tenían sus insultos favoritos, y guardaban las palabras más despiadadas para los peores retos.

—Estúpido hierro de mierda. ¡Te odio! ¿Me oyes? ¡Te odio, igual que me odias tú a mí!

Cada día era una marcha dura interrumpida por la constante búsqueda de comida. Lo que antes habían comido como alimento ceremonial se convirtió en su alimento diario: atrapaban insectos gigantes, les arrancaban las alas y los asaban sobre hogueras calientes y llenas de grasa. La fuerte carne albergaba calorías y nutrientes suficientes para devolverles a los capitanes todo su tamaño y casi toda su antigua salud. Washen fue aprendiendo poco a poco qué insectos eran los que menos mal sabían. Descendiente desesperada de simios cazadores, la capitana aprendió sola dónde estaban las guaridas de los bichos y cuál era la mejor forma de cazarlos, y después de lo que podría haber sido el primer año (un poco menos o quizá un poco más), ya no volvió a irse a dormir con hambre. Ninguno tuvo que vivir famélico. Promesa y Sueño tomaron muestras de la suntuosa vegetación, vomitaron lo que era amargo más allá de lo indecible, pero terminaron dominando la cocina lenta y cuidadosa de todo lo demás.

Cuando la lengua se adapta, el alma la sigue.

A principios del segundo año hubo un día bueno. Bueno de verdad, genuino. Para Washen y los demás comenzó con solo despertar. La primera comida de los capitanes los dejó satisfechos. Luego, los seis comenzaron a trotar hacia el horizonte, transportando las pocas posesiones que tenían en las caderas y en las espaldas amplias y sudadas. Desandaban la senda que habían volado. Sin mapas digitales, tenían que fiarse de recuerdos compartidos de extraños picos volcánicos, barrancos negros y retorcidos, y algún que otro mar manchado de minerales. Médula disfrutaba drenando sus mares y haciendo estallar sus montañas, y eso conllevaba confusiones, dudas y retrasos. Cuando veían que se habían levantado nuevas barreras hacia el cielo tenían que dar largos rodeos. A la primera señal de haberse perdido, los capitanes tenían que parar y hacer un reconocimiento. Sin estrellas ni sol, siempre se corría el riesgo de perderse embarazosa y completamente. Pero ese día bueno mantuvieron el curso sin desviarse en ningún momento. Diu encontró una cadena de montañas afiladas como un cuchillo en las que a las botas de campaña les resultaba fácil correr y el cielo era agradable, cubierto por una fina llovizna fría que caía sobre ellos y los mantenía casi frescos. Continuaron hasta que sintieron un agotamiento cómodo y corrieron hasta el siguiente punto de referencia, una inmensa escarpa que se cernía sobre ellos al final del día.

Plantaron el campamento en las sombras más profundas de un valle próximo. Un arroyo de agua de lluvia bajaba bailando por un lecho estrecho y vacilante que con toda probabilidad no tenía ni cincuenta años. El agua de lluvia siempre era mejor que el agua de manantial. Cierto, podían saborear el hierro en cada trago. Y solía haber un residuo sulfuroso. Pero no era ese caldo ahogado por los minerales y las bacterias que subía del subsuelo. De hecho, era lo bastante fresco para darse un baño, un auténtico lujo. Washen se frotó hasta dejarse la piel en carne viva, y luego se vistió (salvo por las destrozadas botas) y se estiró bajo un inmenso árbol protector, estudió los pies largos y desnudos y el agua ajetreada, y notó en su interior una emoción inesperada. Era una emoción que se parecía, contra todo pronóstico, a la satisfacción. Incluso a la felicidad, un tanto diluida.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Médula»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Médula» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Robert Reed - Mind's Eye
Robert Reed
Robert Reed - Mother Death
Robert Reed
Robert Jordan - L'ascesa dell'Ombra
Robert Jordan
Robert Sawyer - Origine dell'ibrido
Robert Sawyer
Robert Silverberg - Il marchio dell'invisibile
Robert Silverberg
Robert Reed - Marrow
Robert Reed
libcat.ru: книга без обложки
Robert Charette
Robert Heinlein - Fanteria dello spazio
Robert Heinlein
Robert Silverberg - Il figlio dell'uomo
Robert Silverberg
Отзывы о книге «Médula»

Обсуждение, отзывы о книге «Médula» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x