—Sólo la palpitación de mi sangre, tratando de pasar bajo las sogas que me sujetan las muñecas.
—Cordeles, no sogas, Nafai. Pero es como si fueran de acero.
—No estás cortando mi sangre, Elemak, sino la tuya —dijo Nafai—. Pues tu sangre será desconocida en la Tierra, mientras que la mía vivirá por mil generaciones.
—Suficiente —dijo Elemak.
—Ahora diré lo que se me antoje, pues ya has decidido matarme. ¿Qué más da si digo la verdad? ¿Debo temer que me patees o me escupas, cuando ya miro a la muerte en la cara?
—Si tratas de provocarme para que te dispare, no dará resultado. Le hice una promesa a Rasa, y cumpliré mi palabra.
Pero Luet notó que las palabras de Nafai surtían cierto efecto. El grupo estaba cada vez más tenso, y para todos era evidente que el enfrentamiento aún no se había producido, aunque Elemak pensara que ya había ganado.
—Ahora montaremos nuestros camellos —dijo Elemak—. Y nadie regresará para tratar de salvar a este amotinado, pues de lo contrario compartirá su destino.
Si Euet no hubiera creído que Nafai y el Alma Suprema tenían algún plan, habría insistido en quedarse a morir junto a su esposo. Pero lo conocía bastante, aun al cabo de pocos días, y sabía que Nafai no estaba atemorizado. Y aunque era un joven valiente, al menos ella captaría su miedo si él creía que iba a morir de veras.
Su madre debía sentir lo mismo, comprendió Luet, pues tampoco protestaba. Ambas aguardaban, viendo cómo se desarrollaba el plan.
Elemak y Mebbekew empezaron a alejarse de Nafai. De pronto Mebbekew se volvió, apoyó el pie en el hombro de Nafai y lo empujó para tumbarlo en la arena. Con las manos atadas a los tobillos, Nafai no pudo hacer nada para amortiguar la caída. Pero ahora Luet le veía la espalda, y notó que los cordeles estaban mal anudados.
Conque de eso se trataba. El Alma Suprema hacía todo lo posible para influir sobre Mebbekew y Elemak, para que ellos vieran cuerdas bien ceñidas cuando en realidad ni las habían anudado. Normalmente no tenía el poder de estupidizarlos, o al menos de distraer tanto a Elemak. Pero entre Hushidh y Nafai, con su cháchara peligrosa e irritante, habían logrado encolerizar tanto a Elemak que el Alma Suprema tenía más poder para confundirlo. En verdad, debía haber otros que veían que Nafai no estaba bien maniatado, aunque afortunadamente los que podían ver mejor eran los menos propensos a comentarlo: Rasa, Hushidh y Shedemei. En cuanto a los demás, con ayuda del Alma Suprema sin duda veían lo que esperaban ver, lo que Elemak y Mebbekew les habían inducido a ver.
—Sí —dijo la dama Rasa—, vamos a los camellos.
Caminó enérgicamente hacia los animales. Luet y Hushidh la siguieron.
Los demás también dieron media vuelta para marcharse.
Todos menos Eiadh. Permaneció inmóvil, mirando a Nafai. Los demás, de pie junto a los camellos arrodillados, se volvieron y vieron que Elemak se le acercaba y le apoyaba la mano en la espalda.
—Sé que esto lastima tu tierno corazón, Edhya —dijo Elemak—. Pero a veces un jefe tiene que actuar con firmeza, por el bien de todos.
Ella ni siquiera lo miró.
—Nunca pensé que un hombre pudiera enfrentar la muerte con tanta serenidad —dijo.
Maravilloso, le dijo Luet al Alma Suprema. ¿Estás haciendo que ella se enamore aún más de Nafai? Magnífica ayuda. Así garantizas que nunca tengamos paz, aunque Nafai salga de ésta con vida.
(Confía un poco en mí, por favor. No puedo hacer todo al mismo tiempo. ¿Qué prefieres, que Eiadh olvide a tu esposo, o que tu esposo viva y la caravana siga viaje hacia el campamento de Volemak?)
Confío en ti. Sólo preferiría que las cosas no llegaran tan lejos.
—¡Óyeme! —exclamó Nafai.
—No ganarás nada con tus súplicas —dijo Elemak—. ¿O quieres pronunciar un último discurso de amotinado?
—No nos hablaba a nosotros —dijo Eiadh—. Le hablaba al Alma Suprema.
—Alma Suprema, ya que he depositado mi confianza en ti, libérame de las manos asesinas de mis hermanos. Dame fuerzas para romper estos cordeles que me sujetan las manos.
¿Qué pensaron los demás? Luet no podía saberlo. Ella sólo vio que Nafai se liberaba fácilmente de las cuerdas, se levantaba torpemente. Pero los otros sin duda vieron lo que más temían: Nafai destrozando las cuerdas con las manos, irguiéndose con porte majestuoso y amenazador. Sin duda el Alma Suprema concentraba toda su influencia en los demás, sin afectar a los que ya habían aceptado su propósito. Luet, Hushidh y Rasa veían la realidad de lo que ocurría. Los demás veían algo que no era real, aunque estaba lleno de verdad: que Nafai tenía en sí el poder del Alma Suprema, que era el elegido, el verdadero líder.
—¡No llevaréis esos camellos hacia ninguna ciudad conocida para la humanidad! —exclamó Nafai. Su voz tensa y ronca llegó hasta los camellos, donde Vas ayudaba a Sevet a montar—. Tu motín contra el Alma Suprema ha terminado, Elemak. Sólo que el Alma Suprema es más misericordiosa que tú. Te dejará vivir, pero sólo mientras jures que nunca más alzaras tu mano contra mí. Mientras prometas concluir el viaje que iniciamos, reunirte con Padre y luego continuar hacia el mundo que el Alma Suprema ha preparado para nosotros.
—¿Qué truco es éste? —exclamó Elemak.
—El único truco es el que usaste para engañarte a ti mismo —dijo Nafai—. Pensaste que al sujetarme con cuerdas también podías sujetar al Alma Suprema, pero te equivocabas. Podrías haber estado al mando de esta expedición si hubieras sido obediente y sabio, pero estabas enceguecido por el ansia de poder y la envidia, así que ahora no tienes más opción que obedecer al Alma Suprema o morir.
—¡No me amenaces! —exclamó Elemak—. Tengo el pulsador, necio, y te he condenado a muerte.
—¡Mátalo! —dijo Mebbekew—. Mátalo ahora, o lo lamentarás por siempre.
—Vaya valentía, pequeño Meb —dijo Hushidh—, instigar a tu hermano a hacer aquello que tú jamás te atreverías.
Le habló con tanto desdén que Mebbekew retrocedió como si lo hubieran abofeteado.
Pero Elemak no retrocedió. Al contrario, avanzó, empuñando el pulsador. Luet notó que estaba aterrorizado, absolutamente convencido de que Nafai había obrado un milagro al zafarse tan fácilmente de sus ligaduras. Pero de un modo u otro, estaba decidido a matar a su hermano menor, y el Alma Suprema no podía detenerle.
No tenía el poder para disuadir a Elemak de su propósito.
—¡Elya, no lo hagas! —exclamó Eiadh. Echó a correr, lo aferró, le tiró del brazo que empuñaba el arma—. Hazlo por mí. Si lo tocas, Elya, el Alma Suprema te matará, ¿no lo sabes? Es la ley del desierto… lo que tú mismo dijiste. ¡El motín es muerte! No te rebeles contra el Alma Suprema.
—Ese no es el Alma Suprema —dijo Elemak. Pero la voz le temblaba de miedo e incertidumbre, y sin duda el Alma Suprema estaba aprovechando cada jirón de duda de su corazón, magnificándolo mientras Eiadh le suplicaba—. Ése es mi arrogante hermanito.
—Pudiste haber sido tú —dijo Nafai—. Pudiste haber sido tú quien condujera a los demás, siguiendo el plan del Alma Suprema. El Alma Suprema jamás me habría elegido a mí, si hubieras estado dispuesto a obedecer.
—Escúchame a mí, no a él —dijo Eiadh—. Tú eres el padre del hijo que llevo dentro de mí… ¿cómo sabes que no tengo un hijo dentro de mí? Si lastimas a Nafai, si desobedeces, morirás, y mi hijo no tendrá padre.
Al principio Luet temió que Elemak interpretara los ruegos de Eiadh como otra prueba de que su esposa amaba a Nafai más que a él. Pero no fue así. Ella le suplicaba que no dañara a Nafai para salvar su propia vida. En consecuencia, sólo podía tomarlo como prueba de que lo amaba a él, pues trataba de salvarlo a él.
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