Orson Card - Las naves de la Tierra

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Las naves de la Tierra: краткое содержание, описание и аннотация

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El planeta Armonía, colonizado por humanos hace casi cuarenta millones de años, ha estado siempre bajo el cuidado de una inteligencia artificial: el Alma Suprema, el ordenador que todo lo sabe y todo lo protege. Pero el Alma Suprema ha envejecido y está debil. Debe volver a la lejana Tierra para recabar la ayuda del Guardián.
Nafai y su familia, los elegidos del Alma Suprema, deben afrontar una larga travesía por el desierto y dirigirse, aun sin saberlo, hacia el viejo puerto espacial de Armonía que, tras cuarenta millones de años, espera, en silencio y abandonado, la orden que ha de lanzar de nuevo las viejas naves interestelares hacia su largo retorno a la Tierra. Pero no todos los expedicionarios han elegido o aceptado su exilio ni los designios del Alma Suprema. Los odios, las rivalidades y las luchas por el liderazgo hacen todavía más arduo un viaje ya de por si difícil.
De nuevo Card se muestra como un maestro en la comprensión de la psicología de las personas y nos ofrece, como ya hiciera en El Juego de Ender, un interesante retrato del ser humano y de sus motivaciones. La lucha por el dominio de un pequeño grupo, los puntos de los diversos sexos, el difícil paso del matriarcado de Basílica a un patriarcado justificado por la dureza de la vida nómada son, en manos de Orson Scott Card, elementos más que suficientes para hacer de libro una narración que se recuerda con satisfacción y agradecimiento.

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—Mentira —dijo Nafai.

—Por favor, habla de nuevo para que pueda ejecutarte como el amotinado que eres.

—¡Contén la lengua, Nafai, hazlo por mí! —exclamó Luet.

—Todos le habéis oído, ¿verdad? —dijo Elemak—. Se ha rebelado contra mi autoridad y ha intentado llevar un grupo hacia su destrucción. Eso es motín, que es mucho más grave que el adulterio, y la pena es la muerte. Todos sois testigos. Todos tendríais que confesarlo ante un tribunal, si fuera necesario.

—Por favor —dijo Luet—. Déjalo en paz, y no hablará más.

—¿Es verdad, Nafai? —preguntó Elemak.

—Si continúas tu viaje hacia la ciudad —dijo Nafai—, el Alma Suprema no tendrá motivos para contener a los bandidos, y todos pereceréis.

—¿Veis? —dijo Elemak—. Aun ahora intenta amedrentarnos con fantasías sobre bandidos inexistentes.

—Es lo que tú has hecho continuamente —intervino Shedemei—. Obligarnos a obedecerte por temor a que nos encontraran los bandidos.

Elemak se volvió hacia ella.

—Nunca afirmé que estuvieran a pocos metros de distancia, ocultándose en una cueva, sólo que existía la probabilidad de que nos atacaran. Sólo he dicho la verdad… pero este mocoso piensa que sois tan necios que creeréis sus evidentes mentiras.

—Creed lo que os plazca —dijo Nafai—. Pronto tendréis pruebas.

—Motín —declaró Elemak—, y todos vosotros, aun su propia madre, seréis testigos de que no tuve opción, porque él se negaba a desistir de su rebelión. Si no fuera mi propio hermano, yo no habría esperado tanto tiempo. El ya estaría muerto.

—Y si tú no tuvieras genes que el Alma Suprema considera preciosos —dijo Nafai—, Gaballufix te habría matado cuando no condujiste a Padre hacia su trampa.

—Con acusarme no ganas nada, sino agravar tu delito —dijo Elemak—. Despídete de tu madre y tu esposa… desde donde estás, sin moverte.

—Elemak, no puedes hablar en serio —dijo Rasa.

—Tú misma conviniste conmigo, Rasa, en que nuestra supervivencia dependía de la obediencia a la ley del desierto, y acordamos una pena.

—Veo que tú, maliciosamente…

—Cuidado, Rasa. Haré lo que se debe hacer, aunque también sea preciso abandonarte aquí para que mueras.

—No te preocupes, Madre —dijo Nafai—. El Alma Suprema está con nosotros, y Elemak está indefenso.

Luet comenzó a comprender qué se proponía Nafai. Parecía muy tranquilo, increíblemente tranquilo. Entonces debía estar seguro de que el Alma Suprema podría protegerlo. Debía tener su propio plan, y entonces era preferible que Luet guardara silencio y le dejara hacer, a pesar de sus temores.

Me gustaría que me revelaras el plan, sin embargo, le dijo al Alma Suprema.

(¿Plan?) respondió el Alma Suprema.

A Luet le temblaron las manos.

—Pronto veremos cuan indefenso estás tú —dijo Elemak—. Mebbekew, coge unos metros de la cuerda más liviana y átale las manos. Usa un nudo de cincha, bien fuerte, y no te preocupes si le cortas la circulación en las manos.

—¿Veis? —dijo Nafai—. Tiene que matar a un hombre maniatado.

No lo hagas, exclamó Luet en su corazón. ¡No lo induzcas a dispararte! Si dejas que te ate, puedes tener una oportunidad.

Elemak miró de reojo a Mebbekew, quien caminó hacia los camellos y regresó con una cuerda.

Mientras Mebbekew sujetaba las manos de Nafai a su espalda, ciñéndole las muñecas, Hushidh avanzó un paso.

—Quédate donde estás —advirtió Elemak—. Lo ataré y lo abandonaré por respeto a la dama Rasa, pero no me molestaría dispararle y terminar de una vez.

Hushidh se quedó donde estaba, pues de todos modos había obtenido lo que deseaba, la atención de los demás.

—Elemak planeó esto desde un principio —declaró— porque quería matar a Nafai. Sabía que Nafai no tendría más remedio que oponerse si él decidía regresar. Lo organizó todo para contar con una excusa legal para el homicidio.

Elemak pestañeó.

Luet notó que estaba perdiendo los estribos. ¿Qué haces, Hushidh, hermana mía? ¡No lo induzcas a matar a mi esposo mientras estamos aquí!

—¿Por qué haría Elya una cosa semejante? —intervino Eiadh—. Estás diciendo que mi Elemak es un asesino, y no es así.

—Eiadh, pobre ingenua —dijo Hushidh—. Elemak quiere matar a Nafai porque sabe que si tú pudieras escoger hoy, lo abandonarías para quedarte con Nafai.

—¡Mentira! —exclamó Elemak—. ¡No respondas, Eiadh! ¡No digas nada!

—Porque él no soporta oír la verdad —dijo Hushidh—. La oirá en tu voz.

Ahora Luet comprendía. Hushidh estaba usando el talento que le daba el Alma Suprema, tal como cuando Rashgallivak se encontraba en el vestíbulo de la casa de Rasa, planeando usar sus soldados para secuestrar a las hijas de Rasa. Hushidh decía las palabras que destruirían la lealtad de los seguidores de Elemak, que le quitarían todo respaldo. Los estaba desvinculando, y si lograba pronunciar algunas frases más, lo conseguiría.

Lamentablemente, Luet no era la única que lo comprendía.

—¡Que se calle! —dijo Sevet, con voz áspera y ronca, pues aún no se había recobrado de la herida que le había infligido Kokor. Pero podía hacerse oír, y su voz doliente llamó aún más la atención—. No dejéis que hable Hushidh. Es una descifradora, y es capaz de volvernos a todos contra todos. Vi cómo lo hacía con los hombres de Rashgallivak, y puede lograrlo ahora, si la dejáis.

—Sevet tiene razón —dijo Elemak—. Ni una palabra más, Hushidh, o lo mataré.

Hushidh abrió la boca para hablar de nuevo. Pero algo —tal vez el Alma Suprema— la contuvo. Se volvió y regresó al lugar donde estaba antes, frente a Rasa y Shedemei. Se había desvanecido la última esperanza, por lo que veía Luet. El Alma Suprema podía lograr que la gente de voluntad débil se aturdiera o se atemorizara unos instantes, pero no tenía fuerzas para detener a un hombre empeñado en asesinar. No tenía fuerzas para lograr que los bandidos se volvieran repentinamente amables con Nafai, en caso de que lo hallaran. Y por cierto no podría impedir que los animales del desierto lo encontraran y lo devorasen. El ardid de Hushidh había sido la última posibilidad, y no había resultado.

No, no desesperaré, pensó Luet. Tal vez, si lo dejamos aquí, podamos abandonar la partida y regresar para desatarlo. O tal vez yo pueda matar a Elemak mientras duerme y…

No, no. Ella era incapaz de matar, y lo sabía. Ni siquiera si el Alma Suprema lo ordenaba, como le había ordenado a Nafai que matara a Gaballufix. Ni siquiera entonces podría hacerlo. Y tampoco podría escabullirse para ayudar a Nafai a tiempo. Era el fin. No había esperanzas.

—Ya está atado —dijo Mebbekew.

—Déjame revisar el nudo —dijo Elemak.

—¿Crees que no sé atarlo? —preguntó Mebbekew.

—El ordenador que ellos adoran tiene presuntamente el poder para volver a la gente más estúpida que de costumbre —dijo Elemak—. ¿No es así, Nafai?

Nafai no respondió. Luet se enorgulleció de él, pero aún sentía temor. Pues sabía que el poder del Alma Suprema era muy grande en un largo período de tiempo, pero muy pequeño en un momento dado.

Ahora Elemak estaba detrás de Nafai, apuntándole el pulsador a la espalda.

—Arrodíllate, hermanito.

Nafai no se arrodilló, pero Meb empezó a hacerlo, como por reflejo.

—Tú no, imbécil. Nyef.

—El condenado —dijo Nafai.

—Sí, tú, hermanito. Arrodíllate.

—Si vas a dispararme, prefiero morir de pie.

—No hagas tanta alharaca. Quiero atarte las manos a los tobillos, así que arrodíllate.

Lenta y cuidadosamente, Nafai se arrodilló.

—Siéntate sobre los talones —dijo Elemak—. Así. Ahora, Meb, pasa los extremos del cordel entre los tobillos, subiéndolos delante de las piernas, y átalos frente a las muñecas. Eso es, donde no pueda alcanzarlos con los dedos. Muy bien. ¿Sientes algo en las manos, Nafai?

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