Clifford Simak - Caminaban como hombres

Здесь есть возможность читать онлайн «Clifford Simak - Caminaban como hombres» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, Год выпуска: 1963, Издательство: Edhasa, Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Caminaban como hombres: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Caminaban como hombres»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Parker Graves, periodista, llega una noche a su casa para descubrir que ante su puerta se ha dispuesto una trampa. Para horror suyo, esta trampa se convierte en una bola, de esas de bolera, y huye. Muy pronto, toda la ciudad se transforma en el escenario de extraños sucesos — os edificios son comprados por sumas fabulosas, no se renuevan las licencias de arrendamientos, los negocios establecidos son cerrados, y nadie encuentra un lugar donde poder vivir.

Caminaban como hombres — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Caminaban como hombres», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

—Sí — dije —. Están jugando al golf o han salido de pesca.

—Parker, ¿crees que Atwood tiene algo que ver con esto?

—No lo sé — dije —. No me sorprendería. Indagaré un poco.

—¿Qué puedes hacer? — preguntó Joy algo asustada.

—Puedo ir hasta la casa de los Belmont. Atwood dijo…

—No me gusta la idea — me dijo bruscamente —. Ya estuviste allí una vez.

—No me meteré en líos. Puedo encargarme de Atwood.

—No tienes coche.

—Puedo coger un taxi.

—No tienes dinero para taxi.

—El taxi me llevará hasta ese lugar — dije —. Y me traerá de vuelta. Entonces pasaré por la oficina y le pagaré.

—Piensas en todo — dijo.

—Bien, casi todo.

Hubiera deseado saber, me dije al colgar, si realmente pensaba en algo.

CAPITULO XXX

La primera cosa que advertí fue que la ventana había sido cerrada. Cuando había salido de ese lugar la noche anterior, la había dejado abierta, pero sin el ridículo pensamiento, a pesar de todo, de que debía volver a cerrarla.

Pero ahora la ventana estaba cerrada, y las cortinas caían sobre ella y traté de recordar, pero sin lograrlo, si antes había esas cortinas o no.

La casa aparecía antigua y desvaída a la pálida luz del sol, y desde el este pude escuchar el lejano rumor del agua rompiendo sobre la playa. Me detuve a observar la casa y no había nada, me dije, nada que pudiera temer. Era sólo una casa vieja y ordinaria, sus escuálidos huesos suavizados por el sol…

—¿Desea que lo espere, señor? — me preguntó el conductor.

—No tardaré mucho — le respondí.

—Escuche, amigo, eso es cosa suya. A mí no me importa. El marcador seguirá funcionando.

Caminé por el sendero. Bajo mis pies crujían las hojas que habían caído sobre los pastelones del pavimento.

Primero golpearía la puerta, decidí. Lo haría en forma civilizada y decente. Y si nadie acudía cuando tocara el timbre, entonces entraría por la ventana, tal como ya lo había hecho. El conductor del taxi, más que seguro, trataría de descubrir lo que yo me proponía. Pero no era cosa suya. Todo lo que tenía que hacer era esperarme y llevarme de vuelta.

Sin embargo, me dije, alguien había cerrado la ventana y quizás estaba con pestillo. Pero eso no me detendría.

Nada podría detenerme ahora. Sin embargo, comprendí que si me hubiera dado el tiempo suficiente como para pensar la razón por la cual quería entrar a esa casa, qué posible razón tenía para ver a Atwood, probablemente no encontraría ninguna respuesta. ¿Instinto? Hubiera deseado saberlo. Joy había dicho algo acerca del instinto humano, ¿o había sido Atwood el que lo había mencionado? No podía recordarlo. ¿Era, entonces, el instinto el que me indicaba que debía ver nuevamente a Atwood, sin saber por qué, sin tener la menor idea de lo que le diría o qué propósito llevaría al decirle algo?

Subí los escalones e hice sonar la campanilla y esperé. Y al ir a tocar el timbre nuevamente, escuché pasos por el salón.

La puerta se abrió; había una muchacha, vestida con el negro y blanco uniforme de una sirvienta.

No pude apartar los ojos de ella.

La sirvienta no se movió, esperándome. Su mirada era atrevida.

—Esperaba — dije finalmente — encontrar aquí al señor Atwood.

—Señor — dijo ella —. Tenga la bondad de pasar.

Entré al salón y allí también había grandes diferencias. Anoche, la casa había estado cubierta de polvo y desordenada, con los muebles enfundados. Pero ahora la casa tenía un aspecto agradable. Ya no había polvo y la madera y baldosas del salón estaban relucientes. Había una planta solitaria y a su lado un espejo de cuerpo entero que brillaba bajo reciente limpieza.

—Su sombrero y abrigo, señor — dijo la sirvienta —. La señora está en el estudio.

—Pero, Atwood. Es a Atwood…

—El señor Atwood no está, señor.

Cogió el sombrero de mis manos. Esperó por el abrigo.

Me lo saqué y se lo pasé.

—Por ahí, señor — dijo.

La puerta estaba abierta y entré por ella dentro de una habitación repleta de estantes con libros de arriba hasta abajo. Tras el escritorio que estaba junto a la ventana, estaba sentada la rubia que había conocido en el bar, la que me había entregado la tarjeta que decía «Negociamos en Todo».—Buenos días, señor Graves — dijo —. Me alegro que haya venido.

—Atwood me dijo…

—El señor Atwood, desgraciadamente, ya no está más con nosotros.

—Y usted, por supuesto, es la que ha tomado su puesto.

La frialdad estaba allí, y el aroma a violetas. Ella era parte de una diosa rubia y en parte una eficiente secretaria. Y, también, era una cosa de otro mundo y una pequeña y perfecta muñeca que yo había tenido en mis manos.

—¿Está sorprendido, señor Graves?

—No — respondí —. Ahora no. En un comienzo, quizás. Pero ya no.

—Usted vino a hablar con el señor Atwood. Así esperábamos que lo hiciera. Necesitamos de gente como usted.

—Señor Graves, ¿no se sienta? Y, por favor, no sea usted gracioso.

Me senté en la silla que estaba justamente frente a ella.

—¿Qué desea que haga? — le pregunté —. ¿Ponerme a llorar?

—No hay necesidad que haga nada — dijo —. Por favor, solamente sea usted mismo. Conversemos exactamente como si fuéramos dos humanos.

—Lo que usted no es, evidentemente.

—No, señor Graves, no lo soy.

Nos quedamos mirando el uno al otro y ero era endiabladamente incómodo. No había el menor movimiento o emoción en su rostro: era solamente una belleza esculpida.

—Si usted fuera una clase diferente de hombre — dijo ella —, yo trataría de hacerle olvidar que yo soy otra cosa fuera de un ser humano. Pero supongo que no me daría resultados con usted.

Negué, moviendo la cabeza.

—Yo también lo siento — le dije —. Créame que lo siento. Me agradaría sobremanera pensar que usted es un ser humano.

—Señor Graves, si yo fuera humana, ese sería el mejor piropo que me podrían haber dicho.

—Y como no lo es…

—Aún sigo creyendo que es un piropo.

La miré fijamente. No era solamente por lo que había dicho, sino por la forma de decirlo.

—Quizás — después de todo — dije —, puede haber algo de humano en usted.

—No — replicó —. No comencemos por engañarnos ninguno de los dos. Básicamente, usted debiera odiarme, y supongo que me odia. Sin embargo, quizás no totalmente. Y, básicamente, yo debiera odiarle a usted, pero honestamente no lo puedo decir. Y aun creo que podemos conversar, si es posible, con cierto racionalismo.

—¿Por qué ser racional conmigo? Hay muchos otros…

—Pero, señor Graves — dijo ella —, usted nos conoce. Y muy pocos de los otros nos conocen. Extraordinariamente pocos, a lo largo de todo el mundo. Se sorprendería ante la escasez de su número.

—Y yo debo mantener mi boca cerrada.

—Realmente, señor Graves. Usted sabe más que eso. ¿Con cuántas personas se ha encontrado que estarían dispuestas a escucharle?

—Exactamente, una — contesté.

—Esa debe ser la chica. Usted la ama y ella a usted.

Asentí.

—Usted ve, entonces — dijo —, que la única base de aceptación de su historia ha sido emocional.

—Supongo que eso se podría decir.

Me sentía totalmente estúpido.

—De manera, que tengamos una compostura comercial — dijo ella —. Digamos que nosotros le estamos dando una oportunidad de hacer el mejor convenio. Nosotros no le habríamos importunado si usted no nos hubiera descubierto, pero como lo ha hecho, nada perderíamos ni usted ni nosotros.

—¿Un convenio? — pregunté estúpidamente.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Caminaban como hombres»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Caminaban como hombres» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Clifford Simak - Spacebred Generations
Clifford Simak
Clifford Simak - Shadow Of Life
Clifford Simak
Clifford Simak - The Ghost of a Model T
Clifford Simak
Clifford Simak - Skirmish
Clifford Simak
Clifford Simak - Reunion On Ganymede
Clifford Simak
Clifford Simak - Halta
Clifford Simak
Clifford Simak - Camminavano come noi
Clifford Simak
libcat.ru: книга без обложки
Clifford Simak
libcat.ru: книга без обложки
Clifford Simak
Отзывы о книге «Caminaban como hombres»

Обсуждение, отзывы о книге «Caminaban como hombres» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x