James Morrow - Remolcando a Jehová
Здесь есть возможность читать онлайн «James Morrow - Remolcando a Jehová» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, Год выпуска: 2001, ISBN: 2001, Издательство: Norma, Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Remolcando a Jehová
- Автор:
- Издательство:Norma
- Жанр:
- Год:2001
- Город:Barcelona
- ISBN:84-8431-322-0
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Remolcando a Jehová: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Remolcando a Jehová»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Remolcando a Jehová — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Remolcando a Jehová», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
—Te has afeitado.
—Aja. ¿Tienes menos frío?
—Mm…
—¿Sabes guardar un secreto?
—Ya ha ocurrido otras veces.
—El Vaticano nos ha ordenado que viremos y que nos dirijamos hacia el sur.
—¿Al sur? —El pánico la atravesó. Apretó la mano con fuerza.
—Se supone que tenemos que encontrarnos con el vapor Carpco Maracaibo en el mar de Gibraltar. Lleva formaldehído en los compartimientos de carga.
—Los ángeles ordenaron que le congelaran, no que le embalsamaran —protestó ella.
—Por eso mantenemos el rumbo actual.
—Ah… —Cassie se relajó, riéndose para sí misma, retozando en su interior. Mantenemos el rumbo actual, maravilloso, perfecto, directos a las garras de la Ilustración.
Él le besó la mejilla, con suavidad, con ternura: un beso de hermano, nada carnal. Luego la frente, los ojos. Mandíbula, oreja, mejilla otra vez. Sus labios se encontraron. Ella se apartó.
—No es una buena idea.
—Sí, lo es —dijo él.
—Sí, lo es —repitió ella.
Y, de repente, estaban uniéndose otra vez, abrazándose furiosamente, se entrelazaban. Se besaron con voracidad, las bocas bien abiertas, como si quisieran engullirse el uno al otro. Cassie cerró los ojos, deleitándose con la liquidez de la lengua de Anthony: una forma de vida por sí misma, miembro de una especie de anguila asombrosamente sensual.
Soltándose, el capitán dijo:
—La estufa puede dar más calor, ¿sabes?…
—Más calor —repitió ella, recobrando el aliento.
Se agachó sobre la Coleman y ajustó el control del combustible, convirtiendo la llama en una masa roja enfurecida, una especie de aurora boreal interior. Él abrió el cajón del OCÉANO ÍNDICO, sacó rápidamente un mapa grande y laminado y lo extendió en el suelo como una manta de picnic.
—Madagascar es el mejor sitio para estas cosas —explicó, guiñándole un ojo. Despacio, con lascivia, la sala de navegación se calentó.
—Te equivocas —dijo Cassie, juguetona, quitándose la parka. Buscó en el cajón del Mar de Sulu y agarró un retrato de las Filipinas—. Palawan es mucho más erótico. —Sacó el mapa y lo hizo deslizar hasta el suelo como una alfombra mágica al aterrizar en el Bagdad del siglo XIII.
—No, doctora. —Recorriendo con la vista el cajón llamado POLINESIA FRANCESA, sacó el archipiélago Tuamotu—. En realidad es Puka-Puka.
—Éste —se rió ella, con el pulso latiendo aceleradamente mientras extraía Mallorca del cajón de las ISLAS BALEARES.
—No, éste de Java.
—Sulawesi.
—Sumatra.
—Nueva Guinea.
Cerraron la puerta con llave, apagaron las luces del techo y se echaron entre el mosaico de tierras esparcidas. Cassie le dejó el cuello al descubierto; los labios de Anthony deambularon por toda su yugular, plantando besos. Gimiendo suavemente, rodando hacia las islas Caimán, se desvistieron el uno al otro, a la deriva en las aguas cálidas del embalse de Bartlett. El flexo proyectaba sombras crudas por las piernas peludas y el gran pecho de simio de Anthony. Mientras se deslizaban hacia la Bahía de Alcudia, Cassie se puso a trabajar con la boca, dando forma a su pasión hasta desarrollar plenamente su potencial y parecer el mascarón de proa de una fragata priápica grandiosa.
Flotaron hacia el norte, entrando en el canal frío y agitado de Mozambique, justo al lado de Madagascar, y fue allí donde Anthony sacó un Supersensible Shostak de la cartera y se lo puso. Rodeándole la parte baja de la espalda con las piernas, ella dirigió el miembro envainado adonde quería ir. Sonriendo, él navegó por sus aguas saladas: Anthony Van Horne, un barco con una misión. Ella aspiró. Él emanaba una fragancia alucinante, una amalgama de almizcle y salmuera por la que discurrían todas las cosas gomosas o con ventosas que Dios y la selección natural habían traído del mar. Decidió que así era cómo las Islas Galápagos habrían olido, si hubiera llegado allá.
Cuando él se corrió, habían recorrido todo el camino desde el estrecho Mindoro hasta las playas luminosas y húmedas de la isla china de Hainan.
Retirándose, dijo:
—Supongo que me siento un poco culpable.
—¿Oliver?
Asintió.
—Hacerle el amor a una dama con el condón de su novio…
—El padre Thomas estaría orgulloso de ti.
—¿Por fornicar?
—Por sentirte culpable. Tienes una conciencia kantiana.
—No es una culpa dolorosa —se apresuró a añadir, deslizando los dedos índice y corazón dentro de ella—. No es igual que lo que se siente al dejar ciego a un manatí. Casi estoy disfrutando con ella.
—A la mierda la Bahía Matagorda —susurró Cassie, deleitándose con sus caricias. La Coleman silbaba y gruñía. De ella fluían todas las cosas buenas y rezumantes del planeta: salsa de chocolate y mantequilla clarificada, queso fundido y jarabe de arce, yogur de melocotón y barbotina de ceramista—. A la mierda la culpa, a la mierda Oliver, a la mierda Immanuel Kant. —Se sentía como una campana, un carillón extraordinariamente orgánico, y faltaba poco para que repicara, oh, sí, en cuanto ese carillonero talentoso, tan atento con su badajo…
—A la mierda todos —afirmó él.
Ella alcanzó el orgasmo en el Golfo de Tailandia.
Duró más de un minuto.
Cuando Anthony se quitó el condón, la bolsita goteó, añadiendo su contenido al revoltijo hermoso de sudor y jugos que ahora llegaba a las costas de Hainan.
—Lo que siempre me ha llamado mucho la atención de hacer el amor en China —dijo él, señalando el maremoto y sonriendo—, es que tienes ganas de volver a hacerlo una hora después.
—¿Una hora? ¿Tanto tiempo?
—Está bien, veinticinco minutos. —El capitán le rodeó el pecho izquierdo con la mano, sopesándolo como un ama de casa al comprobar un pomelo—. ¿Quieres saber la clave para entender a mi padre, doctora?
—La verdad es que no.
—Su obsesión con Cristóbal Colón.
—Olvidémonos de papá un rato, ¿vale?
Con cuidado, Anthony apretó la glándula.
—Así es como Colón creía que era el mundo.
—¿Mi pecho izquierdo?
—El pecho izquierdo de cualquiera. A medida que pasaron los años, quedó claro que ni siquiera había estado cerca de dar la vuelta al globo, la Tierra era obviamente cuatro veces mayor de lo que había supuesto, pero Colón seguía necesitando creer que había llegado a Oriente. No me preguntes por qué. Simplemente tenía una necesidad. Luego se supo que se había inventado una teoría disparatada de que el mundo en realidad tenía la forma de un pecho de mujer. Sí que había dado casi toda la vuelta, pero lo había hecho en el pezón —Anthony pasó el dedo por el borde de la areola de Cassie, haciéndole cosquillas—, mientras que todos los demás estaban midiendo la circunferencia mucho más al sur —sus dedos vagaron hacia abajo—. Así que mi padre, al final, tiene a un necio como ídolo.
—Caray, Anthony, algo bueno ha de tener. Todo el mundo tiene algo bueno, incluso Dios.
El capitán se encogió de hombros.
—Me enseñó mi oficio. Me dio el mar. —Una risita sardónica salió de sus labios—. Me dio el mar y yo lo convertí en un pozo séptico.
Cassie se puso tensa de repente. Una parte de ella, la parte irracional, quería conservar a este marino desesperado en su vida mucho después de que el Valparaíso llegase a puerto. Podía imaginarse fletando con él su propio carguero privado y saliendo juntos para las Galápagos. La otra parte sabía que él nunca jamás se liberaría de la Bahía Matagorda y que cualquier mujer que se liara con Anthony Van Horne acabaría pisando el mismo petróleo maligno en el que él se estaba ahogando.
Durante los siguientes quince minutos, el capitán le dio placer con la lengua, esta vez no era una anguila, sino un pincel húmedo y carnoso que pintaba la mansión de su cuerpo. Nada de esto me influirá, juró cuando él sacó un segundo Supersensible. Incluso si me enamoro de él, decía el juramento silencioso de Cassie, seguiré haciendo la guerra contra su cargamento.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Remolcando a Jehová»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Remolcando a Jehová» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Remolcando a Jehová» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.