Larry Niven y Jerry Pournelle
El martillo de Lucifer
A Neil Armstrong y Buzz Aldrin, los primeros hombres que caminaron por otro mundo; a Michael Collins, que esperó; y a quienes murieron al intentarlo, Gus Grissom, Roger Chaffee, Ed White, Georgi Dobrovolsky, Viktor Patsayev, Nikolai Volkov y todos los demás.
Timothy Hamner,astrónomo aficionado.
Arthur Clay Jellison,senador de Estados Unidos, de California.
Maureen Jellison,hija del anterior.
Harvey Randall,productor y director de la emisora de TV NBS.
Señora Loretta Stewart Randall.
Barry Price,Ingeniero supervisor, Proyecto nuclear San Joaquín.
Dolores Munson,secretaria ejecutiva de Barry Price.
Eileen Susan Hancock,ayudante de dirección de «Suministros para instalaciones sanitarias Corrigan», de Burbank.
Leonilla Alexandrovna Malik,doctora en medicina y cosmonauta.
Mark Czescu,motociclista.
Gordon Vanee,presidente de un banco y vecino de Harvey Randall.
Andy Randall,hijo de Harvey Randall.
Charlie Bascomb,cámara.
Manuel Arguílez,técnico de sonido.
Doctor Charles Sharps,científico planetario y director de proyecto, Laboratorios de propulsión a reacción, Instituto de Tecnología de California.
Penelope Joyce Wilson,diseñadora de modas.
Fred Lauren,condenado por delitos sexuales.
Coronel John Baker,Astronauta de la Fuerza Aérea de Estados Unidos.
Harry Newcomber,cartero. Servicio Postal de los Estados Unidos.
Señora Dora Cox,ama de casa y esposa del capataz del rancho del senador Jellison.
George Christopher,ranchero, vecino del senador Jellison.
Alice Cox,escolar y amazona.
Joe Corrigan,propietario de «Suministros para instalaciones sanitarias»
Alim Nassor,anteriormente George Washington Carver Davis, antiguo líder político.
Harold Davis,hermano natural de Alim Nassor.
El reverendo Henry Armitage.
Doctor Dan Forrester,miembro del grupo técnico, JPL.
Teniente coronel Rick Delanty,de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, astronauta.
Señora Gloria Delanty.
Brigadier Pieter Jakov,cosmonauta.
Frank Stoner,motociclista.
Joanna McPherson,compañera de cuarto de Mark Czescu.
Colleen Darcy,cajero de un banco.
General Thomas Bambridge,de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, Comandante en jefe, Mando Aéreo Estratégico.
John Kim,secretario de prensa del alcalde de Los Angeles.
El ilustrísimo Bentley Allen,alcalde de Los Angeles.
Eric Larsen,patrullero de Burbank.
Joe Harris,investigador de Burbank.
Guardianes del Cometa,grupo religioso del sur de California.
Mayor Bennet Rosten,de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, comandante del escuadrón de civiles armados para prestar servicios de emergencia.
Señora Marie Vanee,esposa de Gordon Vanee.
Harry Stimms,comerciante del ramo automovilístico, Tujunga, California.
Cabo del Ejército Roger Gillings.
Sargento del Ejército Thomas Hooker.
Marty Robbins,ayudante y vigilante de Tim Hamner.
Jason Gillcuddy,escritor.
Hugo Beck,propietario de una comuna en las estribaciones de Sierra Alta.
Antes de que el sol ardiera, antes de que los planetas se formaran, existían el caos y los cometas.
El caos era una condensación local en el medio interestelar. Su masa era lo bastante grande para que sus componentes se atrajeran, sostuvieran y condensaran más. Se formaron remolinos. Partículas de polvo y gas congelado fueron arrastradas por la corriente, entraron en contacto y se unieron. Se formaron copos, y luego bolas dispersas de gases helados. La vorágine prevaleció durante una inmensidad de tiempo, ocupando la quinta parte de un año luz. El centro se contrajo todavía más. Remolinos locales, que giraban frenéticamente cerca del centro de la borrasca cósmica, se desgajaron para formar planetas.
Se formó una especie de nube de nieve, lejos del torbellino. Los hielos unieron aquel enjambre; pero lenta, muy lentamente, sólo unas pocas moléculas a la vez. Metano, amoníaco, dióxido de carbono... y, a veces, objetos más densos que chocaban con la masa y se empotraban en ella. Así pues, contenía rocas y hierro. Ahora era una sola masa estable. Se formaron otros hielos y sustancias químicas que sólo podían ser estables en el frío interestelar.
Su extensión era de unos seis kilómetros cuando sobrevino el desastre. El fin fue súbito. En unos cincuenta años, un parpadeo en su existencia, el centro del torbellino se desintegró. Ardió un nuevo sol, tremendamente brillante.
En aquella llamarada infernal destellaron miríadas de cometas que se convirtieron en vapor. Los planetas perdieron sus atmósferas. Un gran viento de presión lumínica arrebató al sistema interno todo el gas disperso y el polvo, y lo lanzó a las estrellas.
Apenas era perceptible. Estaba doscientas veces más alejado del sol que el recientemente formado planeta Neptuno. El nuevo sol no era más que una estrella con un brillo fuera de lo corriente, que ahora disminuía gradualmente.
Abajo, en el remolino, había una actividad frenética. Gases hirvientes abandonaban las rocas del sistema interior. Sustancias químicas complejas se formaban en los mares del tercer planeta. Innumerables huracanes barrían la superficie y el interior de los gigantescos mundos gaseosos. Los mundos internos jamás conocerían la calma.
La única calma auténtica se encontraba al borde del espacio interestelar, en el halo, donde millones de cometas, extendidos en una delgada capa, cada uno tan alejado de su hermano más próximo como la Tierra lo está de Marte, navegan para siempre a través del frío y negro vacío.
Ahí, su interminable sueño tranquilo podría durar miles de millones de años... pero no eternamente.
Nada dura eternamente.
Hasta los mismos dioses luchan en vano contra el aburrimiento.
Nietzsche
Se han marchitado los laureles de nuestro país y los meteoros hacen que se oculten de espanto las estrellas fijas en el cielo. La Luna, de pálido rostro, lanza resplandores sangrientos sobre la tierra, y los profetas de semblante escuálido cuchichean anuncios de cambios terribles. Signos son éstos que presagian la muerte o la caída de los reyes.
William Shakespeare,
El rey Ricardo II
El Mercedes azul ingresó en el amplio camino circular de la mansión de Beverly Hills exactamente a las seis y cinco. Era muy comprensible que Julia Sutter se quedara sorprendida.
—¡Dios mío, George, si es Tim! Y a la hora en punto.
George Sutter se aproximó a la ventana, donde estaba ella. Sí, aquel era el coche de Tim. Soltó un gruñido y volvió al bar. Las fiestas de su mujer eran siempre acontecimientos importantes, y él no comprendía que, después de varias semanas de cuidadosa preparación, Julia temiera tanto que nadie se presentase. Era una psicosis tan familiar que debería existir un nombre con que designarla.
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