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Larry Niven: El martillo de Lucifer

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Larry Niven El martillo de Lucifer

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Cuando EL MARTILLO DE LUCIFER, el cometa gigante, chocó contra la Tierra, hizo pedazos la civilización. Los días felices habían terminado. Estaban viviendo el fin del mundo. Los terremotos eran tan fuertes que no podían medirse con la escala de Ritcher. Las olas marinas alcanzaban alturas incalculables. Las ciudades se convirtieron en océanos, y los océanos en nubes. Era el principio de la nueva Edad del Hielo. Y el final de los gobiernos, los planes, los hospitales y el derecho. Y sobre ellos, igual que otro martillo del demonio, la más terrible selección del hombre hecha por el hombre que jamás se había producido.

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—Yo sí —dijo Harvey—. Loretta es de Detroit...

—De Grosse Pointe —terció Loretta de manera automática.

—...pero yo nací en Los Angeles. —Harvey nunca podía decir la verdad exacta cuando se refería a Loretta—. La verdad es que los naturales de la región somos escasos.

—¿Y ahora a qué se dedica? —preguntó Maureen.

—Documentales. Noticiarios, principalmente.

—Ya sé quién es usted —dijo Loretta con cierto tono admirativo—. Acabo de conocer a su padre, el senador Jellison.

—Así es. —Maureen pareció pensativa, y luego mostró una amplia sonrisa—. Oiga, si usted se dedica a difundir noticias, hay alguien a quien debe conocer. Se llama Tim Hamner.

Harvey frunció el ceño. El nombre le era familiar, pero no lograba situarlo.

—¿Por qué?

—¿Hamner? —preguntó Loretta a su vez—. ¿Un hombre joven que sonríe de una manera inquietante? —Se echó a reír—. Parece un adolescente que ha empinado un poco el codo. No deja hablar a nadie. Posee medio cometa.

—Ese es él —dijo Maureen. Su sonrisa hizo que Loretta sintiera que formaba parte de una conspiración.

—También posee mucho jabón —dijo Harvey.

Ahora fue Maureen quien pareció desconcertada.

—Acabo de recordarlo —explicó Harvey—. Ese muchacho heredó la empresa de jabones Kalva.

—Puede ser, pero está más orgulloso del cometa —dijo Maureen—. No le culpo de ello. Mi querido y viejo padre pudo haber llegado a presidente de la nación en una oportunidad, pero jamás estuvo cerca del descubrimiento de un cometa. —Recorrió la estancia con la mirada hasta que descubrió a su objetivo—. El hombre alto que lleva un traje blanco y marrón. Lo conocerá por su sonrisa. Acérquese a él y se lo dirá todo.

Harvey notó que Loretta le tiraba del brazo, y a regañadientes se apartó de Maureen. Cuando volvió la cabeza, alguien se había llevado a la muchacha. Fue a buscar otras dos copas.

Como de costumbre, Harvey Randall bebió en exceso y se preguntó por qué asistía a las fiestas. En el fondo conocía la respuesta: para Loretta constituían una forma de participar en la vida de su marido. A ella no le gustaban los viajes de Harvey para recoger datos. El único intento de llevarla de excursión con su hijo había sido un desastre. Cuando iba con él para el rodaje de exteriores quería alojarse en los mejores hoteles, y cuando acudía a los pequeños bares y lugares de encuentro preferidos por Harvey, le costaba mucho ocultar su desagrado.

Pero Loretta se encontraba a gusto en fiestas como aquella. Sí, aquella fiesta había sido especialmente grata. Incluso logró sostener una conversación privada con el senador Jellison. Harvey la dejó con el senador y fue en busca de más bebida.

—Poca ginebra, Rodríguez, por favor.

El camarero sonrió y mezcló el brebaje sin hacer ningún comentario. Harvey permaneció de pie con los vasos en las manos. Tim Hamner estaba solo en una de las mesitas. Miraba a Harvey, pero su expresión era nebulosa y no veía nada. Su sonrisa parecía congelada. Harvey cruzó la estancia y se dejó caer en la otra silla, ante la mesa de Tim.

—¿El señor Hamner? Soy Harvey Randall. Maureen Jellison me ha dicho que debo llamarle «cometa».

El rostro de Hamner se iluminó. Su sonrisa pareció ensancharse más, si eso era posible. Se sacó un telegrama del bolsillo y lo agitó.

—¡Correcto! La observación ha sido confirmada esta tarde. Es el cometa Hamner-Brown.

—No vaya tan deprisa, que no le sigo.

—¿Ella no le ha dicho nada? ¡Bien! Soy Tim Hamner, astrónomo. Bueno, no soy profesional, pero mi equipo sí lo es. Y de todos modos me dedico a eso. Soy astrónomo aficionado. Hace una semana descubrí una mancha luminosa no lejos de Neptuno. Una luz muy débil, pero no tenía que estar allí. Seguí observándola y comprobé que se movía. La estudié durante el tiempo suficiente para asegurarme, y luego redacté un informe. Es un cometa nuevo. Kitt Peak acaba de confirmarlo. La Unión Astronómica Internacional le pone mi nombre... y el de Brown.

Por un instante, la envidia sacudió con violencia a Harvey Randall. Fue una sensación fugaz que desapareció con la misma rapidez. El hizo que desapareciera, empujándola al fondo de su mente, donde más tarde pudiera recogerla y analizarla. Estaba avergonzado. Pero sin aquella sensación, su primera pregunta hubiera sido más discreta.

—¿Quién es Brown?

La expresión de Hamner no varió.

—Gavin Brown es un muchacho de Centerville, Iowa. El mismo montó su telescopio. Comunicó el descubrimiento del cometa al mismo tiempo que yo. La Unión Astronómica lo considera una observación simultánea. Si no hubiera esperado para asegurarme... —Hamner se encogió de hombros y prosiguió—: Llamé a Brown esta tarde. Le he enviado un pasaje de avión, pues quiero verle. No quería venir, hasta que le prometí enseñarle el observatorio solar en el monte Wilson. ¡Eso es lo único que en realidad le interesa! ¡Manchas solares! ¡Descubrió el cometa por casualidad!

—¿Cuándo veremos ese cometa? —preguntó Harvey—. Mejor dicho, ¿será visible?

—Es demasiado pronto para decirlo. Espere un mes. Siga las noticias.

—Yo no tengo que seguir las noticias, sino encontrarlas. Y esto podría ser una noticia. Dígame más.

Hamner estaba deseoso de decirle cuanto quisiera. Habló y habló, mientras Harvey asentía con una sonrisa cada vez más ancha. ¡Magnífico! No era necesario saber lo que significaban todas aquellas palabras para comprender que el equipo era caro, y probablemente fotogénico, por añadidura. Un equipo costoso y complicado. El chico con una aguja curvada por anzuelo y una vara de mimbre por caña había capturado un pez tan gordo como el millonario.

—Señor Hamner, si este cometa mereciese que le dediquemos un documental...

—Sí, es posible. El descubrimiento podría ser importante. Hasta qué punto tienen importancia los astrónomos aficionados...

¡Había mordido el anzuelo!

—Lo que iba a preguntarle es si, en el caso de que podamos hacer un documental sobre el cometa, la firma de jabones Kalva estaría dispuesta a patrocinarlo.

El cambio que se operó en Hamner fue sutil pero evidente. Al instante Harvey sospesó la opinión que aquel hombre le merecía. Hamner tenía mucha experiencia con las personas que iban detrás de su dinero. Podía ser un exaltado, pero no era tonto.

—Dígame, señor Randall, ¿no hizo usted aquel programa sobre el glaciar de Alaska?

—Llámeme Harvey. Sí, en efecto.

—Fue malísimo.

—Desde luego —convino Harvey—. El patrocinador insistió en dirigir el asunto. Se hizo con el control, lo mantuvo y así salieron las cosas. Yo no he heredado la mayor parte de las acciones de una gran empresa.

Al infierno contigo, señor Timothy Cometa Hamner, se dijo Harvey para sus adentros.

—Yo sí los he heredado. Y valdría la pena hacerlo... Usted también realizó el documental sobre la presa de la Puerta del Infierno, ¿no es así?

—En efecto.

—Ese sí que me gustó.

—A mí también.

—Bien. —Hamner meneó la cabeza varias veces—. Mire, podría valer la pena patrocinar este documental. Aunque el cometa nunca llegue a ser visible, a pesar de que yo creo que lo será. Dios sabe lo que gastan del presupuesto publicitario patrocinando basura que nadie quiere ver. Por el mismo precio, se podría contar algo interesante. Harvey, su vaso está vacío.

Fueron al bar. La fiesta estaba decayendo con rapidez. Los Jellison se disponían a marcharse, pero Loretta había encontrado a alguien más con quien conversar. Harvey reconoció a un concejal que había tratado de conseguir que su emisora dedicara el programa a un parque que constituía su principal objetivo. Probablemente pensaba que Loretta influiría en Harvey —lo cual era correcto— y que Harvey influiría en la programación de la red y de su emisora en Los Angeles, lo cual era risible.

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