Larry Niven - El martillo de Lucifer

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El martillo de Lucifer: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando EL MARTILLO DE LUCIFER, el cometa gigante, chocó contra la Tierra, hizo pedazos la civilización. Los días felices habían terminado. Estaban viviendo el fin del mundo. Los terremotos eran tan fuertes que no podían medirse con la escala de Ritcher. Las olas marinas alcanzaban alturas incalculables. Las ciudades se convirtieron en océanos, y los océanos en nubes. Era el principio de la nueva Edad del Hielo. Y el final de los gobiernos, los planes, los hospitales y el derecho. Y sobre ellos, igual que otro martillo del demonio, la más terrible selección del hombre hecha por el hombre que jamás se había producido.

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Eileen recorría la misma ruta desde hacía ocho años. Tomaba la curva del cruce de cuatro niveles sin notarlo. Pero una vez, años antes, había lanzado el coche por aquella curva, abandonando la autopista por el siguiente carril de salida, y, tras estacionar el vehículo, había retrocedido para contemplar aquel laberinto formado por fideos de cemento armado. Dándose cuenta de que parecía una turista embobada, se había echado a reír, pero aun así había seguido contemplando el espectáculo.

—Miércoles —emitió el magnetófono—. Robin va a tratar de cerrar el trato con Marina. Si lo logra, seré ayudante del director general. Si no lo consigue, no hay posibilidad. Problema... —Las orejas y la garganta de Eileen habían enrojecido, y movía demasiado a menudo las manos sobre el volante, pero escuchó todo lo que decía su voz del miércoles—: Quiere acostarse conmigo, está claro que no todo han sido bromas y juegos de palabras. Si le paro los pies, ¿pondré en peligro la venta? ¿Voy a la cama con él para asegurar el trato? ¿O me pierdo algo bueno debido a las implicaciones?

—Oh, qué mierda —dijo Eileen entre dientes. Hizo retroceder la cinta y grabó sobre aquel segmento—: Todavía no he decidido si voy a aceptar la invitación a cenar de Robin Geston. Nota: debo podar adecuadamente esta cinta. ¿Qué pasaría si alguien robara el magnetófono? Recuerda a Nixon.

Con un gesto brusco, apagó el magnetofón.

Pero el problema seguía pendiente, y Eileen sentía un vivo resentimiento por hallarse en un mundo donde tenía esa clase de problemas. Pensó en lo que diría en la carta al maldito fabricante que había despachado los filtros sin cerciorarse de que tenían todas las piezas, y aquello le hizo sentirse mejor.

Anochecía en Siberia. La doctora Leonilla Alexandrovna Malik había terminado su jornada. Su último paciente había sido una niña de cuatro años, hija de un ingeniero del centro de desarrollo espacial en las inmensidades septentrionales de la Unión Soviética.

Era a mediados del invierno, y soplaba un frío viento del norte. En el exterior de la enfermería se amontonaba la nieve, e incluso dentro la doctora podía sentir aquel frío que odiaba. Había nacido en Leningrado, por lo que los inviernos rigurosos le eran familiares, pero alentaba la esperanza de que la transfiriesen a Baikunyar, o incluso a Kapustin Yar, en el mar Negro. Le molestaba tener que dedicarse a aquel trabajo, aunque, naturalmente, poco era lo que podía hacer al respecto. Por aquellos parajes no había demasiadas personas con experiencia pediátrica. De todos modos, era una lástima que todo su esfuerzo fuera sólo en aquella dirección. También se había entrenado como cosmonauta, y confiaba en que le asignaran una misión espacial.

Tal vez no tendría que esperar demasiado. Se decía que los americanos entrenaban ya a mujeres astronautas. Si parecía que los americanos iban a enviar una mujer al espacio, la Unión Soviética también lo haría, y con rapidez. El último experimento soviético con una mujer cosmonauta había sido un desastre. Leonilla se preguntaba si la mujer había tenido la culpa. Conocía a Valentina Tereskovna y al cosmonauta con el que se había casado, pero nunca hablaban de las causas que habían provocado la caída de su nave espacial, perdiendo así la oportunidad de que la Unión Soviética efectuara el primer acoplamiento espacial de la historia. Desde luego, pensó Leonilla, Valentina era mucho mayor. Aquel incidente había ocurrido en los primeros tiempos de la exploración espacial. Ahora las cosas eran diferentes. En cualquier caso, los cosmonautas tenían poco qué hacer. El control en tierra tomaba todas las decisiones importantes. A Leonilla le parecía que este sistema era bastante absurdo, y sus colegas cosmonautas, todos ellos masculinos, compartían esta opinión, pero no en voz alta.

Leonilla colocó el último de los instrumentos que había utilizado en el autoclave y preparó su maletín. Cosmonauta o no, era también médico, y llevaba las herramientas del oficio a dondequiera que fuese, por si alguien necesitaba sus cuidados. Se puso el gorro de piel y una pesada chaqueta de cuero. Se estremeció un poco al oír el sonido del viento en el exterior. En la estancia contigua una radio emitía noticias, y Leonilla se detuvo a escuchar cuando oyó una palabra clave.

Un cometa. Un nuevo cometa.

Se preguntó si existirían planes para explorarlo. Luego suspiró. Si había una misión espacial para estudiar el cometa, no la incluiría a ella. No tenía capacidad para esa misión. Podía ser piloto, médico, técnico en sistemas de salvamento, pero el campo de la astronomía no era el suyo. Una misión así sería adjudicada a Pieter, Basil o Sergei.

Era una verdadera lástima. Pero el acontecimiento era interesante. Un nuevo cometa.

Una plaga se extendía por la Tierra. Tres mil millones de años después de la formación del planeta se produjo una virulenta mutación, una forma de vida que utilizaba directamente la luz solar. La fuente energética más eficaz dio al mutante verde un vigor hiperactivo, feroz, y a medida que avanzaba para conquistar el mundo, emitía raudales de oxígeno que envenenaba el aire. El oxígeno puro abrasó los tejidos de la vida dominante en la Tierra, que sirvieron para fertilizar al mutante.

Aquel fue también un período desastroso para el cometa. El gigante negro se interpuso en su camino por primera vez. Un inmenso calor se había generado durante la formación del planeta, e irradiaría hacia las estrellas durante los siguientes mil millones de años. Un torrente de luz infrarroja hacía hervir el hidrógeno y el helio que envolvían al cometa. Luego pasó el intruso y volvió la calma. El cometa siguió navegando a través del frío y negro silencio, ahora un poco más ligero, moviéndose en una órbita levemente cambiada.

FEBRERO: UNO

Por otro lado, es necesario configurar la estructura social del mundo obrero de tal manera que se elimine su temor de ser una simple pieza de una máquina impersonal. Una auténtica solución sólo puede darse a través de la concepción de que el trabajo, cualquiera que sea, es al servicio de Dios y de la comunidad y, en consecuencia, es la expresión de la dignidad humana.

Emil Brunner, Conferencias de Gifford , 1948

El bulevar Westwood no se encontraba precisamente en el camino entre la sede de la NBS y el hogar de los Randall, cerca de Beverly Glen, y este alejamiento era la razón principal por la que a Harvey Randall le gustaban sus bares. No era probable que tropezara con ningún empleado de la emisora ni que encontrara a ninguno de los amigos de Loretta.

Los estudiantes recorrían la ancha calle, con toda clase de atuendos. Los había barbudos y con téjanos, con el pelo bien cortado y peinado y pantalones caros, otros deliberadamente extravagantes, jóvenes de tradicional aspecto conservador y todas las variaciones imaginables entre estos extremos. Harvey paseó con ellos. Pasó ante librerías especializadas. Una de ellas se dedicaba al movimiento de liberación gay. Otra ostentaba el rótulo agresivo y excluyente «Librería para machos adultos». Otra librería atraía a una muchedumbre interesada por la ciencia ficción. Harvey tomó mentalmente nota para visitarla. Probablemente tendrían allí mucho material sobre cometas y astronomía dirigido a un público general. Más tarde se enteraría de que en la librería de la universidad UCLA podría obtener el material realmente técnico.

Más allá del edificio de la Hermandad Femenina había un establecimiento en cuyo ventanal de vidrio cilindrado se leía: «Primer bar federal de protección.» En el interior había taburetes, tres mesitas, cuatro reservados, un billar mecánico y un tocadiscos automático. Las paredes estaban decoradas con los caprichos de la clientela. En la barra había provisión de rotuladores, y las paredes se blanqueaban de vez en cuando. En algunos lugares la pintura se desprendía y revelaba comentarios escritos años atrás, como una especie de arqueología de la cultura pop.

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