Larry Niven - El martillo de Lucifer

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El martillo de Lucifer: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando EL MARTILLO DE LUCIFER, el cometa gigante, chocó contra la Tierra, hizo pedazos la civilización. Los días felices habían terminado. Estaban viviendo el fin del mundo. Los terremotos eran tan fuertes que no podían medirse con la escala de Ritcher. Las olas marinas alcanzaban alturas incalculables. Las ciudades se convirtieron en océanos, y los océanos en nubes. Era el principio de la nueva Edad del Hielo. Y el final de los gobiernos, los planes, los hospitales y el derecho. Y sobre ellos, igual que otro martillo del demonio, la más terrible selección del hombre hecha por el hombre que jamás se había producido.

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—¿O te escapaste a la primera oportunidad que tuviste? —intervino Christopher.

—Me he enterado de lo suficiente para perder el juicio —dijo Hugo.

Harry asintió. Era la verdad estricta.

—Será mejor que nos lo digas —dijo Hardy. Se volvió hacia la cocina y añadió—: Alice, trae, un vaso de agua.

Harry pensó que Beck había logrado atraer su atención. Lo importante ahora era que hablase como un hombre.

—Son más de un millar —dijo Hugo. Vio que Deke Wilson retrocedía al oír aquello—. Tal vez el diez por ciento son mujeres, quizá más. No importa mucho. La mayoría de las mujeres están armadas. No podría decir quién está realmente al mando. Parece que es un comité. Aparte de eso, están muy bien organizados... ¡Pero, Dios, están locos de atar! Ese predicador chalado es uno de los líderes...

—¿Predicador? —le interrumpió Deke Wilson—. ¿Han abandonado entonces el canibalismo?

Hugo tragó de nuevo saliva y meneó la cabeza.

—No. Los Angeles del Señor no han abandonado el canibalismo.

—Será mejor que vaya en busca del senador. —Al Hardy salió de la estancia. Alice Cox entró con un vaso de agua y miró a su alrededor, insegura.

—Déjalo sobre la mesa —dijo George Christopher— Hugo, creo que debes esperar para proseguir tu historia.

—¡Te dije por qué me marché del Shire! —exclamó Hugo—. Mi propia tierra. ¡Mía, maldita sea! Me daban el doble de trabajo que a cualquier otro. Después de la catástrofe, dijeron que ellos tenían tanto derecho a la tierra como cualquier otro. ¿No fue así? Todos nosotros iguales, así es como lo entendí. Pues bien, ahora cada uno de ellos ha de demostrar que era mi igual de alguna manera, ahora que tienen la oportunidad de hacerlo.

Nadie replicó.

—Lo único que quiero es trabajo y un sitio donde dormir —dijo Hugo.

Miró a su alrededor, y lo que vio no era tranquilizador: la expresión despectiva de Christopher hacia un hombre que no podía dominar a sus propios trabajadores; Deke Wilson, temeroso tanto de oír como de no hacerlo; Eileen de pie junto a la puerta, la mujer del espacio en su silla, sin decir nada; la expresión sombría de Harry, que se preguntaba si, después de todo, debía haber traído a Hugo; el alcalde Seltz...

El alcalde se levantó de repente y acercó una silla a Hugo. Este se dejó caer en ella, susurrando las gracias. Luego el alcalde ofreció silenciosamente a Hugo el vaso de agua y regresó a su sitio.

Leonilla habló en voz baja a Pieter. Los demás seguían guardando silencio y todos oyeron las palabras rápidas. La miraron, y ella tradujo lo que había dicho.

—Una reunión en el Presidium —dijo—. Al menos, así es como imagino que debían ser tales reuniones. Perdonen.

George Christopher frunció el ceño, y luego se sentó. Poco después entró Al Hardy con el senador. Se detuvo en el umbral y llamó a Alice.

—¿Quieres ir en busca de Randall? Y trae también al señor Hamner. Será mejor que les lleves caballos.

El senador Jellison iba en zapatillas y llevaba batín. Su cabello gris canoso sólo estaba en parte peinado. Entró en la estancia y saludó a todo el mundo con movimientos de cabeza. Luego miró a Harry.

—Celebro que estés de vuelta —le dijo—. Empezábamos a preocuparnos por ti. Al, ¿por qué nadie le ha dado a Harry una taza de té?

—Me encargaré de eso —dijo Hardy.

—Gracias. —Jellison se dirigió a su sillón de respaldo alto y tomó asiento—. Siento haberte hecho esperar. Quieren que haga la siesta por la tarde. Señor Beck, ¿le ha hecho alguien alguna promesa?

—Sólo Harry. —El obsequio de la silla había restaurado un poco la compostura de Hugo—. Que saldré vivo de aquí. Eso es todo.

—Bien. Cuente su historia.

Hugo asintió.

—Usted nos envió a la carretera a Jerry Owen y a mí, ¿recuerda? Jerry estaba furioso y con deseos de matar. Hablaba de... venganza, de las semillas de rebelión que había plantado en sus hombres, señor Christopher.

George sonrió.

—Por poco le matan a patadas.

—Exacto. Jerry no podía ir muy de prisa y yo no quería seguir solo. Fue espantoso allá afuera. Una vez alguien nos disparó sin aviso, y corrimos como demonios. Fuimos hacia el sur, porque ésa era la dirección de la carretera, y Jerry no estaba en condiciones de subir a la Sierra, ni tampoco yo. Andamos todo el día y la mayor parte de la noche, y no sé qué distancia recorrimos, pues no teníamos más que un viejo mapa de la Union Oil, y ahora todo ha cambiado. Jerry encontró unas espigas que crecían en la cuneta. Parecían hierbajos, pero dijo que podíamos comer aquellos granos, y al día siguiente conseguimos encender fuego y los comimos. Son buenos.

—Oye, no necesitamos que nos cuentes cómo os las arreglasteis para comer —gruñó Christopher.

—Perdón, pero lo que viene ahora es importante. Jerry me contaba cosas extrañas. ¿Sabíais que le buscaba el FBI y todos los demás? Era general del... —Hugo hizo una pausa—. El Ejército de Liberación de la Nueva Hermandad.

—Nueva Hermandad —musitó Al Hardy—. Supongo que eso encaja.

—Así lo creo —dijo Hugo—. La cuestión es que utilizaba el Shire como escondrijo. Mantuvo la boca cerrada y nunca lo supimos, hasta después del cometa. Probablemente estábamos en el territorio del señor Wilson, y yo empezaba a pensar en desembarazarme de Jerry. Ir más lento no me molestaba, pero ¿cómo iba a unirme con la gente del señor Wilson si Jerry quería iniciar una revolución popular? Si hubiera visto una sola ventana iluminada me hubiese ido, y Jerry jamás habría sabido dónde.

«Pero no vimos casi nada. Una vez pasó un camión, pero no se detuvo. Pasamos junto a granjas rodeadas de barricadas, pero si nos acercábamos demasiado lanzaban los perros contra nosotros. Así que seguimos avanzando hacia el sur, cada vez más hambrientos, y hacia el tercer o cuarto día vimos un puñado de tipos desharrapados. Eran unos cincuenta y todos parecían al borde de la extenuación.

—Pensé en echar a correr, pero Jerry se dirigió directamente a ellos. Me llamó para que fuera con él, pero yo no tenía ningún deseo de unirme a aquella gente. Pensé que podrían ser los caníbales de los que Harry nos había hablado, pero no parecían peligrosos, sino tan sólo acabados.

—¿No llevaban uniformes militares? —preguntó Deke Wilson—. ¿Ni armas?

—No me acerqué lo suficiente para ver qué armas tenían, pero estoy seguro de que no había ningún uniforme militar.

—Entonces no era el Ejército de la Nueva Hermandad...

—Escucha —le interrumpió Harry—. Todavía no ha terminado.

Entró Eileen con una bandeja.

—Aquí tienes el té, Harry. —Sirvió una taza y la depositó en la mesa al lado del cartero—. Y el tuyo, senador.

Beck miró el té de Harry y luego sorbió un poco de agua de su vaso.

—Bien, Jerry se quedó con aquel grupo y yo me largué. Supuse que no volvería a verle y que podía volver a los terrenos del señor Wilson, pero me encontré con una anciana y su hija. Vivían en una casita en medio de un almendral y no tenían armas. Nadie las molestaba porque estaban alejadas de la carretera, y no habían salido desde la caída del cometa. La chica tenía diecisiete años y estaba enferma, con mucha fiebre, tal vez a causa del agua. Cuidé de ellas y me mantuvieron.

—¿De qué vivías? —le preguntó el alcalde Seltz.

—Principalmente de almendras. Además la señora tenía algunas conservas y un par de sacos de patatas.

—¿Qué les ocurrió? —quiso saber George Christopher.

—A eso iba. —Hugo Beck se estremeció—. Llevaba allí tres semanas. Cheryl, la chica, estaba muy mal, pero las obligué a hervir el agua y fue reponiéndose. Estaba ya bastante bien cuando. —Beck se interrumpió, luchando visiblemente por dominarse. Tenía lágrimas en los ojos—. Me gustaba de veras. —Se interrumpió de nuevo. Todos esperaron.

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