Larry Niven - El martillo de Lucifer

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El martillo de Lucifer: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando EL MARTILLO DE LUCIFER, el cometa gigante, chocó contra la Tierra, hizo pedazos la civilización. Los días felices habían terminado. Estaban viviendo el fin del mundo. Los terremotos eran tan fuertes que no podían medirse con la escala de Ritcher. Las olas marinas alcanzaban alturas incalculables. Las ciudades se convirtieron en océanos, y los océanos en nubes. Era el principio de la nueva Edad del Hielo. Y el final de los gobiernos, los planes, los hospitales y el derecho. Y sobre ellos, igual que otro martillo del demonio, la más terrible selección del hombre hecha por el hombre que jamás se había producido.

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—¿Así que son más de un millar?

—Creo que sí, pero quizá no todos estén armados, ni muchos de ellos reclutados todavía.

—Parece que están en condiciones de doblar sus efectivos después de una... una ceremonia de iniciación —dijo Hardy—. Tenemos problemas. Has mencionado al sargento Hooker. ¿Quién es?

Beck se encogió de hombros.

—Sólo sé que manda mucho. Es un militar negro, o al menos lleva uniforme militar. Hay generales y otros jefes, pero el sargento Hooker los supera a todos en rango. No le he visto mucho. Tiene su propia tienda, y cuando va a alguna parte le llevan en un coche lleno de guardaespaldas. Armitage le habla siempre con mucha cortesía.

—Un negro —dijo George Christopher. Miró a Rick Delanty, que había permanecido sentado en silencio mientras Beck contaba su historia. Luego apartó apresuradamente la vista.

—Hay otros dirigentes negros —dijo Beck—. Pasan mucho tiempo con Hooker. Y hay que ir con cuidado para no decir nada malo de los negros, los chicanos o cualquier otro. Los dos primeros días te zurran si lo haces, lo mismo que si un negro insulta a un blanco, pero si no aprendes con rapidez piensan que no te has convertido realmente...

—No os preocupéis por mí —dijo Rick Delanty—. Tengo toda la igualdad que siempre he deseado.

Harvey Randall y Tim Hamner entraron en la sala, con sillas plegables de la biblioteca. Eileen se acercó a Tim y le susurró algo apresuradamente, y todo el mundo trató de ignorar la creciente expresión de horror en el rostro de Hamner. Alice Cox trajo lámparas de keroseno. Su alegre resplandor amarillo parecía fuera de lugar.

—¿Quiere que encienda fuego, senador? —preguntó Alice.

—Sí, por favor. ¿Viste su arsenal, Hugo?

—Sí, señor. Había muchas armas. Ametralladoras, algunos cañones y morteros...

—Necesito detalles —dijo Al Hardy—. Todos los necesitamos, y las cosas empiezan a complicarse. Podríamos necesitar más de un día para obtener toda la información útil que tiene Hugo. Señor Christopher, ¿podría reconsiderar su postura?

—No le quiero aquí. No puede quedarse.

Hardy se encogió de hombros.

—¿Y el gobernador? Hugo, ¿qué sabe del vicegobernador Montross?

—Nada, excepto que está allí. Cuando va a alguna parte está rodeado de guardaespaldas, igual que el sargento Hooker. El gobernador nunca se dirigió a nosotros, pero a veces nos dieron mensajes en su nombre.

—¿Pero quién está al mando de ese grupo? —preguntó Hardy.

—¡No lo sé! Creo que es un comité. Nunca llegué a hablar con los jefes... La mía era una mujer negra llamada Cassie, una mujerona de mal genio y muy creyente. Los jefes verdaderos eran Armitage y el sargento Hooker. El gobernador, tal vez. Y un negro de la ciudad, un tal Alim Nassor...

—¿Alim Nassor? —preguntó Randall—. Le conozco. Una vez le entrevistamos. Era un líder por naturaleza, muy poderoso en la zona de Watts.

Eileen se apartó de Tim y fue a arrodillarse al lado de Randall. Mientras le susurraba algo, Harry la miró con curiosidad. ¿Podía asombrarse de algo un reportero de la televisión? Sí, indudablemente. Y asustarse también, por lo que Harry podía juzgar. No era el único. Deke Wilson parecía cada vez más angustiado. No era sorprendente que el territorio de Deke fuera más pequeño cada vez que Harry pasaba por allí. Y ahora la Nueva Hermandad se encontraba en la zona principal de las tierras de Deke.

George parecía disgustado.

—Tengo deseos de vomitar cada vez que le miro, senador. ¿Cuánto whisky le queda? Le doy medio litro del licor barato que tengo por un trago de buen whisky ahora mismo.

—El cambio no es necesario —dijo Jellison—. Eileen, ¿quiere traer una botella, por favor? Creo que a todos nos irá bien un trago. Y me parece que hay más noticias. Harry, hablaste de una carta.

—Sí, señor.

—Creo que voy a leerla mientras bebemos.

Harry se levantó y se aproximó al senador. Sacó un sobre de un bolsillo interior y se lo entregó a Jellison. El senador lo abrió cuidadosamente y sacó varias hojas de papel. Estaban escritas a mano, con trazos gruesos, con alguien que tenía una excelente caligrafía. Harry tenía grandes deseos de saber qué decía la carta, pero regresó a su sitio.

Eileen trajo una botella de whisky de buena calidad y sirvió a todos. Nadie lo rechazó. Llenó el vaso de Hugo Beck, el cual lo bebió ansiosamente.

Harry pensó que si aquel hombre podía encontrar alcohol, estaría borracho el resto de su vida.

—¿Cómo es su situación alimenticia? ¿Es desesperada o simplemente pasan hambre? —preguntó Christopher.

—Ni siquiera pasan hambre —dijo Hugo—. Su médico, ese tipo con aspecto de conejo, dice que tienen bastantes vitaminas, y yo mismo comí bien. —Vio la expresión de los demás y exclamó—: ¡No! ¡Sólo comí carne humana dos veces! ¡En los rituales! La mayor parte de la comida que nos daban procedía de los supermercados, pero también había algunos animales. No necesitan el canibalismo. Sólo lo practican cuando hay nuevos reclutas. Es un ritual.

—Un ritual muy útil —dijo Harvey Randall. Todas las cabezas se volvieron hacia él—. Miren a Hugo. Le han circuncidado el alma. Le han puesto una marca que todo el mundo puede reconocer. Eso es lo que sientes, ¿verdad, Hugo?

El interpelado asintió.

—¿Y si te dijera que no es en absoluto visible? —Hugo pareció confundido. Harvey añadió—: Exacto. Sabes que esa marca sigue ahí.

—A algunos les gusta el sabor —susurró Hugo, muy bajo pero de forma audible.

Deke Wilson habló con voz llena de terror.

—¡Y yo soy el siguiente! ¡Vendrán a por mí dentro de cuatro días!

—Tal vez podamos pararlos. —Jellison alzó la vista de la carta—. Este documento es interesante. Es una proclamación de autoridad por parte del gobernador en funciones Montross. Y hay una carta dirigida a mí en la que me invita a discutir las condiciones en que mi organización puede integrarse en la suya. Las palabras son corteses, pero perentorias, y aunque no nos amenaza directamente, detalla algunos incidentes desgraciados en los que varios grupos se negaron a reconocer su autoridad y tuvieron que ser tratados como rebeldes. —Jellison se encogió de hombros—. Pero no menciona a los caníbales ni a los Angeles del Señor.

—No querrá decir... que no me cree, ¿verdad, senador? —preguntó Hugo Beck en tono desesperado.

—Te creo —dijo Jellison—. Todos te creemos. —Miró a su alrededor y los demás hicieron gestos de asentimiento—. Bien, esto nos da dos semanas de tiempo, y menciona la zona de White River, en las tierras de Deke, así como las nuestras. Puede deberse simplemente a que quieren coger a Deke desprevenido, pero también puede significar que han retrasado su ataque...

—Creo que no presentarán batalla todavía —dijo Hugo Beck—. Acaban de descubrir algún otro lugar. Creo que irán primero ahí.

—¿Dónde? —preguntó Hardy.

Resultó evidente que Hugo consideró la posibilidad de plantear un trato, pero la rechazó.

—La central nuclear, el llamado «Proyecto Nuclear San Joaquín». Acaban de descubrir que la central todavía funciona, y eso les ha puesto como locos.

Johnny Baker habló por primera vez.

—No sabía que hubiera una central nuclear en el valle de San Joaquín.

—Todavía no la habían inaugurado —dijo Harvey Randall—. Aún está en construcción. Creo que habían llegado a la etapa de pruebas antes de que cayera el cometa. No le dieron demasiada publicidad, a causa de la oposición de los ecologistas.

Los cosmonautas intercambiaron excitadamente unas palabras en ruso. Baker y Delanty intervinieron, hablando mucho más lentamente. Luego habló Baker:

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