Larry Niven - El martillo de Lucifer

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El martillo de Lucifer: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando EL MARTILLO DE LUCIFER, el cometa gigante, chocó contra la Tierra, hizo pedazos la civilización. Los días felices habían terminado. Estaban viviendo el fin del mundo. Los terremotos eran tan fuertes que no podían medirse con la escala de Ritcher. Las olas marinas alcanzaban alturas incalculables. Las ciudades se convirtieron en océanos, y los océanos en nubes. Era el principio de la nueva Edad del Hielo. Y el final de los gobiernos, los planes, los hospitales y el derecho. Y sobre ellos, igual que otro martillo del demonio, la más terrible selección del hombre hecha por el hombre que jamás se había producido.

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—¿Por qué me cuenta todo esto?

—Porque tenía algo que decir. Maldita sea, Randall, si alguna vez me caso, seguiré casado, sí, y también seré fiel a mi esposa. Puede que Baker lo fuera, pero estoy seguro de que usted no.

—¿Ahora qué diablos quiere...?

—Sé cómo están las cosas en este valle, Randall. Lo sabía antes de que cayera el cometa y lo sé ahora. Así que deje en paz a Maureen. Usted no es la clase de hombre que ella necesita.

—¿Por qué no? ¿Quién le ha nombrado a usted guardián de la moral pública?

—Yo mismo. Y usted no es bastante bueno para ella. Usted tiene sus aventuras por ahí. De acuerdo, fue con ella. Eso no me gusta, pero no le eché la culpa a ella. Usted estaba casado, Randall. ¿Qué diablos significaba Maureen para usted? ¿Otra más que añadir a su marcador? Mire, me estoy poniendo nervioso, y no lo quiero. Sólo le pido que la deje en paz. Hágame caso y apártese de ella.

George dio media vuelta y se alejó antes de que Harvey pudiera decir nada más.

Harvey Randall se quedó donde estaba, asombrado, y apenas pudo contenerse para no echar a correr tras el fornido ranchero. Pensó que debía estar loco. Debería odiar a aquel bastardo...

Pero no le odiaba, sino que sentía un fuerte impulso de correr hacia aquel hombre y explicarle que las cosas no habían sido como él creía, que Harvey Randall pensaba sobre el matrimonio lo mismo que George Christopher, que estaba de acuerdo, y por eso él y Maureen habían...

¿Qué habían hecho?, se preguntó Harvey. Tal vez Christopher tuviera razón. Pero Loretta nunca lo supo, no sufrió por ello, ni tampoco Maureen, y todo era un montón de excusas porque él sabía muy bien lo que estaban haciendo.

Pero se limitó a regresar a la sala de estar para hablar con los astronautas.

HISTORIA DE UN EXILIADO

Cuando el Sol se repliegue y salgan las estrellas,
cuando las bestias salvajes se hayan reunido...
cuando las hojas del Libro estén desenrolladas
Y cuando se haya hecho arder el Infierno
y el Paraíso esté cerca,
Cada alma sabrá lo que ha producido.
por la noche, cuando se oscurezca,
al alba, cuando se ilumine...
¿adonde iras entonces?

El Corán

—Agua caliente para remojarte los pies —dijo Harry—. Comida cocinada. Ropa para cambiarte. Y, además, te necesitan, hombre. Ellos lo sabrán en seguida.

—Lo conseguiré —dijo Dan Forrester resoplando—. Me siento ligero... como una pluma sin... esa mochila. ¿Y tienen ovejas?

En los últimos días, Dan temía mirarse los pies, pero dentro de poco no tendría que esforzarlos más. En cuanto a la provisión de insulina, había tenido que aumentar la dosis. Debía estar deteriorándose.

—¿Tienen frigorífico?

—No, frigorífico no. Ovejas, sí. Tendremos que tratar sobre eso de inmediato. No falta mucho. La carretera está bloqueada más adelante.

Su compañero, que iba delante de ellos por la desierta carretera, con la mochila de Dan Forrester a la espalda, se detuvo de repente y miró atrás.

—Tú estás conmigo —dijo Harry—. Todo irá bien.

Hugo Beck asintió, pero esperó a que Dan y Harry llegaran hasta él. Tenía miedo y no podía ocultarlo.

Había un cartel a cincuenta metros de la barricada de troncos. Decía:

¡PELIGRO!

TERRITORIO VIGILADO. NO SIGA ADELANTE. SI TIENE ALGO QUE HACER AQUÍ, CAMINE LENTAMENTE HASTA LA BARRICADA Y QUÉDESE QUIETO. NO HABRÁ DISPAROS DE ADVERTENCIA. MANTENGA LAS MANOS CONTINUAMENTE A LA VISTA.

Debajo había otro letrero en español, y más allá una gran calavera con el símbolo de tráfico internacional de «prohibido el paso».

—Extraña bienvenida —dijo Dan Forrester.

El trabajo seguía turnos rotatorios. Mark Czescu montaba guardia mientras algún otro fragmentaba piedras. Pero hacer guardia no siempre era divertido. Una vez llegó una familia en bicicletas. Se habían abierto paso a través del valle San Joaquín, y contaron historias de caníbales y cosas peores. A Mark no le resultó nada agradable tener que echarles de allí. Les mostró la carretera del norte, donde había un campamento de pescadores que sobrevivían a duras penas.

Eran cuatro personas. La fortaleza podía alimentar a cuatro más, pero ¿qué personas en concreto? Si aceptaban aquellas, ¿por qué no otras? La decisión de no aceptar a nadie sin razones especiales era acertada, pero eso no facilitaba la tarea de mirar a un hombre a los ojos y enviarle a la carretera.

Mark estaba sentado tras una pantalla de troncos y hojas desde donde podía vigilar sin ser visto. Sus compañeros le vigilaban a él, sobre todo Bart Christopher.

Tres figuras se acercaban por la carretera, y Mark salió de su escondrijo al reconocer los restos de un uniforme gris del Servicio Postal. Saludó a Harry alegremente, pero su sonrisa se desvaneció cuando vio que los tres cruzaban la barrera.

—Feliz día de reparto de basura, Harry —dijo mirando a Hugo Beck.

—Le he traído conmigo —dijo Harry en tono desafiante—. Ya conoces las reglas. Tiene mi salvoconducto. Y este es el doctor Dan Forrester...

—Hola, doctor —dijo Mark—. Usted y su maldito helado de crema de chocolate...

En los labios de Forrester se dibujó una sonrisa espectral.

—Tiene un libro —dijo Harry—. Tiene muchos libros, pero ése lo ha traído con él. Enséñaselo, Dan.

Caía una ligera llovizna. Dan no quitó las tiras de cinta adhesiva. Mark leyó el título a través de cuatro capas de plástico: De qué modo funcionan las cosas, Volumen II.

—El primer volumen se encuentra en lugar seguro —dijo Dan—, junto con otros cuatro mil libros sobre la manera de reconstruir una civilización.

Mark se encogió de hombros. Estaba seguro que de todos modos les interesaría tener a Dan Forrester en la fortaleza. Pero valía la pena saber qué otros regalos tenía el doctor.

—¿Qué clase de libros?

—La Enciclopedia Británica, edición de 1911. Un libro de fórmulas, editado en 1894, para cosas como el jabón, con toda una sección sobre la manera de hacer cerveza a partir de los granos de cebada. El manual del apicultor, libros de veterinaria, manuales para la instrucción en laboratorios que empiezan con la química inorgánica y siguen hasta la síntesis orgánica. Tengo unos para los equipos de los años treinta y otros modernos. El manual del radioaficionado, el Almanaque del granjero, el Libro del caucho. Hágase una casa usted mismo, de Peters, y dos libros sobre cómo fabricar cemento Portland. El Manual del armero y una serie de textos militares sobre conservación de las armas de infantería. Los manuales de mantenimiento para la mayoría de coches y camiones. Las reparaciones domésticas, de Wheeler. Tres libros sobre jardinería hidropónica. Una serie completa de...

—¡Basta! —gritó Mark—. Entrad, príncipe. Bienvenido a casa, Harry. Los de dentro están preocupados por ti. Pon las manos en la barandilla, Hugo, abre las piernas. ¿Llevas artillería?

—Ya has visto que he descargado la pistola —dijo Hugo—. La llevo al cinto, y un cuchillo de cocina. Lo necesitaba para comer.

—Pondremos esas cosas en la bolsa —dijo Mark—. Probablemente no comerás aquí. Yo no diría adiós, Hugo. Te veré cuando vuelvas para salir.

—No me toques las narices.

Mark se encogió de hombros.

—¿Qué ocurrió con tu camión, Harry?

—Me lo quitaron.

—¿Alguien te quitó el camión? —preguntó Mark, incrédulo—. ¿Les dijiste quién eras? Diablos, esto significa la guerra. Los de arriba se preguntaban si tendrían que mandar un grupo al exterior. Ahora tendrán que hacerlo.

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