Ya se habían impartido las instrucciones, comprobado los mapas de los viajeros, examinadas las armas y los grupos ya habían partido. Nick y Betsy, al lado del robot, les vieron alejarse; muy lejos de allí, Raeker abandonó por fin la sala de observación para dormir un poco. Los diplomáticos permanecieron despiertos y hablando con los niños mientras éstos describían a los animales que veían de vez en cuando. De esta forma inactiva pasó un día, una noche y parte de otro día de los de la nave, mientras los equipos de búsqueda se dirigían enérgicamente hacia las áreas asignadas.
Ya habían pasado veintisiete días en la nave desde el accidente del batiscafo, pero por lo que respecta a Nick era la tarde del séptimo día. Los niños, comprensiblemente estaban impacientes; los padres tenían que explicarles una y otra vez que pocas posibilidades había de que fuesen encontrados al principio de la búsqueda. Por lo menos ese día, el humano y el drommiano se encontraban totalmente de acuerdo. Sin embargo, a pesar de esa unidad de esfuerzos, los niños tendían a pasar más y más tiempo en la ventana conforme avanzaba el día y de vez en cuando Easy sacaba a colación el tema de encender los focos para guiar a los buscadores que pudieran estarse aproximando. Su padre tuvo que advertirle que Raeker le había dicho que no lo hiciera, pero el biólogo acabó por eliminar esa restricción.
—Eso hará que la niña sienta que participa más de la operación —le dijo a Rich en un aparte—, y no creo que haya más posibilidades, si hay alguna, de que Swift los vea antes que los de nuestro pueblo que los están buscando en este momento. Dejémosla jugar con las luces.
Easy, felizmente, hizo pleno uso de su permiso y el batiscafo pareció más brillante que la luz del día —pues la luz del día era mucho más oscura a los ojos humanos— en la superficie de Tenebra. Rich no se sintió muy feliz con el permiso; pensaba que daba ánimos a la niña en su irrazonable esperanza de un rescate inmediato y tuvo miedo de los efectos de la desilusión.
—Escúcheles —gruñó—. Se gritan el uno al otro cada vez que algo se mueve a media milla. Si pudieran ver algo más lejano todavía sería peor…; gracias al cielo están usando sus propios ojos en lugar de las fotocélulas del robot. Estarán así hasta que se duerman; luego comenzarán de nuevo al despertar…
—Estarán bajo el agua entonces —señaló Raeker calmadamente.
—Y siendo arrastrados de nuevo, supongo. Entonces es cuando se juntarán todas las piezas y tendremos un par de niños gritones que probablemente comenzarán a tocar conmutadores a derecha e izquierda en la esperanza de que algún milagro les conduzca a casa.
—No sé qué decir con respecto al drommiano, pero creo que trata a su hija injustamente —replicó Raeker—. Nunca he sabido mucho de niños, pero me parece muy notable para su edad. Aunque no confíe en ella, será mejor que no se lo haga saber.
—Lo entiendo, y nadie confía en ella más que yo —contestó fatigadamente—. Pero sólo es una niña y muchos adultos ya se hubieran resquebrajado. Puedo nombrar a uno que ya lo está haciendo. Escúcheles.
Los penetrantes tonos de Aminadorneldo se oían por el altavoz.
—Hay algo por ese lado, Easy. ¡Ven a verlo!
—De acuerdo, Mina. Espera un minuto —pudo verse un instante la pequeña forma de Easy pasando ante la pantalla por la sala de control desde un lado a otro de la nave y diciendo al pasar—: Probablemente será otra de esas cosas comedoras de plantas que son tan grandes como la gente de Nick. Recuerda que los que queremos se mantienen erguidos sobre un extremo.
—¡Este lo hace! ¡Mira!
—¿Dónde? —se produjo un momento de silencio en el que Aminadorneldo debía estárselo señalando; luego se oyó la voz de la niña—: No veo nada, sólo un montón de arbustos.
—Se parecía a Nick. Se detuvo ante ese arbusto durante un momento y nos miró; luego se fue. Lo vi.
—Bueno, si no te has equivocado, volverá. Quedémonos aquí y lo veremos.
Rich miré a Raeker y agitó su cabeza con desgana.
—Eso… —comenzó a decir, pero se detuvo. Su frase fue interrumpida por un grito repentino que surgió del altavoz, tan agudo que por un momento ninguno de los dos pudo decir quién lo había lanzado.
Capítulo 8 — Radiación; evaporación; advección.
John y Nancy hicieron rápidos progresos hacia el oeste. Tan largo viaje no había resultado especialmente difícil, aunque la mayor parte lo habían hecho sobre una tierra no examinada anteriormente. Lucharon con flotadores y carnívoros un número razonable de veces, comiendo los frutos de sus victorias cuando tenían hambre y hablando más o menos incesantemente. La charla era sobre todo especulación; habían aprendido más sobre la naturaleza de su profesor en los últimos días que en los anteriores dieciséis años, pero lo que habían aprendido parecía plantearles más preguntas. Eran lo suficientemente jóvenes como para impresionarse por eso, de ahí la persistente conversación sólo interrumpida cuando alcanzaban una región que se parecía a la del mapa.
—Debemos haber seguido la dirección muy bien —dijo Nancy tras comparar las colinas que les rodeaban con las indicadas en el mapa—. Queríamos intentar cruzar la región del mapa por aquí —señaló— y sólo parecen quedar una docena de millas hacia el norte. Oliver hizo el mapa de esta zona; no ha cambiado demasiado y no hay dudas de que es la misma. Podemos ir hacia el sur y asegurarnos unas millas más.
—De acuerdo —contestó John—. Aunque nos separemos unas cuantas millas de nuestra zona de búsqueda, ello no impedirá que dejemos de ver la máquina.
Nancy hizo un movimiento que pareció un encogimiento bajo sus escamas.
—No merece la pena que nos esforcemos especialmente. Podremos verlo desde muchas millas si es tan brillante como dijo Fagin. Creo que será mejor que nos concentremos en el mapa ahora hasta que nos aseguremos de que estamos en donde creemos que estamos.
—Fagin habría replicado algo a esa frase —murmuró John—, pero supongo que tienes razón. Continuemos.
Dos millas, veinticinco minutos, una breve lucha y un prolongado estremecimiento en el que se pusieron en una posición en la que se sintieron seguros. A pesar de lo uniforme que era la superficie de Tenebra, moldeada por la solución, y de lo rápidos que eran los cambios, aquella región se parecía demasiado a la de los mapas para que fuese una mera coincidencia. Emplearon cinco minutos en decidir si sería mejor empezar a reunir leña para la noche, para la que no faltaban muchas horas, o acercarse a la primera área de búsqueda para perder menos tiempo a la mañana siguiente. Eligieron la segunda alternativa y continuaron.
La caída de la noche estaba cada vez más cercana cuando ambos se pararon a la vez. Ninguno necesitó hablar, pues les resultaba evidente que habían visto la misma cosa. Lejos, hacia el sur y algo desviado hacia el oeste, brillaba una luz.
Permanecieron varios segundos mirándola. Lo que veían no era especialmente brillante… sólo lo suficiente para poderlo notar; pero una luz distinta a la del día de Tenebra sólo podía explicarse de muy pocas formas. O eso supusieron, al menos, los pupilos de Fagin.
Tras mirar un momento, cogieron los mapas de nuevo y trataron de localizar en ellos la fuente de luz. Era difícil, pues resultaba casi imposible calcular la distancia. La fuente en sí no era visible, sólo el resplandor que producían en la superficie de Tenebra los fuegos, los focos y Altair. La dirección era la correcta, pero caía dentro de lo posible que la fuente real de luz estuviera, bien fuera del territorio incluido en el mapa o en la región poco señalizada por Nick durante el viaje en el que descubrió el poblado de las cuevas. Era igualmente probable que no pudieran alcanzar el lugar antes de la lluvia, pero tras una breve discusión estuvieron de acuerdo en continuar.
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