Hal Clement - Cerca del punto critico

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Cerca del punto critico: краткое содержание, описание и аннотация

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Oculto por las eternas tinieblas de su espesa atmósfera. Tenebra era un planeta hostil, un lugar con una gravedad aplastante, con 370 grados de temperatura, con una corteza en perpetuo cambio sobre la que flotaban gigantes gotas de lluvia.
A pesar de ello… allí había vida, vida inteligente.
Durante más de veinte años, científicos terrestres estudiaron a sus habitantes desde un laboratorio en órbita... y habían encontrado un medio de entrenar y educar a un grupo de ellos.
¡Luego ocurrió lo inesperado! Una joven terrestre y el hijo de un poderoso e iracundo diplomático extraterrestre quedaron encerrados en un batiscafo que flotaba hacia la mortal superficie del planeta.
¡Solo los primitivos tenebritas podían rescatarlos!

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La marcha fue normal al principio, pero luego se hizo más difícil. Esto estaba de acuerdo con lo que recordaban del informe de Nick sobre el viaje. También recordaron su mención de unas formas de vida que habitaban en agujeros y eran peligrosas, pero no encontraron señales de ellas. La luz se hacía cada vez más brillante. Pero durante varias horas no se pudieron hacer una idea de lo que la producía.

Luego comenzaron a tener la impresión de que provenía de un punto que se encontraba por encima de su propio nivel, y a la media hora ambos estaban seguros de ello. Aquello era difícil de comprender; Fagin había dicho que el batiscafo no podía volar porque estaba roto y no existía ninguna mención de alguna colina —al menos no de algo inusual en este aspecto— en la descripción de los alrededores de la máquina. De hecho recordaron que se había establecido que se encontraba en el pie de la colina.

Luego John recordó el relato de Nick acerca de una colina notablemente alta en la región y ambos cogieron los mapas de nuevo. Parecía posible, aunque no seguro, tras una cuidadosa comprobación, que la luz viniera de la colina; si ése era el caso podía quedar alguna posibilidad de que habían hallado el batiscafo. La otra posibilidad que encontraron era que la gente de Swift estuviera allí con algún fuego.

No tardaría mucho en llover y viajar sin antorchas no sería posible. Si el área que tenían enfrente era realmente un campamento de los cavernícolas de Swift, el acercarse a ella con antorchas sería como pedir que les capturasen. El jefe debía haber aceptado la propuesta de Fagin, por lo que técnicamente eran aliados; pero por lo que John y Nancy sabían de Swift, preferían no arriesgarse. Desde cierta perspectiva no había ninguna razón para que se acercasen, pues estaban buscando el batiscafo en lugar de inspeccionar a los cavernícolas; pero no se les ocurrió tal cosa a ninguno de los dos. Si se les hubiera preguntado, probablemente habrían insistido en que no estaban seguros de que la luz proviniera de la máquina estropeada. De todas formas, continuaron intentando trazar un plan para acercarse a la luz.

Fue Nancy la que finalmente lo esbozó. A John no le gustó y no confió en él. Nancy le recordó, con razón, que sabía más física que él y que si no comprendía lo que estaba diciendo era mejor que confiara en ella. El le replicó, igualmente con razón, que podía ser mejor matemático que químico, pero que conocía la lluvia lo suficiente como para no aceptar ideas como la suya acríticamente. Nancy ganó finalmente la disputa por el método más simple: comenzó a andar sola hacia la luz, dándole a John la oportunidad de seguirla o quedarse. La siguió.

A Raeker le hubiera gustado oír ese argumento. A las criaturas que habían salido de los huevos cascados les había puesto nombre de forma arbitraria y todavía no conocía el carácter real de ninguno de ellos. La exhibición de Nancy de tal característica humana femenina le hubiera resultado fascinante, si no concluyente.

John miraba al cielo con inquietud mientras avanzaban. En su interior sabía perfectamente que la lluvia no podía preverse durante un rato; pero el hecho del desafío de Nancy al fenómeno le hacía anormalmente consciente de él. Cuando aparecieron las primeras gotas estaban lo suficientemente cerca de la luz para ver que había algo entre ellos y la fuente real… brillaba detrás de alguna barrera, posiblemente una colina.

—¿Seguimos adelante o damos un rodeo? —preguntó John cuando esto se hizo evidente—. Si subimos nos encontraremos pronto con la lluvia.

—Esa es una buena razón para hacerlo —replicó Nancy—. Si es el poblado de las cuevas no nos esperarán en esta dirección y pronto verás que tengo razón. Por otra parte, nunca he subido una colina realmente alta y Nick dijo que ésta tenía doscientos o trescientos pies… ¿no recuerdas?

—Sí, pero no estoy tan seguro como tú de que ésta sea la colina de la que estaba hablando.

—¡Mira tu mapa!

—Ya sé que estamos cerca de ella, pero sus notas eran aproximadas, lo sabes tan bien como yo. Una vez que él regresó no hubo tiempo de hacer un mapa decente. Desde entonces nos hemos dedicado prácticamente a luchar o a viajar.

—No necesitas hacer una tesis con ello. Sigamos —ella inició la marcha sin esperar respuesta.

Durante un tiempo no hubo una elevación apreciable en el nivel general del terreno, aunque el número de montículos era el habitual. La primera implicación que demostraba que Nancy podía tener razón sobre la naturaleza de la colina fue un cambio en la naturaleza de la tierra. En lugar de la usual roca granítica rica en feldespato, y muy agujereada por la solución, predominaba un material mucho más oscuro y bruñido. Ninguno de ellos había visto nunca lava fresca, pues Nick no había traído muestras, y les costó trabajo que sus pies se acostumbraran a ella.

La lluvia ya no estaba muy cercana a la superficie. No había dificultad en evitar las gotas, pues venía más luz de adelante que la que Altair daba a mediodía; el problema era que Nancy no se preocupaba de evitarlas. Teóricamente ella tenía razón; les cubrían burbujas de oxígeno, pero el calor de sus cuerpos las convertía en aire perfectamente respirable. John tardó tiempo en seguir su ejemplo. A los tenebritas les cuesta lo mismo que a los humanos romper con los hábitos.

Gradualmente, la inclinación de la oscura roca comenzó a crecer. Se hallaban en una colina y la luz estaba mucho más cerca. Las rocas marcaban agudamente sus siluetas contra ella mucho más de una milla. Nancy se detuvo, no a causa de la lluvia sino para echar una última ojeada, y entonces ambos notaron algo más.

En primer lugar, las gotas de lluvia no caían rectas; eran arrastradas horizontalmente mientras descendían en la misma dirección en que ellos viajaban. Era razonable si uno se paraba a pensarlo; conocían desde sus primeras clases la existencia de las corrientes de convección y advección. Lo notable era la velocidad; las gotas se dirigían hacia el fuego a unas dos millas por hora. La corriente de aire que las impelía podía realmente ser sentida… y eso era un gran huracán para Tenebra. Si lo que había delante era un fuego, era el mayor fuego que los pupilos de Fagin habían encendido o visto nunca.

—Si Swift encendió eso debe haber prendido toda una sección del mapa —comentó John.

Nancy se volvió hacia él abruptamente.

—¡Johnny! ¿Recuerdas lo que ocurrió la última noche, cuando Nick sacó al profesor del poblado de las cuevas? ¡Encendió una gran parte de la sección! ¿Crees que todavía puede estar ardiendo y haberse desparramado así?

—No sé —John permaneció inmóvil y pensativo durante unos momentos. Luego miró al mapa, fácilmente legible bajo la luz brillante—. No comprendo cómo pudo ocurrir —dijo al fin—. Estamos más cerca de las cuevas de lo que lo estuvimos esta mañana, pero no tan cerca. Además, la lluvia de la noche habría apagado cualquier fuego si nadie lo estuviera cuidando.

—Pero si fuera lo suficientemente grande agitaría el aire de forma que siempre tendría bastante oxígeno…; siente el viento a nuestras espaldas. ¿Has visto alguna vez algo así?

—No. Debes tener razón, pero podemos ir y verlo; todavía pienso que es más probable que sea Swift. ¿Sigues en tu idea?

—Desde luego, es lo mejor que podemos hacer con el viento llevando las gotas a esta velocidad.

—Espero que tengas tanta razón como lógica.

Continuaron, aunque más lentamente, porque era necesario seguir un camino más tortuoso para, entre las gotas de lluvia, mantener su objetivo a la vista. Las gotas alcanzaban ahora la superficie en gran número y permanecían líquidas, excepto en las partes más directamente expuestas al calor de los cuerpos de los dos viajeros. Les costó más de lo que esperaban cubrir las doscientas yardas de rocas que tenían delante, en las que la ausencia de otra cosa que no fuera la luz más allá de ellas parecía marcar la cima de la colina. En aquel momento Nancy decidió que había que actuar con cautela, pues entraba en acción la parte más peligrosa de su plan.

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