—No, pero estamos preocupados por ello, y eso hace que yo tenga pesadillas, y hace que tu madre tiemble.
Francine cerró los ojos en una agonía de empatia materna.
—Todo el mundo está asustado —declaró Marty—. No sólo yo. Todo el mundo.
—Eso es cierto —dijo Arthur. Acunó suavemente a Francine. Ella relajó sus fruncidas cejas pero mantuvo los ojos cerrados. Sus temblores habían disminuido a un estremecimiento ocasional. Marty saltó de su cama y fue a la de ellos y abrazó fuertemente a Francine, apoyando su mejilla contra el hombro de ella.
—Todo está bien, mamá —dijo.
—Es lógico estar asustados —dijo Arthur, a nadie en particular, contemplando el papel floreado de la pared, iluminado por una pequeña lamparilla nocturna que señalaba el camino al cuarto de baño.
Estaban en un hotel de desayuno y cama a unos pocos kilómetros al sur de Portland.
La red no estaba activa.
Había recibido su itinerario y sus instrucciones.
También hubiera agradecido un poco de simpatía.
No había recibido ninguna.
Extracto del New Scientist, 25 de marzo de 1997:
La aparición de un nuevo y radicalmente alterado Venus por detrás del Sol ha proporcionado a los geólogos planetarios muchas cosas en que pensar. Se había supuesto que el impacto de un bloque de hielo de doscientos kilómetros de diámetro causaría enormes alteraciones sísmicas, pero no hay ninguna señal de eso. De hecho, algunos —conectando el impacto con los sucesos de la Tierra— han teorizado que el bloque fue artificialmente «desmenuzado» en fragmentos más pequeños, distribuyendo regularmente el impacto por todo el segundo planeta del sistema solar.
Lo que vemos ahora es un Venus desnudo, con su atmósfera transformada en una capa de vapor transparente, supercalentado. Los rasgos superficiales así revelados son muy poco distintos de los esperados a partir de las evidencias de los sondeos por radar de las anteriores sondas planetarias.
El planetólogo Ure Heisink, de la Universidad de Göttingen, cree que la atmósfera puede disponer ahora de un mecanismo automático de transferencia de calor que le permitirá enfriarse por sí misma; que finalmente el vapor se condensará, y las nubes blancas y opacas resultantes reflejarán al espacio más calor del sol del que absorban. Se producirá un mayor enfriamiento, y finalmente caerá la lluvia, la cual se convertirá a su vez en vapor en la superficie del planeta. El vapor se condensará en la atmósfera superior, devolviendo más calor al espacio. En unos pocos siglos, el planeta poseerá unas condiciones parecidas a las de la Tierra…
Una humosa niebla colgaba alta sobre el valle, procedente de los incendios del este: Idaho, Arizona, Utah. El sol matutino resplandecía con un color naranja brillante a través de aquel manto, bañando todo el Yosemite con una luz fantasmagórica del color del Apocalipsis.
Edward pasó frente al almacén y vio a Minelli sentado en su coche en el aparcamiento, con la portezuela abierta, escuchando la radio, con una pierna cruzada sobre la otra y limpiándose el barro seco de la suela de su bota con una ramita.
—¿Cuáles son las noticias? —preguntó Edward, apoyando su bastón en el parachoques del coche.
—Nada próximo a nosotros todavía —respondió Minelli—. Incendios al sur, extendiéndose hacia el sur pero no hacia el norte, e incendios al este a unos quinientos o seiscientos kilómetros.
—¿Nada más?
—Los proyectiles han caído por debajo del nivel microsísmico. Ya nadie puede oírlos. —Hizo una mueca y arrojó la ramita sucia de barro al asfalto—. Te hace desear estar ahí fuera trabajando, ¿no? Tomándole el pulso al paciente.
—En realidad no —respondió Edward—. ¿Has dado ya tu paseo hoy?
—Lo he dado —dijo Minelli, haciendo un gesto hacia el oeste—. Desde las cinco. Es agradable levantarse cuando aún es oscuro. La salida del sol fue espectacular. Muchos de mis hábitos están cambiando. Me siento muy tranquilo ahora. ¿Tiene algún sentido eso?
—Negativa, furia, retirada…, aceptación —dijo Edward—. Los cuatro estadios.
—Sigo sin aceptar nada —respondió Minelli—. Sólo me siento tranquilo acerca de lo que va a ocurrir. ¿Dónde vas?
—Voy a seguir el Sendero de las Brumas hasta las cataratas Vernal y Nevada. Nunca he estado ahí.
Minelli asintió.
—¿Sabes? He pensado en dónde me gustaría estar cuando se produzca el primer estrujón. —Alzó un dedo hacia la Punta Glaciar—. Puede verse todo desde ahí arriba, y supongo que será algo espectacular. Daré un paseo hasta allí y acamparé al aire libre durante una semana o todo el tiempo que sea necesario, sólo para estar preparado.
—¿Y si encuentras alguna mujer?
—Espero que venga conmigo —dijo Minelli—. Pero no tengo muchas esperanzas. —Se frotó la barba y sonrió perversamente—. No soy una Elección Tipo A.
Edward contempló una pegatina en la ventanilla lateral: NACIDO PARA IRSE AL INFIERNO.
—Mazel —dijo por encima del hombro, echando a andar hacia el este.
—Soy un chico católico. No conozco esa expresión.
—Yo soy episcopaliano —dijo Edward.
—¿Cuándo piensas volver?
—A tiempo para la reunión de las cinco.
Edward siguió la serpenteante pendiente del primer tramo del Sendero Muir, deteniéndose en los lugares panorámicos para contemplar el paisaje de las gargantas llenas por la rugiente y agua espumosa. Estaba a media subida del Sendero de las Brumas a las once. El olor del musgo y la espuma y el empapado humus llenaba su olfato. La cascada Vernal aullaba constantemente a su izquierda, nubes fantasmales de agua en suspensión empapaban sus ropas y perlaban de cuentas su rostro y manos. Hizo una mueca ante el frío, pero se había negado a llevar una parka o cualquier otra cosa que le aislara.
Las empapadas y oscuras rocas grises del sendero reflejaban el cielo y adquirían un tono marrón anaranjado sombrío. Cuando la brisa empezó a lanzar gruesos dedos de bruma en su dirección, pareció suspendido en medio de una cálida niebla ambarina, con la cascada y las paredes de granito cubiertas de musgo y azotadas por la intemperie perdidas en un vaporoso vacío.
Vi la Eternidad la otra noche, citó, y al no recordar el resto terminó en voz alta:
—Y me asustó terriblemente…
En la parte superior de la cascada Vernal, cruzó una amplia y casi nivelada extensión de seco granito blanco, con una mano sobre la barandilla de hierro, y se detuvo cerca del amplio y pulido labio verdoso de la caída. Ahí estaban el ruido y la energía, pero poco de la humedad; observación e inmediatez, y sin embargo aislamiento. La auténtica experiencia, pensó Edward, sería deslizarse cascada abajo en medio del agua, suspendido en el frío verde y blanco, con las cortinas de burbujas y las largas y translúcidas superficies verticales distorsionando todo el cielo y la tierra. ¿Cómo sería vivir como un espíritu acuático, capaz de permanecer suspendido mágicamente en medio de una muerte segura?
Miró al otro lado hacia el Liberty Cap y pensó de nuevo en los vastos espacios de granito invisibles dentro de los domos. ¿Por qué esa obsesión con lugares fuera de la vista?
Frunció concentradamente el ceño, intentando apresar el pensamiento monstruosamente grande que había captado de una forma tan inconcreta. Las cosas vivas sólo ven la superficie, no pueden existir en las profundidades. La vida está pintada en la superficie de lo real. La muerte es el gran volumen inexplorado. La muerte surge de lo inaccesible, profundidad y muerte son casi lo mismo…
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