Charles Sheffield - La telaraña entre los mundos

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La telaraña entre los mundos: краткое содержание, описание и аннотация

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Charles Sheffield es uno de esos escritores de ciencia ficción que hace que el resto de nosotros piense seriamente en hacer carrera como vendedores de saldos. De hecho, la única razón por la que le permitimos vivir es que también somos lectores de ciencia ficción. Tiene la base científica de un Clarke, la capacidad narrativa de un Heinlein, la aguda ironía de un Pohl o un Kornbluth y la habilidad como constructor de universos de un Niven.
Spider Robinson

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—Muy bien —Anson se incorporó—. Si te vas a quedar ahí con la mirada perdida, traeré a Senta. Está esperando a ver si queremos trabajar.

—Perdón —Rob sacudió la cabeza y se sentó más erguido—. Es el cansancio, eso es todo. Me abstraigo y me pongo a pensar en otras cosas. Tenías razón. Me he exigido mucho. Regulo no ha comentado una palabra sobre los plazos. Creo que intento convencerme a mí mismo de que soy tan inteligente como él. Has dicho que me gusta; sería más apropiado decir que le respeto. Su cerebro funciona de una manera diferente a como funciona el cerebro de cualquier persona que haya conocido. Tendrías que escucharle cuando se pone a hablar de diseño en ingeniería. Con razón ha llegado a la posición que ocupa. ¿Sabías que controla más de la mitad de las naves que se mueven en los Sistemas Interior y Medio?

—Sesenta y ocho por ciento —dijo Anson, con un suspiro—. Sí que estás cansado, Rob. Dirijo un Servicio de Informaciones, ¿recuerdas? Si buscas datos, yo soy la persona apropiada. —Se detuvo frente a la puerta, con la mano en el picaporte—. Tengo que pedirte algo. Sé paciente con Senta, por favor. Se ha mantenido con la dosis mínima que puede soportar desde hace unas semanas, para poder tolerar una dosis grande cuando se lo pidiéramos. En este momento se siente muy frágil.

Rob asintió. Había visto muchos adictos a la taliza y sabía lo que esto significaba. La abstinencia de la droga habría sido una lenta y continua tortura para Senta Plessey; y, sin embargo, se había prestado gustosa sólo para permitirles llevar a cabo el interrogatorio. Lo cual dejaba un punto muy en claro: Senta sentía por Howard Anson lo mismo que él por ella.

Rob se quedó a solas unos minutos. Cuando comenzaba a preguntarse qué estaría sucediendo, los otros dos entraron. Senta era una mujer diferente de la que Rob conociera en el ámbito social de Camino Abajo. Sus bronceadas mejillas se veían ajadas, y los brillantes ojos castaños, apagados y doloridos. Hasta los cabellos oscuros parecían haber perdido el brillo, y le caían desordenados a ambos lados de la cara. Al entrar miró a Rob y se esforzó por esbozar una sonrisa. Él se acercó a ella y le tomó las manos. Estaban frías y ásperas.

—La última vez que me vio yo estaba en mi mejor momento, o en el peor —reconoció. La voz sonó ronca e insegura—. No recuerdo qué me dijo, ni lo que hicimos. Siempre ocurre igual cuando regreso a la realidad. Quizás esta vez pueda recordar mejor. Después, digo.

Pronunció la última palabra como una amenaza de fatalidad.

—Escuche, Senta —dijo Rob, sin soltarle las manos—. No sé cómo decirlo, pero cuando recuerda cosas estando en trance de taliza, ¿sufre?

Senta no lo miró. Se había vuelto y fijaba la mirada en un frasquito con un fluido transparente que Anson había sacado del bolsillo. La expresión de su cara hizo estremecerse a Rob por la intensidad de deseo que vio en ella. Comprendió que nadie que hubiera visto una vez a un adicto a la taliza se aficionaría a ella.

—¿Sufrir? —La voz de Senta sonó distante e indiferente—. Depende de lo qué recuerdo. Es tan doloroso como lo fue la experiencia, ni más ni menos. No podría ser de otra manera. Pero esto…, esto es más insoportable que los recuerdos —le tembló la voz—. Howard, por favor, no esperes más.

Anson echaba una onza del líquido, medido con cuidado, en un pedazo de algodón. Tapó el frasco, se acercó a Senta y comenzó a restregarle el algodón con firmeza en las sienes, primero de un lado y luego del otro. Transcurridos unos veinte segundos, volvió a repetir la acción, mirando a Senta a los ojos. Estaba rígida e inexpresiva. Diez segundos después, ella exhaló un profundo suspiro y los párpados comenzaron a agitarse en movimientos breves y espasmódicos. Enseguida Anson le envolvió una tela oscura bajo la frente, para cubrirle los ojos y con toda delicadeza, la hizo sentar en el sofá.

—Howard —Rob habló deprisa y en voz baja, sin apartar los ojos de la cara de Senta—. ¿Tenemos que hacerlo así? ¿No hay otro método que nos permita averiguar lo que queremos que Senta nos diga sin que deba drogarse, alguna manera de formularle las preguntas correctas? Si la taliza puede hacerla recordar, de alguna manera ella tiene la información almacenada.

—Ojalá pudiera hacerse así —Anson seguía observando a Senta con atención, al parecer esperando una reacción clave—. La información ya no está en su mente consciente. Se lo he preguntado muchas veces cuando no estaba drogada, y no recuerda nada, en absoluto. No sé si le dieron una gran dosis de Lethe con un condicionamiento, o si es ella la que rechaza el recuerdo porque es muy doloroso. Lo único que sabemos a ciencia cierta es que está enterrado a profundidad. Y sabemos que está allí; cuando un trance de taliza la arrastra hasta esa experiencia, se asusta más que ante cualquier otra vivencia de su memoria. Hay algo relacionado con Morel, Merlin y los Duendes que la aterroriza.

—Reconozco que Morel es capaz de asustar a cualquiera —Rob recordaba la expresión en los ojos grises del asistente de Regulo cuando manejaba el comunicador que le permitía controlar a Caliban—. A mí también me preocupa. Pero, ¿Senta no…?

Se interrumpió. Anson le había hecho un brusco ademán para que se callara. Senta se había inclinado hacia adelante y comenzaba a respirar agitada.

—Unos segundos más —dijo—. Tiene la venda sobre los ojos, para que no reciba ningún estímulo visual. Si oye cualquier palabra ahora, tendrá el mismo efecto. Debemos evitar que entre en un recuerdo que no sea el que queremos.

Se sentó en el sofá junto a Senta, mirándola con atención. Rob quedó impresionado. Mientras la miraba, las mejillas de Senta iban perdiendo su aspecto ajado y recuperaban el color que él había visto en Camino Abajo. La boca volvía a curvársele otra vez en una delicada y misteriosa sonrisa.

—Aquí estoy, Howard —exclamó—. Me siento bien. ¿A qué vamos a jugar? —rió, con una risa profunda, y se acomodó entre los mullidos almohadones del sofá. Su actitud era ya coqueta y llena de una explícita promesa sexual. Anson le dirigió a Rob una rápida mirada de impotencia, y luego se inclinó hacia el oído de Senta.

—Joseph Morel —articuló con toda claridad. Hizo una pausa tras pronunciar el nombre—. Gregor Merlin. Joseph Morel y Gregor Merlin. Repite esos nombres, Senta, repítelos.

Le miró aturdida.

—Joseph Morel. Gregor Merlin. Sí, sí. Ya sé. Pero, Howard, ¿cómo tú…?

La voz se iba debilitando. Una vez más, su cara mostraba un desfile de expresiones: temor, alegría, ansiedad, compasión, lujuria. Cuando se le estabilizó la mirada, inclinó la cabeza a un lado y asintió, luego pareció escuchar con atención.

—Merlin… Merlin los tiene —pronunció por fin. Miraba hacia arriba, con el ceño fruncido y una expresión de confusión y preocupación en el rostro—. Así es, Gregor Merlin. Acaba de decírmelo Joseph, por vídeo. No tiene idea de cómo han llegado allí, pero está seguro de que están en los laboratorios.

—A la mierda —dijo Anson mordiéndose el labio y mirando a Rob—. Esto es lo que me temía. Es lo mismo que ya habías oído. Es lógico, porque he dicho casi las mismas palabras. Ahora me temo que deberemos esperar a que pase toda la escena.

Senta escuchaba lo que le decían unos acompañantes invisibles, hasta que por fin asintió.

—Sí, son dos. No, no estaban vivos, no había aire en la cápsula. No sé si Merlin sabe de dónde provienen, pero debe imaginárselo. Le dijo a McGill que había hallado a dos Duendes, ése es el nombre que les da, en una caja de medicinas que le habían devuelto. Le mandó uno al otro hombre, Morrison, y ahora va a tratar de hacerles una autopsia completa. Ya sabe lo que les ha pasado, pero no…

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