– ¿Y uno de ellos es el apóstol Juan? -preguntó Decker.
– Sí -asintió Milner, aparentemente nada sorprendido de que Decker estuviera al tanto-. ¿Has oído hablar de esa extraña habilidad que tiene el KDP de conocer el pasado de las personas?
– Sí.
– Pues no es más que una débil demostración de lo que está por llegar. Pronto esa capacidad no será más que una luciérnaga en el rutilante sol. Poderes como ése deberían ser empleados para indagar en los corazones de los demás, hallar los reductos más necesitados de compasión y así poder ofrecerles consuelo. En su lugar, bajo el liderazgo de Juan y otro hombre llamado Saul Cohen, emplean ese don para escarbar en lo que todos preferiríamos olvidar, y con sus garras abrir salvajemente las viejas heridas y dejar a la intemperie las debilidades humanas. Y más aún, esto es la menor maldad de la que es capaz su monstruosa crueldad. Sus poderes para hacer el mal superan con creces la imaginación de una mente sana. La sequía que Israel ha sufrido los últimos dieciséis meses es obra de ellos. Y harán cosas mucho peores antes de que todo haya pasado.
– ¿Y qué se puede hacer para detenerlos?
– Nosotros solos no podemos hacer nada. El destino del mundo y de la humanidad depende enteramente de aquel al que has criado como a un hijo. El final no está ni mucho menos escrito. Esperemos que esté a la altura de la tarea que le ha sido encomendada.
Ambos permanecieron en silencio durante unos instantes. A Decker le costó un poco empezar a comprender la magnitud de lo que Milner acababa de contarle.
– ¿Y cuánto tiempo tendrá Christopher que permanecer ahí afuera? -preguntó Decker rompiendo por fin el silencio.
– Cuarenta días.
– ¡Cuarenta días! -exclamó Decker en un tono tan alto como para que pudiera oírsele en todo el vestíbulo.
– Es la única manera -añadió Milner, y exageró su susurro para que Decker bajara de tono.
– Pero si antes no se congela o se muere de sed, ¡morirá de hambre!
– No le ocurrirá nada por el estilo, aunque es verdad que la prueba va a ser brutal e inhumana. Pero está allí por voluntad propia. Si lo desea, puede retirarse de su preparación cuando quiera.
– Entonces me quedaré aquí a esperarle -dijo Decker.
– Tú también debes hacer tu elección -dijo Milner-. Pero aquí no puedes hacer nada. Si regresas a Nueva York es posible que cuando Christopher vuelva puedas proporcionarle información esencial, que le ayudará a tomar las decisiones necesarias.
Decker supo que no tenía elección; su deber era regresar a Nueva York. Pero también sentía claramente la inquietud que le producía dejar allí a Christopher. Estaba convencido de que Milner jamás toleraría que le ocurriera nada malo; aparte de Decker, no había nadie tan próximo a Christopher, y en algunos aspectos Milner lo estaba aún más que él. No obstante, podía llegar a tratarse de un asunto de vida o muerte. Milner leyó la preocupación en los ojos de Decker y volvió a apoyar la mano sobre su hombro. De repente, una sensación de paz absoluta como nunca había sentido invadió a Decker al tiempo que su ansiedad se desvanecía por completo.
– ¿Se quedará usted aquí? -preguntó Decker.
– Sí. No puedo acompañarle, pero permaneceré tan cerca de él como me sea posible.
Decker asintió para indicar que estaba de acuerdo.
– Voy a coger el próximo vuelo disponible, pero pienso estar de regreso dentro de treinta y ocho días, antes de que vuelva Christopher.
– Bien -dijo Milner-. Ahora debo irme.
Decker le dio un fuerte apretón de mano, y Milner se giró para irse, pero se detuvo antes de dar el tercer paso.
– Oh, Decker -dijo, sin volverse del todo hacia él-, sobre todo ten cuidado con el embajador Faure.
– ¿Acaso tiene él algo que ver con todo esto?
– No exactamente -dijo Milner-. Pero es un hombre muy ambicioso que no se detendrá ante nada hasta conseguir ser secretario general. Las fuerzas contra las que luchamos acostumbran a valerse de hombres como él para alcanzar sus fines.
SIN DETENERSE ANTE NADA
Nueva York, Nueva York
– ¿De regreso tan pronto? -preguntó Jackie Hansen cuando Decker entró en la sede de la misión italiana en Nueva York-. No os esperaba hasta dentro de una semana, como mínimo.
Decker se dirigió hacia el despacho de Christopher y, sin decir palabra, le hizo una señal a Jackie para que le siguiera.
– ¿Qué ocurre? -preguntó ésta una vez hubo cerrado la puerta-. ¿Dónde está Christopher?
– Sigue en Israel -contestó Decker-. Va a quedarse allí por lo menos un mes y medio más.
Decker quería que su explicación fuera lo más sencilla posible, pero no iba a ser fácil.
– ¡Un mes y medio! -exclamó Jackie-. ¡No puede hacer eso! Tiene asuntos que atender, reuniones a las que asistir, citas que respetar. -Decker levantó las manos para detener a Jackie y poder él continuar con su explicación, pero el gesto nunca la había detenido en el pasado y tampoco lo iba a hacer ahora-. Voy a darle un telefonazo y recordarle un par de cosas, por si acaso. ¿Cuál es el número de teléfono del hotel?
– No está en ningún hotel…
– De acuerdo. Entonces, ¿cuál es el número del lugar donde se hospeda?
– Jackie, está ilocalizable.
– Bueno, pues entonces le llamaré al móvil.
– ¡Ya está bien, Jackie! No lleva el móvil encima. Por favor, ¿quieres escuchar un momento? -Jackie se cruzó de brazos y paró de hablar. Ahora, aunque fuera por un instante, le estaba escuchando. Decker aprovechó la oportunidad al vuelo-. Nos encontramos con Robert Milner.
Jackie dejó que su cuerpo descansara contra el borde de la mesa de Christopher.
– ¿Se encuentra bien? ¿Está vivo? -preguntó. Después de dieciséis meses sin noticias suyas, no había que descartar nada.
– Está bien. No tenía mal aspecto.
La noticia del encuentro con Milner surtió el efecto que Decker esperaba. Tal vez ahora pudiera intentar explicarle a Jackie el resto sin interrupción.
– Christopher está con él -continuó. No era del todo verdad, pero facilitaba mucho las cosas.
– Bueno, pero estarán alojados en algún sitio -dijo Jackie volviendo al ataque.
– Sí, claro. Pero no tienen teléfono y no hay manera de contactar con ellos.
Aquello, evidentemente, carecía de sentido para Jackie.
– ¿Te refieres a que están de acampada o algo así? -preguntó. Era lo único que se le ocurría.
– Bueno, sí. Supongo que podría llamársele así.
– Pero si es pleno invierno, ¡se van a congelar!
A Decker se le habían agotado las excusas.
– Mira, no te preocupes, no les pasará nada. Ya sabes cómo soy con Christopher; para mí es casi como un hijo, la única familia que he tenido desde el Desastre, y no le habría dejado allí si no estuviera seguro de que va a estar bien.
Al pronunciar aquellas palabras, Decker se dio cuenta de que no sólo iban dirigidas a Jackie, también intentaba convencerse a sí mismo de que había tomado la decisión correcta.
– Pero ¿por qué no ha telefoneado siquiera?
– Ya sé que suena muy raro -dijo Decker-, pero no tuvo oportunidad de hacerlo.
La expresión de Jackie le confirmó lo acertado que había estado al decir que todo aquello sonaba muy extraño.
– Mira -continuó-, yo tampoco lo entiendo del todo. Milner dijo que tenía que ver con no sé qué de la Nueva Era.
– Oh -dijo Jackie no tanto como si aquello lo explicara todo, sino más bien como si de repente ya no necesitara más explicaciones-. Bueno, eh… Supongo que entonces será mejor que me ponga de inmediato a cancelar las citas de Christopher.
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