– ¿Qué más dijo acerca de esa tía?
– Solo que piratea para el ministerio.
– ¿Nada más? ¿No dijo dónde? ¿Dónde están los campos de pruebas? ¿Nada por el estilo?
– No.
– ¿Eso es todo? -El gaijin mira a Raleigh de reojo, irritado-. ¿Para esto me has hecho venir hasta aquí?
Raleigh sale de su letargo.
– El farang -dice de repente-. Cuéntale lo del farang .
Emiko no puede disimular su confusión.
– ¿Cómo? -Recuerda al joven camisa blanca, alardeando de su tía. Cómo esta iba a recibir una recompensa y un ascenso por su trabajo con los ngaw … nada de farang -. No lo entiendo.
Raleigh suelta la pipa, ceñudo.
– Me dijiste que habló de unos piratas genéticos farang .
– No. -Emiko niega con la cabeza-. No dijo nada de unos extranjeros. Lo siento.
El gaijin de la cicatriz pone gesto de enfado.
– Avísame cuando tengas algo digno de mi tiempo, Raleigh. -Recoge el sombrero y empieza a incorporarse.
Raleigh fulmina a Emiko con la mirada.
– ¡Me dijiste que había un pirata genético farang !
– No… -La chica mecánica menea la cabeza-. ¡Espera! -Extiende una mano en dirección al gaijin -. Espera. Khun , por favor, espera. Ahora sé a qué se refiere Raleigh-san.
Sus dedos rozan el brazo del hombre pálido, que rehúye el contacto. Se aparta con cara de asco.
– Por favor -implora Emiko-. No lo había entendido. El chico no dijo nada de farang . Pero mencionó un nombre… Podría haber sido farang . -Mira a Raleigh, esperando que lo confirme-. ¿Te referías a eso? ¿Al nombre raro? Podría haber sido extranjero, ¿sí? No thai. Ni chino, ni hokkien…
Raleigh la interrumpe.
– Repite lo que me dijiste, Emiko. Eso es lo único que te pido. Cuéntaselo todo. Hasta el último detalle. Como haces conmigo después de una cita.
Emiko así lo hace. Mientras el gaijin vuelve a sentarse, atento pero suspicaz, la chica mecánica lo cuenta todo. El nerviosismo del chico, cómo se negaba a mirarla primero, y cómo no podía dejar de mirarla después. Cómo hablaba para disimular que no era capaz de conseguir una erección. Cómo la observaba mientras se desvestía. Cómo hablaba de su tía, intentando darse importancia delante de una puta, una puta neoser además, y lo extraño y ridículo que le había parecido a Emiko, y cómo le había ocultado lo que pensaba. Y por fin, la parte que hace que Raleigh sonría de satisfacción y el hombre pálido de la cicatriz abra enormemente los ojos.
– El chico dijo que un hombre llamado Gi Bu Sen les facilita los planos, aunque les traiciona cada dos por tres. Pero su tía descubrió un truco. Y así consiguieron piratear con éxito los ngaw . Gi Bu Sen apenas si les ayudó con los ngaw . Al final, el mérito fue solo de su tía. -Asiente con la cabeza-. Eso fue lo que dijo. Gi Bu Sen les engaña. Pero su tía es demasiado lista para dejarse embaucar.
El hombre de la cicatriz la observa con atención. Ojos azules, helados. Piel tan pálida como la de un cadáver.
– Gi Bu Sen -murmura-. ¿Estás segura de que ese fue el nombre que pronunció?
– Gi Bu Sen. Estoy segura.
El hombre asiente, pensativo. La lámpara que utiliza Raleigh para el opio crepita en medio del silencio. A lo lejos, en la calle, un vendedor de agua trasnochador pregona su mercancía a gritos; su voz se cuela entre los postigos abiertos y las mosquiteras. El ruido parece sacar de su ensimismamiento al gaijin . Los ojos azules vuelven a fijarse en ella.
– Me interesaría mucho saber si tu amigo volvió a hacerte otra visita.
– Después le daba vergüenza. -Emiko se acaricia la mejilla, donde el maquillaje disimula una magulladura ya apenas visible-. No creo que…
– A veces reinciden -tercia Raleigh-. Aunque se sientan culpables. -Lanza una mirada torva a la chica mecánica, que confirma sus palabras con un cabeceo.
El muchacho no volverá jamás, pero creer lo contrario hará feliz al gaijin . Y a Raleigh. Raleigh es su jefe. Debería mostrarse de acuerdo. Debería asentir con convicción.
– A veces -es lo único que logra decir-. A veces reinciden, aunque se sientan culpables.
El gaijin los observa a ambos.
– ¿Por qué no vas a buscarle un poco de hielo, Raleigh?
– Todavía no le toca la siguiente ronda. Y su espectáculo empieza dentro de poco.
– Correré con los gastos.
Es evidente que Raleigh quiere quedarse, pero es lo bastante listo como para no protestar. Se obliga a sonreír.
– Por supuesto. ¿Por qué no charláis un rato? -Al salir, lanza una mirada elocuente a Emiko, que entiende que Raleigh quiere que seduzca a este gaijin . Que lo tiente con promesas de sexo espasmódico y transgresión. Y que escuche e informe, como hacen todas las chicas.
Se inclina para dejar que el gaijin vea su piel expuesta. Los ojos del hombre recorren su cuerpo, siguiendo la línea del muslo allí donde se desliza bajo el pha sin , la forma en que su cadera tensa la tela. Aparta la mirada. Emiko disimula su irritación. ¿Se siente atraído? ¿Nervioso? ¿Asqueado? No lo sabe. Con la mayoría de los hombres, es fácil. Obvio. Encajan en unos moldes sencillos. Se pregunta si es posible que los neoseres le resulten demasiado repulsivos, o si tal vez es que prefiere a los chicos.
– ¿Cómo sobrevives aquí? -inquiere el gaijin -. Los camisas blancas deberían haberte fundido a estas alturas.
– Sobornos. Mientras Raleigh-san esté dispuesto a pagar, harán la vista gorda.
– ¿Y vives en algún sitio? ¿Eso también lo paga Raleigh? -Cuando Emiko asiente con la cabeza, añade-: Supongo que saldrá caro.
La chica mecánica se encoge de hombros.
– Raleigh-san lleva la cuenta de mis deudas.
Como si lo hubiera invocado con esas palabras, Raleigh regresa con el hielo. El gaijin hace una pausa cuando Raleigh cruza la puerta, aguarda con impaciencia mientras Raleigh deja los vasos encima de la mesita. Raleigh titubea, y cuando ve que el hombre de la cicatriz no le hace caso, murmura que se diviertan y vuelve a marcharse. Emiko asiste pensativa a la salida del anciano, preguntándose qué influencia posee este hombre sobre Raleigh. Ante ella, el vaso de hielo exuda seductoras gotas de agua. Cuando el hombre asiente con la cabeza, estira el brazo hacia él y bebe. Convulsivamente. Antes de darse cuenta, se acaba. Presiona el vaso helado contra una mejilla.
El hombre de la cicatriz la observa.
– No estás diseñada para los trópicos. -Se inclina hacia delante, estudiándola, recorriendo su piel con la mirada-. Es interesante que quienes te diseñaron modificaran la estructura de tus poros.
Emiko resiste el impulso de retraerse ante su interés. Se arma de valor. Se acerca un poco más a él.
– Es para que mi piel resulte más atractiva. Suave. -Levanta el pha sin por encima de las rodillas, deslizándolo sobre los muslos-. ¿Te gustaría tocarla?
El hombre la mira de reojo, con curiosidad.
– Por favor. -Emiko le da permiso con un ademán.
El hombre alarga una mano y la desliza por su piel.
– Exquisita -murmura. Emiko siente una oleada de satisfacción al percibir la ronquera que atenaza la voz del hombre, cuyos ojos se han abierto como platos, como los de un niño sin restricciones. El hombre carraspea-. Tienes la piel ardiendo.
– Hai . Como tú mismo has dicho, no me diseñaron para esta clase de clima.
Ahora la examina palmo a palmo. Sus ojos vagan por todo el cuerpo de Emiko, voraces, como si quisiera devorarla con la mirada. Raleigh estará complacido.
– Tiene sentido -reflexiona el hombre-. Seguramente tu modelo solo se vendía a los más privilegiados… que dispondrían de controladores climáticos. -Asiente para sí, sin dejar de observarla-. No les importaría pagar el precio.
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