LA VAGINA MECÁNICA DE DIOS
Daniel Polunin
© La vagina mecánica de Dios
© Daniel Polunin
ISBN: 978-84-18411-03-8
Editado por Tregolam (España)
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1ª edición: 2020
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PRIMERA PARTE
LOS ANARQUISTAS
«Han asesinado algo, a lo lejos. Se lo disputan. Sí. Gritando. Con su cacareo de locos mientras desgarran el cadáver blando. Está despierto: son las 5:05. Oscuro como boca de lobo. Coyotes a lo lejos. Deben de haber sido. Él está despierto, en cualquier caso. Mirando a las vigas. Adaptándose al “lugar”. Despierto incluso después de un Xanax entero, para anticiparse a los diablillos: caballos con cabeza humana».
Sam Shepard
EL IMBERBE BARDO
Vagué con fajas y pañales en brazos de mi alma.
Desvaído, maldito de estanques voluptuosos,
tiembla el mar engendrando hambrientos reptiles,
hierbas mojadas de nalgas desbordantes
y a medianoche llenas de vómito tu candor insulso.
He contemplado en la soledad la mundana inquietud.
Macilento, he gateado por fondas de rebaño pútrido
y he jodido en albergues olorosos de helmintos atiborrados,
de suspiros inefables en rostros desfigurados,
¡cuya indolencia me retuerce furiosas cefalalgias!
He abrevado demasiadas lágrimas de mis ojos,
sollozando en la ensenada como una infanta arrodillada.
El chamán hipnotizó a los espectadores de la sala:
vudú, brujería, álgebra, aritmética, creencia;
los ojos del caballo son azotados en la cuadra.
Dulce vivaquear en los juncos africanos:
bailes, tugurios, cazadores, muertos en el vientre.
Retozada aldeana, agazapada a orillas del Jordán,
ondeando cuantiosas togas en el fondo de su garganta,
disipando bebés ahorcados de mugrientos leguleyos.
Quiebra mis desdichados labios para que pueda respirar.
Tendido, boca arriba, sonrío a los misericordiosos,
emponzoñando de escupitajos la cosecha de sus frutos.
Hemos recibido el conocimiento meditativo a través
de la iniciación y de la autodestrucción.
He nadado en deslumbrantes destellos que besan el sol con la mar,
queriendo hablarte de la pérdida de Dios a las tierras lejanas.
Empalagosas fisonomías de extraño incesto en la madre abortada.
Calesa de hierro, ruedas de goma y látigo de cuero ataviado:
estrecho y ardiente antiguo, difícil de dominar en sus montañas
de barro.
HIJO DE CAÍN
«Caín.— Dios o demonio o lo que fueres, ¿acaso la tierra es tuya?
Lucifer.— ¿No reconoces el polvo que formó a tu padre?».
Lord Byron
Pero tú vienes, como un chivo erecto, como un cadáver que se pudre en los ojos de mi madre en forma de otoño, empujado por los remordimientos, golpeado por el trastorno personal, atado a una estaca de huesos apolillados junto al toro lanceado que lleva entre sus lomos abatidos el clavel y el vellón.
¿Dónde busco? ¿Dónde podría encontrarte insecto verde, vaca parturienta?
Pero tú vienes, tú, hijo último de Caín, con las manos manchadas de fratricidio y la mortaja cenicienta y oriunda de tu hermano muerto, ¡muerto!, en un mundo olvidado, en un mundo seco lleno de contradicciones, en un mundo donde las tuertas y barbadas Parcas entregan el horror de las tinieblas
y los difuntos mártires destapan los insidiosos gases cabalísticos de sus tumbas envidiadas en la larga noche de los santos ambulantes. ¡Oh, la condición humana tiene los días contados!
¿Dónde busco? ¿Dónde podría encontrar las llagas de tu carne torturada, la prolongación
de tu ojo ampuloso?
Pero tú vienes, lagarto repugnante, llegas en la noche con tus pies calcinados, con el grumo espumoso de la cal viva aborrecida en los oídos, con las cóncavas pupilas extirpadas, las venas abiertas, la espalda roída y cubierta de pus, la cabeza apedreada y el circuncidado prepucio sefardí tragado un Viernes de Dolores.
¿Dónde busco? ¿Dónde podría encontrar el súcubo que presiona mi pecho e incuba mis moribundas pesadillas?
Pero tú vienes, simio infectado, vienes con la reina calavera chupada y la muela del santo exculpado arrancada, con tenazas y alicates, ¡oh, bendita tú eres entre todas las mujeres! Los sacerdotes buscan insistentemente la carne feliz en la sinagoga y beben la leche cándida e ingenua de los niños.
¿Dónde busco? ¿Dónde podría encontrar a esa generación de víboras que se retuercen de dolor y miserias?
Pero tú vienes, tú, último hijo de Caín, en la penumbra del miedo y del espanto vienes con el velo del templo rasgado en dos, con las rocas partidas y los sepulcros abiertos, llenos y llevado en tus brazos hendidos traes el cuerpo resucitado del arcángel cananeo, aquel cuya institución mental nos entregó las llaves del Gehena.
¿Dónde busco? ¿Dónde podría encontrar en tu cráneo espeso, en tu cerebro reptiliano la glándula pineal?
Pero ya vienes, ya, con el ciempiés velludo de Cristo vienes, con la cara oculta de la luna vienes, errando la arcana tierra entre el hombre moderno y el animal prehistórico, con dolores del parto, agonizando vuestro amor, sin vida, sin materia, sin ningún recuerdo y con todos los gusanos dormidos, retorciendo el alma.
EL MUELLE DE LOS DESAFORTUNADOS
Castrado de la propia pérdida, envidiamos
a los parásitos doblados, retorcidos, de nuestras
referidas llagas incurables en lenguas tuberculosas.
Si pudieras oír en cada lugar, en cada rincón,
en cada viga de acero que sucumben los merodeadores,
al gemelo muerto recién nacido en la trinchera.
Aparece la noche senescente.
Avanza el ganado.
¡Gula! ¡Pereza! ¡Lujuria! ¡Soberbia! ¡Ira! ¡Avaricia! ¡Envidia!
¡Gula! ¡Pereza! ¡Lujuria! ¡Soberbia! ¡Ira! ¡Avaricia! ¡Envidia!
Todos planeamos a cada momento un nuevo asesinato.
Todos acabamos dentro del circo.
Todos acabamos en el spoliarium.
Aquí, cobardes y mezquinos,
en un ligero resuello, dormiréis
con la cara hundida y el cuello estrangulado
a través de las botas y las cruces de madera.
Los pulgares nivelan su ángulo de la razón
y la espina dorsal cae, roja, mancillada,
en los campos preñados de pólvora.
Deja que las moscas se queden.
Deja que la carroña se alimente.
Yo he visto la gran depresión.
Yo he visto el orificio de los vampiros.
SABBAT
Cual Padre Cual Rey,
descubrieron la Baja Galilea,
las sombras inestables proyectadas
y la representación de sus propias obras.
Agarraron el falo de obsidiana que les unía,
se santiguaron sin dedos en el altar de los corderos
y el rostro avanzó pálido de vergüenza por la penitencia.
El sacerdote levantó los brazos engastados de morfina líquida
y recibió el sacramento eclesiástico de la extremaunción por la
boca,
canonizando por el culo la unción del sacro óleo con la
vaselinadoctrinal.
Quitado el velo misericordioso del celibato, la obediencia y la
aislada castidad,
los pies desnudos de la monja atraviesan el oratorio oscuro de
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