—No hay problema. Para mí, vino también, por favor —dijo Felicity.
En la cocina, Kaye acercó el rostro al de Mitch. Lo miró con intensidad, y casi perdió el foco durante un momento. Sus mejillas palpitaban en beige y oro.
—Dios —dijo Mitch.
—Quítate esa máscara —dijo Kaye—, y realmente tendremos algo que mostrarnos el uno al otro.
90
Condado de Kumash, este de Washington
JUNIO
—Vamos a llamarla la fiesta de la Nueva Especie —dijo Wendell Packer al pasar por la puerta y entregarle a Kaye un ramo de rosas. Oliver Merton vino a continuación con una caja de chocolates Godiva y una gran sonrisa, e inmediatamente movió los ojos por todo el interior de la caravana.
—¿Dónde está la pequeña maravilla?
—Dormida —dijo Kaye, aceptando su abrazo—. ¿Quién más ha venido? —gritó encantada.
—Hemos conseguido meter a Wendell, Oliver y Maria —dijo Eileen Ripper—. Y, maravilla de las maravillas…
Movió los brazos en dirección hacia la furgoneta aparcada en el camino de gravilla bajo el roble solitario. Christopher Dicken bajaba con algo de dificultad del lado del pasajero, con las piernas rígidas. Aceptó un par de muletas de Maria Konig y se volvió hacia la caravana. Miró a Kaye con el ojo bueno, y ésta pensó por un momento que iba a llorar. Pero él levantó una muleta, la agitó en su dirección y Kaye sonrió.
—Hay muchos baches —gritó.
Kaye dejó a Mitch atrás para correr a abrazar a Christopher con cautela. Eileen y Mitch permanecieron juntos mientras Kaye y Christopher hablaban.
—¿Viejos amigos? —preguntó Eileen.
—Probablemente almas gemelas —dijo Mitch. Le alegraba ver a Christopher, pero no podía evitar sentir una punzada de preocupación masculina.
La sala de estar era demasiado pequeña para todos ellos, así que Wendell apretaba el brazo contra el armario del salón y miraba desde arriba al resto. Maria y Oliver estaban sentados juntos bajo la ventana. Christopher estaba sentado en la silla de vinilo azul, con Eileen colgada de un brazo. Mitch trajo de la cocina montones de copas de vino en cada mano y una botella de champaña bajo cada brazo. Oliver le ayudó a disponerlas sobre la mesa circular al lado del sofá y abrió las botellas con cuidado.
—¿Del aeropuerto? —preguntó Mitch.
—Del aeropuerto de Portland. No tienen una gran selección —dijo Oliver.
Kaye trajo a Stella Nova en un capazo rosa y la colocó sobre la pequeña y rayada mesa de café. Estaba despierta. Movió somnolienta los ojos por toda la habitación mientras emitía una burbuja de saliva. Ladeó un poco la cabeza. Kaye le ajustó el pijama.
Christopher la miraba como si fuese un fantasma.
—Kaye…
—No es necesario —le respondió Kaye, y le tocó la mano llena de cicatrices.
—Sí que es necesario. Me siento como si no mereciese estar aquí contigo y con Mitch, con ella.
—Calla —le dijo Kaye—. Allí estabas cuando empezó todo.
Christopher sonrió.
—Gracias —respondió.
—¿Cuánto tiempo tiene? —susurró Eileen.
—Tres semanas —dijo Kaye.
Maria alargó la mano y puso el dedo en el puño de Stella.
La niña cerró los dedos con fuerza, y Maria tiró con suavidad. Stella sonrió.
—Ese reflejo sigue en su sitio —dijo Oliver.
—Oh, calla —dijo Eileen—. Sigue siendo un bebé, Oliver.
—Sí, pero tiene un aspecto tan…
—¡Hermoso! —insistió Eileen.
—Diferente —persistió Oliver.
—Ya no lo noto tanto —dijo Kaye, sabiendo lo que Oliver quería decir, pero sintiéndose un poco a la defensiva.
—Nosotros también somos diferentes —comentó Mitch.
—Tenéis buen aspecto, con estilo —dijo Maria—. Va a ponerse de moda en cuanto las revistas del ramo os echen el ojo encima. Petite y hermosa Kaye…
—Duro y guapo Mitch —dijo Eileen.
—Con mejillas de calamar —completó Kaye la descripción.
Todos rieron y Stella se agitó en el capazo. Luego gorjeó y una vez más se hizo el silencio en la sala. Honró a cada uno de los invitados por turnos con una segunda y larga mirada, moviendo la cabeza a medida que los buscaba por la habitación, terminando de nuevo en Kaye y agitándose al ver a Mitch; le sonrió. Mitch sintió que se le enrojecían las mejillas, como si fluyese agua caliente por debajo de su piel. Lo que quedaba de la máscara se le había caído ocho días antes, y mirar a su hija era toda una experiencia.
Oliver dijo.
—¡Oh, Dios mío!
Maria miró a los tres, con la boca abierta.
Las mejillas de Stella Nova se cubrieron de oleadas beige y doradas, y sus pupilas se dilataron ligeramente, con los músculos alrededor de sus ojos y párpados tirando de la piel para formar curvas delicadas y complejas.
—Va a enseñarnos a hablar —dijo Kaye con orgullo.
—Es absolutamente asombrosa —dijo Eileen—. Nunca he visto un bebé tan hermoso.
Oliver pidió permiso para examinarle más de cerca y se inclinó.
—Sus ojos no son realmente tan grandes, simplemente lo parecen —dijo.
—Oliver opina que los nuevos humanos deberían tener el aspecto de alienígenas salidos de un ovni —dijo Eileen.
—¿Alienígenas? —preguntó Oliver indignado—. Niego tal afirmación, Eileen.
—Es totalmente humana, totalmente del presente —dijo Kaye—. No es una separación, no es lejana, no es diferente. Es nuestra hija.
—Claro —dijo Eileen, enrojeciendo.
—Lo lamento —dijo Kaye—. Llevamos demasiado tiempo aquí, y hemos tenido demasiado tiempo para pensar.
—Eso lo comprendo bien —dijo Christopher.
—Tiene una naricilla realmente espectacular —dijo Oliver—. Tan delicada, pero tan amplia en la base. Y la forma… creo que va a convertirse en una belleza espectacular.
Stella lo observaba seria, con las mejillas incoloras, luego apartó la vista aburrida. Buscó a Kaye, quien se situó en el campo de visión de la niña.
—Mamá —gorjeó Stella.
—¡Oh, Dios mío! —volvió a decir Oliver.
Wendell y Oliver fueron en coche a la tienda Little Silver y compraron sándwiches. Comieron todos juntos en una pequeña mesa de picnic tras la caravana aprovechando que la tarde refrescaba un poco. Christopher apenas había hablado, limitándose a sonreír fríamente cuando lo hacían los demás.
Se comió su sándwich en una zona de hierba seca, sentado en una silla de camping.
Mitch se le acercó y se sentó en la hierba a su lado.
—Stella duerme —dijo—. Kaye está con ella.
Christopher sonrió y tomó un sorbo de la lata de 7Up.
—Quieres saber por qué he venido hasta tan lejos —le dijo.
—Exacto —respondió Mitch—. Es un comienzo.
—Me sorprende que Kaye me perdone con tanta facilidad.
—Hemos sufrido muchas transformaciones —dijo Mitch—. Debo confesar que me parece que nos abandonaste.
—Yo también he sufrido muchos cambios —dijo Christopher—. Estoy intentando recomponer las cosas. Me voy a México pasado mañana. Ensenada, al sur de San Diego. Por mi cuenta.
—¿No son vacaciones?
—Voy a investigar la transmisión lateral de antiguos retrovirus.
—Es una bobada —dijo Mitch—. Se lo han inventado para mantener el Equipo Especial en activo.
—Oh, hay algo muy real —dijo Christopher—. Cincuenta casos hasta el momento. Mark no es un monstruo.
—Yo no estoy tan seguro. —Mitch miró sombrío al desierto y a la caravana.
—Pero estoy pensado que podría no estar causado por los virus que han encontrado. He estado repasando viejos archivos de México. He encontrado casos similares de hace treinta años.
—Espero que lo demuestres pronto. Aquí lo hemos pasado bien, pero podíamos haber estado mucho mejor… en otras circunstancias.
Читать дальше