Connie Willis - Oveja mansa

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Sandra Foster estudia las modas, desde las muñecas Barbie hasta el
: cómo empiezan y qué significan. Bennett O'Reilly es un especialista en teoría del caos que observa la conducta de un grupo de monos. Aunque ambos trabajan para la corporación Hitek, no se conocen hasta el día que se produce un error en la entrega de un paquete. Es un momento de sincronía que les sumerge en un sistema caótico propio con todo tipo de equívocos, una beca de investigación de un millón de dólares, café con leche, tatuajes, pelo corto, y una serie de coincidencias que dejan a Bennett sin monos, sin dinero y casi sin trabajo.
Sandra acude al rescate aportando un rebaño de ovejas y una idea para un nuevo proyecto conjunto. ¿Qué otro animal podría ilustrar mejor la teoría del caos y la mentalidad de rebaño que tan a menudo caracteriza la conducta humana y su aceptación de las modas? Pero los descubrimientos científicos rara vez son directos y nunca resultan simples. Los contratiempos y desastres, los corazones rotos y los callejones sin salida abundan. Y las posibles soluciones son escasas.
Seis premios Nebula, cinco premios Hugo y el John W. Campbell Memorial en menos de diez años avalan la expcepcional habilidad narrativa de una de las mejores e inteligentes voces de la moderna ciencia ficción.
, construida como un
en clave de comedia, es al mismo tiempo una penetrante reflexión sobre el mundo de la moda y el de la ciencia. Una obra insólita a la altura de
y
.

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« Y Ben estaría en algún lugar de Francia, estudiando la teoría del caos», pensé, enfadada. Sabía que nada de aquello era culpa de Flip. Yo era quien había ideado excusas para ver a Ben, para hablar con él, desde el primer día en que lo seguí en el porche.

Flip no era la causa. Podía haber precipitado las cosas, pero e! resultado era culpa mía. Había seguido la tendencia más antigua de todas. Justo al borde del precipicio.

Flip volvió, y se puso a mirar interesada por encima de mi hombro.

—Sigo ocupada, Flip.

Ella agitó su mechón inexistente.

—El doctor O'Reilly se ha marchado. Apuesto a que tiene una cita con la doctora Turnbull.

Un ángel de la guardia espectral, ineludible.

—¿No tienes que ir a ningún sitio?

—Eso es lo que venía a decirle. Adiós.

Y se marchó. Contemplé la pantalla, preguntándome cómo incluir en mi gráfica ese breve encuentro, pero ya había vuelto.

—¿Hay sombreros en Texas? —preguntó.

—De diez kilos.

Se marchó otra vez, esta vez al parecer definitivamente. Añadí unas cuantas líneas más a mi gráfico, y luego me quedé allí sentada, contemplando las curvas entrecruzadas, las regresiones tan claramente trazadas.

—Las siete —dijo Gina, asomando la cabeza por la puerta. Llevaba puesto el abrigo—. Puedes salir ya de tu castigo. Sonreí.

—Gracias, mamá —dije, pero no me marché. Esperé hasta asegurarme de que todo el mundo se había ido y luego bajé y me colgué de la cerca, observando las ovejas que se movían y pastaban y volvían a moverse, balando de vez en cuando, perdiéndose ocasionalmente, impulsadas por una mansa que no reconocían, por un instinto que no sabían que tenían.

KEWPIES (1909–1915)

Muñeca de moda inspirada en los poemas ilustrados del Ladies' Home Journal. Las muñecas kewpie tenían aspecto de querubín de mejillas sonrosadas, con una barriguita redonda y un rizo rubio en la cabeza. Eran muy apreciadas tanto por niñas pequeñas como por mujeres adultas. Las kewpies aparecieron en forma de muñecas de papel, saleros, tarjetas, motivos para decorar pasteles de boda y premio de feria.

Durante los dos días siguientes me mantuve apartada del laboratorio y de Ben arreglando mi propio laboratorio e introduciendo kilómetros de datos sobre el mah-jong y el vuelo de Lindberg sobre el Atlántico.

«Esto es ridículo —me dije a mí misma el jueves—. No eres Peyton. Tienes que verlo alguna vez. Crece.»

Pero cuando llegué al laboratorio Alicia estaba allí, apoyada en la verja. Ben tenía sujeta la mansa por el lazo rosa pomo y explicaba el principio de la estructura de atención. Llevaba la corbata azul.

—Esto tiene auténticas posibilidades —decía Alicia—. El treinta y uno por ciento de los proyectos de los receptores de la beca Niebtniz eran, en el momento de concederse el premio, colaboraciones interdisciplinarias. La clave está en conseguir la colaboración adecuada. Obviamente el comité busca un equilibrio de géneros, cosa en la que encajáis, pero la teoría del caos y la estadística son disciplinas basadas en las matemáticas. Necesitáis un biólogo.

—¿Os hago falta?

Los dos me miraron.

—Si no, tengo un poco de trabajo de investigación en la biblioteca.

—No, adelante —dijo Ben—. La mansa no está de humor para aprender nada esta mañana. —Se frotó la rodilla—. Ya me ha embestido dos veces. Mientras estás en la biblioteca, mira a ver si tienen algo sobre cómo conseguir un líder para que le sigan.

—Lo haré —contesté, y me encaminé pasillo abajo.

—Espera —dijo Ben, corriendo para alcanzarme—. Quería hablar contigo. ¿Fue un logro? ¿Lo de la maratón de baile?

«Sí—pensé, mirándole fijamente—. Un logro.»

—No —contesté—. Creí que habría una conexión, pero no la había.

Y me fui a Boulder a buscar la Barbie Novia Romántica.

Gina me había dado una lista de jugueterías; en ella aparecían marcadas aquellas donde ya lo había intentado, lo que no me dejaba muchas. Empecé por arriba, decidida a abrirme paso hacia abajo.

Yo pensaba que comprendía la moda de las Barbies. Ni siquiera la fiesta de cumpleaños de Brittany me había preparado para lo que encontré.

Había Barbies Moda Alegre, Barbies Fiesta de Disfraces, Barbies Ángeles de Burbujas, Barbies Girasol, e incluso una Barbie Sorpresa a la que se le abría el pecho y dentro llevaba carmín y brillo de labios. Había Barbies multiculturales, Barbies que se encendían, Barbies por control remoto, Barbies cuyo pelo podía cortarse.

Barbie tenía un Porsche, un Jaguar, un Corvette, un Mustang, una lancha motora, un todoterreno y un caballo. También un baño de belleza, una sauna, un gimnasio y un McDonald's. Por no mencionar los cofres para joyas, para el almuerzo, cintas de ejercicios, audios, vídeos y laca rosa para uñas.

Pero no había ninguna Barbie Novia Romántica. En el Palacio de los Juguetes tenían la Barbie Novia Campestre, con un delantal rosa y un ramo de margaritas. En Toys «R» Us tenían la Barbie Novia Ensoñadora y la Barbie Fantasía Nupcial, y consideré seriamente la posibilidad de decidirme por alguna de ellas a pesar de las instrucciones de Gina.

En Cabbage Patch tenían cuatro pasillos llenos de Barbies y una empleada con una i estampada en la frente.

—Tenemos la Barbie Troll —dijo cuando le pregunté por la Novia Romántica—. Y Pocahontas.

Recorrí cuatro jugueterías y tres tiendas de saldos y luego me acerqué al café Krakatoa para ver si había alguna Barbie en los anuncios personales de los periódicos.

Ahora se llamaba Kepler's Quark, mala señal.

—No me diga. Ya no tienen café con leche —le dije al camarero, que llevaba un jersey negro de cuello alto, vaqueros negros y gafas de sol.

—La cafeína es mala —dijo, tendiéndome la carta, que ya ocupaba hasta diez páginas—. Le sugiero una bebida inteligente.

—¿No es eso un oxímoron? —dije yo—. ¿Creer que una bebida puede aumentar su cociente intelectual?

Él ladeó la cabeza, enseñando la una i de la frente.

Por supuesto.

—Las bebidas inteligentes son refrescos sin alcohol con neurotransmisores para aumentar la memoria y la atención y potenciar la función cerebral. Le sugiero el Estallido Cerebral, que aumenta la habilidad matemática, o el Levántate y Van Gogh, que aumenta la habilidad artística.

—Tomaré el Comprobante de Realidad —dije, esperando que aumentara mi capacidad para aceptar los hechos.

Traté de leer los anuncios, pero eran demasiado deprimentes: «A la rubia que almuerza todos los días en Jane's Java. No me conoces pero estoy locamente enamorado de ti. Por favor, responde.»

Me pasé a los artículos.

Un terapeuta de «lazos armónicos» ofrecía alineamientos de alma con cinta adhesiva.

Dos hombres habían sido detenidos en la ciudad de Nueva York por trabajar en la nueva moda, una «tabacalera clandestina».

El rosa pomo había fracasado como moda. Un diseñador de ropa decía: «El gusto del público es inexplicable».

«Sabias palabras», pensé; y era hora de que también yo aceptara eso.

Nunca iba a descubrir la fuente de la moda del pelo corto, no importaba cuántos datos introdujera en el gráfico de mi ordenador. No importaba cuántas líneas de colores dibujara.

Porque no tenía nada que ver con el sufragismo ni con la Primera Guerra Mundial ni con el clima. Y aunque pudiera preguntarles a Bernice e Irene y a todas las demás por qué se lo habían cortado, seguiría sin servir de nada. Porque no lo sabrían.

Fueron tan confiadas y ciegas como lo había sido yo; se dejaron llevar por sentimientos de los que no eran conscientes, por fuerzas que no comprendían. De cabeza al río.

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