—Bueno, no cabe duda de que ha habido difusión de información —dijo—. Otras tres ovejas me han embestido esta mañana.
Condujimos a la mansa hasta el pesebre aplicando el método de tirar del morro y sujetar por el rabo, además de una pistola de agua, según sugería Tratamiento y cuidado de las ovejas.
—Se supone que eso impide que embistan.
No lo impidió.
Le ayudé a levantarse.
— Historias de un pastor australiano se refería sólo a las embestidas de las cabras, no a las de las ovejas —le sacudí el polvo—. Es suficiente para hacerte perder la fe en la literatura.
—No —contestó él, sujetándose el estómago—. El poeta tenía razón. «La oveja es una bestia peligrosa.»
Al quinto intento conseguimos que lamiera la melaza. Al instante, las bolitas de comida cayeron al pesebre. La mansa las miró interesada un buen rato, durante el cual Ben me miró y cruzó los dedos, y luego embistió y me golpeó con acierto ambos tobillos, haciéndome soltar el ronzal. Se abalanzó contra el rebaño, espantándolo. Una de las ovejas chocó contra el pie de Ben.
—Míralo por la parte positiva —dije, frotándome los tobillos—. Hay una reunión de personal a las dos.
Ben se acercó cojeando y recogió el ronzal suelto.
—Se supone que les gustan los cacahuetes.
A la mansa no le gustaban; ni el apio, ni pisar sombreros. Sin embargo, sí le gustaba salir de estampida y recular y tratar de librarse del collar. A la una menos cuarto Ben consultó el reloj y dijo:
—Ya casi es la hora de la reunión. Y yo no lo contradije.
Fui cojeando al laboratorio de estadística, me sacudí tanta lana y polvo como pude y acudí a la reunión, esperando que Dirección pensara que estaba haciendo ímprobos esfuerzos por vestir de manera informal.
Sarán se reunió conmigo en la puerta de la cafetería.
—¿No es emocionante?—dijo, plantándome en la cara la mano izquierda—. ¡Ted me ha pedido que me case con él! «¿Ted el de la aversión al compromiso?—pensé—. ¿El que tenía graves problemas íntimos y no era en el fondo más que un niño malcriado?»
—Fuimos a escalar sobre hielo, y él clavó su pitón y dijo: «¡Toma, sé que querías esto!», y me tendió un anillo. Ni siquiera lo alcancé. ¡Fue tan romántico!
—¡Gina, mira! —añadió, cargando contra su próxima víctima—. ¿No es emocionante?
Entré en la cafetería. Dirección se encontraba en la parte delantera de la sala, junto a Flip. Llevaba vaqueros con raya. Ella iba vestida con pantalones azul Cerenkhov de torero y un sombrerito informe calado hasta las orejas. Los dos vestían una camiseta con las letras DSAJ delante.
—Oh, no —murmuré, preguntándome qué significaría eso para nuestro proyecto—, otro acrónimo no.
—Dirección Sistematizada de Avances Jerárquicos —dijo Ben, sentándose a mi lado—. Es el estilo de dirección que usaba el noventa y nueve por ciento de las empresas cuyos científicos ganaron la beca Niebnitz.
—¿Y cuántas son?
—Una. Y sólo lo emplearon tres días.
—¿Significa esto que tendremos que volver a solicitar fondos para nuestro proyecto?
Él sacudió la cabeza.
—Se lo pregunté a Shirl. No han impreso todavía los nuevos folletos.
—Tenemos muchas cosas en la agenda de hoy —tronó Dirección—, así que empecemos. Primero, ha habido algunos problemas con Suministros, y para rectificar eso hemos ideado un nuevo impreso de solicitud. La directora de suministro de mensajes de trabajo —hizo una seña a Flip, que sostenía un montón enorme de clasificadores— los repartirá.
—¿La directora de suministro de mensajes de trabajo? —murmuré.
—Alégrate de que no la nombraran vicepresidenta.
—En segundo lugar—dijo Dirección—, tengo excelentes noticias que compartir con vosotros referidas a la beca Niebnitz. La doctora Alicia Turnbull ha estado elaborando con nosotros un plan que vamos a poner hoy en marcha. Pero primero quiero que todos elijáis una pareja…
Ben me agarró la mano.
—… y os coloquéis uno frente al otro.
Nos pusimos de pie y yo alcé las manos, las palmas hacia fuera.
—Si tenemos que decir tres cosas que nos gustan sobre las ovejas, dimito.
—Muy bien, compañeros —dijo Dirección—, ahora quiero que deis a vuestra pareja un gran abrazo.
—La próxima moda en HiTek será el acoso sexual —dije animadamente, y Ben me tomó en sus brazos.
—Vamos —dijo Dirección—. No todo el mundo está participando. Un gran abrazo.
Los brazos de Ben me atrajeron, me envolvieron dentro de sus mangas de cuadros. Mis manos, pilladas en aquel tonto gesto de palmas hacia afuera, rodearon su cuello. Mi corazón empezó a redoblar.
—Un abrazo dice: «Gracias por trabajar conmigo» —anunció Dirección—. Un abrazo dice: «Aprecio tu disposición.»
Mi mejilla estaba apoyada en la oreja de Ben. Olía levemente a oveja. Pude sentir su corazón latiendo, el calor de su aliento sobre mi cuello. Mi respiración se cortó, como un motor con hipo.
—Muy bien, compañeros —dijo Dirección—. Quiero que miréis a vuestra pareja… todavía abrazados, no os soltéis… y le digáis lo mucho que significa para vosotros.
Ben alzó la cabeza, la boca rozando mi pelo, y me miró. Sus ojos grises estaban serios tras las gruesas gafas.
—Yo… —dije, y me solté de su abrazo.
—¿Adonde vas?
—Tengo que… se me acaba de ocurrir algo que encaja en mi teoría del pelo corto —dije, desesperada—. Tengo que introducirlo en el ordenador antes de que se me olvide. Es sobre las maratones de baile.
—Espera —dijo él, y me agarró la mano—. Creía que las maratones de baile no empezaron hasta los años treinta.
—Empezaron en 1927 —dije, y me libré de su mano.
—¿Eso no fue después de la locura del pelo corto? —preguntó él; pero yo había salido ya por la puerta y corría escaleras arriba.
GUIRNALDAS DE PELO (1870–1890)
Productos de artesanía victoriana muy tétricos fabricados con el pelo de un ser amado (o de varios, preferiblemente de distintos colores). El pelo (obtenido de un modo u otro) era trenzado y tejido en forma de coronas y ramos, y colocado luego bajo una cúpula de cristal o enmarcado y colgado de la pared. La moda fue sustituida por el movimiento sufragista, el croquet y Elinor Glyn. La moda de las coronas de pelo puede que fuera uno de los factores que favorecieron la moda del pelo corto de los años veinte.
Cosas muy diversas han conducido a logros significativos: manzanas, ancas de rana, placas fotográficas, pájaros. Pero el mío debe de ser el único debido a uno de los estúpidos ejercicios de sensibilidad de Dirección.
No paré hasta llegar al laboratorio de Estadística. Me abracé con las manos contra el pecho y me apoyé en la puerta, jadeando y murmurando una y otra vez:
—Estúpida, estúpida, estúpida.
Se suponía que era una experta detectando tendencias, pero había tardado semanas en ver adonde conducía ésta. Y durante todo ese tiempo había creído que era su inmunidad a las modas lo que me interesaba de él.
Había tomado notas sobre sus zapatillas de lino y sus corbatas.
Incluso había considerado en serio la propuesta de Billy Ray. Y todo ese tiempo…
Alguien venía por el pasillo. Me senté rápidamente ante el ordenador, cargué un programa, y me quedé allí, mirándolo sin ver.
—¿Ocupada?—dijo Gina al entrar.
—Sí.
—Oh —y su expresión decía claramente: «No pareces ocupada»—. No te encontraba después de la reunión. Me he ido al cuarto de baño antes de que empezaran el ejercicio de sensibilidad, y cuando he vuelto te habías ido. Quería traerte la lista de jugueterías donde ya he buscado para que no pierdas el tiempo con ellas.
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