—Era al aire libre —dije, y entonces recordé Berkeley—. No me parecía bien que tuviera que soportar una nevada para fumar.
—A mí tampoco —dijo Ben—. No fumaba dentro. Sólo en el corral.
Dirección parecía aún más sombrío.
—¿Son conscientes de las directrices de HiTek para la investigación con animales vivos?
—Sí—contestó Ben, asombrado—. Las seguimos…
—Los animales vivos deben tener un entorno sano —dijo Dirección—. ¿Están al corriente de los peligros de los carcinógenos atmosféricos, del informe del Ministerio de Salud sobre los peligros del humo para el fumador pasivo? Puede causar cáncer de pulmón, enfisema, tensión alta y ataques cardíacos.
Ben parecía aún más confundido.
—No fumaba cerca de nosotros, y era al aire libre. Yo…
—Se requiere que los animales vivos tengan un entorno sano —dijo Dirección—. ¿Llamarían al humo del tabaco un entorno sano?
«Nunca subestimes el poder de una moda contraria a algo», pensé. La última de este país condujo a un montón de acusaciones por comunismo, reputaciones arruinadas, carreras destruidas.
—«¡… y de las casas salieron las ratas en tropel!» —murmuré.
—¿Qué? —dijo Dirección, mirándome fijamente.
—Nada.
—¿Sabe usted cuáles son los efectos del humo sobre las ovejas? —dijo Dirección.
«No —pensé—, ni tú tampoco. Sólo estás siguiendo al rebaño.»
—Su patente despreocupación por la salud de las ovejas impide que este proyecto sea tenido en cuenta como serio aspirante a la concesión de becas.
—Ella sólo fuma un cigarrillo al día —dijo Ben—. El corral de las ovejas mide treinta metros por veinticinco. La densidad del humo de un solo cigarrillo sería de menos de una parte por mil millones.
«Déjalo, Ben», pensé. Las tendencias de aversión no tienen nada que ver con la lógica científica, y no sólo hemos expuesto las ovejas al humo de segunda mano: HiTek piensa que hemos puesto en peligro sus posibilidades de obtener lo que desea su corazón: la beca Niebnitz.
Miré a Dirección. «HiTek va a despedir por fin a alguien, —pensé—, y seremos nosotros.» Me equivocaba.
—Doctora Foster, usted consiguió las ovejas, ¿verdad? —Sí —contesté, resistiendo la tentación de añadir «señor»—. De un ranchero de Wyoming.
—¿Y es él consciente de que intentó exponer sus ovejas a dañinos carcinógenos?
—No, pero no pondrá pegas —dije, y entonces recordé el pudín de pan. Nunca le había preguntado su punto de vista sobre el tabaco, pero sabía cuál era: lo que todo el mundo pensara.
—Según recuerdo, este proyecto también fue idea suya, doctora Foster. Fue idea suya usar ovejas, a pesar de las objeciones de Dirección.
—Sólo intentaba ayudarme a salvar mi proyecto —dijo Ben, pero Dirección no le escuchaba.
—Doctor O'Reilly, esta desafortunada situación no es, evidentemente, culpa suya. Habrá que cancelar el proyecto, me temo; pero la doctora Turnbull necesita un colega para el proyecto en el que está trabajando, y se refirió en concreto a usted.
—¿Qué proyecto? —preguntó Ben.
—Eso no está decidido todavía —contestó Dirección—. La doctora estudia varias posibilidades. Sea cual fuere, estoy seguro de que será un excelente proyecto en el que participar. Consideramos que tiene un setenta y ocho por ciento de probabilidades de ganar la beca Niebnitz. —Se volvió hacia mí—. Doctora Foster, encárguese de devolver las ovejas a su dueño inmediatamente.
Entonces entró la secretaria.
—Lamento interrumpir, señor…
—Habrá una reprimenda en su expediente, doctora Foster —dijo Dirección, ignorándola—, y reevaluaremos en profundidad su proyecto en el próximo período de adjudicación de fondos. Mientras tanto…
—Señor, tiene usted que salir —dijo la secretaría.
—Estoy en mitad de una reunión —cortó Dirección—. Quiero un informe completo detallando sus avances en la investigación de tendencias —me dijo.
—Espere un momento —dijo Ben—. La doctora Foster sólo estaba…
—Discúlpeme, señor…
—¿Qué pasa, señorita Shepard? —dijo Dirección.
—Las ovejas…
—¿Ha llamado el propietario para quejarse? —dijo él, dirigiéndome una mirada venenosa.
—No, señor. Son las ovejas. Están en el pasillo.
Dios está en el cielo…
Todo va bien en el mundo.
ROBERT BROWNING
BAILE OBSESIVO (1374)
Moda religiosa del norte de Europa. La gente bailaba sin control durante horas. Formaban círculos en las calles y saltaban, chillaban y rodaban por el suelo, gritando a menudo que estaban poseídos por los demonios y suplicando a dichos demonios que dejaran de atormentarlos. Causada por histeria nerviosa y/o calzar zapatos puntiagudos.
Quien primero propuso la idea de que el caos y los logros científicos significativos están conectados fue Henri Poincaré, que había sido incapaz de poner el pie en el escalón del autobús y lo vio todo claro. Su descubrimiento, dijo en la Société de Psychologie, fue una inesperada reflexión surgida de la frustración, la confusión y el caos mental.
Otros teóricos del caos han explicado la experiencia de Poincaré como el resultado de la conjunción de dos marcos de referencia distintos. Las circunstancias caóticas (la frustración de Poincaré con el problema, su insomnio, las distracciones de hacer las maletas para el viaje, el cambio de escenario) crearon una situación alejada del equilibrio donde ideas desconectadas entraron en nuevas y sorprendentes conjunciones y acontecimientos insignificantes tuvieron enormes consecuencias.
Hasta que el caos cristalizó en un orden superior de equilibrio por el simple hecho de subirse a un autobús. O toparse con un rebaño de ovejas.
No estaban en el pasillo. Estaban en la antesala y camino del santuario interior de Dirección y su alfombra blanca. La secretaria se aplastó contra la pared para dejarlas pasar, apretando el bloc de notas contra el pecho.
—¡Esperad! —dijo Dirección, alzando las manos como si hiciera un ejercicio de sensibilidad—. ¡No podéis entrar aquí!
Ben se lanzó de cabeza contra la primera oveja, que puede que no fuera la mansa, porque aunque la paró en la puerta y la retuvo allí, empujándola con los hombros como en un saque de fútbol, las otras ovejas simplemente la esquivaron y entraron en el despacho. Tal vez yo las había juzgado mal y en efecto tenían cerebro. Se habían dirigido de cabeza a la parte del edificio donde podían causar más daños.
Lo hicieron. Parecía mentira que pudieran llevar tanta suciedad en sus pequeñas pezuñas, y además dejaron a su paso una mancha alargada de lana sucia en las paredes blancas y en el vestido de la secretaria de Dirección.
Ben seguía luchando con la oveja, que estaba ansiosa por unirse al rebaño, que ahora se dirigía recto a la pulida mesa de teca de Dirección.
—¡Han puesto en peligro el bienestar de unos animales vivos! —dijo Dirección, subiéndose a la mesa—. Además, la supervisión del proyecto es inadecuada.
Las ovejas daban vueltas a la mesa como los indios de las películas alrededor de una caravana.
—¡No han establecido las medidas de seguridad apropiadas! —dijo Dirección.
—Facilitamos el potencial —murmuré, tratando de hacer que se movieran en otra dirección, en cualquier dirección.
—¡Estos animales no deberían estar aquí! —gritó Dirección desde lo alto de la mesa.
Al parecer a las ovejas se les había ocurrido la misma idea. Entonaron un apesadumbrado balido, todas a la vez, abriendo la boca con un continuo y ensordecedor bee.
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