Robert Wilson - Testigos de las estrellas

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En Blind Lake, una gran instalación federal de investigación, los científicos están empleando una tecnología que apenas comprenden para observar la vida diaria en una ciudad de alienígenas, moradores de un lejano planeta. No son capaces de contactar con ellos, ni comprenden su lengua. Lo único que pueden hacer es observar.
Sin previo aviso, se impone un cordón militar alrededor de Blind Lake. Todas las comunicaciones quedan cortadas. La comida y demás suministros son entregados por control remoto. Nadie conoce el motivo, aunque los científicos siguen con sus investigaciones. Hasta que uno de ellos llega a la conclusión de que aquellos seres, aunque parezca imposible, son conscientes de la observación del proyecto.

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—Estaremos allí tan pronto como podamos.

La despertó y le dijo lo que había sucedido.

Marguerite dejó que Chris condujera a través de la nieve. Estaba sentada en el asiento de pasajeros junto con Tess, que todavía estaba más que atontada por el sueño y no sabía lo que su padre había hecho. Marguerite prefería que siguiera así, al menos por el momento. Tess ya estaba sometida a suficiente tensión.

Durante todo el viaje, con la cabeza de Tessa acunada en su regazo, con la nieve golpeteando las ventanil as del coche y la totalidad de Blind Lake envuelta en una gélida y punzante oscuridad, pensó en Ray.

Lo había juzgado mal.

Nunca había creído posible que Ray se dejara l evar y recurriese a la violencia física. Aun ahora le resultaba difícil imaginárselo. Ray con un cuchillo. Había sido un cuchil o, le había dicho Chris. Ray con un cuchillo, usándolo. Ray metiendo el cuchillo en el cuerpo de Sue Sampel…

—¿Sabes? —le dijo a Chris—, tan solo me he desmayado una vez en la vida. Fue por una serpiente.

Chris luchó con el volante cuando doblaron la esquina hacia la zona comercial. El coche zigzagueaba por efecto de la nieve, y los pilotos de pérdida de tracción parpadearon antes de recuperar la dirección. Pero tuvo tiempo de lanzarle una mirada curiosa.

—Tenía siete años —dijo Marguerite—. Salí de la casa un verano por la mañana, y había una serpiente enroscada en las escaleras del porche, disfrutando del sol. Una serpiente grande, brillante y resplandeciente contra el viejo peldaño de madera. Demasiado grande y demasiado resplandeciente para ser real. Di por sentado que era falsa, que alguno de los niños de los vecinos la había puesto allí para asustarme. Así que salté sobre ella. Tres veces. Tres veces distintas. Por si alguien estuviese mirando, para demostrarle que no se podía burlar de mí. La serpiente no llegó a moverse, y yo me fui a la biblioteca sin pensar más en ello. Pero cuando volví a casa mí padre me dijo que había matado una serpiente de cascabel aquel a mañana. Había subido al porche y la había matado con una pala, cortándola por la mitad. Las serpientes entraban en un estado de letargo con el aire frío, me dijo, pero había que ser precavido. Una serpiente como aquella podía atacar más rápido que un rayo y l evaba veneno suficiente para matar a un cabal o. —Miró a Chris—. Fue entonces cuando me desmayé.

Llegaron a la clínica de Blind Lake veinte minutos más tarde. Chris aparcó el coche bajo el abrigo de un alero de hormigón, con las ruedas traseras sobre la acera. Elaine Coster se reunió con el os en el vestíbulo. Sebastian Vogel estaba también al í, derrumbado en la sil a, con la cabeza entre las manos.

Elaine lanzó una dura mirada a Marguerite.

—Sue quiere verte.

—¿Quiere verme a mí?

—La herida es más o menos superficial. Se la han suturado y está sedada. La enfermera dice que debe dormir, pero estaba totalmente despierta hace pocos minutos, y cuando le mencioné que ibais a venir dijo que quería hablar contigo.

Oh, Dios, pensó Marguerite.

—Supongo que si todavía está despierta…

—Te enseñaré el camino.

Chris prometió cuidar de Tess, que estaba mostrando un interés soñoliento en los juguetes de la sala de espera.

—Entra, cielo —dijo Sue—. Estoy demasiado débil para morder.

Marguerite entró en la habitación.

La habitación de Sue estaba justo debajo de aquel a en la que Adam Sandoval, el hombre que había caído sobre Blind Lake en una avioneta derribada, descansaba en coma. Era evidente que Sue no estaba en coma, pero parecía extremadamente débil. Estaba en posición semirreclinada, con una sonda en el antebrazo. Tenía el semblante pálido. Parecía mucho mayor que sus cuarenta y tantos años. Pero se las arregló para sonreír.

—Para ser sincera —dijo—, la cosa no está tan mal como parece. He perdido algo de sangre, pero el cuchillo no ha cortado nada más importante que lo que el doctor Goldhar llama «tejido adiposo». Grasa, en otras palabras. Supongo que me han salvado todos los postres que me he comido a lo largo de mi vida. Como el bueno de las películas al que la bala le hubiera l egado al corazón si no hubiera sido por la Biblia que l evaba en el bolsillo. Hay una silla junto a la cama, Marguerite. ¿No te quieres sentar? Verte ahí de pie me agota.

Marguerite se sentó obedientemente.

—Te debe de doler mucho.

—Ya no. Me han atiborrado de morfina. O algo parecido. La enfermera dice que normalmente hace que a la gente le entre sueño, pero yo soy un «caso atípico». Creo que eso significa que a mí me da ganas de sentarme y hablar. ¿Crees que es así como se sienten los adictos a las drogas, en sus días buenos?

—Quizás al principio.

—Lo que quiere decir que no va a durar. Estoy segura de que tienes razón. Tiene ese aire de «castil o de naipes», como si no fuera a durar para siempre. Euforia con fecha de caducidad. Quiero disfrutarlo mientras dure.

Podría acabar en cualquier momento, pensó Marguerite.

—No sabes cuánto lo siento.

—Gracias, pero no tienes por qué sentirlo. De verdad que agradezco que hayáis venido con este tiempo tan horrible.

—Cuando escuché que Ray fue… quien te hirió…

—¿Qué?

—Te debo una disculpa.

—Temía que dijeras eso. Y eso es por lo que quería hablar contigo. —Frunció el ceño. Aquello hizo que su rostro pareciera aún más pálido—. No te conozco demasiado bien, Marguerite, pero nos llevamos bien, ¿no?

—Eso creo.

—¿Lo bastante bien como para entrar en el terreno personal? —No esperó la respuesta—. Tengo la impresión de que tengo más experiencia con los hombres que tú. No necesariamente buenas experiencias, pero más. No quiero decir que yo sea una guarra y tú seas virgen, simplemente que hemos caído en partes diferentes de la curva de distribución, si sabes a qué me refiero… Lo siento, las drogas me afectan un poco. No me lo reproches. Una de las cosas que he aprendido es que una no puede asumir la responsabilidad por lo que hace un hombre. Especialmente si ya le has dado la patada por ser un cabronazo. De modo que por favor, por favor, no te disculpes en nombre de Ray. Él no es una especie de pit bul al que debas ponerle una correa más corta. Es totalmente responsable de cómo se comportó cuando os casasteis. Y es absolutamente responsable de esto.

Señaló el vendaje que abultaba bajo la fina sábana de la clínica.

—Ojalá hubiera podido hacer algo para detenerlo —dijo Marguerite.

—Estoy de acuerdo, pero no pudiste.

—Sigo pensando que…

—No, Marguerite. No. De verdad. Tú no podías.

Quizás no. Pero había subestimado de forma continuada el grado de desequilibrio de Ray. Había saltado sobre una serpiente de cascabel cien veces, mil veces, protegida únicamente por su ingenua inocencia.

Ella misma podría haber acabado muerta. Sue había estado cerca.

—Bueno…, ¿puedo decir que siento que hayas resultado herida?

—Ya lo has hecho. Y te lo agradezco. También me gustaría hablar con Chris, pero ya sabes, creo que me estoy durmiendo. —Sus párpados bajaron a media asta—. De pronto me siento cálida y un poco…, ¿cuál sería la palabra? Profética.

—¿Profética?

—Como el oráculo de Delfos. Sabiduría por un penique, si puedo aguantar despierta lo suficiente como para repartirla. Me siento muy sabia, como si todo fuera a salir bien. Probablemente sea la morfina. Pero Chris es un buen chico. Te irá bien con Chris. Él lo intenta con todas sus fuerzas, lo aparente o no. Todo lo que necesita es una razón para pensar mejor de sí mismo. Te necesita para confiar en sí mismo, y necesita cumplir con esa confianza… Pero eso le trae de cabeza.

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