—Y esto debe de ser Blind Lake.
—Sí.
—Parece que hace frío ahí fuera.
—Está nevando. Puede oír la nieve golpeando la ventana.
—Mala visibilidad —murmuró Adam Sandoval, como si estuviera evaluando alguna posible ruta de escape.
—¿Está muy grave? —preguntó Tess. El hombre todavía no se había movido.
—Bueno, no lo sé. No me duele nada. Ni siquiera estoy seguro de estar totalmente despierto. ¿Eres un sueño, Tessa?
—No lo creo. —Pensó en lo que aquel hombre había hecho. Había caído literalmente del cielo. Como Dorothy. Había llegado a Blind Lake en un tornado—. ¿Qué pasa fuera?
—Está nevando, has dicho. Y parece que es de noche.
—No, me refiero a fuera de Blind Lake.
El hombre hizo una pausa. Era como si estuviera revolviendo en una caja de recuerdos, una caja que hubiera estado cerrada durante tanto tiempo que ya no estaba seguro de lo que había dejado dentro.
—Fue difícil despegar aquel día —dijo al fin—. La Guardia Nacional estaba en los aeropuertos, incluso en las pistas locales de avionetas. Todo el mundo estaba preocupado por lo de la estrella de mar. —Hizo otra pausa—. La estrella de mar de Crossbank se llevó a mi esposa. O ella se dejó llevar; quizás es una forma mejor de decir lo mismo.
Tess no comprendía aquello, ni siquiera un poco, pero supo ser paciente mientras el hombre seguía hablando. Interrumpirle sería de mala educación. Esperaba que, más tarde o más temprano, al menos algo de lo que dijera tuviera algún sentido para el a.
—A Karen, mi esposa, le diagnosticaron cáncer cervical hace seis años. No la podían curar por alguna peculiaridad de su sistema inmunológico. El tratamiento la hubiera matado tan rápidamente como la enfermedad. De modo que pasó por el quirófano; tomaba un puñado de pastil as cada cuatro horas para impedir la metástasis, y habría vivido otros veinte años sin problema. ¿Y qué si tenías que tomar unas pastillas de esto y aquello de cuando en cuando? Pero Karen decía que las pastillas la ponían enferma, y tengo que admitir que se pasaba todo el tiempo corriendo al baño. Para el a era difícil salir de casa en esas circunstancias. El quirófano la había dejado cansada y se sentía mayor, y supongo que además de todo estaba clínicamente deprimida, aunque parecía más triste que enferma, triste todo el tiempo.
—Siento oír eso.
—Veía mucho la televisión cuando estaba en casa sola. Así que, cuando salió aquel a estrel a de mar de Crossbank, la vio perfectamente en el panel del video. También me hizo imprimirle los artículos de las revistas.
—Yo estuve en Crossbank el año pasado —apuntó Tess—. No recuerdo ninguna estrel a de mar.
—Sí, pero eso fue antes. Incluso entonces no había muchas imágenes. Al principio trataron de mantener el asunto al margen de la prensa. Pero había un video de un aficionado circulando por ahí, y después salió otra en Georgia y de repente todo el mundo supo que algo estaba sucediendo, aunque nadie supiera lo que era. Había una facción en el Congreso que quería borrar a la estrella de mar de la faz de la tierra. A Karen le horrorizaba la idea. El a creía que eran bonitas.
—¿Bonitas?
—Las estrellas de mar. Especialmente la de Crossbank. Su tamaño… Era la cosa más grande y más perfecta que jamás hayas visto, y todos aquel as púas y arcos hechos de lo que estuviese hecha, con arcos iris dentro… Sabías que estabas viendo algo especial, pero algunos pensaron que era sagrado y el resto creímos que era el 666 y los Cuatro Jinetes del Apocalipsis juntos. Karen cayó en la primera categoría y yo en la segunda. Quizás si estás deprimido piensas que algo así puede ser el comienzo de la salvación. Pero si todo lo que quieres es seguir con tu vida y devolverla a la normalidad, no es más que una amenaza y una distracción.
—No sé a qué se refiere.
—Supongo que tienes que verlo desde el principio. Especialmente aquella gran estrella de mar que creció en Crossbank, donde antes estaba aquel telescopio peculiar. Karen se iba poniendo más nerviosa cuanto más la veía en la red. Los soldados se desplegaron por todos lados y cerraron las carreteras, y todos los países extranjeros querían saber qué demonios pensábamos hacer, y si eran peligrosas, y por supuesto nadie podía responder a ninguna de las dos preguntas. ¿Sabes lo que me sorprendió de Karen? La energía que tenía de repente. Aquel a mujer, que no había abandonado el sofá en seis meses. Se había puesto bastante rechoncha a pesar de las idas y venidas al baño y las pastillas, pero adelgazó rápidamente. No estoy seguro de que siguiese tomando su medicación. Parecía pensar que ya no importaba si vivía o si moría: lo que le sucediera a ella era intrascendente. No hablaba de esas cosas, ya sabes, pero se interesó mucho cuando el gobierno admitió que había perdido a varias personas y la hostia de, lo siento, de robots dentro de la estrel a de mar de Crossbank. Era posible caminar dentro de aquel a cosa y podías mandar una cámara por control remoto, pero las cámaras siempre perdían la señal y la gente que se adentraba demasiado no regresaba.
Tess caminó hacia la ventana, que estaba oscura y cegada de nieve. Podía imaginarse la «estrella de mar» del señor Sandoval con una claridad sorprendente. Un laberinto enclaustrado, como un copo de nieve, pensó, desplegado en tres dimensiones. Casi podía verla en el cristal empañado de la ventana. Retrocedió de un salto.
—¿Qué le ocurrió a la señora Sandoval? —preguntó.
—Karen salió un día con nuestro viejo Ford. Sin una explicación, sin una nota, nada. Por supuesto, yo estaba frenético. Hablé con la policía varias veces, pero supongo que estaban demasiado ocupados con toda la gente que se dirigía hacia el oeste, antes de que cerraran las carreteras de Mississippi. Terminé enterándome de que la habían detenido junto con un puñado de supuestos peregrinos, intentando atravesar la zona vedada alrededor de Crossbank. Después la policía volvió a l amar y me dijeron que había habido un error, que no había sido arrestada, aunque sí había estado con aquella gente. Ella era parte de un grupo de unos doce que se las habían arreglado para burlar el bloqueo, siguiendo una vieja ruta de montañistas. Se me hace extraño imaginarme a Karen al á en el bosque, trepando rocas y bebiendo agua de manantiales. A ella nunca le habían gustado ni siquiera las barbacoas en el jardín de atrás, por amor de Dios. Se quejaba de los mosquitos. Te juro que no sé cómo estaba en el monte en esas condiciones.
—¿Se fue al interior de la estrella de mar?
—Eso me dijeron. Yo no estaba allí.
—¿Y salió?
—No salió —la voz del señor Sandoval se hizo apagada.
Tess pensó en aquello.
—¿Murió?
—Bueno, no salió. Eso es todo lo que sé. Eso es lo que me hizo volverme un poco loco, pienso yo.
Tess estaba un poco alarmada, porque el hombre seguía inmóvil en su cama.
—Señor Sandoval, si no se puede mover quizás debería l amar a un médico.
—No me puedo mover. Como te he dicho, no estoy ni siquiera seguro de estar despierto. Pero estoy bastante seguro de que no necesito un médico.
—¿De verdad?
—De verdad.
—¿Por qué ha venido a Blind Lake?
—Para matar a lo que sea que esté creciendo aquí.
Tess estaba conmocionada. Como papá, pensó. El señor Sandoval había venido para matar a la Chica del Espejo.
Retrocedió un paso.
—Francamente —dijo él—, me parece una locura estar aquí tumbado, recordando. Es curioso lo que uno hace cuando ha perdido a alguien y no tiene a quién echar la culpa. Era demasiado tarde para todos los de Crossbank, obviamente, pero Blind Lake había salido en las noticias, habían bloqueado el complejo por si acaso sucedía lo mismo. Eso me enfurecía. Lo que debían hacer era bombardearlo, pensaba yo. Si existía la posibilidad… Bombardearlo antes de que tuviera tiempo de crearse. Pero no, solo se puso el lugar en cuarentena. Parecía una medida de putas gal inas. Perdón por mi vocabulario.
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