Ted Dekker - Blanco

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Nunca rompa el círculo.
En esta tercera parte de la innovadora Serie del círculo, Thomas Hunter sólo tiene días para sobrevivir en dos mundos diferentes, llenos de peligro, engaño y destrucción. El destino de ambos mundos depende de su singular habilidad de cambiar realidades por medio de sus sueños. Ahora, guiando un pequeño grupo multiforme conocido como El Círculo, Thomas se encuentra enfrentando nuevos enemigos, desafíos interminables y el amor prohibido de una mujer de lo más insólita.
Entre a la Gran Búsqueda, donde Thomas y una pequeña banda de seguidores deben decidir rápidamente en quién pueden confiar, tanto con sus propias vidas como con el destino de millones de personas.

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– Ellos estarán ahora en la cueva -dedujo Johan-. Debemos movernos pronto.

– A menos que siguieran a Thomas fuera del cañón.

– Suponiendo que Thomas lograra salir del cañón -objetó Johan frunciendo el ceño.

– ¿Por qué no iba a hacerlo? -indagó ella bajando el catalejo.

– Juraría que vi a Woref en el barranco -anunció él en voz baja y mirando hacia atrás-. Nos cayeron encima sin advertencia, lo cual significa que ya nos habían localizado. Tendrían cubiertas ambas rutas de escape. No veo cómo nadie, ni siquiera Thomas, podría escapar sin pelear. Y los dos sabemos que él no peleará.

La revelación la dejó aturdida. No solo como Mikil, quien temía por el futuro del Círculo sin Thomas que los dirigiera, sino como Kara, quien de repente temió por la vida de su hermano.

– ¡Entonces debemos regresar!

– Tenemos que pensar en la tribu -declaró él, y respiró hondo-. Primero la tribu, luego Thomas. Suponiendo que esté vivo.

Ella estaba a punto de regañarlo por sugerir algo así, pero luego se le ocurrió que, como Mikil, estaría de acuerdo.

– Entonces nos quedaremos aquí -concordó, mirando el desierto.

– Nos seguirán el rastro.

– No si bloqueamos el túnel. Piénsalo. Nunca esperarán que nos quedemos en estos cañones. En cualquier parte menos aquí, ¿correcto? Y no hallarán esta caverna. Cerca hay un estanque rojo, agua, alimento. No quiero entrar más al interior del desierto si ellos tienen a mi hermano.

Las emociones mezcladas en el pecho de Mikil eran suficientes para hacer que quisiera gritar. Ella era Mikil, pero también era Kara, y como Kara había despertado dentro de una tormenta de fuego. De manera sorprendente solo había sentido un poco de temor, aun con las flechas de las hordas pasándole muy cerca de la cabeza. Ella había estado mil veces peleando en contra de los encostrados, muy a menudo en combate cuerpo a cuerpo.

Por otra parte, esa no era la condición de los civiles a su cargo. Habían perdido a seis en el ataque, incluyendo a Jeremiah. Se sintió angustiada.

Pero la embargaba otra emoción. El deseo de despertar en el laboratorio del Dr. Myles Bancroft. Thomas había agarrado el libro… ahora desearía haberlo tomado ella. Era imposible saber cuántas oportunidades más tendrían de escribir en él. Pensar en que esas pocas palabras que ella logró escribir tenían poder en la Tierra le hizo sentir un cosquilleo en la columna. Debía volver para ver si habían funcionado. Imaginar…

– Si bloqueamos el túnel -declaró Johan rascándose la barbilla y mirando alrededor-, ellos verán que lo bloqueamos.

– Dejémoslos. Cuando no logren encontrarnos supondrán que entramos al desierto.

– Aún buscarán nuestras huellas.

– Entonces les daremos unas que los alejen de aquí, más al occidente a lo profundo del desierto. Con los vientos nocturnos soplando, para la mañana se habrá perdido nuestro rastro.

Él se quedó en silencio, pensando.

– Me niego a penetrar más en el desierto mientras el destino de Thomas sea incierto.

Podría funcionar -asintió él-. Pero no bloqueemos el túnel en la entrada. De todos modos es demasiado tarde para eso.

Corrió a su caballo y se subió a la silla.

– Debemos apurarnos.

6

Ella sintió que le zarandeaban el hombro.

– Eso es, querida. Despierte. Lleva dos buenas horas durmiendo. Kara miró la poco atractiva figura a su lado. El Dr. Myles Bancroft mostraba una sonrisa de complicidad. Se frotaba un pañuelo en la frente.

– Dos horas y ningún sueño -informó.

Las luces aún estaban tenues. Las máquinas zumbaban en silencio: un ventilador de computadora, aire acondicionado. El vago olor de sudor humano mezclado con desodorante.

– ¿Soñó usted? -preguntó él.

– Sí -contestó ella irguiéndose; él le había limpiado la sangre del brazo y le había puesto una vendita blanca-. Sí, soñé.

– No según mis instrumentos, no. Y eso, querida mía, hace que este caso no solo sea fascinante sino duplicable. Primero Thomas y ahora usted. Algo está sucediendo con ustedes dos.

– Es la sangre de él. No me pregunte cómo empezó todo esto, pero mi hermano es la puerta entre estas dos realidades.

– Dudo mucho que existan dos realidades -opinó él-. Algo ocurre en las mentes de ustedes que sin duda está más allá de los sueños comunes y corrientes, pero le puedo prometer que su cuerpo estuvo aquí todo el tiempo. Usted no atravesó ningún armario hacia Narnia ni hizo un viaje a otra galaxia.

– Semántica, profesor -objetó ella bajándose de la camilla-. No tenemos tiempo para semántica. Debemos hallar a Monique.

Bancroft la miró con una sonrisa de vergonzosa persuasión en el rostro, como si se estuviera armando de valor para hacer la placentera pregunta.

– Así que, ¿qué pasó?

– Desperté como Mikil, teniente de Thomas de Hunter. Ella y yo escribimos en un libro que tiene poder para dar vida a las palabras; apenas logramos sobrevivir a un ataque de las hordas, y hallamos refugio seguro en una caverna después de bloquear nuestra ruta de escape. Finalmente caí en un sueño exhausto y desperté aquí.

Al oírse resumiendo la experiencia le bajó un zumbido por el cuello. En las últimas dos semanas ella había hecho con Thomas tanto de escéptica como de creyente, y no estaba segura de qué era más fácil.

– Ninguna herida.

– ¿Qué?

– Usted no tiene heridas o algo para probar sus experiencias como hizo Thomas. Cierto.

– ¿Ha oído usted las noticias? -preguntó ella.

– No particularmente, no -respondió él, parpadeó y alejó la mirada-. El mundo se está yendo al infierno, hablando de modo muy literal. Finalmente liberaron el gran artefacto uniformador que la mayoría de nosotros sabíamos que soltarían. Solo que me cuesta creer la rapidez con que todo está sucediendo.

– ¿El virus? Uniformar, no hacer distinción de personas. El presidente es tan vulnerable como el vagabundo desamparado en el callejón. ¿Y por qué aún se interesa por los sueños, doctor? Usted afirmó que estaba infectado, ¿no es así? Tiene diez días de vida igual que el resto de nosotros. ¿No debería estar con su familia?

– Mi trabajo es mi familia, querida. Me las arreglé para ingerir niveles peligrosos de alcohol la primera vez que se supo todo el asunto hace aproximadamente una semana. Pero desde entonces he decidido pasar mis últimos días preocupándome por mi primer amor.

– La psicología.

Pretendo morir en los brazos de ella.

Entonces permítame darle una sugerencia de quien ha visto más allá de la propia mente, doctor. Hable con su sacerdote. En todo esto hay más de I ° que pueden ver sus ojos o registrar sus instrumentos.

– ¿Es usted una persona religiosa? -inquirió él.

– No. Pero Mikil sí.

– Entonces yo debería hablar con esa Mikil suya. Kara miró el banco donde recordaba haber visto por última vez la muestra de la sangre de Thomas. Ya no estaba.

– No se preocupe; está guardada en lugar seguro.

– Yo… yo la necesito.

– No sin una orden de la corte. Se queda conmigo. Usted es bienvenida aquí en cualquier momento. Lo cual me recuerda que el ministro Merton Gains llamó hace como una hora.

– ¿Gains? -preguntó Kara, pensando en la crisis nuclear-. ¿Qué dijo?

– Quería saber si habíamos alcanzado alguna conclusión.

– ¿Qué le dijo usted? ¿Por qué no me despertó?

– Yo debía estar seguro. Algunos sujetos necesitan una cantidad extraordinaria de tiempo para entrar en REM. La desperté tan pronto como estuve seguro.

Kara miró a la puerta, repentinamente desesperada. Debía encontrar a Thomas o a Monique, muertos o vivos. ¿Pero cómo? Y la sangre…

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