Ted Dekker - Blanco

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Nunca rompa el círculo.
En esta tercera parte de la innovadora Serie del círculo, Thomas Hunter sólo tiene días para sobrevivir en dos mundos diferentes, llenos de peligro, engaño y destrucción. El destino de ambos mundos depende de su singular habilidad de cambiar realidades por medio de sus sueños. Ahora, guiando un pequeño grupo multiforme conocido como El Círculo, Thomas se encuentra enfrentando nuevos enemigos, desafíos interminables y el amor prohibido de una mujer de lo más insólita.
Entre a la Gran Búsqueda, donde Thomas y una pequeña banda de seguidores deben decidir rápidamente en quién pueden confiar, tanto con sus propias vidas como con el destino de millones de personas.

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Los gritos se silenciaron rápidamente. El Círculo ya había participado antes en huidas. Todos sabían que gritar no era una forma de evitar llamar la atención. Había suficientes corceles para cargar a toda la tribu, un adulto y un niño por cada animal, y quedaba una docena para cargar sus provisiones.

Thomas agarró la antorcha que ardía lentamente al lado de la hoguera principal. Gritos ásperos dirigían el ataque por encima. Una flecha se deslizó por el aire y chocó con carne a la derecha de Thomas. Él giró.

Alisha, la madre de Lucy, agarraba una vara que le sobresalía en el costado. Thomas empezó a ir hacia ella pero se detuvo al ver que Lucy ya corría hacia su madre, tomando una de las carnosas y curativas frutas anaranjadas. La niña alcanzó a Alisha, bajó la fruta, agarró la vara con ambas manos y jaló con fuerza. Alisha gimió. La flecha salió.

Luego Lucy exprimió la fruta en la herida abierta.

Thomas corrió a interceptar a William, quien guiaba a Suzan y a dos miembros montados de la tribu. Saltó sobre la silla mientras el caballo ya corría y fustigó al animal para que galopara veloz, dirigiendo ahora a los demás.

Un resoplido detrás de él le hizo girar la cabeza. Se trataba del anciano, Jeremiah. La mayor parte de la tribu ya había tomado sus posiciones debajo de un saliente protector en los establos, pero el consejo se estaba llevando a cabo muy lejos de los caballos cuando empezó el ataque. El anciano se había rezagado. La lanza de un encostrado le había dado en la espalda.

En la confusión nadie corrió a ayudarlo. Si moría, la fruta no lo reviviría.

– ¡William! ¡La antorcha!

Thomas le lanzó la ardiente brasa a William, quien la atrapó con una mano y volteó a mirar para ver el problema.

– Rápido, Thomas.

– Enciende el fuego. ¡Anda!

Thomas hizo girar su caballo y corrió hacia el anciano, quien ahora yacía bocabajo. Se puso al lado de Jeremiah, con la fruta en la mano. Pero antes de poner la rodilla en la arena supo que era demasiado tarde.

– Jeremiah!

Agarró la lanza, puso un pie en la espalda del hombre y la extrajo de un jalón. Le habían partido en dos la columna vertebral.

Thomas aplastó la fruta con las dos manos, resoplando de ira. Vertió jugo en el orificio abierto.

Nada. Si el hombre aún estuviera vivo, el jugo habría comenzado al instante su regeneración.

Una flecha dio en el hombro de Thomas. Este se levantó y miró hacia la dirección de la que había venido. Los arqueros en el barranco más cercano lo miraban, los habían agarrado momentáneamente desprevenidos.

– ¡Él fue antes uno de ustedes! -gritó.

Sin dejar de mirarlos, Thomas agarró la flecha en su hombro, la sacó y la arrojó al suelo. Se presionó la fruta en la herida.

– Ahora está muerto, como lo están ustedes. ¿Me oyen? ¡Muertos! Todos ustedes. ¡Ustedes viven en muerte!

Uno de ellos soltó una flecha. Thomas vio que el proyectil estaba desviado y lo dejó pasar silbando sin moverse. Fue a parar en la arena.

Entonces él se movió. Más rápido de lo que ellos habían esperado. Subió a su corcel y se dirigió directo al cañón oriental.

El primer fuego ya arrojaba espeso humo negro hacia el cielo. William había encendido el segundo en el lado opuesto del cañón y galopaba hacia el tercer montón de arbustos que habían preparado precisamente para esta eventualidad.

Thomas hizo caso omiso de las flechas que volaban, se inclinó sobre el pescuezo del caballo, y se metió entre el espeso humo.

***

SOREN LEVANTÓ la mano para dar la señal.

– Espera -anunció Woref.

– Los demás saldrán hacia el cañón -objetó su teniente-. Deberíamos perseguirlos ahora.

– Ordené que esperaran. Soren bajó la mano.

El plan había sido encerrarlos, herir a tantos como fuera posible desde un ángulo elevado de ataque, y luego atacarlos para acabar con ellos. La maldita fruta de los albinos no tenía poder contra una guadaña en el cuello. Era una estrategia que el mismo Martyn aprobara en otro tiempo.

Ahora Martyn se hallaba abajo entre los albinos, atrapado con los demás. Pero de repente Woref no estuvo tan seguro de la estrategia; no había esperado que ellos encendieran fuego.

– ¿Creerán ellos que el humo los va a proteger? -inquirió Soren-. Los pobres tontos no saben que ya tenemos cubierta su vía de escape en el otro extremo.

Pero era a Thomas a quien enfrentaban. Y a Martyn. Ninguno pensaría que un poco de humo les ayudaría a escapar de un enemigo que claramente había conocido su posición antes del ataque.

¿Por qué entonces los fuegos?

– ¿Estás seguro de que no hay más rutas desde este cañón?

– Ninguna que encontrara ninguno de nuestros exploradores.

Pero debía haberlas. ¿Qué dirección tomaría él si dirigiera esta banda de disidentes? Dentro del desierto, naturalmente. Lejos de las hordas. Hacia las llanuras donde simplemente podrían dejar atrás cualquier persecución.

– Ordena que la mitad del equipo de rastreo bloquee el desierto hacia el sur -expresó Woref.

– ¿Al sur?

– No me hagas repetir alguna otra orden.

Soren se alzó en los estribos y transmitió la orden por medio de señales con la mano. Dos exploradores montados, cada uno confirmando el mensaje, hicieron girar sus cabalgaduras y desaparecieron.

– Toda la tribu se dirigirá momentáneamente hacia el humo – comentó Woref-. Quiero a todos los arqueros lanzando flechas sobre los albinos.

– Ya he transmitido la orden.

– ¿Pero por qué? -musitó Woref para sí mismo-. El humo los sofocará si no salen rápidamente.

Un chiflido resonó en el cañón y, exactamente como él lo había previsto, casi cincuenta cabezas de caballos aparecieron por debajo del saliente de la pared de un cañón en el occidente. Les cayó una lluvia de flechas. Las mujeres agarraban a sus hijos y corrían hacia el humo, fustigando a sus monturas a correr tanto como pudieran.

Múltiples blancos. Allá abajo estaban acabados. Pero solo tenían que correr cincuenta metros antes de que los tragara el humo.

Sin embargo, cayeron dos. Un caballo tropezó y su jinete corrió a pie. Un tercero se agarró a una flecha que le había dado en el pecho. El que iba a pie tropezó y tres flechas se le clavaron en la espalda.

Entonces los albinos salieron del acoso y entraron a su humo. Los hombres de Woref habían matado solo a cinco. Seis, contando el que mataron antes con una lanza. Habían herido a muchos más, pero sobrevivirían con la ayuda de su hechicería. Esa fruta amarga de ellos.

Los arqueros dispararon una docena de flechas a cada uno de los albinos caídos, luego el cañón se llenó de un espeluznante silencio.

Woref movió las riendas de su montura hacia un lado y trotó a lo largo del precipicio, hacia el oriente, escudriñando con los ojos la más leve señal de vida debajo del espeso humo. El silencio lo enfadó. Sin duda ellos no volverían a exponerse a otro ataque de flechas. ¡Tenía que haber otra salida!

Detrás de él, el equipo de rastreo entraba al valle, cortando eficazmente cualquier intento de retirada.

Thomas había estado con quienes habían encendido los fuegos. El acuerdo de Woref con Qurong era por Thomas. Si los grupos se hubieran dividido…

Luego un grito del oriente. Habían divisado el grupo de Thomas.

Woref espoleó el caballo y galopó por el cañón. Entonces los vio, cinco caballos que levantaban polvo más allá del humo, yendo a toda velocidad hacia la trampa que él les había tendido.

***

THOMAS ALEJÓ del humo a su contingente, orando porque todas las miradas de los encostrados estuvieran puestas en él. Había inspeccionado hasta el último centímetro de este cañón y sabía dónde pondría una trampa si fuera el comandante de las hordas. Ahora sus posibilidades de atravesar esa trampa eran mínimas. Si les hubieran advertido, habrían tenido una mejor oportunidad de pasar la entrada del cañón antes de que los enemigos lograran tender la trampa. Dos hermanos, Caín y Stephen, corrían al lado de Suzan a la derecha de Thomas. William subía por detrás.

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