Ella la atrapó con una mano, le guiñó un ojo y dio un fuerte mordisco.
– Pues bien, ¿en qué dirección? Él señaló hacia el desierto.
***
LAS ÚLTIMAS energías los abandonaron al mediodía, cuando el sol estaba directamente en lo alto. Se guiaban por la bola de fuego en el cielo. Cada vez más profundo en el desierto. Oriente, como Michal había dicho. Pero con cada paso la arena parecía calentarse más, y hacerse más lento el descenso del sol sobre el occidente. El terreno plano rápidamente dio paso a suaves dunas, las cuales pudieron haber sido tolerables con zapatos adecuados y al menos un poco de agua. Pero estas pequeñas colinas de arena pronto condujeron a enormes montañas que iban de oriente a occidente, de tal modo que se vieron obligados a avanzar lentamente por un costado, y a tambalearse por el otro. Y allí no había una gota de agua. Ni siquiera agua envenenada.
A media tarde empezaron a faltarle las fuerzas a Tom. En su cautela, desde que salieran del lago había comido mucho menos fruta que los otros, y eso se empezaba a notar.
– ¡Estamos caminando en círculos! -exclamó Rachelle, deteniéndose en lo alto de una duna-. No estamos yendo a ninguna parte.
– No te detengas -pronunció Tom sin dejar de caminar.
– ¡Me detendré! ¡Esto es una locura! ¡Nunca lo lograremos!
– Quiero regresar -dijo Johan.
– ¿A qué? ¿A los murciélagos? Sigue caminando.
– ¡Nos estás conduciendo a la muerte! -gritó el muchacho.
– ¡Camina! -ordenó Tom dando vuelta.
Ellos lo miraron, asombrados por el arrebato de él.
– No podemos detenernos. Michal dijo que viajáramos hacia el oriente -declaró Tom, señalando hacia el sol-. No al norte, no al sur, no al occidente. ¡Oriente!
– Entonces deberíamos descansar -opinó Rachelle.
– ¡No tenemos tiempo para descansar!
El bajó por la colina, sabiendo que ellos no tenían más alternativa que seguirlo. Lo siguieron. Pero lentamente. Sin que pareciera demasiado obvio, él disminuyó la marcha y dejó que lo alcanzaran.
Las primeras alucinaciones comenzaron a juguetear con su mente diez minutos después. Vio árboles que sabía que no lo eran. Vio estanques de agua que no tenían la menor humedad. Vio rocas donde no había rocas.
Vio a Bangkok. Y en Bangkok vio a Monique, atrapada en una oscura mazmorra.
Él siguió caminando fatigosamente. Los tres tenían resecas las gargantas, la piel agrietada y los pies ampollados, pero no tenían alternativa. Michal había dicho que fueran hacia el oriente, y por tanto debían ir al oriente.
Media hora después Tom comenzó a murmurar incoherentemente. No estaba seguro de qué decía e intentó no decir nada en absoluto, pero se podía oír a sí mismo sobre un viento cálido que les soplaba en el rostro.
Finalmente, cuando supo que podía desmayarse con sólo un paso más, se detuvo.
– Descansaremos ahora -anunció, y cayó sobre sus posaderas.
Johan se dejó caer a su derecha, y Rachelle se sentó a la izquierda.
– Sí, por supuesto, ahora tenemos tiempo para descansar -objetó ella-. Hace media hora nos habría matado el descanso porque Michal dijo que viajáramos hacia el oriente. Pero ahora que estás parloteando como un loco, ahora que nuestro poderoso guerrero lo ha considerado perfectamente lógico, tendremos un descanso.
Él no se molestó en responder. Estaba demasiado agotado para discutir. Era asombroso que ella aún tuviera la energía para buscar pelea.
Se sentaron en silencio en esa elevada duna por varios minutos. Finalmente Tom decidió lanzarle una mirada a Rachelle. Ella se hallaba sentada abrazándose los pies, mirando el horizonte, con la mandíbula firme. El viento le lanzaba el largo cabello hacia atrás. Se negó a mirarlo.
Si hubiera tenido la valentía, le podría haber dicho que dejara de actuar como una niñita.
Adelante las dunas subían y bajaban sin la más leve insinuación de cambio. Michal les había dicho que vinieran al desierto porque sabía que los shataikis no dejarían sus árboles. Pero ¿por qué había insistido en que se adentraran en lo profundo del desierto? ¿Sería posible que el roush los estuviera enviando a la muerte?
«Ustedes ya están muertos», le había dicho. Quizá no en la manera en que Tom supuso primero. Tal vez «muerto» como en: Sé que seguirán mis instrucciones porque no tienen alternativa. Caminarán en el desierto y morirán como merecen morir. Así que en realidad, ya están muertos.
Hombre muerto caminando.
– Aún sueñas con Monique.
Las alucinaciones habían vuelto. Monique lo llamaba. Kara le estaba diciendo…
– Oí que pronunciabas el nombre de ella. ¿Está en tu mente en un momento como este?
No, no Monique. Rachelle.
– ¿Qué pasa? -cuestionó él enfrentándola.
– Quiero saber por qué estás susurrando el nombre de ella.
Eso era. Él había estado hablando entre dientes de la mujer de sus sueños, el nombre de ella, y tal vez más, y Rachelle lo había escuchado. Ahora estaba celosa. ¡Esto era descabellado! Se hallaban frente a la muerte, ¡y Rachelle estaba sacando fuerzas de unos celos ridículos por una mujer que ni siquiera existía!
– Monique de Raison, mi querida Rachelle, no existe. Es producto de mi imaginación. De mis sueños -objetó Tom alejándose.
Esa en realidad no fue la mejor manera de decirlo.
– Ella no existe, y tú lo sabes -concluyó él, resaltando su primer punto-. Además, discutir respecto de ella definitivamente no nos ayudará a sobrevivir en este maldito desierto.
Él se puso de pie y bajó por la colina.
– ¡Movámonos! -ordenó, pero se sintió mal.
Él no tenía derecho de desestimar con tanta displicencia los celos de Rachelle. Sólo esta mañana la había visto pelear con Johan por la fruta, horrorizado por el desprecio que se demostraron entre sí. Pero él no era diferente, como Michal lo había señalado.
Johan fue el último en pararse. Tom ya había llegado a la siguiente cima cuando miró hacia atrás y vio al muchacho que observaba el camino por donde habían venido.
– Johan!
El muchacho se volvió lentamente, miró hacia atrás por última vez, y ajó la duna tras ellos.
– Él quiere regresar -expresó Rachelle, pasando a Tom-. No estoy "gura de culparlo.
Caminaron por otras dos horas en resentido silencio, descansando cada diez o quince minutos tanto por el bien de Rachelle y Johan como de él mismo. El viento se extinguió y el calor se volvió agobiante.
Tom los hacía detenerse cada vez que le volvían las alucinaciones. Quizá a no tenía mucho de líder, pero conservaba el liderazgo a falta de alguien más. Tenía que conservar la mente tan lúcida como fuera posible bajo las circunstancias.
Caminaban con el aterrador conocimiento de que se dirigían a sus muertes. Lenta, y dolorosamente ahora, las montañosas dunas quedaban detrás de ellos, una por una. El único cambio era la gradual aparición de peñascos. Pero ninguno los mencionó siquiera. Si no contenían agua, les importaba un comino las peñas.
El valle al que entraron cuando el sol se ocultaba en el horizonte tenía tal vez cien metros de ancho. Una formación de rocas se levantaba desde el suelo del valle.
– Pasaremos aquí la noche -expresó Tom señalando las grandes rocas con la cabeza-. Los peñascos bloquearán cualquier viento.
Ninguno discutió. Tom se desplomó sobre una roca y echó la cabeza hacia atrás en la arena mientras el sol poniente lanzaba un colorado brillo cálido por el suelo desértico. Cerró los ojos.
El cielo había oscurecido cuando volvió a abrirlos. No estaba seguro si lo que le impedía dormir era el agotamiento total o el insoportable silencio. Johan se había hecho un ovillo debajo de las rocas. Rachelle se hallaba como a cinco metros de distancia, mirando al cielo. Pudo ver en los vidriosos ojos de ella el reflejo de la luz de la luna.
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