Ted Dekker - Negro

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Nada es como parece cuando se estrellan los sueños y la realidad.
Huyendo de sus agresores por callejones abandonados, Thomas Hunter apenas se escapa yéndose al techo de un edificio. Luego una bala silenciosa de la noche roza su cabeza… y su mundo se vuelve negro. De la negrura surge la asombrosa realidad de otro mundo, un mundo donde domina el mal. Un mundo en el que Thomas Hunter se enamora de una mujer hermosa. Pero luego se acuerda del sueño en el que lo perseguían por un callejón mientras extiende su mano para tocar la sangre en su cabeza.? ¿Dónde termina el sueño y comienza la realidad? Cada vez que se queda dormido en un mundo, se despierta en otro. Pero en ambos, le aguarda un desastre catastrófico… quizás incluso sea causado por él.

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Teeleh se lamió los labios con delicia.

Nadie lo habría sabido, ¿sabes? La vacuna no habría mutado porque ninguna causa natural produciría un calor bastante elevado para desencadenar la mutación. Pero algún idiota insospechado dio con la información. Se lo dijo a la parte equivocada. La vacuna cayó en manos de algunas personas muy… trastornadas. Esa gente calentó la vacuna precisamente a 81,92 grados centígrados por dos horas, y así nació el virus volátil más mortífero del mundo.

Había algo muy extraño respecto de lo que Teeleh estaba comunicando, pero Tom no sabía de qué se trataba. A pesar de todo, la información de la criatura correspondía con sus sueños.

– Acércate un poco más -pidió Teeleh.

– ¿Que me acerque?

– Quieres saber acerca del virus, ¿verdad? Sólo un poco más. Tom avanzó medio paso. La garra de Teeleh centelleó sin advertencia previa. Apenas le tocó el dedo pulgar, el cual estaba agarrado de la barandilla- Una pequeña descarga le subió por el brazo, y él retrocedió súbitamente la mano. De una pequeña cortada en el pulgar le manaba sangre. ¿Qué está haciendo usted? -exigió saber Tom. Tú quieres saber; te estoy ayudando a saber. ¿Cómo me puede ayudar a saber hiriéndome?

– Por favor, no es más que un rasguño. Sólo te estaba probando. Hazme una pregunta.

Todo el asunto era muy extraño. Pero así era todo respecto de Teeleh.

– ¿Sabe la cantidad de pares base de nucleótidos para el VIH? -preguntó -En la vacuna Raijos es decir.

– Pares base: 375,200. Pero debes saber que no fue la verdadera variedad Raison lo que produjo tal destrucción -informó Teeleh-. Fue el antivirus. El cual también fue a parar a manos del mismo hombre que desencadenó e] virus. El chantajeó al mundo. De ahí el nombre: el Gran Engaño.

La cabeza de Tom le zumbó.

– ¿El antivirus?

– Sí. Cortar el ADN en los genes quinto y nonagésimo tercero, y empalmar los dos terminales juntos -informó Teeleh, y de pronto se quedó muy tranquilo; se le suavizó la voz-. Diles eso, Thomas. Diles 81.92 grados centígrados por dos horas, así como cortar los genes quinto y nonagésimo tercero y empalmarlos. Di eso.

– ¿Decir los números?

– ¿No quieres saber? Diles.

– Ochenta y uno coma noventa y dos grados centígrados por dos horas.

– Sí, ahora el quinto gen.

– Quinto gen…

– Sí, y el gen nonagésimo tercero.

– Nonagésimo tercer gen -repitió Tom.

– Cortar y empalmar.

– Corta y empalmar.

– Además la necesitarás en la puerta trasera también.

– ¿La puerta trasera también?

– Sí. Ahora olvida que te dije eso.

– ¿Olvidar?

– Olvida -repitió Teeleh, y sacó la misma fruta que le había ofrecido antes-. Aquí. Muerde un poco de fruta. Te ayudará.

– No, no puedo.

– Eso sencillamente no es cierto. Te acabo de demostrar que esas reglas son una prisión. ¿Cuán estúpido puedes ser?

Teeleh se irguió, sin mostrar ninguna emoción, la fruta ligeramente posada en sus dedos.

– La fruta te abrirá mundos totalmente nuevos, Tom, amigo mío. Y el agua te mostrará mundos de conocimiento con que sólo has soñado. Mundos de los que no saben nada tus amigos en el bosque colorido.

Tom miró la fruta. Luego levantó la mirada hacia los ojos verdes. ¿Y si hubiera de verdad una nave espacial detrás de esos árboles? Era una perspectiva tan probable como cualquier otra cosa en que hubiera pensado.

– Suponiendo que todo esto es verdad, ¿dónde está Bill?

– ¿Te gustaría ver a Bill? Tal vez puedo disponerte eso.

– Usted dijo que tenía una manera de hacernos volver a casa.

– Sí. Sí, puedo hacer eso. Hemos encontrado una forma de arreglar tu nave.

– ¿Me la puede mostrar?

El corazón de Tom palpitó con fuerza cuando hizo la pregunta. Ver la nave terminaría el debate airado en su mente, pero no tenía garantía de que los shataikis no lo destrozaran. Ya lo habían intentado una vez.

– Sí. Sí, y lo haré. Pero primero necesito algo de ti. Algo sencillo que puedes hacer fácilmente, creo -indicó el líder haciendo otra pausa, como indeciso acerca de pedir lo que había venido a pedir.

– ¿Qué?

– Traer a Tanis aquí, al puente.

Los envolvió el silencio. Ni un sólo shataiki alineado en el bosque pareció moverse. Todos los ojos miraban con expectativa a Tom. El corazón le palpitó con fuerza. A no ser por el gorgoteo del río abajo, ese era el único sonido que oía ahora.

– Y si lo hago, ¿me garantizará entonces mi paso seguro hasta mi nave? ¿Reparada?

– Sí.

Tom estiró la mano hacia la barandilla para afirmarse.

– Usted sólo quiere que lo traiga al puente, ¿correcto? No que cruce el puente.

– Sí. Sólo hasta el río aquí.

– ¿Y qué garantía tengo de que usted me guiará sin problemas a la nave? También traeré la nave aquí al puente. Podrías entrar a ella sin ningún shataiki a la vista, antes de que yo hable con Tanis.

Si el shataiki pudiera mostrarle de veras esta nave, el Discovery III, sería prueba suficiente. Si no, no cruzaría el puente. No perdería nada. Tiene sentido -concordó con cautela, ora la pared viva de criaturas negras alineadas en el bosque silbó colectivamente como un enorme campo de langostas. Teeleh miró a Tom, se llevó la fruta a los labios y le volvió a dar una profunda mordida. Lam¡¿ el jugo que le recorrió por los dedos con una lengua larga, delgada y rosada Mientras tanto sus ojos miraban sin parpadear a Tom. ¿Podía confiar en esta criatura? Si lo que decía era verdad, ¡entonces debía encontrar la nave espacial! Sería su única vía a casa. El líder dejó de lamer.

– Come esta fruta para sellar nuestro pacto -dijo Teeleh alargándole la fruta a Tom-. Es la mejor de las nuestras.

Él ya había hecho esto una vez. Según la criatura, por eso es que Tom soñaba. El obligó a su temor a retroceder, estiró la mano hacia el shataiki, agarró la fruta de su garra, y dio un paso atrás.

Levantó la mirada hacia la criatura sonriente ante él. Se llevó a la boca la fruta medio comida. Estaba a punto de morderla cuando el grito rompió el silencio de la noche.

– ¡Thomasssss!

Tom sacó súbitamente la fruta de su boca y la hizo a un lado. ¿Bill? La voz sonaba confusa y cansada.

Entonces vio al pelirrojo. Bill había salido del bosque y luchaba débilmente contra las garras de una docena de shataikis. Tenía la ropa totalmente desgarrada, y su cuerpo desnudo parecía terriblemente blanco entre los chillidos histéricos de los shataikis que ahora lo destrozaban. Sangre se apelmazaba en el cabello del pelirrojo y le chorreaba por el demacrado rostro. Docenas de cortadas y moretones cubrían la carne pálida del hombre. Parecía un cadáver maltratado.

La sangre se le drenó de la cabeza de Tom. Se inundó de náuseas.

Teeleh giró, sus ojos centellearon con una intensidad que Tom no le había visto. Los dedos de Tom se le aflojaron, y la fruta cayó al puente de madera con un golpe amortiguado.

– ¡Quítenle las manos de encima! -gritó Teeleh; desplegó las alas y Ia5 levantó por sobre la cabeza-. ¡Cómo se atreven a desafiarme!

Tom observó, aturdido. Los shataikis liberaron inmediatamente a Bill-

– Llévenlo a lugar seguro. ¡Ahora!

Dos murciélagos halaron de las manos a Bill. Este se metió a tropezones entre los árboles.

– Como puedes ver, es cierto que Bill es real -declaró Teeleh enfrentando a Tom-. Debo conservarlo, ¿entiendes? Es la única seguridad que tengo de que volverás con Tanis. Pero te prometo que no recibirá más daño.

– Thomas! -gritó la voz de Bill desde los árboles-. Ayúdame…

Su voz fue acallada.

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