– Creí que habías ahorrado más de veinte mil dólares -confesó él.
– Eso fue hace tres meses. He hecho algunas compras desde entonces. Cinco nos sustentarán. Mientras no huyamos a Manila o Bangkok -anunció ella, cerrando la puerta.
El taxi amarillo arrancó hacia las oficinas de los CDC en la calle Clifton a las 4:15, cuarenta y cinco minutos antes de que supuestamente cerraran el edificio gubernamental. Kara pagó al chofer y quedó frente a la entrada principal con Tom.
– Bueno, ¿cuál es exactamente nuestro objetivo primordial aquí? – quiso saber ella.
– Despertar a los muertos -contestó Tom.
– Seamos un poco más precisos.
– Alguien allí tiene que tomarnos en serio. No nos vamos hasta que alguien con el poder de hacer algo esté de acuerdo en investigar la variedad Raison.
– Está bien -concordó Kara mirando su reloj.
Entraron al edificio y se dirigieron a un mostrador acordonado con Plexiglás protector e identificado por un letrero negro como «Recepción». Tom explicó su objetivo a una pelirroja llamada Kathy y, al informárseles que deberían ver a un asistente social, pidieron ver uno de inmediato. Les pasaron un montón de formularios que contenían gran cantidad de preguntas que parecían no tener nada que ver con enfermedades contagiosas: Fecha de nacimiento, número de Seguro Social, rendimiento en la escuela primaria, talla de calzado. Se retiraron a una fila de acolchonadas sillas de espera, llenaron rápidamente los formularios, y se los devolvieron a Kathy.
– ¿Cuánto tiempo tendremos que esperar? -averiguó Tom.
El teléfono de Kathy sonó y ella lo contestó sin brindarle una respuesta. Una de sus compañeras de trabajo tenía evidentemente un problema de ratones en su casa. Tom tamborileó los dedos en el mostrador y esperó de manera paciente.
Kathy colgó el teléfono, pero este volvió a sonar.
– Una pregunta sencilla: ¿Cuánto tiempo? -volvió a preguntar Tom levantando el dedo.
– Tan pronto como alguien esté disponible.
– Ya son las 4:35. ¿Cuándo estará alguien disponible?
– Haremos lo posible porque los atiendan hoy-contestó ella y levanto el auricular. La misma compañera. Otra pregunta crítica sobre tácticas para contener enjambres de ratones agresivos. Algo acerca de usar guantes de caucho al quitar las alimañas de las trampas.
A Kathy la criaron en una fábrica de idiotas -declaró Tom, después de suspirar de manera audible y volver a las sillas de espera.
Paciencia, Thomas. Quizá yo debería hablar -comentó Kara volviendo a mirar su reloj.
– Tengo un mal presentimiento de que aquí estamos perdiendo nuestro tiempo -advirtió él-. Aunque reportáramos esto, ¿cuánto tiempo necesitará la burocracia para actuar? Toma meses, y a veces años, para lograr que la FDA apruebe una droga. ¿Cuánto tomará revertir eso? Probablemente meses y años. Te lo estoy diciendo, debemos ir a Bangkok. Ellos harán el anuncio en dos días. Todo lo que debemos hacer es explicarles el problema… a esta Monique de Raison. Ellos verificarán nuestras inquietudes, encontrarán el problema y tratarán con él.
– Dudo que sea así de sencillo -discutió Kara parándose y mirando otra vez su reloj-. Debo revisar algo. Ya vuelvo.
Tom dejó que su ímpetu se atesorara por otros diez minutos antes de acercarse otra vez a Kathy. Esta vez ella lo detuvo antes de que él pudiera hacer la pregunta obvia.
– Perdóneme, señor, ¿le cuesta oír, o simplemente es terco? Creí haber dicho que lo llamaría cuando hubiera un asistente social disponible.
Él se detuvo, impactado por la descortesía de ella. No había nadie más suficientemente cerca… un hecho que obviamente no pasó desapercibido para Kathy, o no se habría atrevido a lanzar su maltrato verbal.
– ¿Perdón? -balbució él.
– Ya me oyó -indicó ella bruscamente-. Lo llamaré si tenemos un asistente social disponible antes de que cerremos.
– Esto no puede esperar hasta mañana -reveló él acercándose al mostrador y mirado por encima del Plexiglás.
– Pues debió haber pensado en eso antes.
– Escuche, señora, ¡volamos directo desde Denver para venir a verlos! i si hubiera algo mortal conmigo? ¿Cómo sabe usted que yo no tengo una enfermedad que podría acabar con el mundo?
– Esto no es una clínica -informó ella recostándose, con una clara petulancia de que había ganado ante esta última ridiculez de él-. No creo que usted tenga…
– ¡Usted no sabe eso! ¿Y si yo tuviera polio?
Enfermedad equivocada.
– ¿Y si yo tuviera ébola o algo así? -concluyó él.
– Se trata de algo de Raison -cuestionó ella sacando el formulario de él-. No ébola. Siéntese, Sr. Hunter.
– ¿Y qué es la variedad Raison? -quiso saber él, el calor le flameaba en el cuello-. ¿Lo sabe usted siquiera? En realidad, la variedad Raison hace que el virus ébola parezca un resfriado común. ¿Sabía usted eso? El virus podría sencillamente haberse extendido en…
– ¡Siéntese! -gritó ella levantándose, apretó los puños en las caderas y señaló con dramatismo las sillas de espera-. Siéntese inmediatamente.
Tom no podía estar seguro si fueron sus instintos de artes marciales o su generosa inteligencia lo que se apoderó de él en el instante siguiente… de cualquier modo, al menos su proceder fue impecable.
Intercambió miradas con la mujer detrás del Plexiglás por unos cinco segundos completos. El colmo fue ver que las mandíbulas de ella temblaban. Él repentinamente se agarró del cuello con ambas manos y comenzó a estrangularse.
– ¡Ahhhh! Creo que podría estar infectado -lanzó un grito ahogado; trastabilló hacia delante, chocó la cabeza contra el Plexiglás y gritó-. ¡Auxilio! ¡Socorro, estoy infectado con Variedad Raison!
– ¡Siéntese! -gritó la mujer, quien seguía rígida y temblando con furia, señalando aún las sillas.
– ¡Me muero! ¡Auxilio! ¡Socorro! ¡Ayúdenme! -siguió gritando Tom, aplastando el rostro contra el vidrio, apretando las manos en su cuello, y sacando la lengua.
– ¡Thomas! -exclamó Kara corriendo hacia él por el pasillo.
Él empezó a doblarse y a poner los ojos en blanco.
Media docena de trabajadores entraron a los cubículos detrás de la recepcionista.
– ¡Basta! -gritó Kathy-. ¡Basta!
– ¿Qué estás haciendo, Thomas? -exigió saber Kara frenéticamente.
Él le guiñó discretamente un ojo y luego se volvió a golpear la cabeza contra el vidrio, esta vez con tanta fuerza como para que le doliera.
– ¡Perdón! -exclamó un hombre vestido de gris que apareció detrás de la recepcionista-. ¿Cuál parece ser el problema aquí?
– Él… él quiere ver a un asistente social -le informó ella.
– ¿Es usted el responsable aquí? -preguntó Tom, bajando las manos e irguiéndose.
– ¿A la orden?
– Perdóneme por esta payasada, pero estoy muy desesperado y un subalterno adecuado fue lo único que me vino a la mente -explicó Tom-. Es absolutamente crítico que hablemos de inmediato con alguien del departamento de enfermedades contagiosas.
El hombre miró el rostro rojo de Kathy.
– Tenemos procedimientos por una razón, Sr…
– Hunter. Thomas Hunter. Créame, usted estará muy interesado en lo que tengo que decir.
El hombre titubeó y luego pasó por una puerta en el Plexiglás.
– ¿Por qué no entra a mi oficina? -invitó, extendiendo la mano-. Mi nombre es Aaron Olsen. Perdone por favor nuestra demora. A veces aquí estamos agobiados de trabajo.
Tom estrechó la mano del hombre y lo siguió, acompañado por Kara.
– La próxima vez que vayas a deschavetarte, adviérteme, ¿de acuerdo? -susurró Kara.
– Lo siento.
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