Ted Dekker - Negro

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Nada es como parece cuando se estrellan los sueños y la realidad.
Huyendo de sus agresores por callejones abandonados, Thomas Hunter apenas se escapa yéndose al techo de un edificio. Luego una bala silenciosa de la noche roza su cabeza… y su mundo se vuelve negro. De la negrura surge la asombrosa realidad de otro mundo, un mundo donde domina el mal. Un mundo en el que Thomas Hunter se enamora de una mujer hermosa. Pero luego se acuerda del sueño en el que lo perseguían por un callejón mientras extiende su mano para tocar la sangre en su cabeza.? ¿Dónde termina el sueño y comienza la realidad? Cada vez que se queda dormido en un mundo, se despierta en otro. Pero en ambos, le aguarda un desastre catastrófico… quizás incluso sea causado por él.

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– ¿Llaves?

– ¿Cómo sabías que eran ellos? -indagó ella, sacando las llaves y Pasándoselas.

Lo sé. Uno de ellos tenía un vendaje en la cabeza. El mismo tipo con que me topé anoche. Le metí con el pie. Se subieron y él encendió el auto. Agáchate.

Kara se repantingó en el asiento delantero por dos cuadras antes de sentarse y mirar hacia atrás para ver si los perseguían.

– ¿Ves algo? -quiso saber Tom.

– Nada -contestó ella, y luego lo miró-. ¿Adónde vamos? Buena pregunta.

– Tu pasaporte está al día, ¿verdad?

– Por favor, Tom, no bromees. ¡No podemos huir sencillamente a Manila, Bangkok o donde sea!

– ¿Tienes una idea mejor? ¡Esto es real! ¡Esos allá atrás son pillos de verdad con pistolas de verdad. ¡La vacuna Raison es una vacuna de verdad y Volador Feliz es un caballo de verdad.

– El Derby de Kentucky no se ha corrido todavía -anunció ella tranquilamente mirando por su ventanilla.

– ¿Cuánto tiempo dije que teníamos antes de que la vacuna Raison se convirtiera en una amenaza? -inquirió Tom.

– Ni siquiera estabas seguro en qué año sucedió -objetó ella, enfrentándolo-. Si todas estas cosas realmente son de verdad entonces necesitas alguna información mejor. No podemos recorrer todo el mundo sólo porque Volador Feliz sea un caballo.

– ¿Qué sugieres, averiguar exactamente cómo solucionar de un tirón el problema en el Oriente Medio?

– ¿Podrías hacer eso? -preguntó ella, mirándolo.

– Desde luego que no.

– ¿Por qué no?

– Sí, ¿por qué no?

– ¿Qué fue lo que te dijeron los murciélagos negros? -recordó Kara-. ¿Algo respecto de que ellos son tu destino? Tal vez deberías hablar con ellos y no con estas criaturas blancas peludas. Aquí necesitamos detalles precisos.

– No puedo. ¡Ellos viven en el bosque negro! Está prohibido.

– ¿Prohibido? Escúchame. Se trata de un sueño, ¡Tom! De acuerdo, un sueño con algunas ramificaciones muy absurdas, pero sólo un sueño.

– ¿Cómo entonces sé todas estas cosas? ¿Por qué me desapareció la herida de la cabeza?

– No lo sé. Lo que sé es que este -resaltó ella pegándole a la consola del auto-, no es un sueño. Por tanto, tus sueños son especiales. De alguna manera estás enterándote allí de cosas que no deberías saber; admito eso. Incluso estoy abrazando eso. Lo que digo es: ¡Entérate de más! Pero no voy a salir huyendo hasta Bangkok para salvar al mundo sin la más leve idea de qué hacer una vez que lleguemos allá. Necesitas más información.

Entraron al intercambiador entre la 1-25 y la 1-70, y se dirigieron al Aeropuerto Internacional de Denver.

– Así que al menos estás admitiendo que esta información es importante. Y real.

– Sí, así parece -aceptó ella, echando la cabeza hacia atrás.

– Entonces tenemos que contestarla. Tienes razón, necesito más información. Pero no puedo quedarme bien dormido ante el volante, ¿correcto? Y tú no puedes drogarme.

– Está bien.

– Macklroy parecía creer que los CDC era el lugar adecuado para ir con esta información.

– Eso es lo que pensé.

– Muy bien. Así que vamos a Atlanta. ¿Cuánto dinero tienes?

– ¿Volar así nomás a Atlanta? -cuestionó ella, arqueando una ceja-. Sólo que no puedo abandonar mi trabajo sin avisar.

– Llámalos entonces. Pero el teléfono no es la mejor manera de captar la atención de los CDC. Es muy probable que tengan a cien chiflados al día contándoles historias absurdas. Así que vamos personalmente a las oficinas centrales de los CDC.

– ¿No a Bangkok?

– No. Atlanta. Sabes que no podemos volver al apartamento… ¿quién sabe durante cuánto tiempo lo estarán vigilando? Ella consideró el asunto. Cerró los ojos.

– Está bien -concordó finalmente-. Atlanta.

12

POR MÁS que tomara en cuenta el apremio de Kara, Tom no podría dormir en el vuelo a Atlanta. Ni un parpadeo.

Sin prisa pero con seguridad, Kara estaba haciendo a un lado su incredulidad de que algo muy importante le ocurría de veras a Tom, aunque aún no aceptaba la idea de que él se hubiera tropezado con el fin del mundo, por así decirlo. Como lo manifestaba, el sólo hecho de que él indudablemente estuviera experimentando alguna clase de precognición mientras dormía, no significaba que fuera verdad todo lo que se adhería a su muy activa imaginación. De todos modos, ¿quién oyó alguna vez hablar de murciélagos blancos peludos?

Tom quería desesperadamente convencerla de que podría con facilidad ser de la otra manera. No había evidencia verdadera de que el Boeing 757 en que volaban no fuera en realidad parte de algún sueño absurdo. ¿Quién iba a determinar qué realidad era más convincente?

– Piensa en lo que papá solía decir cuando éramos niños -recomendó él-. Todo el punto de vista del mundo cristiano se basa en realidades alternas. Nuestra lucha no es contra carne y sangre sino contra principados o algo así. ¿Lo recuerdas? Es más, casi todo el mundo cree que la mayor parte de lo que realmente ocurre, sucede sin que podamos verlo. Ese es un importante enfoque religioso.

– ¿Sí? No creo eso. Y tú tampoco.

– Bueno, tal vez deberíamos creer eso. No necesariamente la parte del cristianismo sino todo el principio. ¿Por qué no?

– Porque no creo en fantasmas -respondió ella-. Si existe un Dios y nos hizo con cinco sentidos, ¿por qué no se mostraría a nosotros por medio de esos sentidos? Un sueño no tiene sentido.

– Quizá él sí se nos muestra, pero no lo vemos. Tal vez nuestros sentidos no son el problema sino nuestras mentes.

– ¿Es este el mismo Thomas que solía decirle a papá cuan absurda era su tonta fe? -preguntó ella girando en su asiento y mirando a su hermano.

– No estoy diciendo que algo haya cambiado. Sólo afirmo que debemos considerar algo. Como La matriz. ¿Recuerdas esa película? Todos creen que es de una forma, cuando en realidad es de otra.

– Sólo el mundo real es un bosque colorido con peludos murciélagos blancos, y este es sólo un sueño. No creo eso.

– Los murciélagos blancos peludos me sanaron la cabeza y me dijeron quién ganará el Derby de Kentucky. Y si estoy imaginando una realidad, sería más probable que esté imaginando esta. En la otra realidad, ambas realidades tienen sentido… esta como una historia y esa como el presente. En esta realidad, la otra realidad no tiene sentido a menos que esta no sea realmente una realidad. O a menos que sea realmente el futuro.

– Basta. Me estás produciendo dolor de cabeza. Duérmete y averigua cómo solucionaremos esta crisis del Oriente Medio.

– No lo haremos. La variedad Raison nos llega antes. Lo cual es ahora.

– A menos que se detenga la variedad Raison -aclaró ella-. ¿Es posible cambiar el futuro? O mejor aún, ¿cambiar la historia?

Él no se molestó en contestar.

Aterrizaron en Atlanta una hora después y pasaron treinta minutos realizando algunas gestiones. Kara debía una explicación al hospital en Denver y tenía que hacer algunos asuntos bancarios. Tom revisó la disponibilidad de vuelos a varios destinos extranjeros, por si acaso. Eran más de las tres antes de que se encontraran en el transporte terrestre.

– Entonces -enunció Tom, sosteniendo la puerta abierta que llevaba a la línea de taxis-, ¿cuánto tenemos?

– ¿Nosotros? Como cinco mil dólares, y están en mi cuenta. No acuerdo que depositaras ningún dinero en mi cuenta.

Tom había averiguado de un vuelo a las diez de la noche a Bangkok a través de Los Ángeles y Singapur, pero los boletos costarían dos mil dólares cada uno. Nada bueno. Él frunció el entrecejo. ¿Esperabas más? -cuestionó ella.

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