Ted Dekker - Rojo

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Todo gira en torno a Thomas Hunter, un escritor de poco éxito que sobrevive trabajando en el café Java Hut, en Denver. Pero su aparentemente monótona vida sufrirá un vuelvo radical cuando fuerzas desconocidas liberen un arma bacteriológica en la atmósfera. Al final de la jornada, tres millones de personas serán portadoras del virus más letal que haya conocido la humanidad, y en sólo un par de días habrá noventa millones de infectados.
El punto es que no existe ninguna vacuna… pero extrañamente, la única esperanza es Thomas Hunter. ¿Cómo? ¿Por qué? Él no lo sabe, pero su existencia amenaza importantes planes y por eso debe morir.

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La puerta del estudio se abrió de par en par y Marcy apareció en el marco, pálida.

– ¿Qué fue eso?

Mike se puso de pie.

– Eso fue… -balbuceó Nancy haciendo retroceder su silla-. ¿De dónde sacaste eso?

– Eso fue la verdad, Marcy -expresó él-. Y gracias por cortarme para anunciar a Lexus. Se envió la historia a los televidentes en casa. Da la sensación de que la Gestapo arrancó el enchufe, ¿verdad?

– Acabo de recibir una llamada del ministro de justicia -espetó Marcy-. Observaron esto. Estás incitando a…

– ¡Por supuesto que están observando esto! -gritó Mike-. Lo observan porque saben que es verdad y saben que tengo toda la historia. Respáldanos, Marcy. Llama a quien tengas que llamar; solo respáldame.

– ¡No puedo hacer eso! ¡Sencillamente no puedes salir al aire y decirle a todos que están a punto de morir! ¿Te has vuelto loco?

– Bien -declaró él yendo directo hacia ella-. Pero si salgo de este edificio, voy directo a Fox. Diles eso. Tienes exactamente treinta segundos para preparar sus mentes. De cualquier modo, hoy se sabrá toda la historia.

– ¡Me estás amenazando! Vas a volver al aire y les vas a decir que te disculpas por lo que dijiste.

La voz de ella resonó en el salón. No le había creído aún, ¿o sí? O sufría de un caso terminal de negación o había perdido la razón ante la impresión que le causó oír acerca del virus.

– Diles, Marcy -insistió él tranquilamente.

Una docena de ojos lo miraron. Al comercial de Lexus lo había reemplazado otro de Mountain Dew.

La puerta detrás de Marcy se abrió de golpe.

– ¿Quién está atendiendo la línea directa?

Era Wally, el director de noticias. Su mirada se posó en Marcy, luego se dirigió hacia Mike, que se hallaba de pie en el piso principal ante las cámaras, no sentado en su silla al lado de Nancy.

– ¿Qué demonios está pasando aquí?

– Regresa a esa silla -ordenó Marcy a Mike con mucha frialdad.

– Necesito una pausa noticiosa. ¡Ahora! NBC está informando que el gobierno francés acaba de declarar la ley marcial -exclamó Wally-. Lo hemos confirmado.

– ¿Ley marcial? -inquirió Mike-. ¿Por qué?

– Para controlar la amenaza de un virus que según ellos ha afectado a Francia.

– ¿La variedad Raison?

Era obvio que Wally no había estado observando el pequeño discurso de Mike.

– ¿Cómo sabías eso?

28

MARTYN, COMANDANTE del ejército de las hordas bajo Qurong, permanecía al lado de su líder, frente a Ciphus y los demás del Consejo del bosque. Qurong estaba obrando su traición exactamente como la había planeado muchos meses atrás.

Miles de lugareños se habían congregado con antelación en el anfiteatro. Rápidamente se había extendido la noticia de que cerca de mil guerreros encostrados habían entrado con Justin por la parte de atrás del poblado. Ahora llenaban las bancas y miraban en silencio lo que sucedía debajo de ellos.

Ciphus se paró en el escenario cerca del centro, frente a Qurong. Mikil y Justin se hallaban allí a la izquierda con mil de los guardianes del bosque para equiparar las fuerzas de la derecha. El destino del mundo dependía de este juego de la gente de Qurong. Hasta aquí todo había avanzado precisamente como él lo previo. Para la mañana se habrían apoderado de la selva.

– Óyeme, gran Ciphus -expresó Qurong-. He puesto mi vida en tus manos para reunirme contigo. Seguramente considerarás mi propuesta de una tregua hasta que podamos idear una paz duradera entre nosotros.

Esto no estaba resultando como Ciphus había previsto; hasta allí estaba claro. Mikil le había dicho al Consejo que Martyn entregaría a Qurong, pero ella se había equivocado.

El líder del Consejo cambió la mirada hacia Martyn, quizás esperando, deseando, que el comandante interviniera como Thomas había propuesto.

– Desde luego, siempre estamos dispuestos a escucharlos -manifestó Ciphus aclarando la garganta-. Pero ustedes deben comprender que no tenemos base para la paz. Ustedes viven en violación a las leyes de Elyon. El castigo por desobedecer a Elyon es la muerte. ¿Quieren ahora que neguemos la propia ley de Elyon haciendo las paces con las hordas? Ustedes merecen la muerte, no la paz.

Esta era la clásica doctrina de los habitantes del bosque. Ciphus estaba abriendo la puerta para que Martyn pusiera la trampa: ofrecer la vida de Qurong a cambio de la paz. No tan rápido, vieja cabra.

– ¿A cuántos de nosotros matarán ustedes para satisfacer a su Dios? – demandó Qurong.

– ¡Ustedes ya viven en la muerte! -gritó Ciphus-. ¿Nos harán hacer una alianza con la muerte? Ustedes tienen todo el desierto; nosotros solo tenemos siete pequeñas selvas. Yo les pregunto: ¿por qué guerrean contra un pueblo pacífico?

Qurong miró a Martyn. Ellos no habían hecho ninguna señal declarada, pero el mensaje era claro. El líder supremo iba a proceder como planearon.

– Entre nuestros pueblos no tenemos ninguna base para confiar, por eso no podemos extender verdadera paz -manifestó Qurong-. Ustedes no nos elevarán por sobre los perros y nosotros los vemos a ustedes como las serpientes que en realidad son.

Un ruido sordo recorrió la multitud. Ciphus levantó una mano.

– Tienes razón; no confiamos en ustedes. Un perro ve una vara dorada y cree que es una serpiente. Tus ojos están cegados por tu rebelión contra Elyon.

Qurong sonrió pero no mordió el anzuelo de defenderse.

– Entonces les ofreceré hoy más que las palabras de un perro -enunció Qurong-. Les mostraré a ti y tu pueblo en este día que soy un líder honorable a mi manera. Si lo hago, ¿considerarás una tregua entre nuestros pueblos?

Martyn analizó al anciano. Vamos, viejo murciélago engañador. Solo puedes aceptar. Lo sé.

Ciphus frunció el ceño y finalmente habló con calma.

– La consideraríamos.

– Entonces óiganme, todos ustedes -expresó Qurong-. Tengo en este momento dos ejércitos acampados fuera de su selva. Los doscientos mil guerreros al oriente, acerca del cual ustedes conocen bastante bien. Lo que no saben es que tenemos un segundo ejército, del doble de tamaño, acampado en el desierto occidental.

Esta noticia fue recibida con total silencio. Quizás ellos creían que sus guardianes podían tratar con los dos ejércitos. Se equivocaban, por razones más allá de su entendimiento. En veinticuatro horas sus guardianes serían derrotados.

– Estoy dispuesto a comprometer a mis ejércitos a emprender una campaña que destruirá gran parte de su selva y a la mayoría de sus guardianes – continuó Qurong-. Pero mi victoria no será segura a menos que tenga un elemento de total sorpresa. Ambos sabemos esto.

Helo aquí, entonces. Un sudoroso ardor rajaba la piel de Martyn, pero él apenas lo notó.

– Como señal de buena voluntad les mostraré mi juego con la esperanza de ganarme la confianza de ustedes. Hoy vinimos aquí con traición en nuestras mentes. Planeábamos ofrecerles paz y, cuando la aceptaran, cuando sus guardianes hubieran transigido, planeábamos descargar contra ustedes toda la fuerza de nuestros ejércitos en una enorme campaña.

El silencio se intensificó y Martyn estaba seguro de que ahora era de impresión.

– ¡Pero retrocederé a favor de un acuerdo de paz! -gritó Qurong-. Ya les he hablado de mi ejército en el occidente. Les acabo de revelar mis intenciones y me he privado de cualquier victoria. Veo que la paz es más valiosa que la victoria.

Ciphus miró a Martyn. Él no había esperado esto. Mikil tampoco estaba preparada para esto. Ella miraba como una cabra tonta.

– ¿Qué es lo que propones entonces? -requirió Ciphus-. ¿Qué te ofrezcamos paz porque has confesado tu intención de arruinarnos? ¿Debemos creer que has experimentado alguna clase de conversión absoluta desde que entraste a nuestro poblado? Un hombre no cambia tan rápidamente. ¡No puedes hacer paz con Elyon mientras vives en tu condición!

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