Ted Dekker - Rojo

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Todo gira en torno a Thomas Hunter, un escritor de poco éxito que sobrevive trabajando en el café Java Hut, en Denver. Pero su aparentemente monótona vida sufrirá un vuelvo radical cuando fuerzas desconocidas liberen un arma bacteriológica en la atmósfera. Al final de la jornada, tres millones de personas serán portadoras del virus más letal que haya conocido la humanidad, y en sólo un par de días habrá noventa millones de infectados.
El punto es que no existe ninguna vacuna… pero extrañamente, la única esperanza es Thomas Hunter. ¿Cómo? ¿Por qué? Él no lo sabe, pero su existencia amenaza importantes planes y por eso debe morir.

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– No. Comprendo que se deben satisfacer tus leyes para que haya paz. Igual que nuestras leyes. Propongo suplir los requerimientos de esas leyes.

– ¿Confesando? No es suficiente.

– Mediante la muerte del hombre que nos puede llevar a la guerra. No soy el único que tramó este ardid.

– ¿Quién entonces?

– Fue él -declaró Qurong señalando con el dedo hacia los guardianes del bosque.

Hacia Justin.

– Justin.

Cundió la confusión entre la muchedumbre.

– ¡Fue Justin quien declaró que nuestra victoria sería total al ofrecerles paz!

Justin miró a Martyn, inexpresivo. Las personas gritaban en tal caos que era imposible distinguir su reacción ante la noticia. Ciphus pidió silencio a la multitud, que lentamente se acalló lo suficiente para oír la voz del anciano.

– ¡Cómo te atreves a acusar a uno de los nuestros para salvarte? -exclamó Ciphus, con voz temblorosa.

Martyn se preguntó si había juzgado mal al hombre. Sin duda esta emoción era un alarde.

El anciano respiró hondo y continuó, con voz más profunda.

– Si lo que dices es verdad, entonces sí, consideraríamos tu argumento. Sin embargo, ¿qué ratificación hay de que Justin planeara algo de esto? ¿Nos tomas por tontos?

– ¡Puedo corroborarlo! -gritó la segunda de Thomas, dando un paso al frente de las filas de los guardianes: Mikil-. Y puedo hacerlo con la autoridad de Thomas de Hunter. Él está ahora en el campamento de las hordas, garantizando la seguridad del comandante con su propia vida para que Qurong pueda exponer la verdad de esta traición. Justin es cómplice en la conspiración contra los habitantes de los bosques!

– ¿Qué más podría mostrar mi verdadera intención? -indagó Qurong-. Les doy a su traidor y me atengo a la paz.

Ciphus cruzó los brazos dentro de las mangas de su túnica y anduvo de lado a lado.

– ¿Intención? ¿Y qué tienen que ver las intenciones con la paz?

– Entonces satisfaré la propia ley de ustedes. Les ofreceré una muerte a mis propias expensas.

Ciphus dejó de caminar.

– ¡Muerte al traidor! -gritó una voz solitaria desde las bancas.

Estallaron discusiones y argumentos. Pero ¿estaban a favor o en contra de Justin? Martyn no podía distinguirlo.

– Las leyes de ustedes exigen la muerte por envilecer el amor de Elyon -gritó Qurong-. Si traicionar no es envilecimiento, ¿qué lo es entonces? Además, él también ha declarado guerra contra los moradores del desierto. Nuestra ley también requiere su muerte. La muerte de él satisfará nuestras dos leyes.

Ciphus pareció estar en profunda meditación, como si no hubiera considerado esta idea. Enfrentó a Justin.

– Sal de ahí.

Justin caminó tres pasos y se detuvo.

– ¿Qué dices a esta acusación?

– Justin! -gritó una mujer sobre la multitud-. Justin! ¡No, Justin! Una docena de voces se le unieron. Si Martyn no se equivocaba, unas voces de niños intervinieron. El sonido era extrañamente turbador.

– ¡Silencio! -gritó Ciphus. Se acallaron.

– ¿Qué dices a estas acusaciones? -volvió a preguntar el anciano.

– Expreso que he cumplido tus leyes, que me he bañado en los lagos y que he amado a todos los que Elyon ama.

– ¿Has conspirado para traicionar al pueblo de Elyon? Justin permaneció en silencio.

Justin no había conspirado, pero esto no habría importado de todos modos. Al percatarse del silencio, Martyn sabía que ellos iban a ganar esta guerra. En el transcurso de un día, y sin levantar una espada, él derrotaría a estos habitantes del bosque.

Si solo supieran.

Había sido idea de Justin que Johan entrara al desierto como Thomas supuso. Pero ahora el punto culminante de la planificación que habían hecho iba a terminar de manera muy distinta a como Justin creía.

– ¡Respóndeme!

Justin habló en voz baja… demasiado baja para ser oída más allá del suelo.

– ¿Te has vuelto tan ciego, Ciphus, que no logras recordarme? ¿Qué?

– ¿Ha pasado tanto tiempo desde que nadamos juntos? Ciphus se quedó paralizado como un árbol. En realidad estaba temblando.

– No intentes en mí tus palabras engañosas. Olvidas que soy el más anciano del Consejo de Elyon.

– Entonces deberías saber la respuesta a tu pregunta.

– ¡Contéstame o te condenaré yo mismo! Ayer perdiste el duelo, solo que Thomas no te liquidó. Quizás esta es ahora la justicia de Elyon. ¿Qué dices?

El anfiteatro se había silenciado tanto que Martyn creyó que podía oír la respiración de Ciphus. Justin volteó a mirar a la gente. Martyn creyó que iba a decir algo, pero se quedó en silencio. Su mirada se topó con la de Martyn. Los profundos ojos verdes le infundieron terror en el corazón.

Justin bajó la cabeza. Si Martyn no se equivocaba, el hombre luchaba para mantener en control su desesperación. ¿Qué clase de guerrero lloraría ante sus acusadores? Cuando Justin levantó la cabeza, tenía los ojos inundados de lágrimas. Pero mantuvo firme la cabeza.

– Entonces condéname -declaró Justin en tono bajo.

– ¿Te das cuenta de que condena equivale a muerte? -explicó el anciano con voz entrecortada.

Justin no respondió. No iba a recorrer el camino que Ciphus ponía ante él, pero estaba bastante cerca. Ciphus levantó ambos puños y miró al hombre debajo de él.

– ¡Contéstame cuando te hablo en esta santa reunión! -gritó el anciano-. ¿Por qué ofendes al hombre a quien Elyon ha puesto como tu superior?

Justin miró al hombre, pero se negó a hablar.

Ciphus levantó ambos puños por sobre la cabeza.

– Entonces, por traición contra las leyes de Elyon y su pueblo, ¡te condeno a morir a manos de tus enemigos!

El aire se llenó de gemidos. Gritos de aprobación. Voces de indignación. Todo se mezcló en una cacofonía de confusión que Martyn sabía que no iba a llevar a nada. No había voz prevaleciente. Nadie desafiaría la sentencia del Consejo.

– ¡Agárralo! -le gritó Ciphus a Qurong.

– Aceptaré con una condición -enunció Qurong-. Morirá según nuestras leyes. Por ahogamiento. Se lo devolveremos a tu Dios. De vuelta a Elyon, en tu lago.

Ciphus no había esperado esto. Si se negaba, Martyn tenía los planes apropiados de contingencia. El anciano consultó con su Consejo, luego se volvió para dar su veredicto.

– De acuerdo. Nuestra Concurrencia termina esta noche. Puedes tratar luego con él.

– No, debe ser ahora, con tu cooperación. Que su muerte sea un sello por una tregua entre nuestros ejércitos. Su sangre estará tanto en tus manos como en las nuestras.

Otra breve conferencia.

– Entonces que nuestra paz sea sellada con la sangre de él -expuso Ciphus.

***

THOMAS Y Rachelle entraron al poblado a la caída de la tarde; sin aliento y agotados por la falta de sueño. El viaje estuvo atiborrado de largos períodos de silencio, pues los dos se ensimismaban en sus propios pensamientos. Había poco que decir después de que hablaran y volvieran a hablar del toque curador de Justin y de sus palabras. Me juego demasiado contigo. Recuérdame. Eran las mismas palabras del niño.

Oyeron el primer indicio de problemas cuando pasaron los portones, el inequívoco lamento por los muertos.

– ¿Thomas? ¿Qué pasa?

Él hizo trotar su caballo y atravesó la puerta principal. Las mujeres lamentaban una muerte. Había habido una escaramuza y algunos de sus guardianes resultaron muertos. O había noticias de una batalla en el perímetro occidental. O se trataba de Justin.

El cielo ya estaba gris oscuro, pero el brillo de las antorchas irradiaba un tono anaranjado sobre el lago al final del camino principal. El césped y los senderos estaban vacíos de las típicas multitudes que deambulaban en las noches de la Concurrencia. Había un hombre por acá y una mujer por allá, pero evitaban mirar a Thomas y se hacían los distraídos.

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