Sin embargo, Thomas los necesitaba.
– Voy tras ellos, Jeremiah. Créeme cuando afirmo que nuestra supervivencia podría depender de los libros.
– ¡Eso significaría ir tras Qurong! -exclamó Jeremiah poniéndose de pie, temblando.
– Sí, y Qurong está con el ejército que derrotamos en la brecha Natalga. Se hallan en el desierto al occidente de aquí, lamentando su derrota – declaró Thomas yendo rápidamente hacia la ventana; la luz del día había empezado a desvanecer a la luna-. Me informaste de dónde se halla la tienda del comandante… siempre en el centro. ¿No es verdad?
– Sí, donde esté rodeado por su ejército. Tendrías que ser uno de ellos para poder acercarte…
Los ojos del viejo se abrieron de par en par. Caminó hacia el frente, con el rostro afligido.
– ¡No hagas eso! ¿Por qué? ¿Por qué arriesgar la vida de nuestro más fabuloso guerrero por unos cuantos libros antiguos que quizás ni siquiera existan?
– Porque si no los encuentro, yo podría morir -expresó, mirando a lo lejos-. Todos podríamos morir.
***
RACHELLE SE sentó a la mesa como en un sueño. Sabiendo que en realidad lo fue. Sabiendo muy bien que no se trataba más de un sueño que del amor que sentía por Thomas. O que no sentía por él. Los pensamientos la confundieron.
El sueño fue vivido como lo eran los sueños. Dio desesperadamente golpes en la mesa, buscando una solución a un terrible problema, confiando en que esta se presentara en cualquier momento, segura de que, si no venía, la vida como la conocía iba a terminar. No solo en este pequeño cuarto, sino en todo el mundo.
Aquí era donde terminaban las generalidades y empezaba lo específico.
La mesa blanca, por ejemplo. Lisa. Blanca. Fórmica.
La caja sobre la mesa. Una computadora. Con bastante potencia para procesar un millón de bits de información cada milésima de segundo.
El ratón en las yemas de sus dedos, deslizándose sobre una almohadilla negra de espuma. La ecuación en el monitor, la variedad Raison, una mutación creada por ella. El laboratorio con su microscopio de electrones y los demás instrumentos a su derecha. Todo esto era tan conocido como su propio nombre.
Monique de Raison.
No. Su verdadero nombre era Rachelle, y en realidad no conocía nada de este salón, y menos aún a la mujer que llevaba el nombre de Monique de Raison.
¿O se trataba de ella misma?
El monitor se quedó en blanco por un momento. En él vio el reflejo de Monique. Su reflejo. Cabello negro, ojos oscuros, pómulos salientes, labios pequeños.
Era casi como si ella fuera Monique.
Monique de Raison, famosa genetista mundial, ocultada lejos en una montaña llamada Cíclope en una isla indonesia por Valborg Svensson, que había liberado la variedad Raison en veinticuatro ciudades alrededor del mundo.
Es probable que quien la estuviera buscando jamás la encontrara, ni siquiera Thomas Hunter, el hombre que había arriesgado dos veces su vida por ella.
Monique tenía algunos sentimientos fuertes por Thomas, pero no los mismos que Rachelle tenía hacia él.
Ella miró la pantalla y arrastró el puntero sobre la esquina de la parte inferior del modelo. Una última vez levantó la hoja de papel cubierta con cien cálculos anotados a lápiz. Sí, esta era. Debía ser. Bajó la página y retiró la mano.
Algo le pinchó el dedo y ella echó violentamente la mano hacia atrás. Una cortada de papel. Le hizo caso omiso y miró la pantalla.
– Por favor, por favor -susurró-. Que esté aquí, por favor.
Hizo clic en el botón del ratón. Una fórmula ingresó en una pequeña ¿rea del monitor.
Dejó escapar un sollozo, un enorme suspiro de alivio, y se inclinó hacia atrás en la silla.
Su código estaba intacto. La clave estaba aquí y, según todas las apariencias, sin que la mutación la hubiera afectado. Por consiguiente, ¡el virus que creó para inutilizar estos genes también podría funcionar!
Otro pensamiento le atenuó la euforia. Cuando Svensson tuviera lo que deseaba, la mataría. Por un breve instante pensó en no decirle a Svensson lo cerca que ella estaba. Pero no podía conservar esa información que podría salvar innumerables vidas, sin importar quién la usara.
Por otra parte, ella quizás no estuviera tan cerca en absoluto. Él no le había dicho todo. Había algo…
– Madre. Madre, despierta.
Rachelle se sobresaltó en la cama.
– ¿Thomas?
– Él no está aquí -contestó su hijo desde la puerta-. ¿Salió en las patrullas?
– No. No, debería estar aquí -expresó Rachelle haciendo a un lado las cobijas y levantándose.
– Bueno, su armadura ha desaparecido; y su espada.
Ella miró el estante donde por lo general él colgaba los artículos de cuero y la vaina de la espada. Se hallaba en el rincón, vacío como un esqueleto. Quizás, con todas las personas que llegaban para la Concurrencia, él había salido para revisar sus patrullas.
– Pregunté en el poblado -enunció Samuel-. Nadie sabe dónde está.
Rachelle retrocedió y cerró la cortina de lona que actuaba como puerta. Rápidamente se cambió la ropa de dormir por una suave blusa de piel con encajes y un lazo atado a la espalda. En su clóset colgaba una docena de coloridos vestidos y faldas, principalmente para las celebraciones. Agarró una laida habana de cuero y se la ciñó con ataduras de cuerdas. Seis pares de mocasines, algunos decorativos, otros muy utilitarios, yacían lado a lado debajo de los vestidos. Sacó el primer par.
Hizo todo eso de manera automática. Su mente aún estaba en el sueño que tuvo. Con cada momento que pasaba este parecía atenuarse, como un recuerdo lejano. Aun así, partes de ese recuerdo le vociferaban a través de la mente como una lucha de aterrados guacamayos.
Ella había entrado al mundo de sueños de Thomas.
Estuvo allí, en un laboratorio oculto en una montaña llamada Cíclope con, ¿o como si fuera?, Monique, haciendo y comprendiendo cosas de las que Rachelle no tenía idea. Y si Monique hubiera encontrado esta clave suya, la podrían matar antes de que Thomas la hallara.
El corazón le latió con fuerza. ¡Tenía que contárselo a Thomas!
Rachelle fue hacia la mesa, agarró el brazalete trenzado de bronce que Thomas le había hecho y se lo deslizó en el brazo, por encima del codo donde…
Vio la sangre en el brazo, una oscura mancha roja que se había secado. ¿Su cortada? Se debió de agravar y abrir durante la noche. Las sábanas también estaban manchadas.
En su anhelo por encontrar a Thomas pensó en no hacer caso a esto por el momento. No, no podía andar por ahí con sangre en el brazo. Corrió hacia un lavamanos en la cocina, lo bajó debajo del junco, dejó caer el agua que corría por gravedad, y levantó una pequeña palanca que detenía el flujo.
– ¿Marie? ¿Samuel?
Ninguno contestó. Se hallaban fuera de la casa.
El agua le hizo arder el dedo índice derecho. Lo examinó. Otra cortada diminuta.
Una cortada de papel . ¡Esta ocurrió en su sueño! De repente sintió la boca totalmente seca.
Un pensamiento le llegó a la mente. Ella no sabía exactamente cómo estaba conectada con Monique, pero lo estaba, y la cortada lo probaba. Thomas había sido enfático: Si moría en ese mundo, también moriría en este. ¡Tal vez cualquier cosa que le ocurriera a Monique también podría sucederle a ella! Si este Svensson la mataba, por ejemplo, ambas podrían morir.
¡Debía alcanzar a Thomas antes de que él soñara otra vez para que pudiera rescatarla!
Rachelle entró corriendo al camino, miró en ambas direcciones a través de varios centenares de transeúntes que holgazaneaban a lo largo del amplio paso elevado y luego corrió hacia el lago. Ciphus sabría. Si no, entonces Mikil o William.
Читать дальше