Thomas volvió a extender los brazos a lo ancho.
– ¡Elyon! -gritó lleno de ira hacia el cielo, luego repitió, con tal fuerza que Qurong pensó que el hombre podría dañarse los pulmones-. ¡Cumple tu promesa! Entonces sucedió por segunda vez en el espacio de diez minutos. En un momento, Thomas estaba de pie allí; al siguiente, nada más que aire rellenaba su ropa. Simplemente desapareció igual que había pasado con Chelise. Y ahora la túnica de Thomas caía flotando al suelo, vacía.
Qurong miró el montón de ropa, pasmado por lo inexplicable. ¿Podría ser que esto no fuera obra de Teeleh? ¿Que tanto Chelise como Thomas supieran lo que él no sabía? ¿Que el ahogamiento fuera un regalo de Elyon para las hordas? Se volvió y miró el estanque rojo, el corazón y la mente oprimidos por la pérdida. Ninguna alma permanecía con vida. Todos habían muerto, habían huido o se habían ahogado en el interior del lago. Los shataikis avanzaban hacia el sur, en lo alto del cielo. Para alimentarse en la ciudad de Qurong.
Al anochecer, toda alma viva sería consumida por shataikis. Este era el regalo de Ba’al para ellos. A pesar de todo, él, Qurong, seguía vivo. ¿Por qué? Se miró la herida en el brazo, donde la sangre de Thomas se había mezclado con la suya propia, ofreciéndole alguna protección contra la enfermedad y las bestias. Y ahora ese hombre se había desvanecido ante sus ojos.
Ahógate, Qurong. Por amor de Elyon, ¡ahógate!
Se volvió colina abajo, y tragándose un nudo que se le había formado en la garganta siguió hacia adelante. Para esto fue para lo que naciste. Para ahogarte. Para zambullirte en el lago y reír con Elyon.
La desesperación lo inundó y avanzó pesadamente, corriendo ahora. Sobre cadáveres caídos.
Ahógate, viejo tonto. Simplemente ahógate.
Salió a toda velocidad, y ahora no lograba llegar con suficiente rapidez al borde del agua. De pronto, nada más importaba. Todo estaba perdido. Pero allí, precisamente allí, había un lago rojo con un centro verde, y él no lograba correr con suficiente rapidez. Empezó a llorar mientras corría, cegado por sus propias lágrimas.
– Me ahogaré. Me ahogaré -musitó-. Me ahogaré por ti, mi Hacedor. Me ahogaré por ti, Elyon.
Entonces Qurong, comandante supremo de las hordas, se zambulló en el lago. Inhaló las amargas aguas de la muerte de Elyon, y se ahogó en un foso de tristeza.
Y halló vida en un mundo inundado de colores, risas y más placer del que tal vez su nuevo cuerpo podría controlar.
***
DE PRONTO, el mundo alrededor de Thomas se apagó, se volvió a encender, y entonces él se vio de pie sobre la arena blanca, mirando un brillante horizonte azul en perfecto silencio.
¿Aquí? ¿Solo? El corazón le palpitaba como un puñetazo que le hacía sangrar las venas. El tiempo parecía haberse estancado.
Pero supo que no podía estar solo. El niño…
El niño, debía estar aquí.
Se volvió muy lentamente. El niño se hallaba como a siete metros de distancia, con brazos cruzados, labios aplanados y mirada fija. Detrás de él, un lago verde reflejaba el cielo claro, como un reluciente espejo.
– ¿Quieres salvar a tu hijo? -inquirió el niño.
– Sí.
– ¿Quieres salvar a Samuel?
– Chelise… -balbuceó mientras el rostro de su amada le inundaba la mente.
– Está conmigo -explicó el muchacho.
Lo cual solo podía significar que Samuel no estaba con él.
– No… no puedo vivir sin él.
El niño lo miró por algunos prolongados segundos, luego se volvió para mirar hacia el horizonte.
– Sé cómo te sientes.
– Sé que esto está dentro de tu poder -declaró Thomas-. Si hubieras salvado a todos los de Sodoma por diez almas, me darás la oportunidad de salvar a mi propio hijo.
– Es mucho más peligroso de lo que te das cuenta -afirmó el niño, mirando hacia atrás.
– Me arriesgaré. Yo…
– No tú, Thomas. El riesgo es para los demás. Esto no es acerca de ti y de tu hijo.
Si te envío de vuelta podrías salvar a tu hijo, ¿pero a qué precio? El coste de salvar aunque sea a una sola persona está más allá de ti.
Él no había pensado en estas condiciones. Pero no podía echarse para atrás, no ahora.
– Ven conmigo -pidió el niño descruzando los brazos.
Thomas avanzó de prisa sobre sus débiles piernas. Se unió al muchacho, que alargó la mano y agarró la de él mientras caminaban a lo largo de la orilla del lago.
– Toda decisión que tomes tendrá consecuencias trascendentales -anunció el niño-. A la larga lo cambiarás todo.
– ¿Será mejor o peor?
– Depende.
– ¿De qué?
– De ti.
Anduvieron diez pasos en silencio. Thomas sentía en la mano los pequeños dedos del niño. Miró el agua y por unos instantes consideró retirar su solicitud para unirse a los demás. Chelise y Mikil… Kara. Solo podía imaginar el placer de ellos ahora, danzando y girando como niños.
– Está bien, Thomas. Pero tengo dos condiciones.
¿Estaba asintiendo Elyon?
– Las que sean.
– Te enviaré de vuelta al lugar y al momento que yo decida.
– Sí. Sí, por supuesto.
– No recordarás nada de lo acontecido. Tendrás tu oportunidad, como nadie más en la historia, pero sin el beneficio de saber que se trata de una segunda oportunidad. No conservarás ninguno de los conocimientos obtenidos aquí -declaró el muchacho, hizo una pausa y lo miró con sus verdes y redondos ojos-. ¿Asimilas la idea? Thomas lo intentó. ¿Pero importaba? De todos modos no recordaría. Si Elyon requería esto, entonces él aceptaría, y rápidamente.
– Creo que sí, sí.
– Despertarás en un lugar llamado Denver, sin ningún recuerdo de esta realidad.
Tus sueños serán afectados.
– ¿Sueños?
– Serán reales. Por desgracia, no lo sabrás.
– ¿Cómo… cómo funciona eso?
– Mejor de lo que te podrías imaginar -expuso el muchacho sonriendo por primera vez, aunque apenas levemente. Después el rostro le volvió a quedar serio.
– El destino del mundo dependerá de cada decisión que tomes -continuó, mirando hacia el horizonte-. Tú y yo volveremos a hacer historia, Thomas. ¿Es eso lo que quieres?
– Sí.
– Bien -asintió el niño, y volvió a mirar a Thomas-. De todos modos, eso es lo que hago con cada ser humano. Esperemos que tomes las decisiones correctas.
– ¿Qué hay de Chelise?
– Creí que deseabas empezar de nuevo.
La mente se le llenó de confusión.
– Sí, pero… ¿qué hay con Chelise?
– Creí que deseabas salvar a tu hijo -manifestó el muchacho.
– Lo deseo.
– Regresa entonces.
– Sí -contestó Thomas-. A menos que haya otra manera.
– No que yo sepa. Y conozco muchísimas.
Thomas volvió a pensarlo, y tomó rápidamente la decisión. De modo impulsivo.
– Sí. Envíame de vuelta. Por el bien de mi hijo.
– Entonces sumérgete, amigo mío -expresó el niño haciéndose a un lado y guiñando un ojo.
– ¿Sumergirme? -preguntó Thomas mirando el cristalino estanque-. ¿Aquí?
– A la profundidad -confirmó el niño.
Thomas aspiró hondo, asintió al muchacho, y se sumergió en lo profundo. Muy, pero muy profundo.
EL AGUA caía en cascada sobre la cabeza de Thomas y le bajaba por la cara como un cálido guante. Era solo eso, agua, pero le limpió toda preocupación y ansiedad, y le liberó la mente por algunos minutos. Había estado aquí durante un buen rato, absorto en un mundo lejano que con persistencia le volvía a la mente sin ningún detalle ni significado. Simple escape. Puro escape, lo más cerca que había llegado al cielo en estos días.
Читать дальше