La luminosidad descendía del cielo nocturno como una columna de luz solar, pero gruesa, nebulosa y verde fluorescente.
Agua. ¿Agua? ¿Era una columna de niebla descendiendo del cielo?
Una imagen de un lago lleno con el agua verde de Elyon inundó la mente de Thomas; antes de que Teeleh hubiera traído la enfermedad de costras, cuando Ia Concurrencia se realizaba en las playas de un lago verde. Ninguna palabra podía describir la embriaguez en esas hermosas aguas.
El color de Elyon, verde. Por eso todos los albinos tenían ojos verdes. Por eso los lagos habían sido verdes. Por eso los bosques rompían el escabroso paisaje del desierto con este hermoso color. El color de la vida.
Verde.
La luz verde y radiante descendió hacia el altar. Ba'al se agazapó de miedo con el cuello arqueado hacia atrás, mirando estúpidamente ante el repentino cambio de poder.
Este… este era Elyon. No Elyon mismo, no más de lo que Ba'al era Teeleh, pero este era el poder de Elyon. Y Thomas pudo sentir el poder en su propia piel porque todo el aire en Ba'al Bek estaba cargado de él.
El sumo sacerdote giró y brincó del altar como un gato. Saltó sobre los desnudos cadáveres de sus sacerdotes hacia Qurong, cuyo caballo estaba retrocediendo. Los guturales que habían rodeado el lugar alto estaban teniendo problemas para controlar los corceles. Algunos de los asesinos volvían corriendo para defender a Qurong en el costado sur de la meseta.
Thomas se giró hacia la acuosa luz verde. La columna se asentó sobre el altar y se detuvo, silenciosa, pero el aire estaba pesado y cargado. Rayos de luz con un matiz verde más oscuro se enrollaban y se retorcían dentro de la columna.
Oyó el suave canto de un niño, débil, como si estuviera incrustado profundamente en el agua. Thomas conocía esta melodía. Y su necesidad de volver a estar en el agua le produjo un estremecimiento en los huesos.
Los halagadores rayos de luz se enroscaron alrededor de Samuel y lo levantaron lentamente de la superficie de piedra de tal modo que la espalda se le arqueó, y los talones y la cabeza le colgaban. El muchacho se suspendió como a medio metro en el aire, rodeado por la traslúcida presencia verde, por este poder natural de Elyon sosteniéndolo.
Thomas deseó correr hacia la luz, la cual él sabía que no podía ser algo tan simple como el agua, y metió la mano. Quiso sentir el poder que había conocido cuando Elyon se les revelaba de este modo todos los días.
Los brazos de Samuel se sacudieron y el pecho se le expandió. Estaba vivo.
– Yo hice lo mismo que tú, Thomas -susurró una voz, no sabía si en su cabeza o audible para todos-. No se puede negar que eres insistente. Las palabras de aprobación le resonaban en la mente.
– El final está cerca, mucho más cerca de lo que has imaginado. Encuentra tu camino de regreso. Lleva al enfermo contigo. Usa los libros que se perdieron -expresó la voz, e hizo una pausa-. He aquí tu hijo.
El cuerpo de Samuel fue liberado por las hebras en la luz verde y cayó sobre la superficie de la roca con un ruido sordo.
– Déjale hacer lo que decida.
Entonces la columna verde se retiró al cielo nocturno, lentamente al principio luego más rápido. Se levantó en un ligero arco hacia el occidente, y entonces desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Después de horas de cantos y tintineos de campanas bajo una ráfaga de viento causada por tanta carne podrida de shataiki, la noche quedó prístina y quieta.
Entonces el sangrante cuerpo de Samuel se irguió y aspiró una bocanada de aire.
Una exclamación recorrió entre los guturales, quienes permanecieron para proteger a Qurong y Ba'al, atónitos por el repentino cambio de los acontecimientos.
– Tú, padre de mi esposa, ¡dinos qué ha sucedido aquí! -exclamó Thomas levantando el brazo y señalando a Qurong.
***
QURONG PERMANECIÓ sobre el corcel, incapaz de responder a la instrucción del infiel. ¿Debía él explicar lo que acababa de acontecer? ¿Se supone que debía interpretar estas señales de los cielos y sugerir la siguiente línea de acción? ¿Era él un sacerdote? ¿Había pretendido alguna vez conocer la manera de actuar de Teeleh, de Elyon o de estas malditas criaturas de las tinieblas?
No. Él era un hombre común y corriente que solo sabía dos cosas: Una, que todo el tiempo los caminos de los dioses eran argucias y fraudes, de tal modo que ningún hombre podía conocer de veras esos caminos. Y dos, que aunque ningún hombre podía conocer esos caminos, todos podían entender y entendían las cosas de otra manera.
La manera de la espada.
¿Dónde estaba su esposa cuando la necesitaba? Patricia estaba mejor versada en estas interminables farsas, no porque ella las empleara, sino porque él no lo hacía prefiriendo una pelea directa y desigual por encima de una clara conversación y una falacia. Qurong había seguido esa vía y aún estaba pagando el precio.
– Mi señor, tú debes…
– Silencio, sacerdote -ordenó, y levantó el dorso de la mano hacia Ba'al-. Fallaste.
– No -replicó el hombre temblando-. Mi amo te ha entregado a Thomas. Yo oí su voz. Me habló al estómago. Tienes que eliminarlo.
– ¡Déjame! Y por el amor de todos los dioses, ponte un poco de ropa.
– Mi señor, no puedo expresar el precio que pagaremos si…
– ¡Fuera!
Ba'al se deshizo de un chorro de negro escupitajo, miró al infiel Thomas, y se alejó del altar. Uno de los veinticuatro sacerdotes que no se había desangrado se le acercó y le puso una túnica morada sobre el esquelético cuerpo. Ba'al estaba desechado.
Pero lo que había manifestado no estaba descartado. Qurong había visto suficiente en los últimos minutos a solas para saber que los poderes detrás de Ba'al y Thomas no solo eran reales, sino que amenazaban la vida.
Más exactamente, el poder que había detrás de Ba'al era peligroso. El otro, la magia verde, aunque impresionante y perturbador, no le pareció tan… mortal.
Qurong enfiló el caballo hacia Thomas y el muchacho, que, después de bajarse del altar, había arrancado la túnica a un sacerdote muerto, y se unía a los otros albinos. Pensar que Thomas era el esposo de la hija que una vez fuera preciosa para él… no había final a la injusticia en este mundo maldito.
Se detuvo a diez metros del hombre. El poderoso Thomas de Hunter, líder de todos los albinos, envenenado por los estanques rojos, enemigo de Teeleh. No parecía tan peligroso sin una espada. Sin indumentaria de combate. La túnica que usaba estaba fabricada de cuero curtido, tal vez cosido por la propia mano de Chelise. El cabello castaño estaba desordenado debido a una larga cabalgada. ¿Qué había ocurrido que obligara a Thomas a lanzar tal desafío? ¿Estaba perdiendo el control sobre el círculo?
El hijo de ese hombre, Samuel, no había parecido demasiado ansioso por someterse.
– Nuestro acuerdo fue claro -declaró Thomas-. Y ahora el resultado es igual aclaro. Tu hija espera.
Qurong aún no cambiaba la situación.
– ¿Quieres que vaya contigo y me ahogue?
– Ese fue nuestro convenio.
– ¿A qué se parece eso? ¿A aspirar agua y morir?
– ¿Te parezco muerto? Se trata de vida, no de muerte.
– Porque no te ahogas, y no vuelves a la vida. El veneno rojo te deja la pie] a| descubierto y te nubla la mente. De ahí que tengas unos pocos miles de seguidores tan ingenuos que creen haber tenido alguna clase de ahogamiento y de resurrección Bueno, imagino que ofrecer esa clase de inmortalidad hace de ti una gran leyenda Tonterías religiosas.
– Thomas…
Era la mujer albina previniéndolo. Pero Thomas no parecía interesado.
– Pronto lo sabrás, ¿no es así? -expuso Thomas.
– Sí. Sí, desde luego, ese fue el acuerdo.
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